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Jesús de Nazaret - 4º Parte

P. Ignacio Garro, S.J.
Seminario Arquidiocesano de Arequipa


1.20. Los Misterios de la vida pública de Jesús

1.20.1. El Bautismo de Jesús


El acontecimiento se desarrolló entre una multitud de pecadores, publicanos y soldados, fariseos y saduceos y prostitutas viene a hacerse bautizar por él. Era un bautismo penitencial, no de iniciación a una nueva vida. «Entonces aparece Jesús». El Bautista duda. Jesús insiste y recibe el bautismo. Jesús se presenta ante Juan el Bautista como el Siervo de Yahveh sufriente que carga sobre sus hombros los pecados del mundo. Juan proclamaba «un bautismo de conversión para el perdón de los pecados» (Lc 3, 3). Con este acontecimiento se indica el comienzo de los tiempos mesiánicos y el comienzo del ministerio publico de Jesús. El bautismo en el Jordán es concebido como una unción en el Espíritu Santo que prepara a Jesús para cumplir la función del Siervo de Yahvé en su condición de Mesías e Hijo de Dios. Tres momentos destaca la tradición evangélica en este suceso del comienzo de la vida pública de Jesús:

  1. La Teofanía se anuncia con la apertura del mundo celestial, Marcos alude a un “desgarramiento” de los cielos, Mc 1, 10: “En cuanto (Jesús) salió del agua, vio que los cielos se rasgaban...”.
  2. “... y que el Espíritu, en forma de paloma bajaba a El”. Mc. 10, 10. El Espíritu que desciende sobre Jesús no dice solamente relación con los sucesos de la Historia de la salvación, como en los oráculos del Siervo de Yahvé de Isaías11, 1 y s.s, El será defensor de los débiles, liberará a los cautivos, los pobres serán evangelizados y se les anunciará  la Buena Nueva del Reino de Dios.
  3. Jesús oye, al salir de las aguas, esta declaración del Padre: “Y se oyó una voz que venía del cielo: “Tú eres mi Hijo amado en quien me complazco”, Mc 1, 11. De esta manera se hace resaltar la manera mesiánica de Jesús como verdadero Hijo de Dios. Jesús bautizado puede ahora dirigirse a Dios llamándolo “Abba” = Padre, pues Jesús es Hijo por naturaleza y es enviado para salvar a todo el género humano.


El bautismo de Jesús es, por su parte, la aceptación y la inauguración de su misión de Siervo doliente. Se deja contar entre los pecadores; es ya «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29); anticipa ya el «bautismo» de su muerte sangrienta. Viene ya a «cumplir toda justicia» (Mt 3, 15), es decir, se somete enteramente a la voluntad de su Padre: por amor acepta el bautismo de muerte para la remisión de nuestros pecados. A esta aceptación responde la voz del Padre que pone toda su complacencia en su Hijo. El Espíritu que Jesús posee en plenitud desde su concepción viene a «posarse» sobre él. De él manará este Espíritu para toda la humanidad. En su bautismo, «se abrieron los cielos» (Mt 3, 16) que el pecado de Adán había cerrado; y las aguas fueron santificadas por el descenso de Jesús y del Espíritu como preludio de la nueva creación.

Por el bautismo, el cristiano se asimila sacramentalmente a Jesús que anticipa en su bautismo su muerte y su resurrección: debe entrar en este misterio de rebajamiento humilde y de arrepentimiento, descender al agua con Jesús, para subir con él, renacer del agua y del Espíritu para convertirse, en el Hijo, en hijo amado del Padre y «vivir una vida nueva» (Rm 6, 4):

1.20.2. Las Tentaciones de Jesús

Los evangelios Mt 4, 1-11; Mc 1 12-13; Lc 4, 1-13, hablan de un tiempo de soledad de Jesús en el desierto inmediatamente después de su bautismo por Juan: «Impulsado por el Espíritu» al desierto, Jesús permanece allí sin comer durante cuarenta días; vive entre los animales y los ángeles le servían. Al final de este tiempo, Satanás le tienta tres veces tratando de poner a prueba su actitud filial hacia Dios. Jesús rechaza estos ataques que recapitulan las tentaciones de Adán en el Paraíso y las de Israel en el desierto, y el diablo se aleja de él «hasta el tiempo determinado» (Lc 4, 13). Esta experiencia espiritual de la tentación Jesús nos enseña que:
  • Nadie está libre de ser tentado
  • Que la tentación se puede vencer, como lo hizo Jesús, adhiriéndose más fuerte a la voluntad del Padre
  • Por eso Jesús nos enseñó a orar diciendo: “y no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal, o del Maligno”.


