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Semana Santa: Cristo nuestro



Cristo nuestro que viviste en la tierra; y los hombres, vestidos con toga de farsa y teatro, te enviamos a la muerte.

Tu nombre, repetido como un eco sin final, anida en la arboleda de gargantas que hacen colas en su noche, pidiendo que amanezcas en su vida.

Venga a nosotros tu mensaje donde el perdón se hace abrazo y el AMOR que clavamos en la cruz quedó entre nosotros sin fecha de entierro, mientras haya un solo hombre que tenga el coraje de vendar en tu nombre el dolor de los demás.

Hágase tu camino en las dudas y las sombras de quienes apoyamos nuestras manos en los muros que se caen.

Danos hoy el hambre de esperarte en cada esquina y aunque andes disfrazado en nuestras calles, veamos tu cara en todos los que andamos ensayando el viejo oficio de ser hombre.

Perdona la risa artificial de nuestras fiestas. Perdona nuestras frases de cumplido. Están hechas de léxico barato sin rozar siquiera la verdad.
Perdona nuestros brazos abrazando el rencor y la venganza.
Perdona los clavos que ponemos a aquellos que se niegan a decir “amén” a nuestra ficticia autoridad. “No sabemos lo que hacemos”.
Perdona nuestro corazón en arritmia grave porque no late al compás de nadie.
Perdónanos por haber arrancado en tu Evangelio la página que no nos interesa o nos resulta difícil de cumplir…

Déjanos caer en la tentación de sentir tanta alegría con los alegres y tristeza con los tristes que lleguen a sorprenderse hasta preguntar ¡¿por qué?!

Déjanos caer en la tentación de dejar a los pies de tu mirada un ramo de flores por todo lo que nos diste, y otro ramo de perdón por todo lo que te negamos.

Líbranos de los harapos con que vestimos nuestra alma: la hipocresía y la fatuidad.
Líbranos de todas las admiraciones que ponemos a nuestro “yo” y de todas las interrogantes que ponemos a los demás.

¡Sólo así podremos decir AMÉN!


P. José Mtz. O. Cap.












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Getsemaní




“Aquí, donde Tú, Señor Jesús inocente, fuiste acusado.

El Justo, fuiste acusado y ajusticiado.


El Santo, fuiste condenado.
El Hijo del Hombre, fuiste torturado, muerto y crucificado.
El Hijo de Dios, fuiste blasfemado, insultado y renegado.
Tú, la Luz, conociste las tinieblas.
Tú, el Rey, fuiste entregado en la cruz.
Tú, la vida, padeciste la muerte.
Aquí queremos recordarte, Señor Jesús.
Aquí queremos adorate, Señor Jesús.
Aquí queremos invocarte, Señor Jesús.
Aquí tu pasión fue ofrenda prevista, aceptada, querida.
Fue sacrificio del que fuiste la Víctima y el Sacerdote.
Aquí tu muerte fue expresión y medida del pecado humano.
Fue el holocausto del mayor heroismo. Fue el precio del Dios Justo.

Fue la prueba del Amor supremo.
Aquí combatieron la vida y la muerte, aquí conseguirás la victoria.
Cristo, muerto y resucitado por nosotros.
Míranos aquí Señor Jesús, hemos vuelto como culpables que regresan al lugar del crimen.
Pero también como el que te traicionó. Hemos sido fieles e infieles muchas veces.
Hemos venido para confesar la misteriosa relación entre tu muerte y nuestros pecados, nuestra obra y tu Obra.
Hemos venido a golpearnos el pecho pidiendo perdón, implorando tu misericordia. Hemos venido porque sabemos que puedes y quieres perdonarnos. Pues ya que expías por nosotros, ¡Tú eres nuestra Redención, Tú eres nuestra esperanza!
Señor Jesús, Redentor nuestro, reaviva en nosotros el deseo y la confianza de tu perdón. Haz seria nuestra voluntad de conversión y de fidelidad.
Haznos gustar la certeza y la dulzura de tu misericordia.


(Pablo VI en su viaje a Tierra Santa)

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Las siete palabras de Jesús en la cruz





1. Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen (Lc. 23, 34)

Aunque he sido tu enemigo,
mi Jesús: como confieso,
ruega por mí: que, con eso,
seguro el perdón consigo.

Cuando loco te ofendí,
no supe lo que yo hacía:
sé, Jesús, del alma mía
y ruega al Padre por mí

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la cruz para pagar con tu sacrificio la deuda de mis pecados, y abriste tus divinos labios para alcanzarme el perdón de la divina justicia: ten misericordia de todos los hombres que están agonizando y de mí cuando me halle en igual caso: y por los méritos de tu preciosísima Sangre derramada para mi salvación, dame un dolor tan intenso de mis pecados, que expire con él en el regazo de tu infinita misericordia.

Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.


2. Esta tarde estarás conmigo en el paraiso (Lc. 23, 43)

Vuelto hacia Ti el Buen Ladrón
con fe te implora tu piedad:
yo también de mi maldad
te pido, Señor, perdón.

Si al ladrón arrepentido
das un lugar en el Cielo,
yo también, ya sin recelo
la salvación hoy te pido.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y con tanta generosidad correspondiste a la fe del buen ladrón, cuando en medio de tu humillación redentora te reconoció por Hijo de Dios, hasta llegar a asegurarle que aquel mismo día estaría contigo en el Paraíso: ten piedad de todos los hombres que están para morir, y de mí cuando me encuentre en el mismo trance: y por los méritos de tu sangre preciosísima, aviva en mí un espíritu de fe tan firme y tan constante que no vacile ante las sugestiones del enemigo, me entregue a tu empresa redentora del mundo y pueda alcanzar lleno de méritos el premio de tu eterna compañía.

Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.


3. Mujer, he ahí a tu hijo… he ahí a tu madre (Jn. 19, 26-27)

Jesús en su testamento
a su Madre Virgen da:
¿y comprender quién podrá
de María el sentimiento?


Hijo tuyo quiero ser,
sé Tu mi Madre Señora:
que mi alma desde a ahora
con tu amor va a florecer.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y , olvidándome de tus tormentos, me dejaste con amor y comprensión a tu Madre dolorosa, para que en su compañía acudiera yo siempre a Ti con mayor confianza: ten misericordia de todos los hombres que luchan con las agonías y congojas de la muerte, y de mí cuando me vea en igual momento; y por el eterno martirio de tu madre amantísima, aviva en mi corazón una firme esperanza en los méritos infinitos de tu preciosísima sangre, hasta superar así los riesgos de la eterna condenación, tantas veces merecida por mis pecados.

Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.


4. Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado? (Mt. 27, 46 ║ Mc. 15, 34)

Desamparado se ve
de su Padre el Hijo amado,
maldito siempre el pecado
que de esto la causa fue.

Quién quisiera consolar
a Jesús en su dolor,
diga en el alma: Señor,
me pesa: no mas pecar.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y tormento tras tormento, además de tantos dolores en el cuerpo, sufriste con invencible paciencia la mas profunda aflicción interior, el abandono de tu eterno Padre; ten piedad de todos los hombres que están agonizando, y de mí cuando me haye también el la agonía; y por los méritos de tu preciosísima sangre, concédeme que sufra con paciencia todos los sufrimientos, soledades y contradicciones de una vida en tu servicio, entre mis hermanos de todo el mundo, para que siempre unido a Ti en mi combate hasta el fin, comparta contigo lo mas cerca de Ti tu triunfo eterno.

Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.



5. Tengo sed (Jn. 19, 28)

Sed, dice el Señor, que tiene;
para poder mitigar la sed
que así le hace hablar,
darle lágrimas conviene.

Hiel darle, ya se le ha visto:
la prueba, mas no la bebe:
¿Cómo quiero yo que pruebe
la hiel de mis culpas Cristo?

