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¿Qué es el Año Litúrgico? - 4° Parte


P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón, S.J.




2. EL DOMINGO
    Continuación

2.2.   ESPIRITUALIDAD


El estudio de la espiritualidad del domingo es de importancia capital para captar el sentido religioso del Año Litúrgico, pues según el Concilio Vaticano II “el domingo es el fundamento y el núcleo de todo el año litúrgico” (SC. 106). La espiritualidad del domingo la podríamos estudiar en estos siguientes apartados:
Presencia del Resucitado en la comunidad creyente con sus poderes mesiánicos.
Liberación del trabajo, símbolo del descanso mesiánico.

Presencia del Resucitado en la comunidad creyente

Como queda dicho, el domingo hunde sus raíces en los pasajes evangélicos de la Resurrección. En ellos por lo tanto hemos de hallar la manera de presencia, con que Jesús Resucitado sigue visitando a los suyos en las reuniones litúrgicos de los domingos.

Los evangelistas nos narran apariciones de Jesús Resucitado a los suyos el día de la resurrección y a los ocho días. En ellas podemos descubrir los rasgos siguientes:

Los discípulos se reúnen llenos de miedo, desesperanzados y dudosos de las visiones tenidas y narradas por las mujeres. En esta situación Jesús Resucitado se hace presente y mostrando sus llagas gloriosas sitúa la cruz de modo misterioso en el centro de aquella reunión religiosa. El Resucitado despierta en ellos fe, esperanza y alegría, come con ellos, los instruye para la misión apostólica, los anima para emprender la evangelización (Lc. 24,13-53; Jn. 20,19-29)

Los apóstoles tomaron conciencia de que la reunión dominical de los cristianos era la continuación de la experiencia tenida por ellos de la Resurrección del Señor, pues en estas reuniones litúrgicas dominicales el mismo Jesús Resucitado se hacía presente a la comunidad de los fieles en forma sacramental y mistérica (Hechos 20,7-12)

De ahí que la legislación eclesiástica muy pronto mandaba al obispo recordar a los fieles la importancia de acudir a las reuniones litúrgicas de los domingos. Así la Didascalia de Siria escrita hacia el año 200 dice el obispo:

“Enseña al pueblo por preceptos y exhortaciones a frecuentar la asamblea y a no faltar jamás a ella; que estén siempre presentes, que no disminuyan la Iglesia con su ausencia, y que no priven al Cuerpo de Cristo de uno de sus miembros; que cada uno reciba como dirigida a sí y no a los demás las palabras de Cristo: “Quien no recoge conmigo, desparrama” (Mt. 12,30) Por ser miembros de Cristo no debéis dispersaros fuera de la Iglesia, no congregándoos. Ya que nuestro Jefe, Cristo, se hace presente, según su promesa, y entra en comunión con nosotros, no os despreciéis a vosotros mismos, y no privéis al Salvador de sus miembros, no desgarréis, no disperséis su Cuerpo” (II, 59,1-3)
La promesa aludida del Salvador en este pasaje es el texto de San Mateo: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (18,20) Por eso ya la carta a los Hebreos exhortaba a los fieles a no abandonar “nuestra asamblea, como lo hacen algunos” (10,25) Pero el llamado a concurrir a la asamblea se hacía, como hemos visto, en virtud de una razón religiosa, pues el Señor Jesús se comunica a sus fieles de modo eminente en la asamblea dominical. Y precisamente la presencia del Señor Resucitado en medio de los suyos, sentida y compartida, hace que la asamblea dominical sea una reunión festiva envuelta en un ambiente de alegría, pues con Cristo toda la comunidad litúrgica penetra por la esperanza en “la ciudad del Dios vivo, en la Jerusalén de arriba, en la asamblea de los primogénitos inscritos en el cielo” (Hebreos 12,22-24)

Y es que la presencia de Jesús Resucitado en medio de los suyos despierta y alienta en ellos la fe, la esperanza y la caridad mediante los poderes mesiánicos de su Palabra iluminadora y de sus Obras salvadoras, hechos presentes de nuevo en la Liturgia de la Palabra y en la Liturgia del Sacramento.

Estos poderes mesiánicos son los que hacen posible que el pobre, el débil, el minusválido en el espíritu pueda llegar a ser un cristiano de santidad heroica.
San Lucas nos dice que la nueva asamblea creada por Cristo admite “a los pobres, tullidos, ciegos y cojos” (Lc. 14,21), en contraposición a la comunidad litúrgica judía, la cal excluía del Templo a los “cojos y ciegos” (2 Sam. 5,6) Y la razón de esta diferencia la hallamos en que Cristo tiene el poder de iluminar, curar y enriquecer con su Palabra y con sus Sacramentos.

El símbolo más bello de la iluminación y de la cura espirituales obtenidas por la presencia misteriosa del Señor es la colecta que se hace en la asamblea litúrgica con el fin de ayudar al prójimo necesitado. Esta colecta ya era recomendada por San Pablo, y fue descrita en toda su profundidad religiosa por San Justino:
“Los que tienen y quieren, cada uno según su libre determinación dan lo que bien les parece, y lo recogido se entrega al presidente, y él socorre de ello a los huérfanos y viudas, a los que están en la cárcel, a los forasteros de paso y, en una palabra, él se constituye provisor de cuantos se hallan en necesidad” (Apolog. 1°,67)


Y es que para los cristianos de las primeras generaciones el símbolo inequívoco de que uno amaba a Dios con todo su corazón era la caridad eficaz y dadivosa con el prójimo (1Jn.3,17; 4,20) La asamblea dominical tiene una finalidad, cual es despertar más y más en los fieles “una fe que actúa por la caridad” (Gal. 5,6) Y esta caridad activa, símbolo elocuente de la fe religiosa, es comunión, es paz, es ayuda espiritual y material al prójimo necesitado y desamparado, visto como una imagen del mismo Jesús (Mt. 25,31-46)


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Bibliografía: P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón S.J. Año Litúrgico y Piedad Popular Católica. Lima, 1982

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