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San Martín de Porras


San Martín fue el primer santo de color de América y es el Patrón Universal de la Paz. Fue llamado por San Juan XXIII como "Martín de la Caridad", por el gran amor que ponía en cada una de las cosas que hacía. Con motivo de su fiesta compartimos su biografía, AQUÍ para acceder.

Cristo Rey

El P. Adolfo Franco, jesuita, nos comparte su reflexión sobre el evangelio correspondiente a la Solemnidad de Cristo Rey: "Según San Pablo todo procede de Él y todo culmina en Él; éste es el significado de esta fiesta." Acceda AQUÍ.

Catequesis sobre los mandamientos, 14-A: No desees al cónyuge de otros; No desees los bienes de los demás.

El Papa Francisco nos comparte la última catequesis de su serie sobre los 10 mandamientos, en esta oportunidad nos recuerda que "Todos los pecados nacen de un deseo malvado. Todos. Allí empieza a moverse el corazón, y uno entra en esa onda, y acaba en una transgresión". Acceda AQUÍ. 

Los escritos de San Pablo: Su Teología - El estado del hombre sin Cristo: El pecado y su extensión, La carne, La Ley y La muerte

En esta oportunidad, el P. Ignacio Garro, jesuita, nos comparte el primer apartado "El estado del hombre sin Cristo", que comprende 4 entregas sobre: El pecado y su extensión, La carne, La Ley y La muerte. Acceda a sus enlaces correspondientes:
1° Entrega: El pecado y su extensión
2° Entrega: La carne
3° Entrega: La Ley
4° Entrega: La muerte

Los Orígenes: Los Números

El P. Fernando Martínez, jesuita, continúa compartiendo su estudio sobre el Pentatéuco, en esta oportunidad sobre el libro de Los Números, un libro poco conocido y también poco sugestivo. Su nombre proviene del cálculo con motivo del censo del pueblo judío que sale de Egipto y también de un segundo censo sobre ese mismo pueblo que está a punto de entrar en la tierra prometida. Acceda AQUÍ. 

Los escritos de San Pablo: Su Teología

El P. Ignacio Garro, jesuita, inicia la segunda parte de los escritos de San Pablo, enfocándola en su teología, para lo cual se recomienda haber revisados las publicaciones de la primera parte dedicada a sus Cartas. En esta oportunidad se presentará el esquema general de esta segunda parte. Acceda AQUÍ. 

Los Orígenes: El Levítico

El P. Fernando Martínez, jesuita, continúa compartiendo su estudio sobre los libros del Pentateuco, en esta oportunidad sobre el Levítico y nos brinda una guía para su lectura. Acceda AQUÍ.

Segunda venida de nuestro Señor Jesucristo

El P. Adolfo Franco, jesuita, nos comparte su reflexión sobre el evangelio del domingo 18: "El evangelio nos enseña que Jesús es la meta de toda la historia y de la nuestra." Escuche el audio o descárguelo en MP3. Acceda AQUÍ. 

Ofrecimiento Diario - Orando con el Papa Francisco en el mes de NOVIEMBRE 2018

Compartimos la intención del Papa Francisco para el mes de noviembre, que encomienda al Apostolado de la Oración e invita a orar a todos los cristianos: «Para que el lenguaje del corazón y del diálogo prevalezca siempre sobre el lenguaje de las armas.» Acceda AQUÍ.

Intención del Papa Francisco para el mes de noviembre: Al servicio de la paz

El P. José Enrique Rodríguez, jesuita, nos comparte su reflexión sobre la intención del Papa Francisco para el mes de noviembre: «Para que el lenguaje del corazón y del diálogo prevalezca siempre sobre el lenguaje de las armas.» Acceda AQUÍ.

El óbolo de la viuda

El P. Adolfo Franco, jesuita, nos comparte su reflexión sobre el evangelio del domingo 11 de noviembre: "El Señor nos exhorta a que demos con generosidad." Escuche el audio o descárguelo en MP3. Acceda AQUÍ.

Los Orígenes: El Éxodo como base de la Ley

El P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita, nos comparte en esta entrega la segunda parte de su estudio sobre el Libro del Éxodo: destacando la salida de Egipto, la travesía del desierto y los hechos en el monte Sinaí, finalizando con el Decálogo. Acceda AQUÍ.

Los escritos de San Pablo: La Carta a los Hebreos

El P. Ignacio Garro, jesuita, finaliza la primera parte de las entregas referidas a los escritos de San Pablo con la carta a los Hebreos, donde nos muestra su análisis y un plan para su lectura. Acceda AQUÍ.

Los escritos de San Pablo: Su Teología



P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA

10. LAS GRANDES LINEAS DE LA TEOLOGÍA DE SAN PABLO

Después de haber estudiado la figura del Apóstol de los Gentiles y de haber examinado brevemente y, en ocasiones, con alguna exégesis, sus cartas, que son como recipientes de su pensamiento, trataremos de presentar ahora una síntesis de su teología.

Resulta difícil organizar y resumir el denso y complejo pensamiento paulino. Al intentar esta tarea queremos solo destacar - como lo señalamos en el título de esta parte que iniciamos - las grandes líneas de la teología de San Pablo. Ella nos es transmitida en cartas, escritos de circunstancias, que responden, por tanto a situaciones concretas y no pretenden ser una exposición sistemática.

Nuestro plan tiene como punto de partida el Cristocentrismo de Pablo. De ahí parte la división bipartita de la doctrina:

  • El estado del hombre sin Cristo
  • La nueva vida en Cristo

El mensaje de Pablo, como el bíblico en general, es siempre actual. Tiene valor para los hombres de todas las épocas, a condición de que estos sepan releerlo a partir de sus circunstancias. Por este motivo sugerimos, al final de los diversos temas, algunas pistas para su relectura hoy y aquí.
Para tener, desde el principio, una visión de conjunto de lo que expondremos en esta última parte de nuestro curso, presentamos el esquema general:

A. El estado del hombre sin Cristo

  1. El pecado y su extensión
  2. La carne
  3. La Ley
  4. La muerte

B. La justificación por medio de la fe en su Hijo Jesucristo

  1. Qué  es la justificación
  2. La justificación en S. Pablo
  3. Implicaciones religiosas y morales

C. La nueva vida en Cristo

  1. Origen de esa vida nueva 
  2. La iniciativa del Padre
  3. La encarnación del Verbo y su obra redentora
  4. La presencia y acción del Espíritu

D. La respuesta del hombre a la iniciativa de Dios

  1. La fe como principio de justificación
  2. Las relaciones con el Padre, el Verbo y el Espíritu
  3. La libertad cristiana
  4. La esperanza y su realización
  5. El amor cristiano

E. El desarrollo de la nueva vida

  1. Crecimiento de la vida en Cristo
  2. La ascesis cristiana y el sufrimiento
  3. La consumación en nosotros del misterio Pascual de Cristo

F. La solidaridad cristiana

  1. La Iglesia: pueblo de Dios que peregrina
  2. La Iglesia: cuerpo de Cristo
  3. Los carismas en la Iglesia

G. La perspectiva escatológica

  1. La Parusía
  2. La resurrección

H. Conclusión


Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.