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y no contento con tantos oprobios y tormentos, deseaste padecer más para que todos los hombres se salven, ya que sólo así quedará saciada en tu divino Corazón la sed de almas; ten piedad de todos los hombres que están agonizando y de mí cuando llegue a esa misma hora; y por los méritos de tu preciosísima sangre, concédeme tal fuego de caridad para contigo y para con tu obra redentora universal, que sólo llegue a desfallecer con el deseo de unirme a Ti por toda la eternidad.

Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.


6. Todo está consumado (Jn. 19, 30)

Con firme voz anunció Jesús,
ensangrentado,
que del hombre y del pecado
la redención consumó.

Y cumplida su misión,
ya puede Cristo morir,
y abrirme su corazón
para en su pecho vivir.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y desde su altura de amor y de verdad proclamaste que ya estaba concluida la obra de la redención, para que el hombre, hijo de ira y perdición, venga a ser hijo y heredero de Dios; ten piedad de todos los hombres que están agonizando, y de mí cuando me halle en esos instantes; y por los méritos de tu preciosísima sangre, haz que en mi entrega a la obra salvadora de Dios en el mundo, cumpla mi misión sobre la tierra, y al final de mi vida, pueda hacer realidad en mí el diálogo de esta correspondencia amorosa: Tú no pudiste haber hecho más por mí; yo, aunque a distancia infinita, tampoco puede haber hecho más por Ti.

Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.


7. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lc. 23, 46)


A su eterno Padre,
ya el espíritu encomienda;
si mi vida no se enmienda,
¿en qué manos parará?

En las tuyas desde ahora
mi alma pongo, Jesús mío;
guardaría allí yo confío
para mi última hora.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y aceptaste la voluntad de tu eterno Padre, resignando en sus manos tu espíritu, para inclinar después la cabeza y morir ; ten piedad de todos los hombres que sufren los dolores de la agonía, y de mí cuando llegue esa tu llamada; y por los méritos de tu preciosísima sangre concédeme que te ofrezca con amor el sacrificio de mi vida en reparación de mis pecados y faltas y una perfecta conformidad con tu divina voluntad para vivir y morir como mejor te agrade, siempre mi alma en tus manos.

Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.


Fuente: Churchforum.org

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Al hacernos presentes a su dolor queremos dejarnos revelar el misterio insondable de su solidaridad con todo lo nuestro, de su compartir todo el dolor del mundo (Is. 53, 1-12)


Al pie de la cruz contemplamos la revelación definitiva del amor. Cristo, entregando su vida en la cruz, no significa la exaltación del dolor sino de un amor más fuerte que la muerte y que el pecado del mundo.





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Semana Santa: Textos bíblicos


Textos del Antiguo Testamento





Is 50,6: “Yo no resistí ni me eché atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos”.



Is 52,14-53,3: “Era algo espantoso. Porque desfigurado ni parecía hombre ni tenía aspecto humano; algo inenarrable, algo inaudito. Como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado, como un hombre de dolores, molido a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros, despreciable y sin nada estimable”.









S. 22,6-8: “En ti confiaban nuestros padres y no los defraudaste. Pero yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo. Al verme, se burlan de mí”.













S. 31,11-13: “Mi vigor decae con las penas, mis huesos se consumen. Soy la burla de todos mis enemigos, la irrisión de mis vecinos, el espanto de mis conocidos. Me ven por la calle y escapan de mí, me han olvidado como a un muerto, me han desechado como a chatarra inútil”.















S. 22,17-18: “Me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores, me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos”














S. 22,18-19: “Ellos me miran triunfantes, se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica”.


S. 22,16: “Mi garganta está seca como una teja, la lengua se me pega al paladar, me aprietas contra el polvo de la muerte”.


S. 69,8.21-22: “Por ti he aguantado afrentas, la vergüenza cubrió mi rostro. La afrenta me destroza el corazón y desfallezco. Espero compasión y no la hay, consoladores y no los encuentro. En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre”.









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Imágenes de la película La pasión de Cristo, dirigida por Mel Gibson.

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Semana Santa: Vigilia Pascual




Sábado santo hacia el anochecer.


Para mejor gustar la Liturgia de la Vigilia Pascual.





La Resurrección del Señor es la cumbre de la obra de Cristo y del año litúrgico. La hora del comienzo sugiere que con la muerte de Cristo “algo” acaba (la victoria del mal) y con su resurrección “otra cosa” (el reino de Cristo) ha comenzado.




1. Liturgia de la luz. Bendición del fuego. El cirio pascual.

Cristo es la luz del mundo. Las tinieblas del momento simbolizan la oscuridad del mundo sin Cristo. El fuego nuevo, que es bendecido, recuerda la nueva vida que el cuerpo de Cristo recibe con la resurrección.

El cirio se prepara. El cirio encendido va a simbolizar a Cristo resucitado. Con un punzón el sacerdote marca en él la cruz, las letras alga y omega (que son la primera y la última del alfabeto griego) y la cifra del año actual. Al mismo tiempo dice: “Cristo ayer y hoy —principio y fin —alfa —y omega.—Suyo es el tiempo —y la eternidad—. A él la gloria y el poder —por los siglos de los siglos. Amén.”

Son palabras que declaran a Cristo rey y culmen de la historia humana.

Los cinco granos de incienso, que pueden ponerse en los extremos y centro de la cruz, expresan la dignidad divina del que fue crucificado, y el valor infinito de su sacrificio por los pecados.

El cirio encendido representa a Cristo resucitado. La iglesia, los cirios de cada fiel, todo está a oscuras; sólo el cirio, Cristo, brilla. De él solo nos viene la luz. Lo canta el sacerdote y todos se arrodillan.

Se abren las puertas de la iglesia, que representa la Iglesia universal, entra sólo el sacerdote con el cirio encendido, se vuelve a vitorear a Cristo nuestra luz. Todo el mundo se postra y al levantarse los fieles encienden sus velas. En cuanto su número lo permita, es más simbólico que las velas de cada fiel se prendan directamente del cirio, porque simboliza mejor que nuestra fe, participación de la vida de Cristo resucitado, se ha realizado por la unión inmediata de cada uno con Cristo en el bautismo. Los fieles avanzan suprimiendo las tinieblas de la iglesia; simboliza que todos y cada uno coopera a que la Iglesia sea más luminosa y al mundo le llegue luz de Cristo.

Cuando todos han entrado, las luces de la iglesia se encienden: la Iglesia y el mundo está siendo iluminado.



2.- Pregón pascual.

Todo culmina con el canto lleno de entusiasmo. Se coloca el cirio encendido en lugar relevante. Se inciensa. Todos tienen sus velas encendidas. El texto ensalza la victoria sobre el pecado y los inmensos bienes que por la muerte y resurrección de Cristo nos han llegado a los hombres.


3.- Liturgia de la Palabra.

Especialmente importante hoy. Se prevén siete lecturas del Antiguo Testamento, aunque puedan ser menos para evitar el excesivo cansancio de los fieles. Los fieles escuchan sentados, apagadas las velas para evitar distracciones. En todas la Iglesia ve la acción o la palabra que preanuncia las gracias inmensas de la redención de Cristo: la liberación del pecado y la comunicación de la vida de Cristo resucitado, que comienzan en el bautismo. Tras cada lectura hay un canto responsorio meditativo para ayudar a la interiorización de la lectura. Luego todos parados piden aquel don.


Lectura 1ª: La redención de Cristo, segunda creación, es obra más grande que la primera creación.

Lect. 2ª: El sacrificio de Abrahán, que le ganó la promesa de una descendencia numerosa, simboliza el sacrificio de Cristo.

Lect. 3ª: El paso y las aguas del mar Rojo simbolizan el bautismo, que libera a los esclavos del pecado y forma un nuevo pueblo.

