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Las parábolas sobre el Reino de los Cielos

El P. Adolfo Franco, S.J. nos comparte se reflexión sobre el Evangelio del domingo 30. "Buscar el tesoro: Dios es ese tesoro que buscamos y debemos dar todo para poseerlo." Acceda AQUÍ.

Los Retos de la Familia - 2° Parte: Una mirada a la historia reciente - El Concilio Vaticano II

Seguimos compartiendo la conferencia de Mons. Juan Antonio Reig Pla, Obispo de Alcalá de Henares sobre los retos de la familia en el contexto actual, en esta entrega iniciamos los temas con un repaso a las enseñanzas de la Iglesia sobre la familia, en esta oportunidad a través de los documentos del Concilio Vaticano II. Acceda AQUÍ.

El perdón divino: el motor de la esperanza



PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 9 de agosto de 2017



Queridos hermanos, ¡buenos días!

Hemos oído la reacción de los comensales de Simón el fariseo: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?» (Lucas 7, 49). Jesús acaba de cumplir un gesto escandaloso. Una mujer de la ciudad, conocida por todos como una pecadora, ha entrado en casa de Simón, se ha inclinado a los pies de Jesús y ha derramado sobre sus pies un aceite perfumado. Todos los que estaban allí en la mesa murmuraban: si Jesús es un profeta, no debería aceptar gestos semejantes de una mujer como esa. Aquellas mujeres, pobrecitas, que servían solo para encontrarse con ellas a escondidas, también por parte de los jefes, o para ser lapidadas. Según la mentalidad del tiempo, entre el santo y el pecador, entre lo puro y lo impuro, la separación debía ser neta.

Pero la actitud de Jesús es diversa. Desde los inicios de su ministerio de Galilea, Él se acerca a leprosos, a endemoniados, a todos los enfermos y a los marginados. Un comportamiento tal no era para nada habitual, tanto es así que esta simpatía de Jesús por los excluidos, los «intocables», será una de las cosas que más desconcertarán a sus contemporáneos. Allí donde hay una persona que sufre, Jesús se hace cargo, y ese sufrimiento se hace suyo. Jesús no predica que la condición de pena debe ser soportada con heroísmo, según el estilo de los filósofos estoicos. Jesús comparte el dolor humano, y cuando se le cruza, desde lo más íntimo prorrumpe esa actitud que caracteriza al cristianismo: la misericordia. Jesús, ante el dolor humano siente misericordia; el corazón de Jesús es misericordioso. Jesús siente compasión. Literalmente: Jesús siente temblar sus entrañas. Cuántas veces en los Evangelios encontramos reacciones parecidas. El corazón de Cristo encarna y revela el corazón de Dios, que allí donde hay un hombre o una mujer que sufre, quiere su sanación, su liberación, su vida plena.

Es por ello que Jesús abre los brazos de par en par a los pecadores. Cuánta gente perdura también hoy en una vida equivocada porque no encuentra a nadie dispuesto a mirarlo o mirarla de manera diferente, con los ojos, mejor, con el corazón de Dios, es decir mirarles con esperanza. Jesús en cambio ve una posibilidad de resurrección incluso en quien ha acumulado muchas elecciones equivocadas. Jesús siempre está allí, con el corazón abierto; abre de par en par esa misericordia que tiene en el corazón; perdona, abraza, entiende, se acerca: ¡así es Jesús!

A veces olvidamos que para Jesús no se ha tratado de un amor fácil, a bajo precio. Los Evangelios conservan las primeras reacciones negativas hacia Jesús precisamente cuando Él perdonó los pecados de un hombre (cf. Marcos 2, 1-12). Era un hombre que sufría doblemente: porque no podía caminar y porque se sentía «equivocado». Y Jesús entiende que el segundo dolor es más grande que el primero, hasta tal punto que le acoge enseguida con un anuncio de liberación: «Hijo, tus pecados te son perdonados» (v. 5). Libera esa sensación de opresión de sentirse equivocado. Es entonces cuando algunos escribas —los que se creen perfectos: yo pienso en muchos católicos que se creen perfectos y desprecian a los demás... es triste, esto...— algunos escribas allí presentes se escandalizan por las palabras de Jesús, que suenan como una blasfemia, porque solo Dios puede perdonar los pecados.

Nosotros que estamos acostumbrados a experimentar el perdón de los pecados, quizás demasiado «a buen precio», deberíamos recordar de vez en cuando cuánto hemos costado al amor de Dios. Cada uno de nosotros ha costado bastante: ¡la vida de Jesús! Él la habría dado incluso solo por uno de nosotros. Jesús no va a la cruz porque sana a los enfermos, sino por que predica la caridad, porque proclama las bienaventuranzas. El Hijo de Dios va a la cruz sobre todo porque perdona los pecados, porque quiere la liberación total, definitiva del corazón del hombre. Porque no acepta que el ser humano consume toda su existencia con este «tatuaje» imborrable, con el pensamiento de no poder ser acogido por el corazón misericordioso de Dios. Y con estos sentimientos Jesús sale al encuentro de los pecadores, que somos todos. Así los pecadores son perdonados. No solo son tranquilizados a nivel psicológico, porque son liberados del sentimiento de culpa. Jesús hace mucho más: ofrece a las personas que se han equivocado la esperanza de una vida nueva. «Pero, Señor, yo soy un trapo» — «Mira adelante y te hago un corazón nuevo». Esta es la esperanza que nos da Jesús. Una vida marcada por el amor. Mateo el publicano se convierte en apóstol de Cristo: Mateo, que es un traidor de la patria, un explotador de la gente. Zaqueo, rico corrupto —este seguramente tenía una licenciatura en sobornos— de Jericó, se convierte en un benefactor de los pobres. La mujer de Samaria, que ha tenido cinco maridos y ahora vive con otro, escucha cómo se le promete «un agua viva» que podrá manar para siempre dentro de ella (cf. Juan 4, 14). Así Jesús cambia el corazón; hace así con todos nosotros. Nos hace bien pensar que Dios no ha elegido como primera masa para formar su Iglesia a las personas que no se equivocaban nunca. La Iglesia es un pueblo de pecadores que experimentan la misericordia y el perdón de Dios. Pedro entendió más verdades de sí mismo cuando el gallo cantó, que de sus impulsos de generosidad, que le hinchaban el pecho, haciéndole sentir superior a los demás.


