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San Francisco Javier, jesuita




*Fiesta: 3 de diciembre



San Francisco Javier fue uno de los misioneros más notables de la historia. Nace en Navarra, en el castillo de Xavier, el 7 de abril de 1506. Muere en China el 3 de diciembre de 1552.
La Compañía de Jesús lo considera como a una de sus dos importantes columnas y coloca a San Francisco Javier siempre junto a San Ignacio de Loyola.


Niñez y juventud

Francisco de Jasso y Javier fue el hijo menor de don Juan de Jasso y de doña María de Azpilcueta, señores del Castillo de Xavier, en Navarra.
Su niñez y primera juventud las vivió en su tierra, en medio de los sinsabores de una guerra que buscaba la independencia de la patria. Sus hermanos tomaron parte activa en las luchas contra Castilla.
A la capitulación de Navarra, en 1524, sigue inmediatamente la ruina de la familia. Y después, la partida de Francisco en busca de nuevos derroteros, a París, en los estudios.
Se despide de su madre y de sus hermanos. Monta a caballo, pica espuelas y acompañado de un criado, se interna por los Pirineos, en dirección a Francia.

París

Las ciudades de Burdeos, Poitiers, Tours, Orleans, quedan atrás, hollados los caminos por los cascos del caballo.
Llega a París el día de San Miguel, justo para inscribirse, el 1 de octubre de 1525, en la Universidad. Escoge el célebre Colegio de Santa Bárbara, asilo de españoles y portugueses.
Francico Javier se apunta como porcionista, con rango de hidalgo pobre y servido por un criado de baja condición. Ser porcionista en un Colegio parisiense significa alquilar una "porción" de aposento. Se comparte con otros y se paga entre todos. Su primer compañero de cuarto es el joven Pedro Fabro, hijo de campesinos pobres de Saboya.
En la Universidad, Francisco es un estudiante notable. Agradable, sus compañeros buscan su amistad. Inteligente, le va bien en los estudios. Deportista, se distingue en atletismo.

El bienaventurado Pedro Fabro

Un buen día descubre, por fin, el porte espiritual de su compañero de habitación. Pedro, con humildad, se ha limitado a dar ejemplo de corrección, al joven navarro. Muy pronto se establece entre ellos una seria y profunda amistad, la que se prolongará durante toda la vida.

Iñigo de Loyola

La vida de San Francisco Javier cambia con la presencia de Iñigo de Loyola. Este ha llegado, desde Barcelona, solo y a pie, y con un pequeño asno que carga sus libros. Viene a la célebre Universidad de París en busca del saber, pero con otras intenciones, las espirituales.
Francisco Javier se cruza con él, a menudo, en la calle sucia entre el Colegio de Santa Bárbara y el Monteagudo, donde vive Iñigo. Lo ve caminar a prisa, siempre cojeando. Algo sabe de él, por las habladurías: caballero vascongado, otrora desgarrado y vano, combatiente herido en Pamplona, convertido y penitente en una cueva de Manresa, peregrino en Tierra Santa, estudiante en Barcelona, Alcalá y Salamanca y hasta prisionero de la Inquisición.



Iñigo, Pedro y Francisco

El 1 de octubre de 1529 Iñigo se inscribe, para los estudios de Artes, como porcionista, en el Colegio de Santa Bárbara. Debe compartir la habitación con San Francisco Javier y Pedro Fabro, ya recibidos de Maestros.
El hielo, entre los dos vascos, de bandos enemigos, comienza a fundirse. Cada vez que Francisco comparte con Iñigo sus sueños de futuro, éste le repite la frase de Jesucristo: "¿De qué le aprovecha al hombre ganar el mundo entero, si al fin pierde su alma?".
Muy pronto Pedro Fabro y Francisco Javier se unen espiritualmente a Iñigo. Ambos hacen la experiencia de los Ejercicios.

Los votos de Montmartre

Iñigo, Pedro y Francisco, con otros cuatro compañeros, Simón Rodriguez, portugués, Diego Laínez, Alfonso de Salmerón y Nicolás de Bodadilla, castellanos, el 15 de agosto de 1534, en Montmartre, hacen Votos de pobreza y de peregrinar a Tierra Santa.
Con realismo, al voto de peregrinación añaden una cláusula. Si en un año no es posible la realización del viaje a Jerusalén, prometen ponerse a disposición del Papa, en Roma. Con devoción reciben todos la Eucaristía y dejan así sellado un pacto para el resto de sus vidas.