1.20.3. Los evangelistas indican el sentido salvífico de este acontecimiento misterioso

Jesús es el nuevo Adán que permaneció fiel allí donde el primero sucumbió a la tentación. Jesús cumplió perfectamente la vocación de Israel: al contrario de los que anteriormente provocaron a Dios durante cuarenta años por el desierto. Cristo se revela como el Siervo de Dios totalmente obediente a la voluntad divina. En esto Jesús es vencedor del diablo; él ha «atado al hombre fuerte» para despojarle de lo que se había apropiado. La victoria de Jesús en el desierto sobre el Tentador es un anticipo de la victoria de la Pasión, suprema obediencia de su amor filial al Padre.

La tentación de Jesús manifiesta la manera que tiene de ser Mesías el Hijo de Dios, en oposición a la que le propone Satanás y a la que los hombres le quieren atribuir. Por eso Cristo ha vencido al Tentador en beneficio nuestro: «Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado» (Hb 4, 15). La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto.


1.20.4.  «EL  REINO DE DIOS está cerca»

«Después que Juan fue preso, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva"» (Mc 1, 15). Cristo, por tanto, para hacer la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el Reino de los cielos. Pues bien, la voluntad del Padre es elevar a los hombres a la participación de la vida divina.  Lo hace reuniendo a los hombres en torno a su Hijo, Jesucristo. Esta reunión es la Iglesia, que es sobre la tierra el germen y el comienzo de este Reino.

1.20.5. El anuncio del Reino de Dios

En la carta de los Hebreos se nos dice: "Dios, que en otros tiempos había hablado en muchas ocasiones por medio de los profetas, últimamente, en estos días, nos ha hablado por su Hijo", Hbr 1, 2. Por eso Jesús, la Palabra misma del Padre encarnada, comenzó su misión pública con estas palabras: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca, convertíos el Reino de Dios está cerca", Mc.1,15.

El contenido del anuncio proclamado por Cristo es: la buena nueva de la salvación, la proximidad del advenimiento del Reino de Dios, Lc 4, 43, y de la venida del Salvador. Lc 2, 10.

El mensaje del Reino de Dios: Los evangelistas sinópticos concuer­dan en que el tema primario de la predicación de Cristo era el "Reino de Dios". "Enseñaba en las sinagogas y proclamaba el evangelio del reino", Mt 4, 23, que "es el evangelio de Dios". Mc 1, 14. Jesús "les dijo: también en las otras ciudades tengo que evangelizar el Reino de Dios, porque para esto he venido". Lc 4, 43.

Este Reino no es de una dimensión geográfica, ni política, sino religiosa y moral; es la sujeción del hombre al dominio de Dios: esto, no es una esclavitud dura a un señor tiránico sino la aceptación libre y alegre de la acción amorosa y benéfica de Dios Padre.

Porque el Reino de Dios anunciado por Cristo es la cercanía de Dios en la soberanía de su amor de Padre, cuya consecuencia es un estado de paz, libertad y felicidad, cual sólo puede otorgarlas el poder y la bondad de Dios. Reino de Dios es, por lo tanto, la acción salvífica de Dios y su aceptación por el hombre, y, por consiguiente, es la salvación, objeto de las esperanzas del hombre; salvación incoada en este mundo para consumarse en el eón futuro y eterno.


1.20.6. Características del Reino de Dios

1. La conversión del corazón como la invitación a un cambio de vida. 

El mensaje de Jesús tiene un marcado carácter de urgencia. El Reino de Dios no cabe sino aceptarlo o rechazarlo. Por eso al principio de su predicación empieza la invitación tajante: "Convertíos y creed en el evangelio", Mc 1, 15. Y declara que “es preciso hacerse violencia para entrar en el Reino de Dios”, Mt 11, 12.

Jesús sabe muy bien que el mensaje que él predica está en contra de las apetencias hedonistas de la sociedad que le rodea, y por ello declara en su discurso las bienaventuranzas como condición para entrar en el reino de Dios que él anuncia. Mt 5, 1, s.s.

Las exigencias morales para entrar en el Reino de Dios y vivir en él son altas y aún paradójicas pues parecen estar en contra de las normales apetencias humanas: Cristo exige espíritu de sacrificio, de mansedumbre, de desprendimiento, de perdón y de amor, incluso hacia los enemigos. Todo esto resulta algo sobrehumano, pero, con todo, declara que no cabe sino aceptar estas condiciones en bloque o rechazarlas. No hay término medio, porque el que no está con El, está contra El, Mt 12, 30.