Para acceder a las otras publicaciones de esta serie acceda AQUÍ.

Cristo Rey



P. Adolfo Franco, jesuita.

Juan 18, 33-37

Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: «¿Eres tú el rey de los judíos?» Respondió Jesús: «¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?» Pilato contestó: «¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?» Respondió Jesús: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí.» Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres rey?» Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.»
Palabra del Señor.


Domingo de Cristo Rey: según San Pablo todo procede de Él y todo culmina en Él; éste es el significado de esta fiesta.

El Año Litúrgico se cierra con esta gran fiesta: Jesucristo, Rey del Universo. Es una fiesta puesta al final del largo camino del año. Es el último domingo del año litúrgico. Y esto ya va indicando algo del sentido que tiene esta fiesta y que tiene este título de Jesús Rey del Universo. Y para orientarnos en la interpretación de este nombre tan especial de Jesús, la Iglesia nos pone como lectura para que meditemos, este párrafo del Evangelio de San Juan.

Jesús está a punto de ser condenado a muerte, está despojado de todo, abandonado por sus discípulos, y en estas circunstancias admite ser Rey. No podemos dejar de comparar esta situación con otra: la multiplicación de los panes; en ésta El está triunfante, está rodeado de sus discípulos, y de una multitud a la que El ha saciado con los panes y los peces que iban saliendo milagrosamente de sus manos. En ese momento el gentío quiere aclamarlo Rey, y Jesús, después de despedir a sus apóstoles, se aleja de la multitud, y se va sólo al monte a orar. Ahí, en el triunfo no acepta ser proclamado Rey; ahora en cambio, frente a Pilatos, completamente desprotegido y aparentemente derrotado, sí acepta ser el Rey y le dice al que lo juzga: Yo para eso he nacido y para dar testimonio de la verdad. Y ha añadido también que su reino no es de este mundo. Si hubiera aceptado ser proclamado rey en el triunfo de la multiplicación de los panes habría sido como “rey al estilo de este mundo”; en cambio al aceptar que es Rey, cuando está triturado, abandonado de todo esplendor, lleno de golpes, humillado, aparentemente fracasado, entonces sí es de verdad “Rey y no como rey de este mundo”.

O sea que el Señor nos invita a pensar en “otros términos”, sobrepasar los conceptos que tenemos de jefes, poderío, dominio; y que cuando pensemos en Jesús como Rey, pensemos de manera diferente. Por de pronto este nuestro Rey se proclama a sí mismo tal, cuando no tiene poder, ni tiene fuerza (aparentemente); está en contraste con el poderoso gobernador Pilatos. Entonces su forma de reinar no es dominar: la palabra rey ya tiene una característica diferente a la que tiene en nuestro lenguaje ordinario. Su forma de reinar es desde la libertad interior, esa libertad que proporciona la humildad; El nunca será Rey obligando, ni por decretos, ni por coacción; es un Rey que no tiene súbditos, sino amigos. En este sentido también puede decir que su reino no es de este mundo. Se trata de que lo asumamos voluntariamente como Rey.

Por otra parte, al decir que su reino no es de este mundo, quiere decir que no es un rey más dentro de la lista de personas que han sido reyes en la tierra. El trasciende todos los gobiernos y toda la historia de todos los pueblos: El es el culmen y la meta de toda la humanidad. El ha sido puesto por el Padre como culminación: el Alfa y la Omega, Principio y Fin. El modelo según el cual todo fue creado; y así se entiende esa palabra enigmática del Génesis, “la imagen y semejanza”; cuando Dios quiere crear al hombre, dice: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Cristo es la imagen según la cual el hombre ha sido creado. Eso en cuanto al origen del hombre, y por eso también se puede decir que Cristo es el Rey, porque todo depende de El.

Y lo mismo en cuanto al término del mismo hombre y del universo: Jesús es la culminación de la creación: todo apunta a El: es el punto final de la creación; todo aspira y tiende a Jesús, como la meta a la que está dirigida esta creación ascendente. Jesús así no sólo es la culminación del año litúrgico, es la culminación de la historia, de la cual el año litúrgico es una especie de imagen. Jesús es Rey, porque es el primogénito de toda criatura, todo fue creado por El y para El y todo en El subsiste. Por eso Cristo puede decirle a Pilatos: yo soy Rey, para eso he nacido.

Y añade además: he venido para dar testimonio de la verdad. Es otro aspecto de esta realeza de Cristo, que no es de este mundo. El Rey, que lo es por la verdad: la verdad es El; no es sólo que Cristo enseñe la verdad (que sí la enseña), sino que El es la verdad, y todo el que sigue la verdad, lo sigue a El. Este aspecto de la verdad es otra de las señales de su Reino, el que reina por la verdad y el que reina en todos los que están en la verdad. Esto ya nos atañe a nosotros, constatar si estamos en la verdad, o no estamos en la verdad. ¿Dónde hemos cimentado la vida? Si la hemos cimentado en firme cimiento, o sea en la verdad fundamental, estamos fundamentados en Cristo, y así lo aceptamos como nuestro Supremo, como nuestro Rey. El entonces reina por la verdad, y en donde hay un asomo de verdad, ahí está reinando Jesús, que es la verdad, donde toda verdad adquiere su veracidad: todo es verdadero en el sentido en que se oriente a Cristo.

Es una fiesta importante, importante para Jesús, e importante para nosotros. El es el Rey, y lo celebramos especialmente hoy; para nosotros es muy importante celebrarlo, porque nuestra vida vale en la medida que lo tenemos a El, como término de nuestras aspiraciones, y como modelo al cual apuntamos con todos nuestros esfuerzos: Jesús es nuestro Rey, vivamos en la verdad.



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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
Para acceder a otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.

