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Jesucristo: Rostro humano de Dios y Rostro divino del hombre

Mons. Miguel Cabrejos Vidarte, OFM
Arzobispo de Trujillo
Presidente de la Conferencia Episcopal Peruana

Conferencia de la X Semana Social


1. Se me ha pedido desarrollar el tema “Jesucristo: rostro humano de Dios y rostro divino del hombre”. Para comprender que Jesucristo, es el rostro humano de Dios hay que ir a las fuentes de la revelación, porque la 2da. parte del tema, el rostro divino del hombre, a la luz de la misma revelación, es tarea nuestra, es decir, somos nosotros los que hacemos que en el ser humano resplandezca o no el rostro divino. Henry de Lubac decía: “en el rostro de cada ser humano, brilla el rostro divino del Resucitado”.

2. “El Señor les habló desde el fuego, y ustedes escuchaban el sonido de sus palabras, pero no percibían ninguna figura: sólo se oía la voz” (Dt 4,12). El Señor se había presentado, no como una imagen o una efigie o una estatua similar al becerro de oro, sino con “rumor de palabras”. Es una voz que había entrado en escena en el preciso momento del comienzo de la creación, cuando había rasgado el silencio de la nada: “En el principio... dijo Dios: “Haya luz”, y hubo luz... En el principio existía la Palabra... y la Palabra era Dios ... Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada” (Gn 1, 1.3; Jn 1, 1-3).

3. Lo creado nace de una palabra que vence la nada y crea el ser. El Salmista canta: “Por la Palabra del Señor fueron hechos los cielos, por el aliento de su boca todos sus ejércitos ... pues él habló y así fue, él lo mandó y se hizo” (Sal 33, 6.9). Tenemos de esta forma una primera revelación “cósmica”.

4. Pero la Palabra divina también se encuentra en la raíz de la historia humana. El hombre y la mujer, llevan en sí la huella divina, pueden entrar en diálogo con su Creador o pueden alejarse de él y rechazarlo (Adán y Eva). “He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto, he escuchado el clamor ... conozco sus sufrimientos. He bajado para librarlo de la mano de los egipcios y para sacarlo de esta tierra a una tierra buena y espaciosa ...” (Ex 3, 7-8). Hay, por tanto, una presencia divina en las situaciones humanas.

5. La Palabra divina eficaz, creadora y salvadora, está por tanto en el principio del ser y de la historia, de la creación y la redención. El Señor sale al encuentro de la humanidad proclamando: “Lo digo y lo hago” (Ez 37,14). Sin embargo, hay una etapa posterior que la voz divina recorre: es la de la Palabra escrita, las Escrituras sagradas.

6. Las Sagradas Escrituras son el “testimonio” en forma escrita de la Palabra divina, son el memorial canónico, histórico y literario que atestigua el evento de la Revelación creadora y salvadora. Por tanto, la Palabra de Dios precede y excede la Biblia, si bien está “inspirada por Dios” y contiene la Palabra divina eficaz (cf. 2 Tm 3, 16). Por este motivo nuestra fe no tiene en el centro sólo un libro, sino una Historia de Salvación y, como veremos, una persona, Jesucristo, Palabra de Dios hecha carne, hombre, historia. Precisamente porque el horizonte de la Palabra divina abraza y se extiende más allá de la Escritura, es necesaria la constante presencia del Espíritu Santo que “guía hasta la verdad completa” (Jn 16, 13) a quien lee la Biblia y la Historia de la Salvación. Es ésta la gran Tradición, presencia eficaz del “Espíritu de verdad” en la Iglesia, El propio San Pablo, cuando proclamó el primer Credo cristiano, reconocerá que “transmitió” lo que él “a su vez recibió” de la Tradición (1 Cor 15,3-5).
NOTA:
La Palabra de Dios precede y excede la Biblia


I. El rostro humano de Dios: JESUCRISTO

1. En el original griego son sólo tres las palabras fundamentales: “el Verbo/Palabra se hizo carne”. Son el corazón mismo de la fe cristiana. La Palabra eterna y divina entra en el espacio y en el tiempo y asume un rostro y una identidad humana, tan es así que es posible acercarse a ella directamente pidiendo: “Queremos ver a Jesús” (Jn 12, 20-21). Las palabras sin un rostro no son perfectas, porque no cumplen plenamente el encuentro, como recordaba Job, cuando llegó al final de su dramático itinerario de búsqueda: “Sólo de oídas te conocía, pero ahora te han visto mis ojos” (42, 5).

2. Cristo es “la Palabra que está junto a Dios y es Dios”, es “imagen de Dios invisible; pero también es Jesús de Nazaret, que camina por las calles que de una provincia marginal del imperio romano, que habla una lengua local, que presenta los rasgos de un pueblo, el judío, y de su cultura. El Jesucristo real es, por tanto, carne frágil y mortal, es historia y humanidad, pero también es gloria, divinidad, misterio: Aquel que nos ha revelado a Dios que nadie ha visto jamás (cf. Jn 1, 18). El Hijo de Dios sigue siendo el mismo aún en ese cadáver depositado en el sepulcro y la resurrección es su testimonio vivo y eficaz.

3. La tradición cristiana ha puesto a menudo en paralelo la Palabra divina que se hace carne Jesucristo, con la misma Palabra que se hace libro, las Sagradas Escrituras. Por eso: “Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas. En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo” (Hb 1, 1-2).