Hermanos y hermanas, somos todos pobres pecadores, necesitados de la misericordia de Dios que tiene la fuerza de transformarnos y devolvernos esperanza, y esto cada día. ¡Y lo hace! Y a la gente que ha entendido esta verdad básica, Dios regala la misión más bonita del mundo, es decir el amor por los hermanos y hermanas, y el anuncio de una misericordia que Él no niega a nadie. Y esta es nuestra esperanza. Vayamos adelante con esta confianza en el perdón, en el amor misericordioso de Jesús.

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Tomado de:
www.vatican.va

Los Retos de la Familia - 4° Parte: Una mirada a la historia reciente - El Pontificado de Juan Pablo II




LOS RETOS DE LA FAMILIA EN EL CONTEXTO ACTUAL

Mons. Juan Antonio Reig Pla Obispo de Alcalá de Henares Vicepresidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre el matrimonio y la familia (Sección Española)

Continuación


3. El Pontificado del Papa Juan Pablo II

El Pontificado del Papa Juan Pablo II fue el espaldarazo que necesitaba la Iglesia Católica que vivía las consecuencias de un postconcilio convulso y una gran desorientación en los temas que nos conciernen. Su primera respuesta, ya esbozada en su encíclica Redemptor hominis, vino en una doble dirección: propiciar una mirada sobre el hombre desde Cristo y fundamentar la vocación al amor en la llamada teología del cuerpo. Para ello el Papa volvía su mirada al Concilio rescatando su antropología subyacente: “Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado. Pues Adán, el primer hombre, era figura del que había que venir, es decir, de Cristo, el Señor. Cristo el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente al hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación” (GS 22).

Esta vocación del hombre es la vocación al amor que forma parte de la semejanza de Dios y por eso, como explica el mismo Concilio:

“Esta semejanza muestra que el hombre, que es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrarse a sí misma sino en la entrega sincera de sí mismo” (GS 24).

Anclado en estas enseñanzas del Concilio Vaticano II, el Papa Juan Pablo II inició las Catequesis sobre el amor humano que han sido compendiadas en el libro Varón y mujer los creó. En estas catequesis el Papa ofreció una fundamentación antropológica de la doctrina de la encíclica Humanae vitae y desarrolló desde claves bíblicas, filosóficas y teológicas la teología del cuerpo como legado para desarrollar una visión del hombre, de la sexualidad y de su vocación al amor capaz de responder a los embates de la revolución sexual.

La otra dirección, de carácter más pastoral, fue la convocatoria del Sínodo de los Obispos sobre la familia. El relator de este sínodo fue el cardenal Ratzinger y dio como resultado la exhortación apostólica Familiaris consortio. Esta exhortación hemos de considerarla como la Carta Magna de la Pastoral Familiar en la que se unen los aspectos doctrinales y las orientaciones pastorales encaminadas a promover auténticas familias cristianas que puedan llevar adelante con responsabilidad su misión. En esta exhortación apostólica el Papa instaba a todas las Conferencias episcopales a redactar un Directorio de Pastoral Familiar que sirviera de guía a las distintas diócesis. El día del atentado en la Plaza de San Pedro, San Juan Pablo II quiso anunciar la creación del “Pontificium Consilium pro Familia” y del “Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre el matrimonio y la familia” que tiene su sede central en Roma y que goza de extensiones en los cinco continentes. La sección española tiene su sede en Valencia y, desde allí ha abierto extensiones en Madrid, Castellón, Murcia y Alcalá de Henares. Su colaboración con la Conferencia Episcopal Española es estrecha y ha promovido junto a la Licenciatura en Sagrada Teología del Matrimonio y la familia, el Máster en Ciencias del Matrimonio y la Familia para licenciados, graduados y diplomados, y una Especialidad Universitaria en Pastoral Familiar que se ha ido extendiendo en varias diócesis españolas. Este Instituto fue promovido para estudiar todas las cuestiones que afectan al matrimonio y a la familia, teniendo como ejes la antropología adecuada y la ética cristiana.

La Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe de la Conferencia Episcopal Española publicó un documento resaltando la luz profética de la Encíclica Humanae vitae (Una encíclica profética: la Humanae vitae. Reflexiones doctrinales y pastorales, 1992) y antes de redactar el Directorio de Pastoral Familiar que proponía la exhortación Familiaris consortio promulgó la Instrucción Pastoral: La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad (2001). En este documento se recogen los elementos doctrinales de las Catequesis del Papa Juan Pablo II sobre el amor humano y de la propia Familiaris consortio. Los obispos españoles, contando además con la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica, ofrecieron una respuesta clara al ambiente cultural que se había creado en España y que se había concretado en la ley del divorcio (1981), la ley del aborto (1985) y las leyes que afectaban al tratamiento de los embriones y a la reproducción asistida (1988). Tanto los sacerdotes como los fieles podían encontrar un camino a seguir y una senda que iluminara los esfuerzos de las Delegaciones diocesanas de familia y vida.

Este trabajo se vio complementado con el Directorio de la Pastoral Familiar de la Iglesia en España (2003) en el que, siguiendo el eje de la vocación al amor, se ofrecen las pistas para una Pastoral Familiar renovada.



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Jesús camina sobre las aguas



P. Adolfo Franco, S.J.

DOMINGO XIX
del Tiempo Ordinario

Mateo 14,22-33

Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Al atardecer estaba solo allí. La barca, que se hallaba ya muchos estadios distante de tierra, era zarandeada por las olas, pues el viento soplaba en contra. A la cuarta vigilia de la noche vino hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, viéndolo caminar sobre el mar, se turbaron y decían: «Es un fantasma», y se pusieron a gritar de miedo. Pero al instante les habló así Jesús: «¡Tranquilos!, soy yo. No temáis.» Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti sobre las aguas.» «¡Ven!», le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, en dirección a Jesús. Pero, al sentir la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!» Jesús tendió al punto la mano, lo agarró y le dijo: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» Cuando subieron a la barca, amainó el viento. Entonces los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios.»

Palabra de Dios.


Cuando Jesús sube a la barca, la barca avanza mejor.

Esta escena del Evangelio nos muestra a Jesús caminando sobre las aguas mientras los apóstoles están en la barca remando con dificultad. Y cuando ven a Jesús venir hacia ellos desde lejos, piensan que es un fantasma y se asustan.

Se nos presentan dos mundos, el mundo de la barca, en que se avanza con dificultad y con mucho esfuerzo, y el mundo libre fuera de la barca, donde se camina sobre el mar.