Segunda venida de nuestro Señor Jesucristo



P. Adolfo Franco, jesuita.

DOMINGO XXXIII
del Tiempo Ordinario

Marcos 13, 24-32

«Mas por esos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas. Entonces verán al Hijo del hombre viniendo entre nubes con gran poder y gloria; entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo. Parábola de la higuera. «De la higuera aprended esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que Él está cerca, a las puertas. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo; sólo el Padre.
Palabra del Señor.

El evangelio nos enseña que Jesús es la meta de toda la historia y de la nuestra.

Estos discursos sobre el fin del mundo, que también los hay en el evangelio de San Mateo y de San Lucas, producen una cierta curiosidad que llega a la fascinación: parecería que quieren describir el espectáculo de la catástrofe cósmica. Algo parecido ocurre con el Apocalipsis. Y en todos los casos, eso de la catástrofe cósmica es sencillamente una mala interpretación de los textos sagrados, por fijarnos más en los símbolos que en el mensaje.

¿Y cuál es el mensaje de estos textos, y en particular en el de San Marcos que hoy leemos? Este párrafo del Evangelio de San Marcos pretende darnos una lección sobre el sentido de la historia humana: la Historia Humana es una Historia de Salvación. Y ésta es la única perspectiva apropiada para interpretar la historia de los pueblos y nuestra propia historia.

Lo mismo que el origen del mundo hay que interpretarlo correctamente desde la lección que nos da el Génesis, así el final del mundo hay que interpretarlo desde esta lección contenida en el discurso que nos narra San Marcos. En el comienzo del mundo está la Presencia de Dios, que se cernía sobre las aguas, y enseguida se escucha su voz creadora. Es el verdadero sentido del origen del mundo. La Biblia narra todo esto a través de los siete días de la creación. Pero los hechos científicos que ocurren cuando Dios da el impulso creador son: el big bang y la evolución consiguiente. Pero estos hechos científicos innegables son sólo los acontecimientos: pero su sentido profundo son las palabras del Génesis: que Dios existía desde siempre y que se decidió a crear con sólo su poder.

Lo mismo pasa con el fin del mundo: la catástrofe cósmica (que puede ser sólo un símbolo) es el hecho: la venida del Hijo del Hombre es su sentido. Es la glorificación final del Hijo, y el Juicio final de los Hombres y de las Naciones.

Así la historia del mundo es una historia de amor de Dios con el mundo, que empieza con la Creación y termina en la Glorificación de Jesús. Y toda la suma de hechos y acontecimientos entre estos dos extremos, son pasos dados en esta dirección. Y así adquieren su verdadera significación. Los hechos de la historia humana, desde los primeros hasta los últimos son como las cuentas de un rosario, que deben estar unidos para que sean un rosario, si no, serían simples cuentas dispersas. La presencia de Dios en estos hechos de nuestra historia, desde el principio hasta el fin, es lo que da sentido a esa historia La historia es la marcha de la humanidad desde la creación hasta esa manifestación gloriosa de Jesucristo, donde todo será juzgado por Dios. Y allí todos seremos convocados: todo lo que pasó en el mundo tendrá su juicio.

Muchas veces pensamos la historia humana, como si fuera cosa sólo de los hombres; y es una forma de verla, pero es una forma incompleta. La vemos como una suma de sucesos, de guerras, de países, de construcciones, de civilizaciones que surgen y desaparecen. Y como resultado de todo ello, y como huellas de todo lo que ha pasado, las ruinas, las obras de arte, los monumentos del pasado. Y frecuentemente sólo entendemos así la Historia como un relato de hechos humanos. Y este párrafo del Evangelio que estamos meditando nos ilumina para que  entendamos esta Historia como un camino, que se desarrolla por todas las etapas que se han vivido, por las que se viven en la actualidad y por las que se vivirán en el futuro; un camino que tiene a Dios como su principio y tiene a Dios como su término.

No sólo la Historia de la humanidad tiene ese sentido; también la nuestra, la de cada uno: es una suma de acontecimientos que tienen a Dios en su comienzo y a Dios también en su término.

Vista así la historia (la de la humanidad en general y la nuestra en particular), nos da un mensaje: hay que estar preparados y confiar. Dos mensajes: la preparación y la esperanza. Hay que estar preparados, y hay que saber dirigirse hacia ese acontecimiento final, con la alegría del encuentro con Dios. La preparación, con una vida recta y pura a la que Cristo nos impulsa, debe ser permanente, porque no sabemos el día ni la hora. Esa incertidumbre del momento, nos incita a estar preparados siempre. No podemos ser descuidados, porque el hecho final (especialmente el personal), puede darse cuando menos lo pensemos. Jesús lo que quiere es que estemos todos los días, cada día, como nos gustaría que nos encuentre el momento final.

Y además de esta actitud de preparación, nos abre a la esperanza. Tener en el corazón una firme convicción, nacida de la certeza de lo que va a venir. Es verdad, que yo no sé cuándo va a ocurrir, pero si sé cierto lo que va a ocurrir. Ese juicio final, esa glorificación del Hijo del Hombre, esa convocatoria al juicio, hecha para todos los hombres, eso es algo real, y hacia lo que se encamina mi vida. Cuando se tiene ante la vista cuál es el fin hacia el cual caminamos, sabremos caminar mejor. La esperanza nos mantiene alerta y nos ayuda a saber por dónde caminar, para llegar adecuadamente al punto de la cita con Dios.

Esto por otra parte es lo más real de la vida, del fin y de la historia. No tener presente esta perspectiva es perdernos en los detalles, que por importantes que nos parezcan, en comparación de esta visión, no serían más que pequeños detalles.



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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
Para acceder a otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.

Los Orígenes: El Levítico



P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita.

EL LIBRO DEL LEVÍTICO

No parece ser éste un libro para leer, pero sirve como referencia para entender algo del esfuerzo tenaz de Israel por evitar la influencia agobiante de las culturas religiosas dominantes en Egipto y Canaán. El matrimonio entre hermanos era normal en Egipto. Las regulaciones y normas que aparecen en el Levítico sobre la maternidad y el nacimiento de los hijos pretendían frenar la perversión sexual, la prostitución sagrada y el sacrificio de los niños, tan propiciados por los cultos cananeos.

Las reglamentaciones sobre los alimentos puros e impuros tenían el propósito de aclarar y evitar la confusión de sus sacrificios a Yahvéh con los ritos idolátricos de los egipcios. La memoria y el recuerdo de la esclavitud padecida inspira las instrucciones en favor de los pobres en tiempo de recolección y cosecha, en proveer a quienes nada tienen, en honrar a los ancianos y en dar ejemplo de solidaridad, respeto y justicia en la relación con los demás. Las leyes morales iban así adquiriendo un valor de permanencia, pero muchas de las civiles y las más rituales fueron consideradas de hecho como temporales y ligadas a revisión y a un necesario cambio posterior.