Lect. 4ª: Profecía de Isaías garantizando el amor de Dios que ama y perdona a la esposa, el pueblo de Israel, que simboliza a la Iglesia.

Lect. 5ª: Otra profecía de Isaías que asegura a la Iglesia un futuro maravilloso de gracia.

Lect. 6ª: Profecía de Baruc, que asegura al nuevo Israel la luz de la sabiduría de los secretos de Dios.

Lect. 7ª: Profecía de Ezequiel que promete un agua pura (la del bautismo y la eucaristía) para un corazón nuevo transformado por el Espíritu.



4. Explosión final.

Todas las velas del altar se encienden. Se canta el Gloria con el máximo entusiasmo. Resuenan mientras tanto todas las campanillas. Comienza la misa con el entusiasmo, fe y agradecimiento de un pueblo que celebra el triunfo de Cristo, que es también el suyo.


5. Lect. de Carta a Romanos.

Pablo desarrolla los efectos del bautismo, con el que hemos muerto y resucitado con Cristo.

Evangelio ¿Creemos o no creemos? ¿Buscamos a Jesús entre los muertos o entre los vivos?



6. Liturgia bautismal.

Con los siete sacramentos Cristo nos comunica los bienes que ha conseguido para nosotros con su vida, muerte y resurrección. El primero es el bautismo, puerta para todos los demás. El Bautismo nos une a Cristo en su muerte y resurrección, y se muere al pecado y se resucita participando de la vida de Cristo. Por eso hoy la misa se detiene un momento para que cada fiel reviva la grandeza de su bautismo y se haga alegre responsable de su condición de bautizado.


6.1. Camino de la pila bautismal si está situada aparte, si van a haber bautismos se cantan las letanías de los santos. La Iglesia militante se hace presente a la triunfante, que va a recibir nuevos hijos para que sean santos.

6.2. Se bendice el agua del bautismo, recordando el simbolismo salvador que el agua tiene en la Escritura. Al final de la oración el sacerdote mete y saca en el agua por tres veces el cirio encendido, símbolo de Cristo resucitado, pidiendo que el poder del Espíritu baje a ella.

6.3. Renuncia a Satanás y profesión de fe de los catecúmenos. Bautismos y confirmación.

6.4. Bendición del agua común, que nos recuerda nuestro bautismo.

6.5. Los fieles renuevan las promesas de su bautismo y su profesión de fe. La gracia del bautismo hay que mantenerla viva. El celebrante lo recuerda mediante la aspersión a los fieles del agua bendecida.


7. La bendición final

Tiene una solemnidad especial con doble aleluya y es mejor cantarla con entusiasmo. Toda la semana continúa celebrándose este domingo, no basta un día.



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Semana Santa: Viernes Santo








Para mejor gustar de la Liturgia del Viernes Santo
Celebración de la Pasión del Señor









1. La hora que recuerda la de la muerte de Jesús, la desnudez total del altar, la falta aun de velas encendidas, el color rojo de los ornamentos, el celebrante y los ministros que, sin pronunciar una palabra, se tumban rostro en tierra, todo indica la gravedad del misterio que se conmemora: El Hijo de Dios acaba de morir crucificado. Sin embargo de ahí parte nuestra salvación.

2. Lecturas. La del libro de Isaías (Isaías 52,13-53,12) en que el profeta parece ver a Cristo en la cruz como con los ojos. El salmo (30) que entra en los sentimientos del crucificado. La reflexión de la Carta a los hebreos (Hebreos 4,14-16; 5,7-9), cuyo autor capta perfectamente el valor redentor y salvador de la muerte de Cristo. El secreto interior de Cristo cumpliendo la voluntad del Padre hasta el último detalle del vinagre en la sed, entregando el Espíritu y dejando el corazón abierto.

3. Oración universal. Cristo ha muerto por la salvación de todos los hombres. La oración universal tiene hoy una especial solemnidad y es mejor cantarla o decirla con entonación especialmente solemne. Se va pidendo por la Iglesia universal, el Papa, Obispos, ministros y fieles, catecúmenos, cristianos separados de la Iglesia católica, judíos, miembros de religiones paganas, ateos, por fin por los gobernantes todos y los casi infinitos que sufren a veces tanto. La Iglesia pide confiadamente por todos porque la sangre de Cristo tiene un valor infinito: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”.

4. Adoración de la cruz. El caminar del cristiano debe hacerse mirando siempre la cruz. No debe separar los ojos de ella. Sólo en ella encuentra a Cristo. Por eso la ama, por eso la adora.

5. Se trae del Monumento el Santísimo sacramento, se reza en común el Padre nuestro y se recibe la comunión. La muerte de Cristo en la cruz nos ha capacitado para decir con verdad el Padre nuestro, para obtener el perdón de nuestros pecados, para sentarnos a la mesa del Señor, para ser unos con Cristo y los hermanos.








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Semana Santa: Jueves Santo




Para mejor gustar la liturgia del Jueves Santo


1. La cena pascual

La liturgia se centra en la cena de Pascua en que Jesús instituyó el sacramento de la Eucaristía. Jesús celebró la Pascua judía con solos sus discípulos. Se celebraba en recuerdo de aquella primera Pascua en Egipto que recordaba cada año la última plaga de la muerte de los primogénitos egipcios y la salida libertadora de los judíos. Aquel cordero inmolado era símbolo de Cristo, el primogénito sacrificado por la salvación de su pueblo, toda la humanidad. Su sangre liberó a los primogénitos judíos de la muerte, como la de Cristo liberaría a todos los hombres. Entonces el pueblo de Israel fue liberado de la esclavitud egipcia, como los hombres de su esclavitud del pecado y de Satán.


2. La última cena de Jesús

Esa cena sabía Jesús que era la última Pascua que celebraba en su vida mortal y quiso hacerlo con sus discípulos. Los cristianos que hoy van a esta Eucaristía son los discípulos actuales de Jesús y deben sentirse tales y así invitados. En esa ocasión Jesús instituye la Eucaristía, la Misa, como sacrificio, como alimento, como misterio y garantía de su presencia, y como exigencia de unidad entre sus discípulos. La Iglesia sabe que está ante las horas más duras de su Maestro, pero también agradece profundamente a Dios por la grandeza de su amor que se muestra tan claro estos días, por la sabiduría y omnipotencia que en los misterios de la Eucaristía y de la Redención de nuestros pecados han comenzado ya a obrarse. Por eso la misa tiene Gloria, durante el cual resuenan alegres y solemnes las campanas, y que el pueblo debe acompañar cantando con entusiasmo. Jesús mismo llamó a estos misterios la hora de su glorificación y la del Padre (v. Jn 17,1-5).


3. La misa del día

La primera lectura es el texto de la primera pascua y su institución. La segunda lectura da fe de la celebración de la Eucaristía ya desde el principio de la Iglesia. El evangelio recuerda la gran exigencia del amor mutuo, que Cristo pide a sus discípulos y renovó esa noche de palabra y con el gesto del lavatorio de los pies. Es mandamiento que no debe olvidarse ni perder exigencia ni apremio.

Por eso el celebrante, tras la homilía, realiza el gesto simbólico del lavar los pies a un grupo de sus hermanos.

La misa continúa normalmente. Pero, tras la oración final, no hay bendición final ni despedida. Se traslada procesionalmente al Señor sacramentado al monumento, para que desde allí continúe acogiendo las expresiones de amor, agradecimiento y peticiones de los que sabe que le aman. Todos los altares se desnudan. El culto y la adoración se concentran en el Monumento durante este día y hasta la acción litúrgica del Viernes Santo.