Esta escena tan especial del evangelio se puede interpretar como una clave de nuestra vida, en su empeño por ascender más arriba; se puede interpretar como un símbolo de lo que es la ascensión espiritual. Nos presenta como los dos niveles de la realidad en los cuales nos situamos en esta vida los seres humanos: el nivel de la realidad mundana, o sea eso que vemos, pesamos y medimos; lo que llamamos nuestro mundo. Y el otro nivel, ese al que nos asomamos por la fe, al que accedemos al orar: el nivel de la realidad sobrenatural, la que está totalmente llena por Dios.

Volvamos a la escena: Jesús caminando sobre las aguas y los apóstoles en la barca. Nosotros vivimos, como los apóstoles, en la barca, que está flotando y está sostenida por el agua: ese es nuestro mundo. Jesús, que acaba de orar está flotando sobre el agua. Ha orado de tal forma que está viviendo en el otro nivel, en el que se flota sobre la realidad mundana. Y por eso los de la barca lo creen un fantasma. Jesús ha vivido su oración de tal forma que parece fantasma. Es el efecto de una oración elevada: su contacto con el Padre le da una vivencia, una perspectiva y una apariencia nueva. Ocurre esto mismo en la Transfiguración en que Jesús resplandecía de blancura; ocurre aquí, que vuelve de su oración y va caminando por encima de nuestras realidades de cada día, por encima del mar. Ocurre cuando, a la vuelta de una sesión de oración, los discípulos lo ven transformado y se admiran y le piden: enséñanos a orar.

Este efecto transformador de la oración, ha puesto a Jesús (que siempre vive con los pies en nuestra tierra) en otro nivel, a donde también nos quiere llevar a nosotros. Por eso en este pasaje a Pedro le dice: Ven. Y Pedro sale de la barca (de esta realidad simplemente mundana) al otro nivel, al de las realidades supremas, y le manda que camine sobre las aguas. Desde este mundo en que vivimos ahora ¿se puede acceder al nivel superior, el nivel de las realidades inmutables? ¿Puede darse la invitación de Jesús a que salgamos de la barca y a que caminemos sobre las aguas?

Toda persona, cuando la oración le introduce en el ámbito sin fronteras de la fe, de alguna manera se ha puesto a caminar sobre las aguas. Y especialmente en esa oración simple y silenciosa, en que nuestro espíritu se pone en su totalidad a la vista de Dios. Pero también la oración más común de peticiones, es salir de la barca y caminar por encima de las aguas, llamados por la voz de Jesús. Y el sostén del caminante es la fe: la fe nos sostiene al ponernos a caminar sobre el mar. Porque la oración es el ejercicio valiente y decidido de la fe.

Algunas veces se experimenta la llamada fuerte a caminar sobre las aguas. Una llamada a salir de la barca y caminar sobre la superficie del mar. Y ya no salir de la barca momentáneamente para volver a ella, sino salir de la barca para vivir caminando sobre las aguas. Alguna vez se da esta llamada y esta experiencia. Y no es para salirse de este mundo, pero sí para ver el mundo, desde encima del mar, y no simplemente desde la barca. Y ahí puede ocurrir el peligro de titubear, de tener dudas de lo que está pasando y entonces, el agua se abre debajo de los pies, y se hunde el sujeto de la experiencia. Y es que es difícil no dudar, es difícil no preguntarse por la realidad nueva que se está viviendo.

Esto por otra parte no es lo más importante de la lección de este evangelio, lo verdaderamente importante es el conocimiento de las dos realidades, y de que es fundamental que caminemos con la mirada puesta en ese “maravilloso mundo del amor de Dios”, donde se camina sobre las aguas, al que estamos llamados a llegar y a donde llegaremos para vivir asombrados.

Esta lección se puede sacar de esta escena: de una forma se ven las cosas cuando estamos dentro de la barca, y de otra forma cuando salimos de la barca para caminar sobre las olas. Desde la barca Jesús es visto como un fantasma, pero cuando se sale de la barca se le ve como el que nos salva de las olas.




Escuchar AUDIO o descargar en MP3
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
Para acceder a otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.



El trigo y la cizaña

El P. Adolfo Franco, S.J. nos comparte su reflexión sobre el Evangelio del domingo 23 de julio: "Con las parábolas el Señor nos enseña que debemos descubrir el Reino de los cielos en las parábolas de nuestra vida". Puede escucharlo en audio o descargarlo en formato MP3. Acceda AQUÍ.

Discernimiento Espiritual: Cómo discernir la acción de los espíritus

Con motivo de la fiesta de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, compartimos este artículo del P. Miguel Ángel Fiorito, S.J. sobre las reglas de discernimiento espiritual, que San Ignacio nos ofrece para la primera semana de los Ejercicios Espirituales. Acceda AQUÍ.

¿Qué es el Año Litúrgico? 24° Parte - Las fiestas del Señor

Finalizamos con esta entrega nuestra serie sobre el Año Litúrgico por el P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón, S.J., con una reseña sobre la liturgia de las principales fiestas dedicada al Señor, como el Corpus Christi, la Santísima Trinidad, el Sagrado Corazón, entre otras. Podrá acceder a todas las publicaciones en el índice general. Acceda AQUÍ.

Los Retos de la Familia - 1° Parte: Introducción

Ante el contexto actual en que vive la familia amenazada por ideologías, políticas y tendencias socioculturales, compartimos esta serie sobre los Retos de la Familia ofrecidos por Monseñor Juan Antonio Reig Pla, Obispo de Alcalá de Henares, Vicepresidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre el matrimonio y la familia (Sección Española). El texto que estaremos publicando fue pronunciado como conferencia el 8 de mayo de 2017 en la sede de la Universidad Católica San Vicente mártir de Valencia. En esta fecha tuvo lugar la conmemoración anual de la fiesta de la Virgen de Fátima, patrona del Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre el matrimonio y la familia. Acceda AQUÍ.

Santísima Trinidad: 14° Parte - La razón natural y el Misterio Trinitario

El P.Ignacio Garro, S.J. nos comparte su tema presentándonos dos tesis, sobre el misterio Trinitario, que sólo puede ser conocido por la Revelación y que no repugna a la razón natural. Acceda AQUÍ. 

La esperanza, fuerza de los mártires

Compartimos la catequesis del Papa Francisco del 28 de junio, continuando con sus temas sobre la Esperanza Cristiana, nos explica que la fuerza que reside en los mártires es esta Esperanza. Acceda AQUÍ.