Y El ha venido a traer no la paz sino la espada. Mt 10, 34; pues va a ser signo de contradicción en la historia: "para que se abran los pensamientos de muchos corazones", Lc 2, 34‑35.

En efecto, Cristo, con estilo profético apremia a sus oyentes para entrar en el Reino de Dios empezando por practicar una sincera penitencia: "Haced penitencia en saco y ceniza", Mt 11, 21 s.s. Jesús pide la compunción del corazón, Lc 15, 11,s.s, es decir, la vuelta de los sentimientos de hijos de Dios. Para ello el hombre debe de liberarse de la atracción de las riquezas; Mt 6, 24, de la sensualidad, Lc 7, 50, del odio hacia sus hermanos, Mt 6, 12, manifestando sentimientos de plena magnanimidad y de perdón, sin distinción de raza ni de clase social. Mt 17, 22. 

Así, la conversión y la fe son en Jesús las dos caras la misma postura fundamental. Sólo quien se convierte puede formarse la creencia de que el tiempo de salvación ha llegado ya, y adquiere la disposición para cumplir la voluntad de Dios conforme a la exigencia predicada por Cristo.

El mensaje de Cristo supone "una nueva justicia", que debe ser superior a la de los escribas y fariseos: "Si vuestra justicia no fuera mejor que la de los escribas y fariseos, no podréis entrar en el Reino de los cielos". Y por ello propone: "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto", Mt 5, 48. Y todas las cosas deben de estar subordinadas a este ideal. "Buscad el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura", Mt.6,33.

Por eso, nos invita a pedir: "Venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo", Mt 6, 9‑13. Y sabe, también, que este "Reinado" pleno no se dará en este mundo, en el que siempre estarán mezclados el trigo y la cizaña. Mt 13, 24. Pero Jesús, no es un idealista desconectado de la dura realidad que le rodea, más bien conoce muy bien las complejidades del corazón humano y sus debilidades innatas, por eso, proclama que entremos por la puerta estrecha, dificultosa y cuesta arriba que lleva a la salvación, Mt 7, 13-4.

Jesús mismo se considera como el modelo en el camino hacia el Reino de Dios, y puesto que El ha cumplido su misión en la renuncia y el sufrimiento, los que le quieran seguir deben también "tomar la cruz", negándose a sí mismo Mc 8, 34: Incluso hay que estar dispuesto a perder la propia vida en aras de los intereses del Evangelio. Mc 8, 35. Jesús identifica a su persona con el Reino de Dios y en el momento solemne del juicio final, que abre la perspectiva del Reino de Dios en su dimensión escatológica, Jesús con el Padre decide la suerte de los hombres.

2. El Reino de Dios como realidad salvífico‑mesiánica. 

Jesús es consciente de su condición de Mesías, y como tal proclama que con El se inaugura el Reino de Dios. Prueba de ello es que ha empezado a remitir el poder de Satanás: "Si yo arrojo los demonios por el Espíritu de Dios, luego ha llegado a vosotros el Reino de Dios", Mt 12, 27.

Para Jesús, el Reino de Dios en su dimensión salvífico‑mesiánica está ya en marcha; por eso se enfrenta con las clases dirigentes judías que ni entran en el Reino de Dios ni dejan entrar en él y les dice: "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!, porque cerráis a los hombres el acceso al Reino de los cielos, pues ni entráis ni dejáis entrar", Mt 23, 13.

En contraposición a esta actitud de los autosuficientes fariseos, dice a sus discípulos: "No temáis, rebañito, porque plugo a vuestro Padre daros el Reino", Mt 12, 32. Y les anima: "Más bien, buscad su Reino, y todo lo demás se os dará por añadidura", Lc 12, 31. "A vosotros ha sido dado conocer el misterio del Reino de Dios", Mt 13, 44. Y a los niños, por su inocencia: "les pertenece el Reino de Dios", Mc 10, 14; es más, los mismos pecadores arrepentidos pueden entrar en él, con preferencia a los orgullosos fariseos, "los publicanos y prostitutas os precederán en el Reino de los cielos",  Mt 21, 31.

