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Homilía: Domingo 23º T.O. (C), 05 de Septiembre



Lecturas: Sb 9,13-18; S 89; Flm 9-10.12-17; Lc 14,25-33

Seguir a Cristo es cargar la cruz


P. José R. Martínez Galdeano, S.J.




Quisiera empezar precisando la traducción de la primera frase de Jesús de este evangelio: “Si alguno viene a mí y no me ama más que a su padre, etc., no puede ser discípulo mío”. El original griego de Lucas dice al pie de la letra: “no odia”. Y “no odia” es la traducción de la Biblia de Jerusalén y de la Biblioteca de Autores Cristianos española. Ciertamente otros autores coinciden con la traducción litúrgica. El texto es un hebraísmo. El hebreo no tiene comparativos. Para decir que algo le gusta más o menos lo expresa con los términos de gustar y disgustar. Igualmente, para decir que ama más o menos, dice amar y odiar. La traducción, pues, “no me ama más que” es más exacta en cuanto al significado de las palabras hebreas de Jesús, que Lucas traduce al griego. Lucas, traduciendo al pie de la letra, dice “no odia”, aunque su significado sería “no me ama más”. Pero ¿por qué Lucas ha traducido literalmente “no odia”?. Porque en los evangelios, aun en el mismo Lucas, es la única vez que aparece el término “odiar” usado para expresar la idea de “no amar más que”. Además Lucas suele evitar términos que al lector le pueden provocar rechazo por serle demasiado duros. De aquí se deduce, creo, que en esta ocasión el término proviene del mismo Jesús y que Lucas ha querido conservar las palabras mismas de Jesús con la mayor exactitud posible, para no perder su fuerza de expresión.


Los exegetas notan en San Lucas un especial énfasis cuando, hablando del seguimiento de Cristo, expresa la exigencia de cargar con la cruz y de renunciar a todo, cuando fuere necesario. Lucas es amigo, discípulo y compañero de Pablo. La asunción de la cruz, tan relevante en los escritos y mentalidad de Pablo, está también en el centro de las preocupaciones de Lucas. Pablo escribe a los Corintios que el centro de su obra es “predicar a Cristo crucificado” (1Cor 2,2) y que no se gloría “sino en la cruz de Cristo” (Ga l6, 14).


El evangelio expresa esta exigencia repetidas veces: “Si alguno viene a mí… y no me ama más que a su padre… e incluso a sí mismo”. “Ir a Cristo” es más que tratar de cumplir con unas normas. Es entregar la vida a una persona, que está viva, a quien se ama más que a nadie y se consagra la entera existencia.


“Quien no lleve su cruz detrás de mí”. Ir con Cristo exige llevar como Él una cruz; cada uno tiene que llevar su propia cruz. Lucas emplea aquí la palabra griega que Juan aplica a Jesús camino del Calvario. El subrayado “detrás de mí” lo vuelve a emplear (y es el único que lo hace) en la pasión. Lucas piensa en un seguimiento de Cristo muy cercano, no en una metáfora lejana. Cuando narra la primera vez que Jesús profetizó su muerte, Lucas escribe que Jesús “decía a todos: Si alguien quiere venir detrás de mí, niéguese a sí mismo y agarre su cruz cada día y sígame. Porque el que quiera salvar su vida la perderá y el que la pierda por mí la salvará (9,23-24).


La fórmula se repite otras muchas veces a la letra (Mt 10,38; Mc 8,34; 10,21; Lc 9,23) o con otras palabras. Es el grano de trigo que ha de morir (Jn 12,24), es la vida que hay que estar dispuesto a dar en el seguimiento de Cristo (Mt 16,25). Es un riesgo que hay que tomar en serio.


Y Jesús pone dos ejemplos reafirmando la seriedad de su exigencia: la construcción de una torre y el problema de una guerra. Si se carecen de los medios necesarios para concluir un edificio o triunfar en una guerra, más vale no empezar. Esa solución, por penosa que sea, es mejor que el ridículo del fracasado o la ruina total del vencido. En conclusión: piénsenlo en serio, vean si serán capaces de arriesgar la vida por el Evangelio, de cargar la cruz por Cristo, de asumir sacrificios continuos por realizar en su vida los consejos de Cristo incluso hasta la muerte.


Cierto que no es fácil. Cierto que es una fe y una gracia que viene del Espíritu Santo. Pero todos los santos, toda la tradición cristiana lo sabe. «Los que ahora oyen y siguen de buena voluntad la palabra de la cruz –escribe Tomás de Kempis– no temerán en el juicio final oír la palabra de eterna condenación. “Esta señal de la cruz estará en el cielo cuando el Señor venga a juzgar” (Mt 24,30). Entonces todos los siervos de la cruz, que se conformaron en la vida con el Crucificado, se llegarán a Cristo juez con gran confianza. Mira que todo consiste en la cruz y todo está en morir en ella. Y no hay otra vía para la vida y la verdadera entrañable paz sino la vía de la santa cruz y continua mortificación. Ve donde quieres, busca lo que quisieres, y no hallarás más alto camino en lo alto, ni más seguro en lo bajo, sino la vía de la santa cruz» (La Imitación de Cristo 2,12).
También el Catecismo lo recuerda: “El camino de la perfección –la santidad– pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual” (C.I.C. 2015).


Escribe así Santa Rosa de Lima narrando una de sus experiencias místicas: «El divino Salvador con inmensa majestad dijo: Que todos sepan que la tribulación va seguida de la gracia; que todos se convenzan que sin el peso de la aflicción no se puede llegar a la cima de la gracia. Guárdense los hombres de pecar y equivocarse; ésta es la única escala del paraíso y sin la cruz no se encuentra el camino de subir al cielo.»


Empecemos por pedirlo. Dios nos dará el Espíritu de Jesús si insistentemente lo pedimos (Lc. 11,13). Amar el sufrimiento no es natural. Sólo por la gracia de Dios se nos concederá. La Virgen María nos llevará al pie de la cruz como a Juan el discípulo, como a María Magdalena la pecadora convertida.


Empecemos por aceptar con resignación las cruces que no podemos evitar: Enfermedades, molestias, limitaciones económicas, malos tratos, fracasos personales, consecuencias de pecados y defectos... No quejarnos nunca. Recordemos el valor positivo de la cruz, como imitación de Cristo, como aporte y complemento de los sufrimientos de Cristo para la salvación del mundo. Haciendo esto, haremos nuestras cruces mucho más soportables y hasta sufriremos menos.


Afrontemos los sufrimientos necesarios para el buen cumplimiento de nuestras obligaciones en la familia, en el colegio, universidad o trabajo. La vida normal será así un gran medio para la virtud y la propia santificación, y adquirirá sentido.


Padres, educadores, catequistas, una buena educación cristiana incluye todas estas cosas. Los valores que el mundo y el ambiente de hoy inoculan, no llevan a ninguna parte. Aprendamos y enseñemos a vivir deportivamente, a estar en lucha y a vencer en ella con la ayuda del Señor.



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