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Jesús de Nazaret - 10º Parte

P. Ignacio Garro, S.J.

SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA


11. La Ascensión de Cristo Resucitado a los Cielos



Es un artículo de fe, que aparece en los símbolos más antiguos como parte esencial de la exaltación - glorificación de Cristo. En ella se expresa el señorío de Cristo sobre toda la creación, la plenitud de su vida y de su poder, es el Rey del Universo.

La Ascensión, en el símbolo de la fe, va unida a la expresión: "sentado a la derecha de Dios Padre, todopoderoso", en cuanto que participa de la soberanía y plenitud de Dios Padre, "que le ha entregado todo poder en el cielo y en la tierra" , Mt 28, 18.

El Concilio Vaticano II, en la Constitución Sacrosanctum Concilium, nº 5 dice: "La obra de la Redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, que tuvo su preludio en las admirables gestas divinas obradas en el Antiguo Testamento, ha sido realizada por Cristo Señor, especialmente por medio del Misterio Pascual de  su santa Pasión, Resurrección, y gloriosa Ascensión, misterio con el que muriendo ha destruido nuestra muerte y resucitando nos ha devuelto la vida".

La Ascensión nos la describe S. Lucas en Hech 1, 9-14, y también Mc 16, 19. Los relatos de la Ascensión Mc 16, 19; Lc 24, 50-53, le dan particular relevancia en cuanto ligada a la última aparición del Resucitado, cerrándose así un período de convivencia y de instrucción con los apóstoles.

La Ascensión puede calificarse como la otra cara o la culminación aquí en la tierra del hecho de la Resurrección. A partir de ese momento Cristo estará para siempre ante el Padre intercediendo por nosotros los hombres y rogando por nuestra salvación. «Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al Cielo y se sentó a la diestra de Dios» (Mc 16, 19).  El cuerpo de Cristo fue glorificado desde el instante de su Resurrección como lo prueban las propiedades nuevas y sobrenaturales, de las que desde entonces su cuerpo disfruta para siempre. Pero durante los cuarenta días en los que él come y bebe familiarmente con sus discípulos  y les instruye sobre el Reino, su gloria aún queda velada bajo los rasgos de una humanidad ordinaria.

Esta última etapa permanece estrechamente unida a la primera, es decir, a la bajada desde el cielo realizada en la Encarnación. Sólo el que «salió del Padre» puede «volver al Padre» : Cristo. «Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre» (Jn 3, 13).

«Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32). La elevación en la Cruz significa y anuncia la elevación en la Ascensión al cielo. Es su comienzo. Jesucristo, el único Sacerdote de la Alianza nueva y eterna, no «penetró en un Santuario hecho por mano de hombre..., sino en el mismo cielo, para presentarse ahora ante el acatamiento de Dios en favor nuestro» (Hb 9, 24).

En el cielo, Cristo ejerce permanentemente su sacerdocio. «De ahí que pueda salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor» (Hb 7, 25). Como «Sumo Sacerdote de los bienes futuros» (Hb 9, 11), es el centro y el oficiante principal de la liturgia que honra al Padre en los cielos.

Cristo, desde entonces, está sentado a la derecha del Padre. Por derecha del Padre entendemos la gloria y el honor de la divinidad, donde el que existía como Hijo de Dios antes de todos los siglos, como Dios y consubstancial al Padre, está sentado corporalmente después de que se encarnó y de que su carne fue glorificada.

Sentarse a la derecha del Padre significa la inauguración del reino del Mesías, cumpliéndose la visión del profeta Daniel respecto del Hijo del hombre: «A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás» (Dn 7, 14). A partir de este momento, los apóstoles se convirtieron en los testigos del «Reino que no tendrá fin».


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Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.


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