Oraciones diarias para unirnos a la Red Mundial del Papa en el mes de JULIO 2017 - ClickToPray, 17 al 31

Compartimos las oraciones diarias de ClickToPray - Red Mundial de Oración del Papa, para continuar unidos en oración a lo largo del día durante Julio. Agradecemos al P. José Enrique Rodríguez S.J. Secretario Nacional del Apostolado de la Oración - Perú, por compartir este material. Acceda AQUÍ.

Oraciones diarias Click To Pray en PDF, Videos y Audios - JULIO 2017

Oremos en Julio junto al Papa Francisco a través de la Red Mundial de Oración. Podemos descargar las oraciones del mes en PDF, o acceder día a día por VÍDEO o AUDIO. Acceda AQUÍ.

Oraciones diarias para unirnos a la Red Mundial del Papa en el mes de JULIO 2017 - ClickToPray, 17 al 31

Material de ClickToPray para el mes de JULIO
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Agradecemos al P. José Enrique Rodríguez S.J.
Secretario Nacional del AO Perú por compartir este material con nosotros.



Discernimiento Espiritual: Cómo discernir la acción de los espíritus



P. Miguel Angel Fiorito, S.J.

Todos tenemos experiencia de diversos estados de ánimo: sentimos miedos, entusiasmos, depresiones, apertura a los demás, cerrazón sobre nosotros mismos… estados de ánimos diversos, desánimos, tristeza, alegría, esperanza desesperanza, coraje, cobardía.

Discernir es el arte de detectar cuáles de estos estados de ánimos nos vienen de Dios y, de una manera o de otra, nos señalan su acción en nosotros – por medio de un buen espíritu -; y cuáles no vienen de Dios – aunque sean permitidos por Él – y debemos oponernos a ellos, o no hacerle caso, porque no nos ayudan en nuestro camino hacia Dios, e incluso nos desvían de él. No se trata pues, de hacer meramente una “lectura psicológica” de esos estados de ánimo, sino una “relectura” religiosa de los mismos; “leer” en ellos la voluntad de Dios o la del “enemigo de natura humana”, como dice con frecuencia S. Ignacio (EE. 7). A continuación vamos a presentar, en “breve o sumaria declaración” las reglas de discernir ignacianas, llamadas de la Primera Semana, como introducción general al discernimiento de los espíritus en Ejercicios Espirituales.