Una caminata increíble

En 1535, Ignacio debe viajar a España por motivos de salud. En París, Pedro Fabro queda a cargo del grupo. Cuando terminen los estudios, todos deberán viajar a Venecia para, desde allí, iniciar la peregrinación a Jerusalén.
Muy pronto, en París, se agregan otros tres compañeros, el saboyano Claudio Jayo y los franceses Pascasio Broet y Juan Codure.
El 13 de noviembre de 1536, Pedro Fabro, Francisco Javier y los otro siete dejan París, rumbo a Venecia. A pie atraviesan, en pleno invierno, Francia, toda Alemania, Suiza y Austria. Caminan 1400 kilómetros y 54 días de viaje. Cruzan territorios en guerra y países no católicos.

Venecia

El 8 de enero de 1537 llegan a Venecia "fuertes y alegres de espíritu". En la ciudad ducal reciben el abrazo cariñoso de Ignacio que espera a sus "amigos en el Señor".
Ignacio da una calurosa acogida a los recién incorporados en París y a su vez les presenta a un nuevo compañero, ganado por él en Venecia, el bachiller Diego de Hoces.

Tentativas de viaje

El 25 de marzo de 1537, todos, menos Ignacio, viajan a Roma con el fin de pedir las licencias necesarias y así poder peregrinar a Jerusalén. Las obtienen. También reciben los permisos para las Ordenes sagradas a los que todavía no son sacerdotes.
De regreso, en Venecia, se preparan al acariciado viaje de Tierra Santa. Sin embargo, ese año 1537, no zarpa ninguna nave de peregrinos. Los rumores de que Venecia habría entrado en un pacto de alianza contra los turcos, impiden toda salida. Desde hacía 38 años, no sucede algo semejante.

Las sagradas Ordenes

En Venecia, San Francisco Javier, junto a Ignacio y los compañeros, recibió la ordenación sacerdotal, el 24 de junio de 1537.
Un mes después, todavía a la espera de la peregrinación, se dispersaron todos, por las ciudades cercanas. San Francisco Javier y el P. Alfonso de Salmerón estuvieron en Monsélice. El plan consistía en predicar en las plazas y ejercitar la caridad. Esa sería la mejor preparación para la celebración de las primeras Misas.
En septiembre se reúnen los compañeros en una casa de Vicenza. Es un edificio en ruinas, sin puertas ni ventanas, el monasterio abandonado de San Pietro in Vivarolo, situado en las afueras de la ciudad.
Deliberaron sobre la necesidad de ir a Roma. Deciden esperar todavía un tiempo, antes de determinarse por el voto alternativo de Montmartre.
Todos celebraron sus primeras Misas, a excepción de Ignacio. San Francisco Javier escogió la fiesta de San Jerónimo, el 30 de septiembre, en honor al santo patrono del Castillo de Xavier.

Nuevos ministerios

Como desean cumplir el sueño de peregrinar a Jerusalén, determinan seguir en ministerios apostólicos.
San Francisco Javier y Nicolás de Bobadilla viajan a Bolonia. Allí Francisco se da con toda el alma a la predicación, a las confesiones, a la enseñanza del catecismo y a la dirección espiritual. Entre los que se impresionan con San Francisco Javier se cuenta el joven sacerdote valenciano Jerónimo Domenech, quien decide incorporarse a la naciente Compañía.
Entretanto Ignacio, Pedro Fabro y Diego Laínez viajaron a Roma.

Roma

A mediados de la cuaresma de 1538, concluidos los plazos prometidos, Ignacio pide a todos los compañeros que se trasladen a la ciudada eterna. San Francisco Javier llega el 21 de abril, en la fiesta de Pascua.
Los comienzos romanos fueron sencillos. San Ignacio se dio a la tarea de dar los Ejercicios. Los Padres Diego Laínez y Pedro Fabro fueron invitados a dictar clases de teología en la Universidad de la Sapienza. Los demás se dedicaron a los ministerios. San Francisco Javier empezó con la enseñanza de la doctrina cristiana en la iglesia de San Lorenzo in Dámaso y tomó el ministerio de las confesiones en la iglesia de San Luis de los Franceses. Mantuvo estrecha amistad con el cardenal Marcelo Cervini, el futuro Papa Marcelo, y con el santo joven florentino Felipe Neri.
En noviembre de 1538, trascurrido ya el año, se ofrecen todos al papa Paulo III para el servicio de la Iglesia. El Papa los acepta gustoso y los bendice.