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Domingo de Ramos



P. Adolfo Franco, S.J.

Reflexión del Evangelio del Domingo de Ramos

Lucas 22, 14 - 23, 56



El domingo de Ramos inicia la Semana Santa, una semana de una enorme densidad religiosa. Nuestros espíritus entienden que están llegando a lo “esencial” de nuestra fe cristiana. Por eso este domingo especial siempre tiene como lectura evangélica, nada menos que la narración de la Pasión según alguno de los evangelios. En este caso, este año, tenemos la lectura de la Pasión en la versión de San Lucas.

Puede ser interesante señalar las particularidades que tiene San Lucas en su narración, y que no tienen los otros evangelistas. No voy a recorrer todas las particularidades, sino las más saltantes.

Sólo él narra en el momento de la oración del huerto la presencia de un ángel que viene a confortarlo. ¿Tendrá esto alguna relación con el ángel que anuncia a María la Encarnación? (también esta narración es sólo de San Lucas). ¿Será la Anunciación de la Obra Salvadora, para confortar a Jesús orante? Pero además sólo él indica que en esa oración tan dramática, llegó Jesús a sudar gotas de sangre: es el comienzo del derramamiento total de la sangre salvadora. El también es el único que indica en el momento de la captura de Jesús, que después de que le cortaron la oreja al siervo del sumo sacerdote, Jesús que está acorralado por sus captores, se la curó. Algunos ven en éste y en otros detalles al médico observador que era San Lucas.

En el juicio a Jesús, él narra (no lo hacen los demás) el juicio de Herodes, ante el cuál Jesús guarda un silencio significativo. Es considerado como loco por no querer ser un espectáculo que hace milagros a pedido. Pero este hecho sirve para la reconciliación de dos que eran enemigos, Herodes y Pilatos: la reconciliación de dos enemigos ¿fruto de la Pasión?

Mientras Jesús carga la cruz camino del Calvario, Lucas nos narra el encuentro de Jesús con las piadosas mujeres, que quieren ofrecerle un consuelo sentimental, y que Jesús convierte en un mensaje de llamada a la conversión.

Al llegar a la crucifixión. Cristo está entre dos ladrones, y Lucas introduce el diálogo entre el buen ladrón y Jesús, anunciando a éste su inminente salvación: “hoy estarás conmigo en el paraíso”. Son varios los detalles narrados en particular por San Lucas, que nos adelantan el fruto de la Redención. Y finalmente para San Lucas, lo último que dice Jesús es “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”.

Todas estas particularidades de San Lucas, señalan algunos aspectos de la meditación de este evangelista, sobre el drama de la Pasión: Jesús está manifestando su bondad especial en ese momento decisivo de su vida. Ahora se muestra especialmente como Salvador: por eso cura al enemigo herido en la oreja; quiere hacer recapacitar a Herodes con un silencio majestuoso; y también como Salvador hace reflexionar a las buenas mujeres sobre la verdadera compasión. Concede la salvación inesperada a uno de los criminales que comparten con Él el suplicio de la Cruz. Esto por la parte de Jesús: El está muriendo por nuestra salvación, pues para eso va a morir, y manifiesta con esas acciones, la realidad de esta salvación, que nos llega a todos nosotros, y que va dirigida a todos los aspectos de nuestra vida que necesitan salvación.


Y por la parte del Padre, cuya voluntad está cumpliendo Jesús, se expresa el amor infinito que existe entre Padre e Hijo. La Pasión es el plan de Dios, pero no es un suplicio, sino un acto de amor: “tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su único Hijo”. Y en esos momentos le manda el consuelo a su Hijo, en la desolación de la oración del Huerto, enviando al ángel consolador, y recibe a su Hijo, al morir, recogiendo con ternura su espíritu, cuando todo el drama y el sufrimiento se ha consumado.

Esos son los aspectos a meditar en esta narración de San Lucas: la bondad y misericordia de Jesús, que quiere curar nuestras enfermedades, nuestras equivocaciones para darnos finalmente la salvación. Y además se quiere dejar bien establecido que el Padre ama al Hijo, que lo ama sin límites, incluso cuando Cristo parecería abandonado; y con El nos ama a todos nosotros, y por eso hace que se realice la Redención de esta forma tan maravillosa. La Pasión tiene así este mensaje: Dios nos ama, y Jesús nos salva, subrayando así el amor de Dios.









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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.


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Experiencia de Formación para Semana Santa

Meditación del Misterio Pascual de la Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo
Fecha: Sábado 27 de marzo y sábado 03 de abril.
Hora: 10:00 AM a 12 del mediodía.
Lugar: Salón Parroquial de la Parroquia Nuestra Señora de Fátima, Av. Armendáriz 350 Miraflores - cerca de Larcomar. Lima, Perú. Teléfono 446-3119.
Incripción gratuita.
Dirige la experiencia: P. Carlos Cardó, S.J.

Ofrecimiento Diario - Intenciones para el mes de Abril


APOSTOLADO

DE LA
ORACIÓN


INTENCIONES PARA EL MES DE
ABRIL





Ofrecimiento Diario

Ven Espíritu Santo, inflama nuestro corazón en las ansias redentoras del Corazón de Cristo, para que ofrezcamos de veras nuestras personas y obras, en unión con él, por la redención del mundo.

Señor mío y Dios mío Jesucristo:

Por el Corazón Inmaculado de María me consagro a tu Corazón y me ofrezco contigo al Padre en tu santo sacrificio del altar; con mi oración y mi trabajo, sufrimientos y alegrías de hoy, en reparación de nuestros pecados y para que venga a nosotros tu reino.

Te pido en especial por las intenciones encomendadas al Apostolado de la Oración.




Por las Intenciones del Papa:

Intención General:

Para que toda tendencia hacia el fundamentalismo y el extremismo sea contrarrestada por el constante respeto, la tolerancia y el diálogo entre todos los creyentes.



Intención Misional:

Para que los cristianos perseguidos por causa del Evangelio, perseveren en el fiel testimonio del amor de Dios por toda la humanidad.






Por las intenciones de la Conferencia Episcopal Peruana:



Para que crezca la práctica de la“lectio divina”: lectura orantede la Palabra de Dios.




Constante respeto, tolerancia y diálogo entre creyentes

“... Me parece útil reafirmar que la Iglesia no impone, sino propone libremente la fe católica, sabiendo bien que la conversión es el fruto misterioso de la acción del Espíritu Santo. La fe es don y obra de Dios. Precisamente por eso, está prohibida toda forma de proselitismo que obligue, induzca o atraiga a alguien con medios inoportunos a abrazar la fe. Una persona puede abrirse libremente a la fe después de una reflexión madura y responsable. Esto no sólo beneficia a la persona, sino también a toda la sociedad, pues la observancia fiel de los preceptos divinos ayuda a construir una convivencia más justa y solidaria...” (Benedicto XVI a los Obispos de Asia Central. Roma, 2.10.2008. Extractos)


Fiel testimonio del amor de Dios

“Hablando en particular de los cristianos, debo notar con dolor que a veces no sólo se ven impedidos, sino que en algunos Estados son incluso perseguidos, y recientemente se han podido constatar también trágicos episodios de feroz violencia. Hay regímenes que imponen a todos una única religión, mientras que otros regímenes indiferentes alimentan no tanto una persecución violenta, sino un escarnio cultural sistemático respecto a las creencias religiosas. En todo caso, no se respeta un derecho humano fundamental , con graves repercusiones para la convivencia pacífica. Esto promueve necesariamente una mentalidad y una cultura negativa para la paz”. (Benedicto XVI, Jornada Mundial de la Paz 1.1.2007. Extractos).


Aparecida - Misión Continental

“Diálogo ecuménico para que el mundo crea. (n. 227 ss.) Relación con el judaísmos y diálogo inter religioso. (n.235 ss.)”.