1. Cuando nos apartamos del buen camino, el “enemigo” nos ayuda a ello, nos atrae con “placeres aparentes”, nos distrae con lo que no tiene importancia, etc, etc. En cambio, el remordimiento que brota en nuestro corazón, el disgusto por la vida de pecado que llevamos o por la tibieza en que vivimos, son señales de acción de Dios que en esa forma quiere sacarnos del “pozo” en que estamos (EE. 314).
2. Por el contrario, cuando nuestro estado es de fidelidad a Dios, generosidad con El, puede ocurrir que, de repente, nos sintamos desanimados o tristes, o nos invada la inseguridad, el miedo, la desconfianza (¿podré estar tanto tiempo viviendo tan austeramente?)... Tales estados de ánimo o preguntas nos abaten y paralizan, y se oponen a la acción que estábamos experimentando.
La acción de Dios, en cambio, cuando vamos de “bien en mejor subiendo”, nos anima a progresar en el bien, y nos da paz, alegría, fuerza (EE. 315).
Comparada la acción del buen espíritu, en el caso anterior (EE. 314) con la del malo en éste (EE. 315), se nota que el buen espíritu – en el caso anterior – nos remuerde, levantándonos hacia Dios (como en la parábola del hijo pródigo que dice: “me levantaré e iré a la casa del Padre” Lc 15, 18), mientras que, en el caso presente, el mal espíritu lo que hace es morder y entristecer… como espantándonos, poniendo “impedimentos” para que no pasemos adelante en el bien que estamos haciendo.
3. Hemos experimentado algunas veces estados de consolación, de vitalidad espiritual (EE. 316): los temores se disipan, y se experimenta una paz profunda y gozosa. Estamos animados, alegres y dispuestos al trabajo. Sobre todo sentimos la cercanía de Dios.
Cuando estamos en este estado que llamamos –con S.Ignacio- de consolación, nuestra fe se fortifica, nuestras dudas se disipan, nuestra esperanza aumenta; y nuestra visión del mundo y de los acontecimientos de nuestra vida  ordinaria, de profana, se convierte  en religiosa. Nuestra mirada sobre las personas, las instituciones, las “cosas”, se transfigura. Hacemos entrar a Dios en nuestra relación con todo lo demás, y, a su vez, en todo vemos como un reflejo de Dios.
Ese estado va acompañado de una alegría, una paz, una libertad de espíritu. Alegría de estar  con Él, de renunciar a nuestro egoísmo, de ayudar al necesitado. Alegría que puede subsistir –e incluso crecer-  con el sufrimiento físico o la prueba moral: es la anticipación de esa plenitud de gozo que tendremos con El, cuando lleguemos a la patria celestial.
4. La desolación, la depresión, es todo lo contrario de la consolación (EE. 317). En lugar de paz, turbación; en lugar de alegría, tristeza, a veces sin saber por qué, a veces sabiéndolo…o suponiéndolo.
Las señales de este estado de desolación pueden ser:
  • Oscuridad de nuestra fe, de nuestra certeza, de nuestra vocación, de nuestro sentido cristiano de la vida. Oscuridad antes las decisiones que debemos tomar, ante  la marcha de la Iglesia, de la institución a la que pertenecemos…
  • Tristeza, disgusto de todo, falta de entusiasmo por cualquier cosa, abatimiento, mal humor difuso. Este estado invade todo nuestro ser, nos oprime, imposibilita –o debilita- nuestra comunicación con los demás.
  • Inquietud, miedo, ansiedad, escrúpulos, inseguridad… Sequedad del corazón en la oración, en el apostolado: no sentimos ni el amor a Dios ni al prójimo. Una especie de vacío. En momentos álgidos, puede llegar hasta la “naúsea” de las cosas espirituales, de la vida, de Dios…
  • Atracción de los sensible, necesidad de divertirse, de distraerse, de “alienarse” en las cosas materiales. Deseo de lo sensual, de seguridad humana, de cariño y afecto humano, de vivir aburguesadamente, se pierde la confianza y la esperanza: todo se ve negro, todos obstáculos se juntan, no se ninguna salida.
5. En este tiempo de desolación, no hay que hacer cambios respecto de lo que estábamos haciendo antes de entrar en ese estado: si cuando el tiempo estaba claro, habíamos elegido un camino, por él debemos seguir, a pesar de  la oscuridad: la oscuridad, el desaliento, la turbación… son los peores consejeros (EE. 318).
6. Pero no basta no hacer cambios o mudanzas en tiempo de desolación, sino que además tenemos que tratar de cambiar nosotros en mejor instar en la oración, en la penitencia (EE: 319). Examinar qué me pudo llevar a este estado. Es conveniente romper la inercia, haciendo algo por los demás.
7. Hacer actos de fe: Dios no me abandona en las tinieblas; está siempre conmigo, aunque ahora no lo sienta (EE: 320): Puedo con el auxilio divino, que nunca me falta, resistir. Una cosa es no tener, y otra, no sentir, siempre me queda –aunque no lo sienta- el auxilio que me basta para servir a Dios … también en medio de la oscuridad.
8. Por último –y no lo último- tener paciencia. Decirse: no hay mal que dure cien años. Todo tiene un final. No hay fecha que no llegue, ni plazo que no se cumpla (EE.321). Y pensar en la próxima en la próxima consolación, que no tardará en llegar … si hago –a pesar de la oscuridad- lo que está de mi parte: Dios aprieta pero no ahoga.
9. Y ¿la causa de la desolación?. Puede ser por nuestra culpa: no aceptamos la verdad sobre nosotros mismos. No aceptamos a realidad que se nos impone. No aceptamos a los demás como son. O nuestra se ha ido debilitando, y  nos hemos resistido. O hemos ido perdiendo el sentido de nuestra vocación y de nuestra misión en la vida, y nos hemos ido dejando estar, siendo negligentes.
En otros términos más generales, hemos sido negligentes en nuestras obligaciones, en nuestro deber de estado, en nuestros compromisos con Dios y con nuestro prójimo (EE.322).
También puede ser porque, independientemente de cualquier culpa nuestra, Dios quiere probarnos “para  cuánto somos y en cuánto nos alargamos en su servicio y alabanza”, sin tantas gracias sensibles (EE.322).
Y en tercer lugar, puede ser, para “darnos verdadera noticia y conocimiento que no es de nosotros tener devoción crecida, amor intenso … mas que todo es gracia de Dios nuestro Señor” (EE. 322): nos alzamos muchas veces con las gracias de Dios, atribuyendo sus efectos a nuestro esfuerzo o a nuestro mérito. Lc. 17,10, “somos siervos inútiles hemos hecho lo que teníamos que hacer”.
Estas son las tres “causas principales… porque nos hallamos desolados” (EE. 322); pero puede haber otras, como por ejemplo que, con nuestra “desolación”, podamos reparar los pecados de otros, uniendo nuestros sufrimientos a los de Cristo nuestro Señor.
10. Cuando estamos en consolación, pensemos cómo nos comportaremos en la desolación futura (Cfr puntos 5 – 9): la alternancia de consolaciones y desolación es normal en una vida espiritual sana (EE. 323); de modo que, si no se diera esta alternancia, podría ser señal de falsa paz (Sta. Teresa, “ Moradas Terceras capítulo. 2)
11. En la consolación, debemos acordarnos de las “vacas flacas”, y ver para cuán poca cosa éramos en tiempo de desolación, sin la gracia o consolación (EE: 325). Por el contrario,  - como dijimos antes en el punto 7 -; y conviene repetirlo, por la importancia que tiene, - piense el que está en desolación que puede mucho con la gracia suficiente -, o sea, la que se tiene, pero no se siente – para resistir a todos los enemigos, tomando fuerzas en el Creador y Señor.
12. El enemigo (Satanás) se agiganta, cuando nosotros lo tememos y no le resistimos. Y se achica cuando “ponemos mucho rostro contra las tentaciones del enemigo, haciendo lo diametralmente  opuesto” (el “oppsitum per diametrum”) de lo que él nos sugiere (EE. 325).
No hay cosa peor, en la tentación que temerla. La tentación es algo normal en la vida espiritual: S. Ignacio dice que: "el que da los Ejercicios, cuando siente que al que se ejercita no le vienen algunas mociones espirituales, así como consolaciones o desolaciones, ni es agitado por varios espíritus, mucho le debe de interrogar” … (EE. 6).
Mala señal, pues, cuando no experimentamos tentaciones: lo que tenemos que hacer es no dejarnos “atropellar” por ellas. Hacerles frente con decisión. Y si la tentación crece en vez de disminuir, mala señal: no resistimos bien; pero si simplemente permanece sin decrecer, debemos seguir resistiendo, sin desalentarnos.
13. El mal espíritu trata de que sus tentaciones “sea recibidas y tenidas en secreto, y por eso cuando el que las padece las descubre a su buen confesor o a otra persona espiritual (como el director o el P. Espiritual, o superior), que conozca sus engaños, mucho lo siente, porque colige que no podrá salir con su malicia, al ser descubiertos sus engaños a otro” (EE. 326). El solo hecho de hablar con otro “objetiva”; pero si el otro tiene experiencia espiritual, la ayuda que se recibe puede ser mayor.
14. Finalmente, el enemigo “mira en torno todas nuestra virtudes, y por donde nos halla más flacos y más necesitados, por allí nos bate y procura tomarnos” (EE, 327). En este sentido, el conocimiento propio –que conseguimos con las meditaciones  que S. Ignacio llama de la Primera Semana (EE. 45 y s.s.), nos prepara para el discernimiento de los espíritus: éste no se hace  en “abstracto”, sino en uno mismo; y cada uno es atacado con más frecuencia en aquello que es más débil, o donde haya experimentado más derrotas.
15. Estas son las Reglas de discernir de la Primera Semana; pero existen otras reglas, que son de materia “más sutil” (EE. 9), que se llaman de Segunda Semana (EE. 328 y s.s.).

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Agradecemos al P. Ignacio Garro S.J. por compartir este artículo del P. Fiorito, S.J.