Conforme a la concepción actual occidental lo puro-impuro está estrechamente relacionado con lo moral-inmoral. Para la mentalidad israelita se daba una diferencia sustancial. Puro-impuro se vinculaba más en particular con el abismal contraste de lo sagrado-profano. Y sagrado era lo que se pone en contacto con la santidad de Yahvéh. ¡Sólo Dios es santo! De ordinario, evitaban el pronunciar su nombre en señal de respeto. Lo sagrado en su esencia “pertenecía” a Dios. “No te acerques aquí; quítate las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra sagrada” (Ex 3,5).

SIENDO JUEZ NO HAGAS INJUSTICIA, NI POR FAVOR DEL POBRE, NI POR RESPETO AL GRANDE: CON JUSTICIA JUZGARÁS A TU PRÓJIMO. NO ANDES DIFAMANDO ENTRE LOS TUYOS; NO DEMANDES CONTRA LA VIDA DE TU PRÓJIMO. YO, YAHVÉH. NO ODIES EN TU CORAZÓN A TU HERMANO, PERO CORRIGE A TU PRÓJIMO, PARA QUE NO TE CARGUES CON PECADO POR SU CAUSA. NO TE VENGARÁS NI GUARDARÁS RENCOR CONTRA LOS HIJOS DE TU PUEBLO. AMARÁS A TU PRÓJIMO COMO A TÍ MISMO. YO, YAHVÉH. (Lv 19,15-18)

CUANDO UN FORASTERO RESIDA JUNTO A TÍ, EN VUESTRA TIERRA, NO LE MOLESTÉIS. AL FORASTERO QUE RESIDE JUNTO A VOSOTROS, LE MIRARÉIS COMO A UNO DE VUESTRO PUEBLO Y LO AMARÁS COMO A TÍ MISMO; PUES FORASTEROS FUISTEIS VOSOTROS EN LA TIERRA DE EGIPTO. YO, YAHVÉH, VUESTRO DIOS. (Lv 19,33-3*)


Guía del Libro del Levítico

(1,1-7,38)
• Leyes sobre los sacrificios. • Los holocaustos. • Las ofrendas. • Sacrificios pacíficos. • Sacrificios expiatorios. • Sacrificios de reparación. • Ritual de los sacrificios.

(8,1-10,20)
• La investidura de los sacerdotes. • Consagración. • Ofrenda de los sacrificios. • Entrada en funciones. • Falta de los hijos de Aarón. • Reglas complementarias.

(11,1-16,34)
• Pureza legal. • Animales puros e impuros. • Purificación de la mujer que da a luz. • La lepra y su purificación. • Impurezas sexuales. • El gran día de la expiación.

(17,1-25,55)
• La ley de santidad. • Sobre los sacrificios. • Sobre la honestidad matrimonial. • Deberes religiosos y sociales. • Sanciones. • Santidad del sacerdocio. • Acerca de los manjares sagrados. • Calendario de fiestas. • Prescripciones rituales complementarias. • Blasfemia y ley del Talión. • Años santos.

(26,1-27,34)
• Promesas y amenazas. • Reconciliación y salvación. • Apéndice: aranceles y tasaciones.

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Agradecemos al P. Fernando Martínez, S.J. por su colaboración.
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Catequesis sobre los mandamientos, 13: "No digas falso testimonio"



PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles, 14 de noviembre de 2018


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la catequesis de hoy afrontaremos la Octava Palabra del Decálogo: «No darás testimonio falso contra tu prójimo». Este mandamiento —dice el Catecismo— «prohíbe falsear la verdad en las relaciones con el prójimo» (n. 2464). Vivir de comunicaciones no auténticas es grave porque impide las relaciones recíprocas y por tanto, impide el amor. Donde hay mentira no hay amor, no puede haber amor. Y cuando hablamos de comunicación entre las personas entendemos no solo las palabras, sino también los gestos, los comportamientos, incluso los silencios y las ausencias. Una persona habla con todo lo que es y lo que hace. Todos nosotros estamos en comunicación, siempre. Todos nosotros vivimos comunicando y estamos continuamente en vilo entre la verdad y la mentira.
Pero, ¿qué significa decir la verdad? ¿Significa ser sinceros? ¿O exactos? En realidad, esto no basta, porque se puede estar sinceramente equivocado, o se puede ser precisos en el detalle pero sin captar el sentido del conjunto. A veces nos justificamos diciendo: «Pero yo he dicho lo que sentía». Sí, pero has extremado tu punto de vista. O: «he dicho completamente la verdad». Puede ser, pero has revelado hechos personales o reservados. Cuantas habladurías destruyen la comunión por inoportunidad o falta de delicadeza. Es más, las habladurías matan y esto lo dice el apóstol Santiago en su Carta. El chismoso, la chismosa son gente que mata: mata a los demás, porque la lengua mata como un cuchillo. ¡Tened cuidado! Un chismoso o una chismosa es un terrorista, porque con su lengua lanza la bomba y se va tranquilo, pero lo que dice, esa bomba lanzada, destruye la fama del prójimo. No lo olvidéis: decir habladurías es matar. Pero entonces: ¿qué es la verdad? Esta es la pregunta hecha por Pilatos, justo mientras Jesús, frente a él, realizaba el octavo mandamiento (cf. Juan 18, 38). De hecho, las palabras «No darás testimonio falso contra tu prójimo» pertenecen al lenguaje forense. Los Evangelios culminan en el relato de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús; y este es el relato de un proceso, de la ejecución de la sentencia y de una consecuencia inaudita.

Interrogado Pilatos, Jesús dice: «Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad» (Juan18, 37). Y este «testimonio» Jesús lo da con su pasión, con su muerte. El evangelista Marcos narra que «el centurión, que se encontraba frente a él, que había expirado de esa manera dijo: Verdaderamente este hombre era hijo de Dios» (15, 39). Sí, porque era coherente, fue coherente: con ese modo suyo de morir, Jesús manifiesta al Padre su amor misericordioso y fiel. La verdad encuentra su plena realización en la persona misma de Jesús (cf. Juan 14, 6), en su modo de vivir y de morir, fruto de su relación con el Padre. Esta existencia como hijos de Dios, Él, resucitado, nos la da también a nosotros enviando al Espíritu Santo, que es Espíritu de verdad, que atestigua a nuestro corazón que Dios es nuestro Padre (cf. Romanos 8, 16).
En cada acto suyo, el hombre, las personas, afirman o niegan esta verdad. Desde las pequeñas situaciones cotidianas a las elecciones más comprometidas. Pero es la misma lógica, siempre: la que los padres y los abuelos nos enseñan cuando nos dicen que no digamos mentiras.