De este modo, Jesús anuncia el Reino de Dios como una realidad dinámica espiritual que está ya en marcha y ha sido inaugurada con su mensaje. No es una transformación repentina de las almas que se impone de una manera aparatosa, ni una mera evolución natural que parte de uno mismo, sino que es una iniciativa que parte del Padre que se hace presente con la vida de Jesús, que se enfrenta al poder de Satán. En efecto el mensaje de Jesús es, ante todo, una oferta de salvación, de rehabilitación espiritual ante Dios que perdona, olvida y ama.

Jesús brinda una oportunidad de salvación, que exige una decisión, un cambio de vida, una entrega confiada a su mensaje de salvación que comunica de parte del Padre, por eso exclama: "Si al menos en este día conocieras lo que conviene a tu paz", Lc 19, 42. Je­sús es consciente de ser el Salvador de este Reino de Dios, y como tal, ha actuado en su vida predicando, llamando a  penitencia, curando enfermos, expulsando demonios, resucitando a los muertos.

Frente a la expectación anhelante de una manifestación espectacu­lar del Reino de Dios, preparada por el advenimiento del Mesías, como se esperaba entonces, Jesús declara claramente: el Reino de Dios no viene con ostentación, ni podrá decirse, ¡helo aquí o allí! : "porque el Reino de Dios está dentro de vosotros", Lc 17, 20.s.s. Es como un grano de mostaza, o como la levadura en una masa de pan; es un germen sobrenatural que Jesús ha depositado en la sociedad de su tiempo, es un don divino, por eso sólo Dios conoce su misterio y al fin de los tiempos tendrá una manifestación decisiva.

En realidad Cristo es el punto de unión de los dos perspectivas :
  • Mesiánica ,  porque en Cristo se ha realizado la promesa hecha a David.
  • Escatológica, porque con Cristo se ha inaugurado "ya" el Reino de Dios "pero todavía no" se ha consumado.


Jesucristo, como Mesías, inaugura la comunidad salvífico‑mesiánica que encontrará su plenitud en la etapa definitiva del Reino escatológico. Entre ambas etapas (la del presente y el futuro) hay una tensión escatológica no de oposición sino de continuidad y de plenitud.


1.20.7. Exigencias espirituales y morales para entrar en el Reino de Dios

1. Conversión profunda

Los evangelios resumen las exigencias de Jesús cuando anuncia el advenimiento del "Reino de Dios" diciendo: "Convertíos y creed en el evangelio", Mc 1,15. "Conversión", sólo así es posible hacerse digno del "Reino de Dios". Ahora bien, lo primero que pide la conversión es aborrecer el pecado, y una vez apartado del pecado aceptar un programa de vida a base de la práctica de determinadas virtudes y la adhesión incondicional a la persona y al mensaje de Cristo.

Otra de las características es la reconocer la paternidad divina  y esto dentro de una actitud filial. Jesús les enseña a sus discípulos a decir "Padre nuestro", contrario al Dios lejano y distante del Monte Sinaí. Ex 19, 18. La imagen que presenta Jesús, del Padre, y de nuestro Padre es la del Dios bueno y providente: "que hace llover sobre justos y pecadores, que viste los lirios del campo", Mt 5, 45, s.s. La exhortación "sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”, Mt 5, 48, es el modelo ideal de nuestra vida.

2. Espíritu de renuncia

Jesús, resalta en su mensaje que sólo tendrán acceso al "Reino de Dios" los que tengan espíritu de sacrificio y de renuncia. Por ello declara bienaventurados a los pobres, a los misericordiosos y a los perseguidos por causa de la justicia del Reino de los cielos, etc. Mt 5, 1, s.s.      

Respecto a su persona, Cristo, exige como condición previa a sus discípulos que: "tome cada uno su cruz y que le siga cada día", Mt 10, 38, rompiendo incluso con los lazos familiares para entregarse más de lleno a la causa del Reino. Lc 14, 25‑33, porque: "el que se ama a sí mismo se perderá, mientras que el que se odia en este mundo, se conservará para la vida eterna", Jn 12, 23‑26. Para dar fruto es preciso enterrarse como "el grano de trigo". Cristo triunfó por el sufrimiento y el dolor, por eso, sus seguidores deben seguir su camino de persecuciones y sufrimientos. Mt 10, 23. Jn 15, 20.

Por eso declara a sus seguidores que deben alegrarse cuando sean perseguidos por aclamar el ideal, "porque su recompensa será grande en el cielo", Mt 5, 1‑8. En cambio, Jesús, considera desgraciados a los que han sido mimados por la suerte o la fortuna y aún suenan duras y difíciles a los oídos humanos las palabras: "¡Ay, de vosotros, ricos, porque habéis recibido vuestro consuelo!", Lc 6, 20‑26. Y también declara: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si al fin pierde su alma?", Lc 9, 23.

