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La Misa: 8° Parte - El culto estacional romano

P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón, S.J.


A partir del siglo IV la misa romana, presidida por el Papa, a pesar de las invasiones de los bárbaros y otras calamidades, movilizó de forma avasalladora al pueblo e hizo vibrar sus fibras religiosas más profundas.

Al lado de las misas dominicales, tenidas en los templos parroquiales de la ciudad para sus respectivos barrios, saltaban a primer plano las solemnes funciones religiosas comunes para toda la población, en las que oficiaba el Papa en la Iglesia elegida por él como Statio con asistencia de la corte papal, de los nobles y del pueblo de todos los barrios de Roma.

Estos cultos papales fueron puestos por escrito y de ahí nacieron los diversos libros litúrgicos romanos:

El Sacramentarium era el libro del altar; en él estaban las oraciones de cada misa y los prefacios de las diversas solemnidades. Para las lecturas se usaban el Apostolus y el Evangelium. El Catatorium era el libro del salmista que dirigía el canto responsorial entre las lecciones y de los cantores que acompañaban las procesiones de entrada, de ofertorio y de comunión. Por último los Ordines eran los libros de los maestros de ceremonias.

Por estos Ordines conocemos hoy todos los ritos de la misa estacional del Papa, los cuales fueron evolucionando poco a poco a lo largo de los años y de los siglos. Cuando la Misa papal había llegado a su máximo esplendor y popularidad, se tenía de la manera siguiente:

El Papa salía a caballo de su palacio pontificio en Letrán para dirigirse a la iglesia estacional del día y era acompañado de un grupo de personas que formaban una procesión solemnísima:

Precedían  a pie los acólitos y a caballo los siete diáconos de las siete regiones de Roma; seguían al Papa también a caballo los altos funcionarios de su corte.
Antes de que el Papa llegara a la Iglesia estacional ya habían llegado a ella siete procesiones que habían salido de las siete regiones de la ciudad. En cada una de estas procesiones marchaban a la cabeza una cruz de plata y los fieles cantaban las letanías de los santos y otros cantos religiosos.

En la puerta de la Iglesia estacional el Pontífice era recibido por los representantes de la misma. El resto del clero romano había tomado asiento en la sillería que rodeaba el altar en semicírculo; el pueblo venido delas siete regiones de Roma en sendas procesiones llenaba las naves del templo. El Papa era conducido a la sacristía, situada junto a la puerta de la basílica; allí se revestía de los ornamentos sagrados, y cuando se ponía en marcha la procesión hacia el altar, formada por clérigos con cirios e incienso que acompañaban al Papa, los cantores entonaban el Introitum. Al llegar frente al altar el Papa se postraba en silencio, homenaje mudo a la Majestad Divina; una vez levantado besaba el libro del Evangelio y se dirigía a su cátedra. Allí permanecía durante la liturgia de la Palabra.

Se leían sólo dos pasajes de la Escritura; entre las dos lecturas se cantaba el salmo gradual. La lectura del Evangelio era acompañada de gran solemnidad: el diácono se acercaba a la sede del Papa y le besaba el pie; recibía de él la bendición, tomaba del altar el libro del Evangelio, lo besaba y precedido del incensario y delos ciriales se dirigía al ambón, desde donde proclamaba el texto evangélico ante toda la asamblea puesta en pie.

Durante el ofertorio los cantores entonaban el canto propio mientras todos los presentes, incluido el Papa, hacían sus ofrendas de pan, vino y dinero. Al finalizar el ofertorio el Papa recitaba la oración de las ofrendas.

Va el Papa al altar y de cara al pueblo comenzaba la Oración Eucarística. Una vez que iniciaba la fracción del pan volvía a su sede y allí recibía el sacramento del pan y del vino; seguía la comunión del clero y de los fieles, mientras los cantores entonaban el canto propio de la comunión. Acabada ésta, el Papa recitaba la pos-comunión, un diácono cantaba el Ite Missa est y el pueblo respondía Deo Gratias. En seguida se formaba la procesión que acompañaba al Papa hasta la sacristía.

Al hacer una valoración de la misa papal de aquellos siglos el P. Jungmann escribe:

“No podemos negar que, visto en conjunto este cuadro, saca uno la impresión de una unidad grandiosa en medio de tanta variedad. Una gran sociedad, heredera de una cultura milenaria, ha encontrado su última expresión en la Iglesia, y, por otra parte, ha comunicado al culto de la Iglesia el esplendor de sus nobles tradiciones” (Jungmann, p. 111-112)


De esta manera la misa papal de aquellos siglos vino a ser para el pueblo romano una parte integrante de su existencia terrena y por consiguiente fue popular en sumo grado para todos los niveles sociales de la Roma de entonces.



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Referencia bibliográfica: P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón, S.J. "La Misa en la religión del pueblo", Lima, 1983.

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