Eucaristía

Misa por la evangelización de los pueblos (Misal Romano)

Palabra de Dios

Hechos 7, 54-60. Martirio de Esteban. Señor, no les tomes en cuenta este pecado.
Marcos 9, 38-40. El que no está contra nosotros está con nosotros.
Mateo 5,38-48. El “ojo por ojo” y el amor de los enemigos.

Reflexionemos

¿Cómo contribuir para erradicar el fundamentalismo, la intolerancia y el relativismo de nuestra sociedad?
¿Cómo ser más respetuosos, tolerantes y dialogantes con otros grupos religiosos o de otro modo de pensar?



P. Antonio Gonzalez Callizo S.J.
Director Nacional del Apostolado de la Oración (AO)
Parroquia San Pedro



Invitación

A participar de la Misa dominical de 11:00 AM en la Parroquia de San Pedro y a acompañarnos en las reuniones semanales a las 12:00PM en el claustro de la parroquia, todos los domingos.

Asimismo, invitamos a la Misa de los primeros viernes de cada mes en Honor al Sagrado Corazón de Jesús, a las 7:30 PM en San Pedro.




¡ADVENIAT REGNUM TUUM!
¡Venga a nosotros tu reino!

Apostolado de la Oración
Azángaro 451, Lima


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Quinta palabra:


"Tengo sed"
(Jn 19, 28)
P. José Ramón Martínez Galdeano S.J.

“Después de esto, sabiendo Jesús que todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura dijo: Tengo sed. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca”.

Jesús tiene sed. Es una sed espantosa. No ha comido ni bebido nada desde la noche anterior, la transpiración natural, el sudor, la pérdida de sangre produce sed. Jesús ha perdido mucha sangre desde el sudor de sangre en el huerto y luego con el tormento de la flagelación y con la crucifixión. “Araron mis espaldas”, borbotones de sangre salieron de manos y pies al compás de los martillazos. Aquel salmo 22, el que hemos recordado en la palabra anterior lo dice: “Mi garganta está seca como una teja, la lengua se me pega al paladar” (v. 16).

Y sin embargo los tiempos mesiánicos se anuncian como los de agua y cosechas abundantes. “Convertiré el desierto en lagunas y la tierra árida en hontanar de aguas” (Is 41,18) “Serán alumbradas en el desierto aguas y torrentes en la estepa; se trocará la tierra abrasada en estanque y el país árido en manantial de agua” (Is 35, 6-7). “No tendrán hambre ni sed, porque el que los compadece los guía a manantiales de agua” (Is 49,8s).

Hacia casi un año que en la fiesta de los tabernáculos Jesús había clamado en Jerusalén: “Si alguno tiene sed que venga a mí y beba. Quien cree en mí, como ha dicho la Escritura, de su seno correrán torrentes de agua viva” (Jn 7,37s). Es lo que había dicho a la mujer samaritana en otro momento en que estaba también acuciado por la sed: “Si conocieras el don de Dios y quien es el que te dice: Dame de beber, tú le habrías pedido a él y él te habría dado agua viva”. “El que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para la vida eterna” (Jn 4,10.14). Y sucede que, cuando la mujer se interesa por aquella agua, a Jesús se le pasa su sed; como se le pasó también el hambre. Se extrañaron los discípulos de que tan pronto se le hubieran pasado el hambre y la sed. Y “Jesús les dice: Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra. Alcen sus ojos y vean los campos que blanquean para la siega”. Por obra de aquella mujer, que ha bebido de su agua, el corazón de los habitantes de aquel pueblo de Samaria se abre sediento y cree en Jesús. Esta es el agua que Jesús necesita para calmar su sed. Uno es el que siembra y otro el que siega. “Les he enviado a segar" –les dice en ese momento a sus discípulos.

Saciaremos la sed de Cristo si nosotros respondemos como la samaritana. Esta es el agua y el pan que Jesús necesita. Saciaremos la sed de Cristo si nosotros en primer lugar, arrepentidos de nuestros pecados, nos acercamos a su Corazón para beber de él. Lo ha dejado abierto tras la lanzada. Saciaremos la sed de Cristo si somos sensibles a su amor y le buscamos amadores. “Hemos creído en el amor”. Saciaremos la sed de Cristo confiando siempre en él.

Si somos capaces de demostrarlo sufriendo algo por él. Si somos capaces de colaborar con él sembrando o recogiendo. Si somos capaces de hacer lo que hizo aquella mujer recién convertida, manifestando a todos lo que había hecho con ella. Porque es que, además, lo mismo que a Jesús nos pasa a nosotros. Apagaremos nuestra sed y nuestra hambre si llevamos a otros el agua y el pan de la vida.

Todos podemos ayudar a ello, aunque de maneras diferentes. Una fue la manera del apóstol Juan, otra la de María Magdalena, la primera que correría a anunciar que sepulcro estaba vacío, otra la de la Madre, ofreciendo su persona, su dolor y a su propio Hijo. Con el ejemplo, con el testimonio, con la ofrenda de los propios dolores, con el sacrificio como el de las propias enfermedades, con las obras de caridad, con el perdón, con la oración continua por la conversión de los pecadores, con la limosna. Oramos poco o, por lo menos, bastante menos de lo que podemos, por la Iglesia, por la conversión de los pecadores, por la abundancia y calidad de las vocaciones, y luego nos lamentamos y a lo mejor criticamos a la Iglesia, en cuyo servicio podríamos hacer más de lo que hacemos.

“En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre” (S 69). “Había allí un jarro de vinagre. Y sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca”. No demos a Cristo otra agua que la que le calma la sed: el amor de los hombres, que es vida para ellos; porque ha venido “para que los hombres tengan vida y vida abundante”. Sin ésta, cualquier otra, aun con la mejor voluntad como la del soldado por un momento movido a compasión, es para Cristo vinagre. Toda nuestra vida debe ser cristiana y eso significa que en el templo y en la calle, en la familia y el trabajo, con amigos y con los que nos miran mal, con todos y en todas partes manifestamos el amor de Cristo. “Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo” (S 42,2s). “¡Oh Dios! Mi alma está sedienta de Ti, como tierra reseca, agostada, sin agua” (S 63,2). “¡Qué maravillosa es tu misericordia, oh Dios! Los hombres se acogen a la sombra de tus alas les da a beber del torrente de tus delicias; porque en está la fuente viva” (S 36,8-10).

Nos resistimos a beber de esa fuente de aguas vivas que es el Corazón de Jesús, del Señor de la Misericordia. Somos fríos y perezosos. Le damos el vinagre de nuestra pasividad ante su palabra encendida, de nuestra insensibilidad ante sus sufrimientos que no acaban de cambiarnos la vida, de nuestra fe dormida que no reacciona ante tanto sufrimiento de Cristo por nuestros pecados para liberarnos del infierno. El agua fresca que calma la sed de Cristo, son el arrepentimiento de nuestros pecados, el cambio de nuestro pensar y nuestros valores, de nuestros deseos y aspiraciones, de las causas de nuestras tristezas y alegrías.

Saciemos la sed de Cristo acercándonos a su Corazón traspasado y bebiendo del agua viva y de la sangre que nos ofrece. No temamos en “llevar en nuestro cuerpo las señales de pasión de Cristo”, como dice San Pablo. ¿Sufres, hermano? ¿Quién no sufre? Aprendamos a sufrir por amor, como Cristo. La pasión de Cristo abre el alma a la revelación divina. “Nos piden milagros –dice San Pablo– otros sabiduría. Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, sabiduría de Dios, poder de Dios”.

Y es que para saborear la frescura del agua de la vida cristiana, se necesita vivirla desde el misterio de la Cruz. San Ignacio de Antioquia ve en ella la obra maestra de la sabiduría divina: “Todo cristiano, aprendiendo de la pasión el espíritu de la cruz y haciéndose víctima en la cruz, sacrifica su propia razón a lo que para los no creyentes es un escándalo; pero para los transformados por la fe es salvación y vida eterna. Déjenme imitar la pasión de mi Dios”.