Preguntémonos: ¿qué verdad atestiguan las obras de nosotros cristianos, nuestras palabras, nuestras elecciones? Cada uno puede preguntarse: ¿Yo soy un testigo de la verdad o soy más o menos un mentiroso disfrazado de verdadero? Que cada uno se pregunte. Los cristianos no somos hombres y mujeres excepcionales. Sino que somos hijos del Padre celestial, el que es bueno y no nos decepciona y pone en su corazón el amor por los hermanos. Esta verdad no se dice tanto con los discursos, es un modo de existir, un modo de vivir y se ve en cada obra (cf. Santiago 2, 18). Pero se comporta como verdadero, como verdadera. Dice la verdad, actúa con la verdad. Un hermoso modo de vivir para nosotros. La verdad es la revelación maravillosa de Dios, de su rostro de Padre, es su amor sin fronteras. Esta verdad corresponde a la razón humana pero la supera infinitamente, porque es un don bajado a la tierra y encarnado en Cristo crucificado y resucitado; esto es visible para quien le pertenece y muestra sus mismas aptitudes. No dirás falso testimonio quiere decir vivir como hijo de Dios, que nunca, nunca se desmiente a sí mismo, nunca dice mentiras; vivir como hijos de Dios, dejando emerger en cada obra la gran verdad: que Dios es Padre y que nos podemos fiar de Él. Yo me fío de Dios: esta es la gran verdad. De nuestra confianza en Dios, que es Padre y me ama, nos ama, nace mi verdad y el ser verdadero y no mentiroso.


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Tomado de:

http://w2.vatican.va

Catequesis sobre los mandamientos, 12: No robar



PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles, 7 de noviembre de 2018


Queridos hermanos y hermanas, buenos días.

Continuando con la explicación del Decálogo, hoy llegamos a la séptima Palabra: «No robarás».

Escuchando este mandamiento pensamos en el tema del robo y del respeto de la propiedad ajena. No existe cultura en la que el robo y la confiscación de bienes sean algo lícito; la sensibilidad humana, en efecto, es muy susceptible en lo que respecta a la defensa de lo propio.

Pero vale la pena que nos dispongamos a hacer una lectura más amplia de esta Palabra, focalizando el tema de la propiedad de los bienes a la luz de la sabiduría cristiana. En la doctrina social de la Iglesia se habla de destino universal de los bienes. ¿Qué significa? Escuchemos lo que dice el Catecismo: «Al comienzo Dios confió la tierra y sus recursos a la administración común de la humanidad para que tuviera cuidado de ellos, los dominara mediante su trabajo y se beneficiara de sus frutos. Los bienes de la creación están destinados a todo el género humano» (n. 2402).

Y también: «El destino universal de los bienes continúa siendo primordial, aunque la promoción del bien común exija el respeto de la propiedad privada, de su derecho y de su ejercicio» (n. 2403). La Providencia, sin embargo, no dispuso un mundo «en serie», existen diferencias, condiciones diversas, culturas diversas, así se puede vivir atendiéndose los unos a otros. El mundo es rico en recursos para asegurar a todos los bienes primarios. Y sin embargo, muchos viven en una escandalosa indigencia y los recursos, usados sin criterio, se van deteriorando.

Pero el mundo es uno solo. La humanidad es una sola. La riqueza del mundo, hoy, está en las manos de la minoría, de pocos, y la pobreza, es más, la miseria y el sufrimiento, en las de de tantos, de la mayoría. Si en la tierra existe el hambre, no es porque falta la comida. Es más, por las exigencias del mercado se llega a veces a destruirla, se tira. Lo que hace falta es un empresariado libre y de grandes horizontes, que asegure una adecuada producción, y una perspectiva solidaria, que asegure una justa distribución.

Dice también el Catecismo: «El hombre, al servirse de esos bienes, debe considerar las cosas externas que posee legítimamente no sólo como suyas, sino también como comunes, en el sentido de que puedan aprovechar no sólo a él, sino también a los demás» (n.2404). Cada riqueza, para ser buena, tiene que tener una dimensión social. En esta perspectiva, aparece el significado positivo y amplio del mandamiento «No robarás». «La propiedad de un bien hace de su dueño un administrador de la providencia» (ibíd.). Nadie es dueño absoluto de los bienes: es un administrador de los bienes. La posesión es una responsabilidad. «Pero yo soy rico en todo...» —esta es una responsabilidad que tienes. Y todo bien arrebatado a la lógica de la Providencia de Dios traiciona, traiciona en el sentido más profundo. Lo que verdaderamente poseo es lo que sé donar.


Esta es la medida para valorar cómo soy capaz de gestionar las riquezas, si bien o mal; esta palabra es importante: lo que poseo verdaderamente es lo que sé donar. Si yo sé donar, estoy abierto, entonces soy rico no sólo con lo que poseo, sino también en la generosidad, generosidad también como un deber de dar la riqueza, para que todos participen de ella. En efecto, si no soy capaz de donar algo, es porque esa cosa me posee, tiene poder sobre mí y soy esclavo de ella. La posesión de bienes es una ocasión para multiplicarlos con creatividad y usarlos con generosidad, y así crecer en la caridad y en la libertad. Cristo mismo, aun siendo Dios, «no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo» (Filipenses 2, 6-7) y nos enriqueció con su riqueza (cf. 2 Corintios 8, 9). Mientras la humanidad se fatiga para tener más, Dios la redime haciéndose pobre: aquel hombre crucificado pagó por todos un rescate inestimable por parte de Dios Padre, «rico en misericordia» (Efesios 2, 4; cf. Santiago 5, 11). Lo que nos hace ricos no son los bienes sino el amor. Muchas veces hemos sentido lo que el pueblo de Dios dice: «el diablo entra por los bolsillos». Se comienza con el amor hacia el dinero, el apetito de poseer; después viene la vanidad: «Ah, soy rico y presumo de ello»; y al final, el orgullo y la soberbia. Este es el modo de actuar del diablo en nosotros. Pero la puerta de entrada son los bolsillos. Queridos hermanos y hermanas, una vez más Jesucristo nos revela el pleno sentido de las Escrituras. «No robarás» significa: ama con tus bienes, aprovecha tus medios para amar como puedas. Entonces tu vida será buena y la posesión se convertirá verdaderamente en un don. Porque la vida no es un tiempo para poseer sino para amar. Gracias.