3. Espíritu de sencillez y de autenticidad

La vida de Jesús fue una lucha constante contra la hipocresía religiosa que caracterizaba a los dirigentes religiosos de la sociedad judía. Estos se preocupaban solamente de cumplir externamente y de guardar las apariencias. Jesús los define: "como sepulcros blanqueados, llenos de podredumbre por dentro, limpios por fuera". Mt 23, 27. Jesús al contrario enseña una religión: "en espíritu y en verdad", Jn 4, 24.

Y es que una de las características de su mensaje es la sinceridad; por eso exige a sus seguidores una posición clara y tajante: "Vuestra palabra sea sí, sí; no, no", Mt 5, 37. Esta sinceridad requiere como actitud básica la "humildad". En la parábola del fariseo y el publicano queda claro el pensamiento frente al orgullo y autosuficiencia de los dirigentes religiosos judíos y la humildad sincera del publicano pecador. Lc 18, 10.              

Otra de las actitudes es la "sencillez" e inocencia de los niños: "dejad que los niños se acerquen a mí, porque de ellos es el Reino de los cielos". Mc 10, 13. "En verdad os digo: si no os convertís y os hacéis como niños no podréis entrar en el reino de los cielos", Mt 18, 3.

De hecho, Jesús, no tomó como colaboradores suyos a sabios e inteligentes de este mundo, sino a simples pescadores y gente sencilla. En su Reino, los primeros deben de ser los últimos, porque El ha venido: "a servir y no a ser servido", Mt 20, 27. Jesús consecuente con este espíritu de servicio, en la última cena lavó los pies a sus discípulos, dando así un sublime ejemplo de humildad y servicialidad, pues cumplió cabalmente la función más humillante de los siervos. Jn.13, 8.

4. Espíritu de auténtica fraternidad: El  amor al prójimo.  

El mensaje de Jesús se basa en la vinculación esencial al Dios Padre, que queda como modelo de perfección para los seguidores de Jesús. Pero, ¿cómo se demuestra el amor al Padre?.

Cuando un escriba le preguntó por el principal mandamiento de la Ley, Jesús, le respondió: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón... este es el más importante el segundo es semejante a éste: amarás al prójimo como a ti mismo...", Mt 22, 37-40, con lo cual le señala la importancia del amor al prójimo igual en importancia al primer mandamiento de la Ley.

Jesús, en la última cena añadió: "un mandamiento nuevo os doy, que os améis los unos a los otros como­ yo os he amado". Jn 13, 34. En el sermón del monte dijo que hay que amar incluso al enemigo, Lc 6, 27. Además, nos dio como fórmula de oro: "todo lo que quieres que te hagan a ti, hazlo tú a los demás", Lc 6, 31. Y con: "la misma medida que midamos a los demás, con esa misma medida seremos medidos", Mt 7, 2.

De la misma manera, no tendremos perdón de Dios si no nos perdonamos entre nosotros mismos. Mt 6, 12. Y es tan fundamental el precepto del amor realizado en las buenas obras, que en el día del Juicio Final se nos va a juzgar de acuerdo a la práctica u omisión de las mismas. Mt  25, 34‑40. 

­Pero la verdadera novedad en la enseñanza de Jesús sobre el amor al prójimo es que lo hace derivar del amor a Dios que es el modelo de amor: "Sed misericor­diosos como es misericordioso vuestro Padre celestial", Lc 6, 36. Y para Jesús, el prójimo es todo hombre creado a imagen y semejanza de Dios, Gen l, 26. De ahí, su mensaje universalista de salvación: todos son hijos de Dios, y en consecuencia, todos son hermanos.

Pero además, Jesús, da una razón nueva de vinculación fraternal entre los hombres, pues El se considera como centro de la humanidad, (en su condición de Redentor), y por ello se siente solidario con todos los hombres, especialmente con los más deshere­dados y los que sufren. Por eso exclamará en el día del Juicio: "lo que habéis hecho con uno de estos mis pequeños, conmigo lo hicisteis...", Mt  25, 40.



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Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.

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Jesús de Nazaret - 1º Parte: El Misterio de Cristo


Jesús de Nazaret - 2º Parte: El Misterio de la Encarnación




Jesús de Nazaret - 3º Parte: Nuestra comunión en los Misterios de Jesús

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