El trigo y la cizaña



P. Adolfo Franco, S.J.

DOMINGO XVI
del Tiempo Ordinario

Mateo 13, 24-43

Les propuso esta otra parábola: «El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró cizaña entre el trigo y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña. Los siervos se acercaron al amo y le preguntaron: ‘Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Por qué tiene entonces cizaña?’ Él les contestó: ‘Algún enemigo ha hecho esto.’ Los siervos le dijeron: ‘¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?’ Les respondió: ‘No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Ya diré a los segadores, cuando llegue la siega, que recojan primero la cizaña y la aten en gavillas para quemarla, y que almacenen el trigo en mi granero.’»
Les propuso otra parábola: «El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo. Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero, cuando crece, es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas.»
Les dijo otra parábola: «El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la mezcló con tres medidas de harina, hasta que fermentó todo.»
Todo esto dijo Jesús en parábolas a la gente, y nada les hablaba si no era en parábolas, para que se cumpliese así lo dicho por el profeta:
Abriré con parábolas mi boca, anunciaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo.
Entonces despidió a la multitud y se fue a casa. En esto se le acercaron sus discípulos y le dijeron: «Explícanos la parábola de la cizaña del campo.» Él respondió: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno; el enemigo que la sembró es el diablo; la siega es el fin del mundo; y los segadores son los ángeles. 
De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los que actúan inicuamente, y los arrojarán en el horno de fuego. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.

Palabra de Dios


Con las parábolas el Señor nos enseña que debemos descubrir el Reino de los cielos en las parábolas de nuestra vida.

Todo este capítulo de San Mateo recoge parábolas de Cristo sobre el Reino de los Cielos. El domingo pasado leíamos la parábola del sembrador; ahora tenemos la de la cizaña, la del grano de mostaza y la de la levadura.

En general en las parábolas se pone al descubierto la reflexión que Jesucristo hace sobre las actividades humanas, sobre el mundo y sus acontecimientos. Y nos hace ver cómo todos estos hechos contienen señales del Reino de los cielos: la semilla, el pescador, el buscador de tesoros, el banquete, las bodas... y tantos otros sucesos de la vida ordinaria que recogen las parábolas, encierran mensajes; el mundo y sus acontecimientos están llenos de señales, para quien sabe leerlas.

Entre todas las parábolas nos van dando la visión que Cristo mismo tiene sobre el Reino de los Cielos que El viene a instaurar: son su enseñanza sobre la vida humana, sobre la salvación, sobre los valores.

En esta parábola de la cizaña Jesús afirma la existencia simultánea del bien y del mal, en el mundo, en el campo de la Iglesia, en cada hombre. Y por otra parte se afirma claramente que Dios sólo ha sembrado buena semilla (lo cual es obvio), y de alguna forma se insinúa el problema del mal en el mundo. Pero sin entrar en este complejo tema, sí es notable la afirmación de que en el mismo campo donde Dios siembra la buena semilla, el “enemigo” ha sembrado la cizaña.

Todo ser humano tiene en su corazón buena semilla y cizaña; en el mundo hay buenos y malos, en la parte humana de la Iglesia misma se mezcla la buena semilla y la cizaña. Y esto no es una simple constatación un poco escéptica, como para encogerse de hombros, y para no reaccionar ante el mal. Es una máxima que encierra mucha sabiduría: en lo humano no hay el bien en estado puro, y no hay el mal en estado puro. A veces tenemos la tentación de dividir el mundo entre los buenos y los malos. La radicalidad de los conceptos y de los enjuiciamientos no corresponde a esta realidad de que el trigo y la cizaña están mezclados. Nadie y nada en este mundo es totalmente trigo o totalmente cizaña, nadie es completamente puro o completamente perverso. Incluso en las doctrinas más desviadas se puede encontrar algún mensaje aceptable.

Muchas veces los cristianos hemos juzgado otras doctrinas como completamente falsas y en cambio el Concilio Vaticano II, incluso al hablar de las religiones no cristianas, admite en ellas aspectos importantes de verdad. Claro que esto no nos debe apartar de la rectitud de doctrina que nos enseña la Iglesia; pero sí debe alertarnos ante condenas demasiado tajantes y apresuradas que a veces hacemos ante opiniones ajenas. Y mucho más valdría este cuidado ante otro tipo de cosas más opinables.

Y esta parábola además nos alerta contra nuestras prisas por solucionar todo pronto y de una manera contundente. Dios tiene mucha paciencia, y no va con la hoz, ni con la espada a cortar todo brote de la mala semilla; hay que esperar la hora de Dios. El apresuramiento con que quisiéramos extirpar todo el mal del mundo, es una actitud demasiado humana y poco divina. Tenemos soluciones a veces demasiado drásticas para eliminar el mal, porque nos gustaría que todo se solucionara al momento. Incluso con nosotros mismos no tenemos paciencia con nuestras limitaciones y quisiéramos cortarlas de raíz en un instante. Quisiéramos no tener sombras. Dios nos dice que somos campos donde hay un poco de todo, y nos dice que tengamos paciencia.

Es un mensaje importante para nuestras vidas: tener tolerancia con los demás  y tenernos paciencia a nosotros mismos.

Pero también en esta parábola podemos reflexionar aunque sea muy brevemente sobre el mundo creado por Dios, tan bello y tan puro (semilla buena), y la contaminación (cizaña mala) que los hombres hemos sembrado por buscar un peligroso "progreso". Dios crea un mar transparente y lo estamos llenado de residuos tóxicos. Dios creó el cielo y el aire que respiramos y estamos abriendo una brecha en la capa del ozono, y además no paramos de llenar el aire de sustancias que nos caen en forma de lluvia ácida. Dios creó las selvas para que sirvieran de pulmones al planeta, y nosotros estamos destruyendo esos pulmones. ¡Qué verdad es que Dios pone buena semilla en el campo, y el enemigo lo llena de cizaña!





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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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¿Qué es el Año Litúrgico? 24° Parte - Las fiestas del Señor



P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón, S.J.


4. Las fiestas del Señor

Además de las dos grandes fiestas de Cristo, que han dado origen a los dos ciclos litúrgicos de Navidad y de Pascua, la liturgia celebra otras solemnidades del Señor, a lo largo del año, que no pueden ser ignoradas en nuestro estudio sobre el Año Litúrgico de la Iglesia. Unas de estas fiestas son celebradas en días determinados y otras son movibles. Analicemos las unas y las otras.


La Presentación del Señor
Fiesta (2 febrero)

Según los evangelios, a los cuarenta días del nacimiento de Jesús, los padres lo llevaron al templo a fin de presentarlo a Dios conforme a la Ley de Moisés, y la Virgen María se purificó con el rito ordenado por el libro del Levítico. El anciano Simeón saludó al Niño Jesús como a “la luz de las naciones”.