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Tomado de:

http://w2.vatican.va

El óbolo de la viuda



P. Adolfo Franco, jesuita.

DOMINGO XXXII 
del Tiempo Ordinario

Marcos 12, 38-44

Decía también en su instrucción: «Guardaos de los escribas, que gustan pasear con amplio ropaje, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y que devoran la hacienda de las viudas so capa de largas oraciones. Ésos tendrán una sentencia más rigurosa.» 
Jesús se sentó frente al arca del Tesoro y miraba cómo echaba la gente monedas en el arca del Tesoro. Muchos ricos echaban mucho; pero llegó también una viuda pobre y echó dos moneditas, o sea, una cuarta parte del as. Entonces, llamando a sus discípulos, les dijo: «Os digo de verdad que esta viuda pobre ha echado más que todos los que echan en el arca del Tesoro. Pues todos han echado de lo que les sobraba; ésta, en cambio, ha echado, de lo que necesitaba, todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir.» 
Palabra del Señor.


El Señor nos exhorta a que demos con generosidad

Jesús está a la puerta del templo, donde estaba el lugar en que los israelitas depositaban sus ofrendas a Dios, sus ofrendas para el Templo, y para los sacerdotes. Jesús observa no sólo la cantidad sino la calidad de las limosnas: observaba la mano que depositaba la limosna y el corazón de donde salía esa misma limosna. En un momento ve a una pobre viuda que busca y rebusca en sus pobres bolsillos, y decide echar todo lo que ha encontrado para Dios. Jesús queda admirado de la generosidad de la pobre. En cambio no le sorprende la abundancia de la limosna que depositan algunos ricos.

El diezmo era una norma establecida por Dios desde el Antiguo Testamento y que quería significar que todos los bienes de la tierra pertenecen a Dios; y que por eso el buen israelita debía reconocerlo, dándole a Dios el diezmo de todo lo que cosechara. Y los israelitas en general lo practicaban con bastante cuidado.

«El diezmo entero de la tierra, tanto de las semillas de la tierra como de los frutos de los árboles, es de Yahvé; es cosa sagrada que pertenece a Yahvé.  Si alguno quiere rescatar parte de su diezmo, añadirá un quinto de su valor. Todo diezmo de ganado mayor o menor, es decir, una de cada diez cabezas que pasan bajo el cayado, será cosa sagrada de Yahvé.  No se escogerá entre animal bueno o malo, ni se le podrá sustituir; y si se hace cambio, tanto el animal permutado como su sustituto serán cosas sagradas; no podrán ser rescatados.» (Lev 27, 30-33).

Así que el diezmo, lo que llamaríamos ahora la limosna en la Iglesia, tiene un carácter sagrado. Es la toma de conciencia de que los bienes materiales, aunque también provengan de nuestro esfuerzo, de nuestro trabajo y de nuestro ingenio, son cosa de Dios, y lo reconocemos dando a Dios una parte de eso que recibimos de El.

Naturalmente que también consideramos como dado a Dios cualquier donación que hacemos a favor de nuestros hermanos, cualquier obra de bien; porque el Señor mismo nos dice que “cuanto hicimos por un hermano necesitado, lo hicimos con El”. Y de hecho se interpretaba así igualmente en muchos casos en el Antiguo Testamento. Pero de todas formas había un especial cuidado en hacer donación al Templo, para el servicio de Dios mismo.

¿Tenemos conciencia de que la donación de parte de nuestros bienes es una obligación religiosa? Tampoco tenemos un concepto claro de lo que significa la propiedad individual de los bienes. De hecho la propiedad individual está normada por la Ley de Dios: hay un buen uso de los bienes y un mal uso; lo cual quiere decir que no podemos usar de nuestra propiedad al propio capricho, o sea que no somos dueños tan absolutos de nuestros bienes, como podríamos pensar.

Es necesario volver a subrayar esto: que los bienes que tenemos, que en última instancia vienen de Dios, debemos utilizarlos de acuerdo a la voluntad de Dios; y que una parte de esos bienes deben ser dados a Dios, o en ayuda al prójimo, o en ayuda al sostenimiento de la obra de Dios, la Iglesia.

Así que una parte de los bienes que tenemos deberíamos dárselos a Dios: en el templo o en el necesitado. Las donaciones al templo deben ser una manifestación de nuestro agradecimiento a Dios. Tienen en primer lugar un carácter sagrado. Y por eso la “colecta” en la Misa se hace en el momento en que el sacerdote ofrece el pan y el vino, que serán después consagrados. Muchas veces las personas han reducido su aporte en el templo al carácter de limosna; limosna, o sea algo que no es propiamente debido, sino algo de lo que me desprendo, simplemente porque quiero; no tenemos el sentido de deuda con Dios. Y por eso nuestras “limosnas” a la hora de la colecta en el templo son tan exiguas.

Si pintásemos la escena que narra el Evangelio de hoy, pero situada en alguna de nuestras Iglesias, esta escena estaría narrada así: Jesús desde el altar estaba viendo lo que echaban cada uno de los fieles en el momento de la colecta; y veía a uno elegantemente vestido que rebuscaba en su bolsillo, y si le salía una moneda grande, la volvía a guardar, para buscar una más pequeña; vería a otro que miraba al techo en el momento en que le ponían la bolsa de la colecta delante de su vista, para que pasasen de largo. Otros que generosamente ponían algo más grande para el Señor; vería a otros que le daban a su hijito pequeño unas moneditas, para que él las echara, porque a ellos mismos les daba vergüenza echar tan poca cosa. Y ¿qué comentario haría el Señor al ver estas escenas? Cada uno lo puede imaginar. Quizá el Señor podría decirnos en ese momento: “con la misma medida (o con la misma moneda) que midiereis seréis medidos; dad y se os dará”.



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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
Para acceder a otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.


Catequesis sobre los mandamientos, 11 / B: Nuestra vocación nupcial encuentra su plenitud en Cristo



PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles, 31 de octubre de 2018


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy quisiera completar la catequesis sobre la Sexta Palabra del Decálogo —«No cometerás adulterio»— evidenciando que el amor fiel de Cristo es la luz para vivir la belleza de la afectividad humana. De hecho, nuestra dimensión afectiva es una llamada al amor, que se manifiesta en la fidelidad, en la acogida y en la misericordia. Esto es muy importante. ¿El amor cómo se manifiesta? En la fidelidad, en la acogida y en la misericordia.