Por no aceptar en su vida los sufrimientos de Cristo, muchos no alcanzan la santidad y viven con un sentimiento de tristeza y de fracaso. “Si un cristiano no imita los sufrimientos de Cristo, su cruz y su muerte, no obtendrá la salvación” (S. Bernardo). “Por el sufrimiento el cristiano da valor al tiempo presente y adquiere la vida eterna, domina las pasiones, triunfa de las tentaciones, elimina los vicios, destruye el pecado y despierta la caridad. La pasión ayuda a vivir según el Evangelio y lleva a vivir en Dios” (S. Gregorio Magno).

Somos débiles y nos resulta duro estar como María al pie de la cruz. Si nos acercamos a ella, nos dará su mano para aumentar nuestra fe, mantenernos firmes en el sufrimiento, tener conciencia de que así contribuimos a la obra de Cristo y calmamos su sed, transformaremos el desierto en valle atravesado por corrientes de agua y Cristo nos lo agradecerá.
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Conversión



Viraje decisivo de la vida espiritual

Deriva del latín conversio que, a su vez depende de converti o se convertere, y primero significó: paso de un lugar o estado a otro, luego “volverse a algo o a alguien” y finalmente “cambiar de dirección o camino. Así fue fácil el paso del sentido material al moral y religioso de cambio, paso de la irreligiosidad a la religión o de una a otra religión.

Nosotros entendemos aquí por lo menos principalmente o el primer abrazo de la fe cristiana y católica o el retorno a la misma, si se había abandonado, el viraje decisivo de la vida espiritual de las almas piadosas, en relación con la santidad.

La conversión en la Sagrada Escritura

En el Antiguo Testamento

Es un retorno a Dios ofendido tanto del pueblo elegido, infiel al pacto con Yaveh y su ley, como de cada pecador. Desde este punto de vista individual, muy frecuente en los profetas, la conversión consiste no sólo en el humilde reconocimiento de la propia culpabilidad, en el arrepentimiento y reparación de las culpas cometidas y, por ello en el alejamiento del pecado, sino también en el retorno a Yaveh, como indica la correspondiente palabra hebrea sub, que quiere decir, volver, volver de nuevo, retornar, o mejor aún: contrario a lo que había hasta entonces; por tanto, revisión, conversión, es decir cambio interior y sincero de la conducta, de la vida. Esta conversión en concreto significa: obediencia a la Ley de Dios y a las llamadas de los profetas, conformando a todo ello la vida entera ( Ejm. Nínive y Jonás); confianza plena en Dios sin confiar en nadie más (personas o dioses), huida a todo lo que desagrada a los ojos de Yaveh. Así la conversión no es sólo un mero acto transitorio, cuanto una conducta nueva de vida, que es agradar a Dios, y el restablecimiento de una unión íntima con él, de una verdadera relación de amistad, de una gozosa convivencia familiar y conyugal con el mismo Yaveh. Por ello si incluye un acto personal y responsable, una decisión plenamente libre del hombre , sobre todo supone la iniciativa generosa del mismo Dios, su infinita misericordia para con el pecador, su invitación amorosa a volverse a él, su atracción eficaz y al mismo tiempo llena de respeto. En suma, la conversión es ante todo obra de Dios que ama y perdona, que crea un corazón nuevo e infunde un nuevo espíritu en el pecador o lo readmite a su propia intimidad.

En el Nuevo Testamento

La conversión ocupa un lugar de primer plano, más aún, da el tono a la nueva era, continuando y perfeccionando la predicación profética. El Bautista prepara los caminos del Señor, es decir dispone los ánimos del pueblo elegido para acoger al Mesías presente ya en medio de ellos, precisamente predicando la conversión o “metanoia”, que constituye el anuncio gozoso de Jesús y sus discípulos. Esta palabra griega, a veces traducida por penitencia, que es un aspecto y un resultado suyo, más propiamente significa revisión, conversión, cambio radical de la mente, de la intención, del corazón, de la conducta, de todo hombre pecador en sus relaciones con Dios.

La conversión se describe como un paso de las tinieblas a la luz, del estado de ira al de gracia, del poder y esclavitud de Satán a Dios y a la libertad de sus verdaderos hijos, de la vida según la carne a la que es según el espíritu, del hombre viejo al hombre nuevo, de la muerte a la vida.

Por eso la conversión es una resurrección, una regeneración, un renacimiento, una nueva creación, una nueva vida que es feliz pertenencia al reino de Dios, inserción en la misma familia de Dios y participación real en su misma vida.


Condiciones para una conversión

Para que pueda tener lugar esta metamorfosis del pecador, se requieren naturalmente disposiciones adecuadas. El primer lugar corresponde a la fe, que es acoger con corazón abierto el reino de Dios, que es, por tanto, adhesión confiada y total a Jesús, lo que implica la aceptación íntegra de su doctrina, de sus mandamientos, incluso la imitación de él. El convertido no es sólo aquel que deja el pecado y vuelve a Dios, sino también, y sobre todo, aquel que se ha vuelto imagen viva y transparente de Cristo, de modo que pueda decir con Pablo “Vivo yo, ya no yo…” (Gal.2,20).

Así la conversión es el primer paso y al mismo tiempo la consumación de la regeneración humana, primero del individuo, pero luego también de toda la humanidad e incluso de toda la creación.

Además de la fe, la conversión requiere la rectitud de voluntad que hace buscar y amar el bien y la verdad, sean cuales fueren las consecuencias y sacrificios que comporte; la humildad, que hace posible el reconocimiento sincero de los propios pecados y la superación de tantos egoísmos, vilezas, respetos humanos; finalmente la docilidad a las invitaciones de Dios, a su luz, a su gracia, que no raras veces habla simplemente a través de la voz de la propia conciencia.

Al ser tan difícil la victoria sobre los múltiples y graves obstáculos que se levantan contra la conversión, y tan elevada las metas de la misma, es obvio que la conversión, también en el NT es obra eminentemente de Dios, el cual respeta plenamente la libertad y al mismo tiempo la solicita con sus atracciones eficaces: “Nadie puede venir a Mi, si no lo atrae el Padre” “Nadie llega al Padre sino por MI etc. Así habla Jesús y así confiesa San Pablo el gran convertido: “Por la gracia de Dios soy lo que soy…(1 Cor. 15, 10)

No se podía hacer resaltar mejor la cooperación de la voluntad humana libre con la gracia de Dios, la opción personal del hombre y la primacía de la iniciativa divina, es decir, de la eficacia de la gracia en la obra humano divina de la conversión y de la santificación. En síntesis, se podría decir que Dios habla y el hombre responde, Dios se ofrece y el hombre acoge: la conversión es un “diálogo” cuya parte más importante es la de Dios y la secundaria, por principio es la respuesta del hombre.


Tres clases de conversión

1º. Cuando se entra por primera vez a formar parte de la Iglesia, es decir se abraza libremente y conscientemente la fe católica. Hay que procurar una conveniente disposición moral. (un sensual, orgulloso, difícilmente.)

2º. La segunda clase es la del que vuelve a la fe, después de haberla abandonado. Pueden ser de las más variadas naturalezas los motivos por los que se aleja y por las que se retorna o vuelve.

3º. La tercera llamada por los autores espirituales, segunda conversión (el primero fue Clemente de Alejandría) Consiste en la resolución firme, absoluta, inquebrantable de tender con todas las fuerzas a la perfección, sin detenerse nunca o volver atrás, cueste lo que cueste.

