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Homilía del 14º Domingo del TO, 08 de Julio del 2012

Felices los que sin ver creen


P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.


Lecturas Ez 2,2-5; S. 122; 2Cor 12, 7-10; Mc 6, 1-6



Con la narración de este hecho San Marcos cierra la primera de las tres secciones en que puede dividirse su evangelio. En la segunda Jesús no volverá a entrar en una sinagoga, anda por zonas de menos presencia judía, incluso paganas, y dedica a sus discípulos mucho tiempo. La última cubre la pasión y resurrección desde el Domingo de ramos. El evangelio de hoy concluye la primera parte.
Los vecinos de Nazaret, que está cerca de Cafarnaum, a menos de 40 Km., han oído de los milagros y del impacto allí. Hay mucha expectación cuando Jesús se adelanta para pedir el libro y hablar. La reacción es ambivalente: Por un lado admiración. Por otro lado la resaca. Intentan una explicación y no la encuentran. Le conocen. No creen. Jesús no pide alabanzas, honores, reconocimiento de su sabiduría. Todo eso le sobra. Lo que pide es fe. Porque solo será justificado el que crea en Él. Pero la fe no es tan fácil. “Desconfiaban de Él”. Después de la resurrección, antes de despedirse de modo definitivo, les dirá: “El que creyere y se bautizare se salvará, pero el que no creyere se condenará”. (Mc 16,17).
La fe es un homenaje que una persona da a la calidad espiritual de otra aceptando como verdad lo que ella me comunica. Al creer se reconoce cierta superioridad a quien sabe y nos hace el favor de regalarnos una verdad. La verdad siempre es un bien y nos hace mejores. Por la fe acepto como un bien la verdad y, al acogerla, reconozco su valor para mí y doy gracias a quien me la comunicó.
En el acto de fe sobrenatural en Dios creemos en Dios. Confiamos totalmente en su palabra. Nos entregamos al plan que tiene cobre cada uno, porque es infinitamente bueno y no dudamos de su amor. Reconocemos, aceptamos y agradecemos que nos dé a conocer realidades maravillosas y bienes, que nosotros nunca podríamos ni sospechar; que además tales bienes nos los quiera dar; y además que esas verdades sean que me ama, que se me entrega, que me quita todo lo negativo y sucio y que quiere abrirme a su infinito amor tenerme junto a Él por toda la eternidad.
El Catecismo de la Iglesia Católica (C.I.C.) nos enseña que “la fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios” (150). En la fe el creyente acepta el señorío de Dios hasta lo más íntimo de sí mismo. El acto abarca todo el “yo”, hasta el mismo pensar, que se abre y somete a Dios y reconoce su señorío sobre el pensamiento, sobre lo más yo y sobre lo que aparentemente no puedo renunciar sin renunciar a ser yo mismo. En el acto de fe el creyente se pone totalmente en manos de Dios, se reconoce criatura y totalmente dependiente de Él. Es el acto más radical de obediencia a Dios. Es un acto libre; y tiene que ser libre para que el homenaje, que el hombre hace a Dios, sea verdadero y llegue a alcanzar el corazón de Dios y sea valorado por Él.
Este acto de adhesión a Dios es claro que lleva consigo inseparablemente el asentimiento libre a toda verdad que Dios nos haya revelado; a creer en aquel que nos  ha enviado, Jesucristo su Hijo; y a creer por fin en el Espíritu Santo, que revela a cada uno de los hombres quién es Jesús (152).
La fe así entendida nos levanta y nos enriquece a una vida nueva, de calidad muy superior, a la vida sobrenatural, que brota en nosotros al unirnos por el bautismo a Cristo, la vid, haciéndonos sarmientos suyos y dando frutos que son suyos y son nuestros.
Este asentimiento libre, como todo en esta realidad sobrenatural que nos trae Cristo, es fruto de la gracia de Dios, que es necesaria también para el acto de fe. Para decir sí a una persona, es necesario que me encuentre con ella. Pero el hombre no puede subir a Dios por sí solo y menos desde la fosa del pecado; Dios ha bajado y baja a encontrarse con el hombre y lo hace en su Hijo Jesucristo. El encuentro de la criatura con el Creador no puede darse si Dios no baja; pero Dios toma siempre la iniciativa. Lo que el hombre debe hacer es lo que puede: responder a la llamada positivamente.
La respuesta positiva del hombre, siendo libre, no es automática. Por desgracia se da en el hombre la concupiscencia, la tendencia al mal, el desorden y la soberbia interior, que Satanás azuza, la tentación de “ser como dioses”, tan atrayente. Sucede a muchos, sucedió a los nazaretanos. Conocían a Jesús desde siempre, desde que aprendió a andar y hablar. Era uno de tantos, ni siquiera había estado en Jerusalén ni había estudiado la Torá con rabí alguno, nadie en tantos años le había visto hacer nada que demostrara poderes extraordinarios; y de los milagros ¿qué podría ser?, algunos rabís decían que era con el poder del Demonio, pues no respetaba el sábado.
La Iglesia nos ha convocado a los creyentes al “año de la fe”. Será un año de gracia para nosotros y para otros. Redoblemos nuestras oraciones y penitencias pidiendo para nosotros la gracia de una fe vigorosa y atrayente que nos haga luces brillantes. Pidamos por los que no tienen fe o la tienen débil; que busquen la luz, abran los ojos y venzan la soberbia. Pero además profundicemos la fe con su práctica y su estudio, de forma que seamos más capaces de dar razón de nuestra esperanza (1Pe 3,15). Les aseguro un gran placer espiritual al gustar de su riqueza doctrinal y espiritual. Que el año de la fe sea para todos ustedes el año de la alegría, de la gratitud y del amor.
“El justo vive de la fe” (Ro 1,17). María, madre de Dios “por haber creído” (Lc 1,38.45)), alimente en nuestros corazones una fe cada día más luminosa y contagiosa.



Nota exegética

Sobre el término de “hermanos” de Jesús se apoyan no pocos hermanos separados para negar la concepción virginal de Jesús y el culto a la Virgen María.

1.- Hermano tiene un significado muy amplio en la Biblia, no solo son los hijos de un mismo padre y madre, sino los primos y otros parientes, los de la misma tribu y aun connacionales (Gen 13,8; Lev 10,4; 2Sam 19,13; Dt 25,3).

2.- A María, la madre de Jesús, no se asigna en los evangelios a ningún otro hijo que a Jesús. No se explica cómo Jesús en la cruz encomendó su madre al discípulo amado si hubiera tenido otros hijos.

3.- Por lo demás los hermanos separados caen en gran error al negar a María la concepción virginal de Jesús y su maternidad divina, afirmada claramente por Mateo y Lucas. Proceden sin lógica al negarlo porque tuviera otros hijos, Prescindiendo de si María tuvo o no otros hijos, que María tuviera otros hijos no quita que fuese la madre de Jesús, ni, por tanto, que fuese madre de Dios, ni que la concepción de Jesús fuese virginal. A Jesús lo concibió milagrosa y virginalmente, sin obra de varón, como es claro para quien lee sin prejuicio a Mateo y Lucas: Jesús es Dios, tiene como Padre sólo a Dios y como Madre a la Virgen María. María es madre de Dios, porque su hijo primogénito es Dios, el Hijo de Dios, que en María y de María se hizo hombre, y sólo ya por ese hecho merece de nuestra parte respeto, agradecimiento y todo el culto con que los católicos la honramos. 



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