La deliberación

¿Qué hacer ante la dispersión que se ve venir? ¿Puede existir una comunidad en dispersión? ¿Cómo resolver este problema? Es urgente deliberar sobre el asunto.
La deliberación comienza en los primeros días de la cuaresma de 1539. Si el Papa los destina a algún sitio, ¿deben acudir como individuos o como miembros de un cuerpo estable? La decisión resulta fácil, sin controversias. La unión hecha por Dios no puede deshacerse. Al contrario, conviene confirmarla y fortificarla.
¿Deben hacer voto de obediencia a uno de ellos, elegido como superior? La respuesta inmediata les presenta mayor dificultad. Si deciden hacer voto de Obediencia, algunos temen la incorporación a una de las Ordenes religiosas ya existentes, porque ése es el parecer de más de algún miembro importante de la Curia romana. Por otra parte, la Obediencia les parece necesaria para la cohesión del grupo.
Fueron muchos los días de deliberación, oración y discernimiento. Por fin, unánimente, resuelven dar Obediencia a uno de ellos. Con esta decisión queda aprobado el proyecto de fundar la Orden religiosa Compañía de Jesús. El nuevo Instituto debe ser sometido a la aprobación del Papa. Es el 24 de junio de 1539.

Destino al Oriente

El 15 de marzo de 1540 comienza la increíble aventura y misión de San Francisco Javier hacia el Extremo Oriente. Es destinado a ella, casi por casualidad, por Ignacio de Loyola, a petición del Papa.
Juan III, el rey de Portugal, se sentía responsable del imperio descubierto y conquistado por sus naves armadas. Como a cristiano, le preocupaba el bien espiritual de sus nuevos súbditos y trataba de buscar sacerdotes para la evangelización. A través del antiguo Rector del Colegio de Santa Bárbara había tenido buenos informes de los compañeros de San Ignacio. El embajador Mascarehnas, en Roma, hizo las peticiones oficiales y el Papa accedió a enviar a dos de ellos.
En un principio, San Ignacio destinó al P. Simón Rodríguez, portugués y al P. Nicolás de Bobadilla, castellano. El día anterior al inicio del viaje, el P. Bobadilla cayó enfermo con graves fiebres.
San Ignacio debió recurrir, entonces, a San Francisco Javier. "Maestro Francisco, ésta es tu empresa". La respuesta es inmediata: "Pues, ¡sus!, heme aquí".



El viaje a Portugal

El viaje a Portugal se hace por tierra, a caballo. A causas de las indisposiciones del embajador, con lentitud.
Después de cabalgar una semana, los viajeros llegan a Loreto. En Bolonia, el embajador se detiene varios días a fin de celebrar la Semana Santa. San Francisco Javier puede así despedirse de sus buenos amigos de otros tiempos.
El 2 de abril llegan a Módena. Al día siguiente, a Parma. En esta ciudad, San Francisco tiene el consuelo de abrazar a sus compañeros Diego Laínez y al recién ingresado Jerónimo Domenech.
La comitiva debe atravesar los Alpes por un desfiladero cubierto de nieve, difícil y peligroso. Descansa en Lyon y cabalga por el sur de Francia.
Por Fuenterrabía, los viajeros entran a España. Un pequeño desvío los lleva a Guipúzcoa. Para San Francisco Javier, la permanencia en la Casa de Loyola es una peregrinación a Tierra Santa.
Después, la comitiva pasa por Burgos, Valladolid y Salamanca. A Lisboa llega a finales de junio; tres meses de pesado viaje.
Portugal.
En Lisboa, San Francisco Javier abraza a los PP. Simón Rodríguez y Micer Paulo de Camerino, quienes han viajado por mar. Con cariño y gozo es bien recibido por los reyes portugueses.
En espera del zarpe de la flota a la India, los ministerios deben efectuarse en Lisboa. Han llegado atrasados y tendrán que esperar el año siguiente, hasta la nueva navegación.
San Francisco Javier y sus compañeros se dieron a los ministerios a los que estaban acostumbrados. Dan los Ejercicios, predican y confiesan. Duermen en los hospitales de pobres.
Muy pronto Juan III, impresionado, piensa en la conveniencia de dejarlos en Portugal. Consultado San Ignacio, se opta por dejar en Lisboa al P. Simón Rodríguez y que los otros partan a la India.