Desde un punto de vista fenoménico la segunda conversión a veces madura lentamente, a veces se presenta de un modo imprevisto, como si el alma quedase deslumbrada por la gracia. A veces coincide con la primera o la segunda conversión Otras veces tiene lugar en aquella edad en que se suele escoger estado y se determinan las orientaciones principales de la vida del hombre.

A este respecto, y refiriéndose a los religiosos San Bernardo decía: “Veréis más fácilmente a numerosos seglares convertirse al bien (1ra. conversión) que un solo religioso convertirse a lo mejor (2da. conversión). Es un pájaro extremadamente raro, en esta tierra, el que se levanta, aunque sea poco, por encima del nivel que ha alcanzado una vez en su orden”. (Un medio de los jesuitas es: la tercera probación)

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Referencia: Artículo "Conversión" del P. Guillermo Villalobos, S.J.

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Jesús y la mujer adúltera



P. Adolfo Franco, S.J.

Reflexión del Evangelio del 5º Domingo de Cuaresma

Jn 8, 1-11



Jesús es enfrentado con una situación incómoda. Los letrados y los fariseos le presentan a una mujer sorprendida en adulterio, para que haga un juicio a esta mujer y aplique la sentencia que establecía la ley de Moisés, para estos casos, y que era la muerte por lapidación. Lo que querían los hombres que presentaron a esta mujer era poner a Jesús frente a una alternativa muy difícil: o perdonar a la mujer y así desobedecer abiertamente la ley de Moisés, o condenarla y así echar por tierra su fama de bueno y salvador.

Pero Jesús va a resolver esta situación procurando dar la ayuda que necesitan ambas partes: los fariseos acusadores y la pecadora acusada. Para ello, les devuelve a estos hombres la situación, así serán ellos los que queden en evidencia y tendrán que reflexionar ante lo que han hecho; para eso simplemente les dice: “El que esté sin pecado, que le tire a esta mujer la primera piedra”. Y frente a esta propuesta, todos quedan desarmados. Seguramente ya tenían las piedras en sus manos, y las fueron dejando caer disimuladamente al suelo, y después de examinar un poco su propia conciencia, empezaron a retirarse uno tras otro, empezando por los más viejos.

Cuando Jesús queda sólo ante la mujer le dice: “¿Nadie te ha condenado?. Yo tampoco te condeno. Anda, y en adelante no peques más”.

Esto revela varias cosas: lo primero es que Jesús, el único que está sin pecado, no juzga. Mientras que los que sí tenían pecado, no sólo juzgan, sino que condenan. Es notable cómo esto es lo que sucede cada día y en cada ocasión: los que somos pecadores, nos atrevemos a juzgar a los demás. Mientras que Jesús, dice una y muchas veces: Yo no he venido a juzgar, sino a salvar.

En la vida no nos acordamos de nuestras muchas faltas, de nuestros frecuentes pecados. Sabemos en cambio ver (a veces suponer) los pecados de los demás. Ya lo había El dicho: sabes ver la paja en el ojo ajeno, y no miras la viga que tienes en el tuyo. ¿Cómo podemos tener tan poca misericordia los que hemos recibido el perdón de Dios una y mil veces? Si uno ha tenido caídas, ¿cómo no sabe acordarse de su propia debilidad, y tiene la osadía de juzgar y condenar a sus hermanos? El Hijo de Dios, el Santo, no juzga, y los pecadores, nosotros somos los que juzgamos.

Aparte de esta lección, Jesús quiere dejar bien claro, que El ha venido a salvar, a dar la vida por los pecadores, a buscar la oveja perdida. Imaginemos por un momento que la escena de la pecadora se hubiese resuelto de esta otra forma: Jesús dice a los que condenan a la mujer y quieren apedrearla: “Ya que quieren apedrearla, tomo su lugar, me apedrean a mí, pero déjenla libre a ella”. Y es lo que hizo realmente en su muerte, que aceptó la crucifixión, sustituyéndonos a cada uno de nosotros.

Su oficio no es el de juez, sino el de Salvador. Precisamente estamos en la Cuaresma, un tiempo que nos encamina a vivir, en la Semana Santa, la obra salvadora de Jesús, la Redención de los pecados. Y es importante que destaquemos en nuestra relación con Dios su misericordia, más que su rigor. En el Evangelio queda destacada de muchas maneras esta “forma de ser” de Dios: y debemos recordarla muchas veces para que tengamos en nuestro corazón una auténtica imagen de Dios, y no una deformación de esa imagen.

Son muchas veces las personas que se consideran así mismos “buenas” las que se dedican a este oficio: juzgar a los demás, condenar sin misericordia a los demás. Eso indica mezquindad, actitud poco cristiana. Eso indica que esos “buenos”, simplemente no son lo suficientemente buenos; les falta lo fundamental del “estilo” cristiano, que es la caridad; y, como dice San Pablo, si no tengo amor, no soy nada..

La semana pasada reflexionábamos sobre la parábola del hijo pródigo; ahora no es una parábola, estamos ante un hecho de la vida real: con un hijo pródigo: la pecadora; un hermano mayor: los fariseos acusadores sin bondad; y un Padre que acoge: Jesús que devuelve la dignidad a la pecadora. Es una misma lección: la Misericordia de Dios, manifestada en su Hijo.


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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración

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Homilía: 5º Domingo de Cuaresma (C)





Lecturas: Is 43,16-21; S.125; Flp 3,8-14; Jn 8,1-11

“En adelante no peques más”

P. José R. Martínez Galdeano, S.J.



El escenario histórico de este evangelio son los últimos días de vida mortal de Jesús en Jerusalén. Se enmarca en ese conjunto de trampas y zancadillas que los adversarios le tienden para justificar su muerte. Esta vez buscan una prueba de que no respeta la ley sacrosanta de Moisés.

Sin embargo para nosotros, y para los mismos creyentes a los que Juan trata de formar en la fe, tiene otro interés mayor. Porque es signo de la importancia que la Iglesia, ya desde los primeros siglos, da en su catequesis y en su vida a la dimensión penitencial. Este es uno más de los pasajes evangélicos que la tocan y que son numerosos en el conjunto de los evangelios. No nos extrañe, la presencia del pecado en nuestra vida y la lucha contra él son una realidad y una necesidad que se impone y que forma parte de la vida de todo cristiano. El progreso en la vida de fe y en las virtudes y del amor a Jesucristo no se logran sin lucha contra el pecado, sin esfuerzos contra los propios vicios y malas costumbres, sin hacer frente a la propia concupiscencia, sin dominar los apetitos carnales. La propia conversión es una tarea que nunca se debe abandonar. Así lo entendieron los santos y de ahí se explican las grandes mortificaciones y penitencias, que a nosotros nos pueden parecer exageradas. Lo que ocurre es que encontraron la perla preciosa del amor de Dios y no vacilaron en darlo todo a cambio de adquirir la tierra en que se escondía. Como ellos todos nosotros debemos ser conscientes de que el límite de la conversión es la santidad de Dios (“sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”, Mt 5,48) y de que este trabajo no termina más que con la muerte con Cristo, que señala también la victoria definitiva con Él. También cuando ora, la Iglesia nos lo recuerda y a ello estimula. La celebración eucarística comienza con el acto de contrición, el recuerdo de la misericordia de Dios en las invocaciones del “Señor, ten piedad”, en varios momentos del canto del “Gloria” y en las oraciones preparatorias para la comunión.

En esta dimensión penitencial de la vida cristiana el sacramento de la penitencia ocupa un valor especial, porque es una acción sacramental de Cristo, mediante su ministro, que perdona cualquier pecado a todo pecador sinceramente arrepentido. El arrepentimiento y el propósito de enmienda del penitente, junto con la sincera manifestación de los pecados graves y el cumplimiento de la penitencia, actos los tres que pone el penitente, forman parte –caigamos en la cuenta– del acto sacramental del perdón misericordioso que otorga el sacerdote en nombre de Dios.

