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Homilías - Vivir ese gran encuentro - Domingo 2º T.O. (B)





P. José Ramón Martínez Galdeano S.J.

Lecturas: 1S 3,3-10.19; S.39; 1Co 6,13-15.17-20; Jn 1,35-42 

Como ya les dije, deseo que este año descubran la profunda relación del Antiguo y el Nuevo Testamento. Tanto la acción de Dios como el texto del Antiguo Testamento son para preparar mentes y corazones a recibir al Señor. 

“Aun no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la palabra del Señor”. El domingo pasado comenté cómo el Señor se manifiesta a todo hombre en algún momento de su vida, como en el caso de los Magos. Samuel era todavía casi un niño. Era todavía un adolescente. Dios le llamó muy pronto. Era una gracia que le habían conseguido las oraciones de su madre, que con tanto deseo lo había pedido al Señor y se lo había consagrado y entregado al nacer. Atiendan, padres, a la Escritura y valoren el peso de las oraciones por sus hijos para que sean dignos hijos de Dios. 

“Aun no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la palabra del Señor”. El que abre el diálogo es Dios. Siempre es así. Dios toma la iniciativa gratuitamente; sin ella no podemos hacer nada para salvarnos; ya lo explicamos. Para conocer la voz de Dios, es necesario que primero Él nos hable. 

De hecho nos habla. No cuando nosotros queremos, sino como Él quiere. Es gracia, no podemos poner condiciones. “Habla, Señor, que tu siervo escucha”. Se parece a la respuesta de María: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

“Todo empieza por un encuentro” –suele repetir con frecuencia el Papa Benedicto XVI–. La fe no es mera acogida intelectual de verdades de paporreta. La fe es la entrega del corazón a Dios, que me ha salido al encuentro y me entrega el suyo, y yo lo acojo rendido y acepto en consecuencia la realidad de una serie de verdades y dispongo de mi ser y de mi vida de modo que en el futuro sea vivir en el amor de ese Dios que me ama. 

Samuel tuvo su encuentro. Hoy nos habla el evangelio del que también tuvieron Andrés, Juan el apóstol, y Pedro. Lo cuenta Juan, que, como otras veces, oculta su nombre, pero que delatan detalles de testigo ocular, como el lugar y la hora exactas, el gesto y la palabra hebrea de Jesús “Rabí”. (Juan escribe en ambiente griego y para creyentes en su mayoría de lengua griega y se dirige a ellos en griego tanto en sus cartas como en el evangelio y por eso traduce lo que significa). 

Ese encuentro con Cristo se da a todos en la vida. Y normalmente, cuando se responde positivamente, sucede con frecuencia. Santa Teresa afirma que “entre los pucheros anda Dios” y un eslogan de espiritualidad ignaciana es el “encontrar a Dios en todas las cosas”. Ese encuentro puede ser más o menos expresivo tanto de parte de Dios como del hombre, pero es frecuente. Me atrevo a decirlo: Todos ustedes, los que en este momento están en misa, se han encontrado con Dios y aun ahora mismo se están encontrando con Él. Cierto que sólo se conoce a la luz de la fe. Como para ver los huesos y otras partes de nuestro organismo son necesarios los rayos X, para darse cuenta de que Dios nos ha salido al encuentro, es necesaria la luz de la fe. Pero ustedes están aquí escuchando y participando en esta misa, porque creen que Dios se hace presente en ella, porque creen en la autoridad divina de la Iglesia, porque creen que Dios les dirige la palabra en las lecturas y en la palabra del sacerdote, etc. Es decir que todos los actos voluntarios que ustedes vienen haciendo son actos de fe y también de amor de Dios. Procuren ustedes caer en la cuenta, saquen las conclusiones de ello y me atrevo a prometerles que con frecuencia sentirán afectivamente la presencia de Dios que les ama, les ilumina, les anima, les toca el corazón, les felicita, les corrige, les da su paz, les comunica su fuerza para obrar y llevar la cruz según el evangelio. 

Samuel no se daba cuenta porque nunca le había hablado antes el Señor. Es importante buscar ese encuentro y saber que es posible. Juan y Andrés eran discípulos de Juan Bautista. Se habían hecho porque creían en la promesa de Dios y, cuando oyeron del Bautista, fueron a él, se bautizaron y se quedaron como discípulos. Tenían hambre y esperaban la Salvación de Dios. No la encontraron inmediatamente, pero se quedaron y se preparaban con aquella vida tan dura del profeta. Pasó Jesús un día, pero no fue suficiente para decidirlos. Repitió Jesús al día siguiente su paseo y esta vez sí le siguieron. No deberíamos hacerlo, pero a veces sucede. No respondemos de inmediato positivamente. Pero Jesús insiste, confía en nosotros, respondamos. También va Pedro en busca del Mesías. Él tiene su familia, su barca y sus compromisos. Lo deja sin embargo por algunos días para ver y oír a ese Juan Bautista. El encuentro con Jesús es fulgurante: Será su hombre, será la primera piedra y básica de sus planes: “Te llamarás Cefas”, Pedro, mi piedra sólida. En un momento difícil para todos, cuando no pocos de los mismos seguidores de Jesús dudan muy seriamente ante la dificultad psicológica que tienen las palabras de Jesús prometiendo la Eucaristía, Pedro saldrá al frente con coraje: ¿Abandonarte, Señor? ¿Y entonces a quién iríamos? ¡Tú solo tienes palabras de vida eterna! (V. Jn 6,.68). Después de unos dos años viviendo con Jesús, tras tantas horas de trato, Pedro no puede concebir la vida separado de Jesús. ¡Ojalá que esto suceda con nosotros! ¡Dichoso aquel momento en que nos encontramos con Jesús! 

Tal vez fue ya en la infancia y como un niño, que siempre ha vivido feliz con sus papás y hermanos, puede considerar que esto es normal y no una inmensa suerte, y puede estar tentado de creer que aquello fue tan normal que ni hubo tal encuentro. Es como un pececillo que se imaginara que todos viven en el agua. Pero no es así. Aquello fue una gracia muy particular, que no se da a tantos. Sin embargo ¡qué bonito sería que tales circunstancias se dieran con más frecuencia! Es una gran gracia. Pídanla los padres al Señor. 

Pero otros encontraron a Jesús más adelante, tal vez con motivo de la primera comunión, tal vez tras haber estado perdidos y con muchos pecados. Lo que importa es mantener y aumentar el entusiasmo de Andrés, cuando dice a su hermano: “Hemos encontrado al Mesías”. Hemos encontrado a Jesús. Todos los que aquí estamos, hemos encontrado a Jesús. Y tuvimos ese encuentro además para no desencontrarnos jamás, para “estar con Él y enviarnos” (Mc 3,14). Ese encuentro se hace más profundo continuando con Él, orando, escuchándole, corrigiendo los defectos que nos hace ver, obrando según su palabra, viéndole y amándole en el prójimo a quien vemos con los ojos de la cara; porque “el justo vive de la fe” (Ga 3,11). Es necesario que el encuentro siga. Que nuestra vida, hermanos, sea la de quienes hemos encontrado y ¿a quién iríamos si lo perdiéramos estúpidamente?




Voz de audio: Guillermo Eduardo Mendoza Hernández.
Legión de María - Parroquia San Pedro, Lima. 
Agradecemos a Guillermo por su colaboración.

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P. José Ramón Martínez Galdeano, jesuita
Director fundador del blog

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