África

La flota de la India zarpa el 7 de abril de 1541. Es el día del cumpleaños de San Francisco Javier. La nave capitana dispara un cañonazo, se hinchan las velas. Las cinco pesadas construcciones se deslizan majestuosas hacia el mar.
Los barcos navegaron a lo largo de la costa occidental del Africa, con sus calmas agotadoras. Doblan el terrible Cabo de las Tormentas.
San Francisco Javier no descansa, en la nave, un minuto. Enseña catecismo, predica, consuela a los enfermos y atiende a los moribundos. El mismo lava su ropa y prepara su pobre comida.
En Mozambique la flota estuvo seis meses, reparando las averías del viaje.
En Melinde y la isla de Socotora, Francisco pide quedarse para evangelizar al resto de cristianos de rito copto, tan amenazados por el Islam.

India

San Francisco Javier llega a Goa, capital de las Indias orientales, el 6 de mayo de 1542. La primera visita es para el obispo Juan de Albuquerque y a los franciscanos.
Los primeros ministerios los efectuó en la ciudad, con portugueses, mestizos y aborígenes. Con una campanilla recorre las calles y llama a todos a la iglesia.

Con los cristianos de rito malabar

Poco después, seis meses más tarde, con cristianos del rito malabar, viaja hacia el sur, enviado por el virrey y el obispo de Goa.
En Cochín y en la Costa de la Pesquería bautiza y afianza la fe de los abandonados cristianos de ese rito. Todos se dicen cristianos, pero no están bautizados. Ni siquiera saben lo que es estar bautizados. Pero insisten, quieren ser cristianos.
San Francisco Javier recorre todas las aldeas: Manapar, Trichendur, Tuticorín, Punicale y las pequeñas intermedias. Traba amistad con los niños. Con gran trabajo escribe las oraciones y la doctrina en idioma tamil. En un año bautiza a millares. Pero siempre respeta el rito malabar, y el Señor parece haberlo confirmado con más de un hecho milagroso.

De vuelta a Goa

En octubre de 1543, regresa a Goa. Con gran entusiasmo, se dedica a pensar y a organizar toda la Misión de Oriente.
A Micer Paulo, su compañero jesuita de Roma, lo deja en Goa a cargo de un Seminario para cristianos indios.
Admite a Francisco Mansilhas en la Compañía y con él decide establecer una Misión permanente en el sur.
En Goa recibe las primeras cartas de San Ignacio. Por ellas conoce la elección del General y la profesión solemne de sus compañeros. El mismo Francisco recibe, en esas cartas, el nombramiento de Superior de la India Oriental, con jurisdicción desde el Cabo de Buena Esperanza hasta China.
San Francisco Javier decide entonces pedir al obispo Juan de Albuquerque el hacer, en su presencia, los Votos solemnes de la Compañía. Envía el original a Roma y conserva una copia plegada, en un saquito, para llevarla al cuello, junto con la firma de San Ignacio.

La Misión de la Pesquería

Viaja nuevamente al Travancor. Llega con Francisco Mansilhas hasta la costa oriental de India, evangelizando y bautizando a los cristianos de Santo Tomás.
En todas las aldeas deja lugares de culto, improvisados y muy pobres, con catequistas responsables.

El gran discernimiento

En abril de 1545, en la pequeña colonia portuguesa de Santo Tomé, junto al Sepulcro, según la tradición, del Apóstol Santo Tomás, primer predicador de la India, hizo el mayor discernimiento de su vida apostólica. ¿La predicación del Evangelio debía seguir apoyada por las armas portuguesas o ser del todo independiente? ¿Navegaría a Malaca o más allá, o regresaría a Goa?
A fines de agosto, terminado su discernimiento, se embarca para Malaca.

Malasia

La navegación hasta Malaca dura un mes. Así San Francisco Javier cubre los 2.700 kilómetros hasta la capital de Malasia. De nuevo, incansable, se entrega a los mismos ministerios. El mundo malayo le parece fascinante. El santo misionero llena de alegría a la pequeña colonia portuguesa.
En Malaca recibe otro correo con cartas de Roma. San Francisco Javier llora de alegría, con gran gozo. Recorta las firmas de sus compañeros y las agrega a a su tesoro, en el saquito colgado al cuello.
Con profunda satisfacción se impone de la llegada, a Goa, de tres nuevos compañeros jesuitas. De inmediato les escribe, dando instrucciones y destinándolos a las Misiones de la Costa de la Pesquería. Y en caso de haber llegado otros, que los tres viajen a Malaca.
Las Molucas.
San Francisco Javier decide seguir, a los cuatro meses, hasta las islas de Las Molucas, en plena Indonesia. Son otros 3.500 km. hacia el oriente.
En Las Molucas permnece 18 meses. Da misiones en Amboino, Cerán, Ternate y las célebres islas del Moro.
Hace amistades con la tripulación de la flota española que había atacado a las posesiones portuguesas, y que vencida está en Amboino. De los capellanes, conquista para la Compañía, al sacerdote Cosme de Torres. Este será, muy pronto, uno de los más importantes misioneros del Japón.