Pero no hay que olvidar que este mandamiento se refiere explícitamente a la fidelidad matrimonial y por lo tanto está bien reflexionar más a fondo sobre su significado esponsalicio. Este pasaje de la Escritura, este pasaje de la Carta de San Pablo es revolucionario. Pensar, con la antropología de aquel tiempo, y decir que el marido debe amar a la mujer como Cristo ama a la Iglesia: ¡es una revolución! Tal vez, en aquel tiempo, fue lo más revolucionario que se dijo sobre el matrimonio. Siempre en el camino del amor. Nos podemos preguntar: este mandamiento de fidelidad, ¿a quién está destinado? ¿Solo a los esposos? En realidad, este mandamiento es para todos, es una Palabra paternal de Dios dirigida a todos los hombres y mujeres.

Recordemos que el camino de la maduración humana es el recorrido mismo del amor que va desde recibir cuidado hasta la capacidad de ofrecer cuidado, desde recibir la vida hasta la capacidad de dar la vida. Convertirse en hombres y mujeres adultos quiere decir llegar a vivir la actitud nupcial y paterna, que se manifiesta en las varias situaciones de la vida como la capacidad de asumir el peso de otra persona y amarla sin ambigüedad. Es, por lo tanto, una actitud global de la persona que sabe asumir la realidad y sabe entablar una relación profunda con los demás.

¿Quién es, por tanto, el adúltero, el lujurioso, el infiel? Es una persona inmadura, que tiene para sí su propia vida e interpreta las situaciones en base al propio bienestar y a la propia satisfacción. Así que para casarse ¡no basta con celebrar la boda! Es necesario hacer un camino del yo al nosotros, de pensar solo a pensar en dos, de vivir solo a vivir en dos: es un buen camino, es un camino hermoso. Cuando llegamos a descentralizarnos, entonces todo acto es conyugal: trabajamos, hablamos, decidimos, encontramos a otros con una actitud acogedora y oblativa.

Toda vocación cristiana, en este sentido, —ahora podemos ampliar un poco la perspectiva— y decir que toda vocación cristiana, en este sentido, es nupcial. El sacerdocio lo es porque es la llamada, en Cristo y en la Iglesia, a servir a la comunidad con todo el afecto, el cuidado concreto y la sabiduría que el Señor da. La Iglesia no necesita aspirantes para el papel de sacerdotes —no sirven, mejor que se queden en casa— sino que hacen falta hombres a quienes el Espíritu Santo toca el corazón con un amor incondicional por la Esposa de Cristo. En el sacerdocio se ama al pueblo de Dios con toda la paternidad, la ternura y la fuerza de un esposo y un padre. Así también, la virginidad consagrada en Cristo se vive con fidelidad y alegría como una relación conyugal y fructífera de maternidad y paternidad.

Repito: toda vocación cristiana es conyugal, porque es fruto del vínculo de amor en el que todos somos regenerados, el vínculo de amor con Cristo, como nos ha recordado el pasaje de Pablo leído al inicio. A partir de su fidelidad, de su ternura, de su generosidad, miramos con fe al matrimonio y a toda vocación y comprendemos el sentido pleno de la sexualidad. La criatura humana, en su inseparable unidad de espíritu y cuerpo y en su polaridad masculina y femenina, es una realidad muy buena, destinada a amar y a ser amada. El cuerpo humano no es un instrumento de placer, sino el lugar de nuestra llamada al amor y en el amor auténtico no hay espacio para la lujuria y para su superficialidad. ¡Los hombres y las mujeres se merecen más que eso! Por lo tanto, la Palabra «No cometerás adulterio», aunque expresada en forma negativa, nos orienta a nuestra llamada original, es decir, al amor nupcial pleno y fiel, que Jesucristo nos reveló y donó. (cf. Romanos 12, 1).


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Catequesis sobre los mandamientos, 11 / A: No cometas adulterio



PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles, 24 de octubre de 2018


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En nuestro itinerario de catequesis sobre los Mandamientos, llegamos hoy a la Sexta Palabra, que está relacionada con la dimensión afectiva y sexual y reza: «No cometerás adulterio». La llamada inmediata es a la fidelidad, pues no hay auténtica relación humana sin lealtad y fidelidad. No se puede amar solo cuando «conviene». El amor se manifiesta cuando se da todo sin reservas. Como afirma el Catecismo: «El auténtico amor tiende por sí mismo a ser algo definitivo, no algo pasajero» (n. 1646). La fidelidad es la característica de una relación humana libre, madura, responsable. También un amigo demuestra que es auténtico cuando sigue siéndolo en todas las circunstancias; de lo contrario no es un amigo. Cristo revela el amor auténtico, Él que vive del amor sin límites del Padre y en base a esto es el Amigo fiel que nos acoge también cuando nos equivocamos y quiere siempre nuestro bien, incluso cuando no lo merecemos.

El ser humano necesita ser amado sin condiciones, y quien no recibe esta acogida lleva en sí algo incompleto, a menudo sin saberlo. El corazón humano busca llenar ese vacío con sucedáneos, componendas y mediocridades, que de amor solo tienen un vago sabor. El riesgo es el de llamar «amor» a relaciones estériles e inmaduras, con la falsa ilusión de encontrar allí un poco de luz y de vida, en algo que, en el mejor de los casos, es solo un reflejo.

Así, se sobrevalora, por ejemplo, la atracción física, que en sí misma es un don de Dios, pero que está orientada para preparar el camino a una relación personal auténtica y fiel con la persona. Como decía San Juan Pablo II, el ser humano «está llamado a la plena y madura espontaneidad de las relaciones» que «es el fruto gradual del discernimiento de los impulsos del propio corazón» (cf. Catequesis, 12 de noviembre de 1980).

La llamada a la vida conyugal requiere, por tanto, un discernimiento cuidadoso sobre la calidad de la relación y un tiempo de noviazgo para verificarla. Para acceder al Sacramento del matrimonio, los novios tienen que madurar la certeza de que en su vínculo está la mano de Dios, que les precede y les acompaña y les permitirá decir: «Con la gracia de Dios prometo serte fiel siempre». No pueden prometerse fidelidad «en la alegría y en la pena, en la salud y en la enfermedad» ni amarse y honrarse todos los días de sus vidas solo sobre la base de la buena voluntad o de la esperanza de que «la cosa funcione». Necesitan basarse en el terreno sólido del amor fiel de Dios. Y por eso, antes de recibir el Sacramento del Matrimonio, es necesaria una cuidadosa preparación, diría un catecumenado, porque se juega toda la vida en el amor, y con el amor no se bromea. No se puede definir como «preparación al matrimonio» a tres o cuatro conferencias en la parroquia; no, esta no es la preparación: esta es una falsa preparación. Y la responsabilidad de quien hace esto cae sobre él: sobre el párroco, sobre el obispo que permite estas cosas. La preparación debe ser madura y requiere tiempo. No es un acto formal: es un Sacramento. Pero se debe preparar con un verdadero catecumenado.