Cuidemos para que el propósito de la enmienda no se reduzca a la mera expresión de paporreta de una fórmula, sino que sea la decisión categórica de poner en el futuro los medios necesarios para evitar los pecados confesados y de los que se invoca el perdón.

Hablamos de prever y decidir para el futuro sobre los medios necesarios. El primer medio es la oración. La superación de un vicio o costumbre arraigados, que casi parecen ya naturales, pero que son moralmente “malos”, no puede hacerse sin la colaboración o ayuda de la gracia de Dios. Recuerden que la gracia de Dios se llama así porque es gratuita, es decir que no se gana ni logra por méritos propios ni a cambio de nada. Sólo por la oración, propia o también de otras personas (por eso la oración por los pecadores). Cualquier paso en la vida espiritual y moral no se puede dar sin la participación de la gracia. De ahí que lo más normal de la vida del cristiano ha de ser la oración. Necesitamos de la gracia para superar las tentaciones, para cumplir nuestros propósitos, para hacer oración, para hacerla mejor, para corregir el carácter, para tener claridad y acierto para entender la Escritura, para gustar del mundo sobrenatural, para mantener el esfuerzo en el cumplimiento de nuestros deberes religiosos y morales, para vivir de la fe. Sin oración no puede mantenerse un proceso de conversión. Por eso es preciso orar siempre.

Pero no basta el combustible para que me pueda trasladar a otro lugar. Es necesario el vehículo, es necesario que funcione bien su motor y que haya quien lo maneje. El propósito de enmienda no se realizará sin mi propio trabajo y bien orientado. Hay que cambiar la forma de vivir, las formas de obrar, pensar y sentir. Hay que convertirse en “otro”.

En primer lugar hay que evitar las ocasiones de pecado. Es incongruente e hipócrita estar pidiendo a Dios la castidad y al mismo tiempo no prescindir de los tan numerosos incentivos de la lujuria.

Además el esfuerzo de conversión, cuando se trata de un defecto o una virtud de peligro o necesidad frecuentes, requiere atención, previsión, vigilancia permanentes. Hay que prever las difícultades y el comportamiento más apropiado para los momentos de prueba. Hay que prever los medios más oportunos para las distintas circunstancias.

El esfuerzo de conversión requiere esfuerzo y… tiempo. No es cuestión de unos pocos días o semanas. Cuando se trata de defectos de carácter, puede durar años; se debe ir notando la eficacia, aunque sea de modo paulatino, poco a poco; las caídas no han de abortar el esfuerzo, sino motivar a la oración y al reconocimiento humilde ante de Dios de la propia realidad pecadora (“el pecado habita en mí”, Ro 7,17) y de la necesidad de su gracia salvadora (Jn 15,5).

El cambio de circunstancias, de trabajo, de edad, de responsabilidades familiares o sociales, hace con frecuencia necesario o más necesario el ejercicio de ciertas virtudes o el combate de ciertos defectos. No son las mismas las virtudes del joven soltero perfecto que las del casado, del estudiante y del que trabaja, del que tiene hijos o no, del ocupado y del jubilado, del sano o del enfermo. A través de estas exigencias nuevas de la vida Dios nos va pidiendo objetivos y ofreciendo gracias nuevas, que van desarrollando en cada uno la imagen de Cristo resucitado, que lo va haciendo presente allí donde cada uno vive, trabaja, sufre y un día, como el trigo maduro, ofrecerá su fruto.

“Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Ninguno te ha condenado?”. “Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no peques más”. “¿Quién acusará a los elegidos de Dios? ¿Quién condenará? Nadie podrá separarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro 8,33-39). Esta gracia quiere Dios para nosotros cada vez que nos confesemos.




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Signos y Símbolos de la Semana Santa




Semana Santa


A la Semana Santa se le llamaba en un principio “La Gran Semana”. Ahora se le llama Semana Santa o Semana Mayor y a sus días se les dice días santos. Esta semana comienza con el Domingo de Ramos y termina con el Domingo de Pascua.



Ramos o palmas


Del latín: -palmae- que significa palma de la mano y hoja de la palmera, que usan ya los romanos como símbolo de victoria. Fueron utilizados para saludar a Jesús cuando hizo su ingreso triunfante a Jerusalén por eso en la liturgia representa lo mismo, es decir el saludo al empezar la misa del Domingo de Ramos para recibir al sacerdote y comenzar la misa. De ahí que los ramos deben bendecirse al inicio de la misa, no tiene sentido bendecir los ramos una vez terminada la misa porque ellos representan el saludo a Jesús en su ingreso triunfante y por eso es al inicio.
También es bueno recordar que los ramos deben utilizarse sólo el Domingo de Ramos y no los otros días de la Semana Santa.





El pan y el vino: Cuerpo y Sangre de Cristo


Son los elementos naturales que Jesús toma para que no sólo simbolicen sino que se conviertan en su Cuerpo y su Sangre y lo hagan presente en el sacramento de la Eucaristía.
Jesús los asume en el contexto de la cena pascual, donde el pan ázimo de la pascua judía que celebraban con sus apóstoles hacía referencia a esa noche en Egipto en que no había tiempo para que la levadura hiciera su proceso en la masa (Ex 12,8).
El vino es la nueva sangre del Cordero sin defectos que, puesta en la puerta de las casas, había evitado a los israelitas que sus hijos murieran al paso de Dios (Ex 12,5-7). Cristo, el Cordero de Dios (Jn 1,29), al que tanto se refiere el Apocalipsis, nos salva definitivamente de la muerte por su sangre derramada en la cruz.
Los símbolos del pan y el vino son propios del Jueves Santo en el que, durante la Misa vespertina de la Cena del Señor, celebramos la institución de la Eucaristía, de la que encontramos alusiones y alegorías a lo largo de toda la Escritura.
Pero como esta celebración vespertina es el pórtico del Triduo Pascual, que comienza el Viernes Santo, es necesario destacar que la Eucaristía de ese Jueves Santo, celebrada por Jesús sobre la mesa-altar del Cenáculo, era el anticipo de su Cuerpo y su Sangre ofrecidos a la humanidad en el "cáliz" de la cruz, sobre el "altar" del mundo.



El lavatorio de los pies


El Evangelio de San Juan es el único que nos relata este gesto simbólico de Jesús en la Última Cena y anticipa el sentido más profundo del "sinsentido" de la cruz. Un gesto inusual para un Maestro, propio de los esclavos, se convierte en la síntesis de su mensaje da a los apóstoles una clave de lectura para enfrentar lo que vendrá.
En una sociedad donde las actitudes defensivas y las expresiones de autonomia se multiplican, Jesús humilla nuestra soberbia y nos dice que abrazar la cruz, su cruz, hoy, es ponerse al servicio de los demás. Es la grandeza de los que saben hacerse pequeños, la muerte que conduce a la vida.



El Jueves Santo

La Eucaristía con que se da inicio al Triduo Pascual es la "Missa in Coena Domini", porque es la que más entrañablemente recuerda la institución de este sacramento por Jesús en su última cena, adelantado así sacramentalmente su entrega de la Cruz.





Cena del Señor

Es el nombre que, junto al de "fracción del pan", le da por ejemplo San Pablo en 1 C. 11,20 a lo que luego se llamó "Eucaristía" o "Misa": "kyriakon deipnon", cena señorial, del Señor Jesús. Es también el nombre que le da el Misal actual: "Misa o Cena del Señor" ((IGMR. 2 y 7).

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Referencia: Aciprensa.


Publicaciones para profundizar sobre Semana Santa:

El por qué y para qué de la pasión y muerte de Cristo

Algunos textos de la Escritura que revelan verdades importantes sobre la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo


ESPECIAL DE SEMANA SANTA 2016


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