De nuevo en Malaca

Decidido a establecer una Misión permanente en Las Molucas, regresa a Malaca para, desde allí, dar las instrucciones a los jesuítas que siguen llegando a la India.
En Malaca encontra a los tres jesuitas que, obedientes, lo esperan para recibir sus misiones. Son los primeros que Francico Javier abraza desde su partida de Lisboa. Por ellos supo que otros siete han viajado a la India y que todos esperan, en Goa, el destino de la obediencia.
San Francisco Javier no se cansa de preguntar una y mil veces por sus amigos de Europa y por los progresos de la Compañía. Seis semanas dedica a la instrucción de los tres misioneros y los destina a Las Molucas. Y él queda solo, nuevamente, en Malaca.

Un país increíble

En 1547, en Malaca, San Francisco Javier tiene las primeras noticias acerca del Japón, recientemente descubierto por las naves portuguesas.
Anjiro, un japonés fugitivo, le da las más increíbles noticias acerca de su patria. Son muchas las horas de conversación con este primer japonés que se entrega a la fe de Cristo, por ministerio de San Francisco Javier.
San Francisco Javier, convencido, decide volver, una vez más, a la India. Será necesario organizar toda la Misión del Extremo Oriente. Los jesuitas que esperan al Superior, son ya un buen número.

Goa

De vuelta en Goa, organiza todo. Primero la misión en la capital de la India. Después, la querida Misión de la Costa de la Pesquería. También, los destinos para Malaca y la confirmación de la Misión en Las Molucas.
Conversa con todos, como un buen padre con sus hijos. Recibe cariñoso a los que recién han llegado, con un corazón bondadoso y profundamente paternal. Para todos tiene una palabra de consuelo y de ánimo. La tarea, a la que han venido, por el Señor, se muestra muy hermosa. Admite a algunos, en Goa.
Después, prepara concienzudamente el viaje hacia el Japón, la tierra ignota para todo europeo.

En viaje al Japón

En abril de 1549, con el P. Cosme de Torres, con el estudiante jesuita Juan Fernández y Anjiro, parte San Francisco Javier hacia el Japón.
Se detiene, primero, en Cochín, la capital del sur, muy cerca de la Pesquería. Visita y consuela a los misioneros jesuitas y a los cristianos.
Después, hace lo mismo en la costa oriental de India. Ora largamente y con profunda devoción, junto al sepulcro de Santo Tomás.
Por último llega a Malaca, la capital de Malasia. Fueron sido treinta y siete días de navegación.

En el mar de China

En Malaca, con sus compañeros, prepara el gran viaje. Sale el 24 de junio de 1549, en un junco chino, de un comerciante pirata.
Es otro viaje increíble. Navegan al borde de Cochinchina y junto a la gran costa de China, de Formosa y Okinawa.
A los tres meses estuvieron en Kagoshima, la patria de Anjiro. Es el 15 de agosto de 1549.



Japón

Japón resulta, a los ojos de Francisco Javier, una cultura nueva y del todo fascinante. Desde los primeros contactos queda maravillado, de su gente, costumbres, y de la sabiduría de sus habitantes.
San Francisco Javier, ayudado por Anjiro y sus parientes, traduce al japonés todo el Catecismo que ya tenía escrito en lengua malabar y en malayo. Debe aprenderlo, de memoria. Es una tarea muy dura.
Al año, la cristiandad de Kagoshima estuvo afianzada y pudo quedar a cargo de Anjiro. Un centenar de cristianos.

Hirado y Yamaguchi

San Francisco Javier y sus dos compañeros jesuitas parten entonces a Hirado y de allí a Yamaguchi. En ambas ciudades establecen comunidades cristianas. Es increíble.
Pero San Francisco Javier quiere más. Decide ir a la capital del Japón, con el jesuita Juan Fernández, para llevar el Evangelio al emperador y, así, conquistar a todo el reino.

Kyoto

Viaja hasta Kyoto en pleno invierno, con gran consolación, por parajes, ciudades y caminos jamás pisados por un europeo.
San Francisco Javier no tuvo éxito con el emperador a quien no pudo ver, por las vicisitudes de la guerra.