Estas palabras del evangelio han hecho que antes de la misa se haya introducido la bendición y la procesión de las candelas, rito lleno todo él de poesía y simbolismo religioso.

Esta fiesta se llama popularmente la fiesta de la Candelaria, y por mucho tiempo tomó el nombre de la Purificación de María. Pero después del Vaticano II ha vuelto a ser una fiesta eminentemente centrada en el Señor para cerrar las solemnidades de la Encarnación. A mi modo de ver
la oración final de la misa nos resume magistralmente el misterio celebrado en este día:
“Por estos sacramentos que hemos recibido, llénanos de tu gracia, Señor, tú que has colmado plenamente la esperanza del justo Simeón; y así como a él no le dejaste morir sin haber tenido en sus brazos a Cristo, concédenos a, nosotros, que caminamos al encuentro del Señor, merecer el premio de la vida eterna”.

La Anunciación del Señor 
Solemnidad (25 marzo)


Nueve meses antes de Navidad celebramos la Encarnación del Hijo de Dios. Es un día de alegría para la iglesia, “pues ella reconoce que ha tenido su origen en la Encarnación del Unigénito”.

En la liturgia de la misa se nota la repetición gozosa de la confesión de la fe en el “Hijo de la Virgen”, “nuestro Redentor”, que es “Dios y hombre verdadero”.

Y la antífona de la comunión nos recuerda con emoción religiosa el fruto de esta fiesta: El Hijo de la Virgen será “Dios-con-nosotros”.


La Transfiguración del Señor
Fiesta (6 agosto)
 

La fiesta era ya conocida en Oriente en el siglo y. La fiesta de la Transfiguración nos recuerda la del Bautismo del Señor: En las dos recordamos una nube misteriosa, en las dos oímos la voz del Padre; en ésta se añade además la presencia de Moisés y Elias, personificación de la Ley y de los Profetas, que habían anunciado la muerte y la resurrección del Señor.

El misterio de la Transfiguración del Señor nos habla a todos los bautizados de “transformarnos en la imagen del Hijo, cuya gloria se nos ha manifestado hoy”, y nos recuerda que “el resplandor de la divinidad” estuvo siempre presente, aunque oculto, “en el cuerpo del Señor en todo semejante al nuestro”, y alienta a la Iglesia con la esperanza de la resurrección definitiva al revelar en Jesús “la claridad que brillará un día en todo el Cuerpo, que le reconoce como Cabeza suya”.


La Exaltación de la Santa Cruz
Fiesta (14 setiembre)

La veneración de la Santa Cruz en el 14 de setiembre comenzó en Jerusalén hacia el año 355. La Cruz es para el pueblo cristiano el signo del sacrificio de Cristo y por tanto signo también de la esperanza, que le abre ventanales hacia la vida eterna. Por eso comienza la misa de hoy diciendo:
‘‘Nosotros debemos gloriarnos en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo”.
La liturgia nos recuerda hoy las luchas llevadas a cabo entre Cristo y Satanás en el árbol de la Cruz, y de este modo “el que venció en un árbol fue vencido en un árbol por Cristo nuestro Señor".

La esperanza de la Iglesia está en que el sacrificio de la misa es el mismo, “que ofrecido en el ara de la Cruz, quitó el pecado del mundo". Movidos por esta esperanza rogamos al mismo Señor Jesucristo, que lleve “a la gloria de la resurrección a los que ha redimido en el madero salvador de la Cruz”. Y como un eco impresionante llegan hasta nosotros en la antífona de la comunión las palabras proféticas del Señor:
“Cuando yo sea levantado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí”.
La Santísima Trinidad
Solemnidad


El domingo después de Pentecostés celebra la Iglesia la solemnidad de la Santísima Trinidad. Ha terminado el ciclo de Pascua, y la liturgia nos pone ante los ojos este misterio de la Trinidad, cuyo conocimiento es el gran fruto religioso de la Muerte y de la Resurrección del Señor. Pues por este misterio Dios nos revela su profundidad más honda y nos invita a penetrar en ella mediante la intimidad diaria, con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo.

En el bautismo fuimos consagrados al culto de las Tres Personas Divinas y fuimos también capacitados para tratar a Dios como a Padre, al Hijo de Dios como a Hermano, y al Espíritu Divino, como a Consolador, Protector y Maestro. De ahí que la antífona de la comunión nos recuerde:
“Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones al Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abba! (Padre)”.
El Tiempo Ordinario, como veíamos más arriba, nos introduce en la vida cotidiana del cristiano, iluminada' por la Pascua del Señor. Me parece un acierto que al volver a recomenzar el Tiempo Ordinario después de las fiestas pascuales, la liturgia nos recuerde el misterio de la Trinidad, cuya presencia mística en el alma constituye el núcleo central de la existencia cristiana. No nos puede extrañar, que esta misma liturgia ore con humildad al Padre:
“Dios, Padre Todopoderoso, que has enviado al mundo la Palabra de la verdad y el Espíritu de la santificación para revelar a los hombres tu admirable misterio: concédenos profesar la fe verdadera, conocer la gloria de la eterna Trinidad y adorar su unidad todopoderosa”.
El conocer mística y experimentalmente “la gloria de la eterna Trinidad” hace que el cristiano todavía en este mundo sienta en sí la vida eterna, pues el Señor nos ha dicho:
“Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo” (Jn. 17,3).
Y según el mismo Juan será el Espíritu Santo el que dé testimonio en nuestros corazones de que Jesús es el Hijo de Dios (1 Jn. 5,6).


El Corpus Christi
Solemnidad

El jueves después de la Trinidad la Iglesia celebra con solemnidad el Sacramento del Cuerpo y de la Sangre del Señor, cuya institución había conmemorado en la tarde del Jueves Santo.

La fiesta del Corpus brotó en el siglo XIII de la devoción y de la piedad del pueblo cristiano hacia la Presencia del Cuerpo y de la Sangre del Señor en el Sacramento. La Procesión del Corpus fue celebrada en todas partes con gran solemnidad y regocijo del pueblo.

Hoy esta fiesta, que sigue muy de cerca a la de la Trinidad, nos viene a recordar que, para mantener en el trajín diario la “vida eterna”, la intimidad con las Personas Divinas, el 'cristiano necesita un alimento misterioso, a la manera que los judíos necesitaron del maná para no perecer de hambre en su peregrinación por el desierto.