4. Él es el sello, “el Alfa y la Omega” (Ap 1, 8) de un diálogo entre Dios y sus criaturas repartido en el tiempo y atestiguado en la Biblia. Es a la luz de este sello final cómo adquieren su “pleno sentido” las palabras de Moisés y de los profetas, como había indicado el mismo Jesús aquella tarde de primavera, mientras él iba de Jerusalén hacia el pueblo de Emaús, dialogando con Cleofás y su amigo, cuando “les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras” (Lc 24, 27).

5. Precisamente porque en el centro de la Revelación está la Palabra divina transformada en rostro, el fin último del conocimiento de la Biblia no está “en una decisión ética o una gran idea, sino en el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus cáritas est, 1).

6. La Palabra de Dios personificada “sale” de su casa, del templo, y se pone en marcha a lo largo de los caminos del mundo para encontrar la gran peregrinación que los pueblos de la tierra han emprendido en la búsqueda de la verdad, de la justicia y de la paz. Como se lee en el libro del profeta Amós, “vienen días - dice Dios, el Señor - en los cuales enviaré hambre a la tierra. No de pan, ni sed de agua, sino de oír la Palabra de Dios” (8, 11). A este hambre responde Jesús y a este hambre quiere el Señor que responsamos nosotros.

7. Asimismo Cristo resucitado lanza el llamado a los apóstoles titubeantes, para salir de las fronteras de su horizonte protegido: “Por tanto, id a todas las naciones, haced discípulos [...] y enseñadles a obedecer todo lo que os he mandado” (Mt 28, 19-20). La Biblia está llena de llamadas a “no callar”, a “gritar con fuerza”, a “anunciar la Palabra en el momento oportuno e importuno” a ser guardianes que rompen el silencio de la indiferencia.

8. “La voz de cielo que yo había oído me habló otra vez y me dijo: “Toma el librito que está abierto en la mano del ángel ...”. Y el ángel me dijo: “Toma, devóralo; te amargará las entrañas, pero en tu boca será dulce como la miel”. Tomé el librito de la mano del ángel y lo devoré; y fue en mi boca dulce como la miel; pero, cuando lo comí, se me amargaron las entrañas” (Ap 10, 8-11).

9. La Sagrada Escritura “tiene pasajes adecuados para consolar todas las condiciones humanas y pasajes adecuados para atemorizar en todas las condiciones” (B. Pascal, Pensieri, n. 532).

10. La Palabra de Dios hecha rostro, en efecto, es “más dulce que la miel, más que el jugo de panales” (Sal 19, 11), es “antorcha para mis pasos, luz para mi sendero” (Sal 119, 105), pero también es “como el fuego y como un martillo que golpea la peña” (Jr 23, 29). Es como una lluvia que empapa la tierra, la fecunda y la hace germinar, haciendo florecer de este modo también la aridez de nuestros desiertos espirituales (cf. Is 55, 10-11). Pero también es “viva, eficaz y más cortante que una espada de dos filos. Penetra hasta la división entre alma y espíritu, articulaciones y médulas; y discierne sentimientos y pensamientos del corazón” (Hb 4,12).

11. Así pues, el Dios de la Biblia es un Dios con rostro que habla a los hombres, no es un Dios mudo: es un Dios que nos habla para entrar en comunicación.

12. Hablar con una persona siempre quiere decir establecer una relación. Para Dios lo que cuenta es una relación personal, para mantener, para nutrir una relación afectiva. Este ha sido siempre el objetivo de Dios.

13. Un Dios así grande, así santo, tan diferente de nosotros que haya tenido la iniciativa de dirigirse a nosotros para establecer una relación con nosotros para profundizarla, es algo que impresiona y que los Salmos cantan de muchas maneras.

14. Dios nos ha hablado en el Antiguo Testamento. Dios nos habla en Jesucristo. Hay que tener conciencia de esta iniciativa extraordinaria de Dios.

15. El profeta Oseas 2,16 dice: “Lo conduciré al desierto y le hablaré al corazón”. La característica de nuestro Dios es aquella de ser un Dios de Alianza, un Dios que quiere establecer relaciones personales y profundizarlas y esto se explica por qué muchas veces se nombran las personas en la Sagrada Escritura.

16. A veces sucede que las personas no se hablan porque no quieren entrar en relación entre ellas por diferentes motivos. Pero Jesús rompe esta barrera, porque la voluntad de Dios es una voluntad de comunicación, de comunión.

17. El Antiguo Testamento es la historia de la Palabra de Dios que se comunica: Abraham, Moisés. Dios se autodefine a través de relaciones personales con algunos hombres de importancia. Y Dios ha hablado a los profetas para entrelazar el diálogo con su pueblo.

18. El Nuevo Testamento es la Palabra de Dios que se hace rostro. Cristo no es pues un porta voz de la Palabra de Dios, como eran los Profetas, sino que Él es la Palabra, el Verbo, hecho carne, hecho rostro humano.

19. El señor se ha puesto en relación profunda con nosotros y quiere profundizar esta relación. Debemos abrir con gran confianza nuestro ánimo a la Palabra de Dios, que es más que la Sagrada Escritura, es palabra encarnada, hecha rostro humano: Jesucristo.
Agradecemos a Roberto Tarazona por compartir con nosotros estas Conferencias de la X Semana Social.

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