La Iglesia del Japón

Vuelve a Yamaguchi, con un mayor realismo. Después viaja a Bungo, donde el damnyo parece inclinarse a la fe.
En Japón, San Francisco Javier trabajó dos años y medio. Sin duda fue su misión más dura. Pero dejó establecida la fe.
En su constante discernir muy pronto se convence de la necesidad de abrir una Misión en China. Decide, entonces, volver.
El P. Cosme de Torres y Juan Fernández, sus queridos compañeros, quedaron en el Japón. Ninguno de los dos tiene dudas de que San Francisco Javier les va a enviar nuevos refuerzos.

De regreso a India

San Francisco Javier, infatigable, decide volver a Malasia y a la India. Le urge ver y consolar a sus súbditos y, si Dios lo quiere, organizar la nueva misión de China.
De nuevo se detiene en Malaca. Allí lee las cartas de Roma que le esperan. Por ellas se impone de que ya no es el Superior de los jesuitas de Oriente. San Ignacio lo ha nombrado primer Provincial de toda el Asia. Entonces, más que nunca, decide viajar a Goa.

De nuevo en Goa

En Goa hubo de todo. Grandes consolaciones por los muchos progresos de la Misión. También, penas grandes.
Algunos jesuitas han muerto, rendidos por las fatigas. El Superior de la Pesquería el P. Antonio Criminali es ya el primer mártir de la Compañía de Jesús.
En más de alguno de los compañeros había desánimo. San Francisco Javier debe agigantarse. De nuevo, le es necesario determinar cambios en los destinos. Fue preciso hacerse todo a todos. Tiene, es cierto, una cuarentena de súbditos, pero no todos son igualmente celosos. Fue menester aconsejar, corregir, animar, organizar, multiplicarse y orar, sin cansancio.
San Francisco Javier se muestra en esos cuatro meses, con los suyos, como el mejor de todos los Provinciales de la Compañía de Jesús.

China

La Misión de China le parece estar madura. La prepara con gran cuidado. No deja punto sin resolver.
Con el virrey de la India ultima los detalles de una embajada, a nombre de Juan III rey de Portugal. Sólo los embajadores pueden ingresar a China.

Dificultades

A fines de mayo de 1552 estuvo de regreso en Malaca, dispuesto a salir inmediatamente hacia China. Las dificultades aparecieron de donde menos las esperaba.
Don Alvaro de Atayde, hijo del célebre Vasco de Gama, gobernador en Malaca, pone toda clase de tropiezos a la embajada. La prohibe, tal vez por celos. Tal vez, porque no tomará parte, así lo pensaría, en el comercio con ese fabuloso país.
Lo cierto es que San Francisco Javier debió partir sin la ayuda del embajador designado, hasta las costas de China. El ingreso al país debía hacerse a su costa y riesgo.
Sancián.
En Sancián, una pequeña isla, frente a Cantón, debe esperar su oportunidad. Son cuatro meses de permanencia, cuatro meses de tentativas. Todas se esfumaron, con un dolor profundo del santo.
Las naves comerciantes de Portugal, una tras otra, abandonan la isla. San Francisco Javier se queda solo, completamente solo. Antonio, un chino, y Cristóbal, un indio...¡los únicos testigos de su entrega y de sus anhelos!.

Muerte y glorificación

San Francisco Javier muere en Sancián al amanecer del día 3 de diciembre de 1552. El Papa Gregorio XV lo canoniza, junto a San Ignacio, el 12 de marzo de 1622. El Papa San Pío X lo declara Patrono de la Sagrada Congregación para la Propagación de la Fe y Patrono Universal de las Misiones.
El Papa Juan Pablo II lo distinguió como a Príncipe de los Misioneros.




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Ojalá que sepamos decir: "Aquí estoy, Señor, ¿qué debo hacer? Envíame adonde quieras; y, si conviene, aun a los indios".
Ojalá que nuestra historia se parezca a la de Javier.
Ojalá que optemos por seguir a Jesús, como Javier.
Ojalá que renunciemos a nuestros egoísmos, como Javier.
Ojalá que trabajemos incansables por los demás, según nuestra propia vocación, como Javier.
Ojalá que ninguna dificultad nos haga echarnos atrás, como no hizo echarse atrás a Javier.
Ojalá que nuestra vida merezca la pena. Como la de Javier.

† P. Ángel Palencia, S.J.



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*Tomado de:

http://www.cpalsj.org/



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