Ese alimento es “el Cuerpo y la Sangre del Señor, signo del banquete del Reino eterno”, que se nos da "en este Sacramento admirable, Memorial de la pasión de Cristo”. El efecto del Sacramento es la paz, la unidad entre los cristianos y la intimidad de cada uno de los fieles con Cristo, que lo llena “del gozo eterno de la divinidad en esta vida mortal”.
Resumiendo todo !o dicho: la antífona de la comunión nos recuerda las palabras de Jesús:
“El que come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él, dice el Señor".

El Sagrado Corazón de Jesús 
Solemnidad

En el viernes que sigue al 2° domingo después de Pentecostés, celebramos la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, nacida como es sabido de las apariciones a Santa Margarita María.

La solemnidad del Sagrado Corazón nos viene a señalar el origen de todos los misterios celebrados a lo largo del Año Litúrgico; esta fuente original es el amor de Dios simbolizado en el Corazón Humano de Jesús. Además esta misma fiesta nos exige a todos rendir a Dios por Cristo “un homenaje de amor" y “ofrecerle una cumplida reparación, por la ingratitud constante de los hombres".

El pasaje del evangelio de San Juan sobre el Costado del Señor abierto por la lanza del soldado, recordado en la antífona de la comunión, inspira el prefacio de esta fiesta. En él se alaba a Dios “porque Cristo, Señor nuestro, elevado sobre la cruz, hizo que de su Corazón traspasado  
brotaran, con el agua y la sangre, los sacramentos de la Iglesia”.

Y así estos sacramentos, que nacieron del amor, encienden el amor. Y por eso terminamos pidiendo en la última oración de la misa, que el sacramento eucarístico ‘‘encienda en nosotros el fuego de la caridad, que nos mueva a unirnos más a Cristo, y a reconocerlo presente en los hermanos”.


Jesucristo, Rey del Universo 
Solemnidad

En el último domingo del Tiempo Ordinario la liturgia nos presenta una visión grandiosa de Jesucristo, Rey del Universo; la antífona de entrada nos hace contemplar al Rey triunfador de la muerte:
‘‘Digno es el Cordero degollado ere recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza. A él la gloria y el poder por los siglos”.
La liturgia de la misa de hoy nos presenta por una parte al Rey y por otra nos recuerda los deberes de sus vasallos.

Cristo es el fundamento de toda la creación pues ‘‘Dios quiso fundar todas las cosas en El”, es además el Redentor “que se ofrece a sí mismo en el altar de la Cruz” y que entregará a su Padre “un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”.

El Pueblo de Dios, conquistado con la sangre del Rey, debe “obedecer los mandatos de Cristo, Rey del Universo” y llevar “a todos los pueblos los bienes de la unidad y de la paz”.

Cristo es, pues, la luz que brilla al final de las rutas de todos los hombres, por eso al terminar la misa pedimos a Dios que “podamos vivir eternamente con El en el Reino del cielo”.

Los días que siguen a la fiesta de Cristo Rey nos recuerdan, a través de las lecturas evangélicas, temas relativos al final de los tiempos. El primer domingo de Adviento vuelve a insistir en el tema. De esta manera el Año Litúrgico de la Iglesia, que forma parte del tiempo terreno, ilumina los ojos de los fieles para que contemplen desde la tierra la ciudad eterna conquistada por Cristo Rey para la suyos. 


Cristo Rey

Como es sabido, la solemnidad litúrgica de Cristo Rey fue introducida en el Año Litúrgico por Pío XI el año 1925 con la Encíclica Quas Primas y mandó celebrarla en el último domingo de octubre, cuando está para finalizar el Año Litúrgico, con el fin de que "los misterios de la vida de Cristo, conmemorados en el curso del año, terminen y reciban coronamiento en esta solemnidad de Cristo Rey, y se celebre y exalte ante todo la gloria de Aquel que triunfa en todos los santos y en todos los elegidos" (Quas Primas, 23)

En este documento del Papa Pío XI hallamos unas enseñanzas llenas de interés pastoral sobre la relación entre el Año Litúrgico y la Religiosidad Popular Católica, con las que deseamos finalizar eta serie.

En su encíclica Pío XI, después de hablar en torno a los fundamentos teológicos de la realeza de Cristo, nos expone los motivos que él tiene para establecer una nueva fiesta de Cristo. Para ello nos recuerda con argumentos tomados de la historia que las fiestas anuales de los misterios de Cristo son los métodos más prácticos para instruir al pueblo en la fe; más aún, él afirma que estas fiestas son medios pastorales más eficaces que los documentos del Magisterio Eclesiástico. Porque los documentos sólo llegan a un pequeño grupo de fieles instruidos, mientras que las fiestas conmueven y enseñan a todos los fieles; aquello hablan una sola vez, las fiestas todos los años; los documentos se dirigen sólo a la mente, las fiestas hablan a la mente y al corazón, es decir, a todo el ser humano. El Pontífice termina la apología de las fiestas del Año Litúrgico con estas palabras: "Al ser el hombre compuesto de alma y de cuerpo, es preciso que sea conmovido por las solemnidades exteriores de modo que, a través de la variedad y de los ritos sagrados, reciben el ánimo las enseñanzas divinas y, convirtiéndolas en carne y sangre, haga de modo que sirva para el progreso de su vida espiritual" (Quas Primas, 15)

Como vemos, para Pío XI las fiestas litúrgicas instruyen a los católicos por medio de los símbolos, los cuales, al ser el lenguaje religioso popular por excelencia graban las enseñanzas divinas en lo más hondo del corazón, las amasan con la carne y sangre del ser humano y las convierten en alimento de vida cristiana para los fieles. Difícilmente hallaremos expresiones que describan con más realismo el poder evangelizador del Año Litúrgico para con las masas populares católicas.

Estas palabras luminosas del Papa Pío XI tal vez puedan servirnos hoy a nosotros, que deseamos evangelizar la religión del pueblo "siempre y de nuevo" y buscamos un diálogo a partir de los últimos eslabones dejados por los evangelizadores de antaño "en el corazón de nuestro pueblo" (Puebla 457) pero que no sabemos por donde empezar.

A mi modo de ver, la celebración consciente y activa del Año Litúrgico en nuestra parroquia será siempre uno de los medios pastorales más privilegiados, para ir consiguiendo, poco a poco, que la piedad popular de nuestros fieles sea purificada, completada y dinamizada por el Evangelio y para empalmar vitalmente con la evangelización de misioneros de tiempos pasados.

AMDG




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Bibliografía: P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón S.J. Año Litúrgico y Piedad Popular Católica. Lima, 1982