P. Vicente Gallo, S.J.
1. El Sacramento del Matrimonio
En la Carta a los Efesios se dice: “Someteos los unos a los otros en el temor de Cristo” (Ef 5, 21). San Pablo, manteniéndose en la cultura no sólo de su pueblo sino de todos los pueblos de su época, afirma que la mujer tiene que estar sometida a su marido. Pero desde su fe en Cristo, marca una diferencia radical a este respecto, diciendo que ha de ser “como al Señor Jesucristo, porque el marido es cabeza de la mujer como Cristo es cabeza de la Iglesia siendo el Salvador del Cuerpo” (Ef 5, 22-23).
Ese “someterse” ha de ser “como al Señor”, es decir, “como la Iglesia se somete a Cristo”: para dejarse amar, para dejarse salvar como Cuerpo, para dejarle que él como Esposo haga de ella una Esposa digna suya, cual desea tenerla, santa, hermosa e inmaculada en su presencia. En ese sentido, también el marido debe someterse a su mujer, para que ella le haga su digno esposo, el que ella quiere encontrar, del que siempre pueda estar de veras enamorada. En el matrimonio cristiano, ambos son el uno Cristo y el otro su Iglesia, siendo los dos el mismo Cuerpo del que Dios está tan enamorado que lo ha hecho suyo; y ambos tienen que amarse como Cristo a su Iglesia. Así, como Cristo ama a su Iglesia, “del mismo modo los maridos deben amar a sus esposas como aman a sus propios cuerpos” (Ef 5, 28); y así “someterse” mutuamente, para dejarse amar, la esposa a su marido y el marido a su esposa.
Los dos esposos por igual, son la Iglesia a la que Cristo quiere amar por medio del otro. La Iglesia que, para ser digna Esposa de tal Esposo, ha de ser la que fundó Cristo mismo: Una, Santa, Católica y Apostólica. En primer lugar debe ser UNA. Como uno es el Cuerpo de Cristo, en el que no cabe que haya miembros que se consideren de otro cuerpo; o miembros no responsables del bienestar de los otros miembros, como Pablo lo desarrolla en 1Co, 12, 12-27, concluyendo “Vosotros sois el Cuerpo de Cristo, y cada uno en particular es miembro de él”. En esa Iglesia, no se admiten rivalidades entre bautizados ni entre agrupaciones de cristianos, ni caben “Iglesias distintas entre sí”.
La Iglesia que hacen los bautizados casados el uno con el otro, debe ser Iglesia SANTA. Solamente Dios es y lo proclamamos “Santo”. También es “santo” todo aquello que esté consagrado a Dios y sea de él en exclusiva: un cáliz, un templo, o una persona verdaderamente de Dios hasta el final de su vida. Entre los humanos, el único Santo es Jesucristo: su humanidad, de cuerpo y alma, es su Santa Humanidad. Como su Madre, “la esclava del Señor” para que siempre se hiciese en ella la palabra de Dios, es Virgen Santísima. Quienes de modo parecido son de Dios en todo su vivir, los calificamos también “Santos”. Como debe serlo toda la Iglesia de Cristo, todo bautizado, todo consagrado a Jesucristo con Votos, y todo Sacerdote en lugar de Cristo como ministro de su Salvación; así, todas las parejas de casados con el Sacramento del Matrimonio deben ser santos, Iglesia Santa Esposa de Cristo, el Cuerpo que El hace suyo, y siendo así de Dios es Santo.
Si por el Bautismo nos hacemos de Cristo, su Cuerpo, por el Matrimonio como Sacramento se hace de Cristo el amor con el que se unen el hombre y mujer enamorados, a los que Cristo hace suyos, miembros de su Cuerpo, como pareja, unidos para siempre por Dios para ser la Esposa de su Hijo amado que es su Iglesia. De ellos y de Dios, del mismo amor puesto en ellos, nacerán los hijos, fecundidad de esa Iglesia de Cristo que en ellos crecerá. Iglesia CATOLICA, llamada a crecer hasta la plenitud del Cuerpo de Cristo, que debe incorporar, como miembros salvados, a los hombres de todo el universo (Mt 28, 19; Mc 16, 15-16; Lc 24, 47). La Iglesia de Cristo que siempre está abierta a todos y que a todos llama con afán evangelizador, para hacerlos de Cristo y salvarlos.
La otra “nota” que ha de tener la Iglesia para ser de Cristo es ser APOSTÓLICA. Fundada por Cristo sobre los Apóstoles como cimientos del edificio (Ef 2, 20), solamente sobre ellos puede estar edificada como Templo de Dios; a ellos les encomendó el Señor “el ministerio para la edificación del Cuerpo de Cristo” (Ef 4, 12). No hay “Iglesias de Cristo” si no son crecimiento de la Iglesia que los Apóstoles edificaron. En la Iglesia de Cristo no hay doctrina en la que haya que creer fuera de la que nos transmitieron los Apóstoles, o la que se pueda desarrollar legítimamente pero sólo desde ellos. Esa Iglesia tiene una autoridad competente, para definir en disputas o diferencias: el Ministerio de Pedro, el de ser la Roca, fundamento en la solidez del edificio (Mt 16, 18); y el Pastor que apacienta ovejas y corderos (Jn 21, 15ss), así como el que confirma a los hermanos si vacilan (Lc 22, 32). Ese “ministerio” es el que tiene el Papa, sucesor de Pedro.
El matrimonio cristiano, de veras “Iglesia doméstica” de Cristo, debe ser igualmente esa Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica. Cada pareja casada con el sacramento, debe cultivar y mantener vivas esas cuatro notas características de la Iglesia del Señor. Su Relación de Pareja debe ser, ante el mundo, un verdadero SIGNO que hace presente y reconocible a la Iglesia con esas notas distintivas. Y, principalmente, siendo SIGNO del amor de Cristo, según su mandato y distintivo que El puso: “Amaos unos a otros como yo os he amado” (Jn 13, 34; y 35). Si no es en el matrimonio ¿dónde se dará “ese amor” en el vivir distinto de los cristianos en este pobre mundo que a cualquier cosa llama “amor”? Igualmente debe darse en los Sacerdotes y en los Consagrados a la Iglesia con unos Santos Votos.
Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.
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