La fidelidad, de hecho, es un modo de ser, un estilo de vida. Se trabaja con lealtad, se habla con sinceridad, se permanece fieles a la verdad en los propios pensamientos, en las propias acciones. Una vida tejida de fidelidad se expresa en todas las dimensiones y conduce a ser hombres y mujeres fieles y confiables en todas las circunstancias.

Pero para llegar a una vida tan hermosa no basta nuestra naturaleza humana, es necesario que la fidelidad de Dios entre en nuestra existencia, nos contagie. Esta Sexta Palabra nos llama a dirigir la mirada a Cristo, que con su fidelidad puede sacar de nosotros un corazón adúltero y darnos un corazón fiel. En Él, y solo en Él está el amor sin reservas ni replanteamientos, la entrega completa sin paréntesis y la tenacidad de la acogida hasta el fondo. De su muerte y resurrección deriva nuestra fidelidad, de su amor incondicional deriva la constancia en las relaciones. De la comunión con Él, con el Padre y con el Espíritu Santo deriva la comunión entre nosotros y el saber vivir nuestros vínculos en la fidelidad.


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Catequesis sobre los mandamientos, 10 / A: No matar



PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles, 10 de octubre de 2018


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La catequesis de hoy está dedicada a la Quinta Palabra: no matarás. El quinto mandamiento: no matarás. Estamos ya en la segunda parte del Decálogo, la que se refiere a las relaciones con el prójimo; y este mandamiento, con su formulación concisa y categórica, se yergue como una muralla de defensa del valor fundamental en las relaciones humanas. Y ¿cuál es el valor fundamental en las relaciones humanas? El valor de la vida. Por eso, no matarás.

Se podría decir que todo el mal obrado en el mundo se resume en esto: el desprecio por la vida. La vida está agredida por las guerras, por las organizaciones que explotan al hombre —leemos en los periódicos o vemos en los informativos muchas cosas—, por las especulaciones sobre la creación y por la cultura del descarte y por todos los sistemas que someten la existencia humana a cálculos de oportunidad, mientras que un número escandaloso de personas vive en un estado indigno para el hombre. Esto es despreciar la vida, es decir, de algún modo, matar.

Un punto de vista contradictorio consiente también la supresión de la vida humana en el seno materno en nombre de la salvaguardia de otros derechos. Pero, ¿cómo puede ser terapéutico, civilizado, o simplemente humano un acto que suprime la vida inocente e indefensa en su florecimiento? Yo os pregunto: ¿Es justo «quitar de en medio» una vida humana para resolver un problema? ¿Es justo contratar a un sicario para resolver un problema? No se puede, no es justo «quitar de en medio» a un ser humano, aunque sea pequeño, para resolver un problema. Es como contratar a un sicario para resolver un problema.

¿De dónde viene todo esto? La violencia y el rechazo a la vida, ¿de dónde nacen, en el fondo? Del miedo. De hecho, acoger al otro es un desafío al individualismo. Pensemos, por ejemplo, cuando se descubre que una vida naciente es portadora de discapacidad, incluso grave. Los padres, en estos casos dramáticos, necesitan cercanía real, solidaridad verdadera, para enfrentar la realidad y superar temores comprensibles. En su lugar, a menudo reciben consejos apresurados para interrumpir el embarazo, es decir, es una forma de decir: «interrumpir el embarazo» significa «quitar de en medio a uno», directamente.

Un niño enfermo es como todos los necesitados de la tierra, como un anciano que necesita ayuda, como tantas personas pobres que luchan por salir adelante: él, el que se presenta a sí mismo como un problema, es en realidad un don de Dios que puede sacarme del egocentrismo y hacerme crecer en el amor. La vida vulnerable nos muestra el camino de salida, la manera de salvarnos de una existencia replegada sobre sí misma y de descubrir la alegría del amor. Y aquí me gustaría parar para agradecer, agradecer a muchos voluntarios, agradecer al voluntariado italiano fuerte que es el más fuerte que he conocido. Gracias.

¿Y qué lleva al hombre a rechazar la vida? Son los ídolos de este mundo: el dinero —mejor deshacerse de esto, porque costará— el poder, el éxito. Estos son parámetros incorrectos para valorar la vida. ¿Cuál es la única medida auténtica de la vida? ¡Es el amor, el amor con el que Dios la ama! El amor con el que Dios ama la vida: esta es la medida. El amor con el que Dios ama a toda vida humana.

De hecho, ¿cuál es el sentido positivo de la Palabra «No matarás»? Que Dios es «amante de la vida», como hemos escuchado hace poco en la lectura bíblica.

El secreto de la vida se nos ha revelado por cómo la trató el Hijo de Dios, que se convirtió en hombre, hasta asumir, en la cruz, el rechazo, la debilidad, la pobreza y el dolor (cf. Juan 13, 1). En cada niño enfermo, en cada anciano débil, en cada migrante desesperado, en cada vida frágil y amenazada, Cristo nos está buscando (cf. Mateo 25, 34-46), está buscando nuestro corazón para revelarnos la alegría del amor.

Vale la pena acoger a toda vida, porque cada hombre vale la sangre de Cristo mismo (cf. 1 Epístola de san Pedro 1, 18-19). ¡No se puede despreciar lo que Dios ha amado tanto!

Debemos decirles a los hombres y mujeres del mundo: ¡no desprecies tu vida! La vida de los demás, pero también la suya, porque el mandamiento también es válido para eso: «No matarás». A muchos jóvenes se les debe decir: ¡no despreciéis vuestra existencia! ¡Dejad de rechazar la obra de Dios! ¡Tú eres una obra de Dios! ¡No te subestimes, no te desprecies con adicciones que te arruinarán y te llevarán a la muerte!

Nadie mide la vida de acuerdo con los engaños de este mundo, pero que cada uno se acepte a sí mismo y a los demás en nombre del Padre que nos creó. Él es «un amante de la vida»: esto es hermoso, «Dios es un amante de la vida». Y todos somos tan queridos por él que ha enviado a su Hijo por nosotros. «Porque —dice el Evangelio— tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Juan 3, 16).


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Tomado de:

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