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ESPECIAL: SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS


Iniciamos el mes de junio dedicado al Sagrado Corazón.
Aquí compartimos nuestras publicaciones.

¡SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
EN TÍ CONFÍO!

 





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Imagen del Santuario Arquidiocesano del Corazón de Jesús - Iglesia de San Pedro en Lima



Ofrecimiento Diario - Intención para el mes de JUNIO 2025: Para crecer en la compasión por el mundo

 

 



RED MUNDIAL DE ORACIÓN DEL PAPA
APOSTOLADO DE LA ORACIÓN

INTENCIONES DEL PAPA PARA EL MES DE JUNIO





OFRECIMIENTO DIARIO

Padre Bueno, sé que estás conmigo.
Aquí estoy en este nuevo día.
Pon una vez más mi corazón
junto al Corazón de tu Hijo Jesús,
que se entrega por mí y que viene a mí en la Eucaristía.
Que tu Espíritu Santo me haga su amigo y apóstol, 
disponible a su misión de compasión.
Pongo en tus manos mis alegrías y esperanzas,
mis trabajos y sufrimientos, todo lo que soy y tengo,
en comunión con mis hermanos y hermanas de esta red mundial de oración.
Con María te ofrezco mi jornada por la misión de la Iglesia y por la intención de Oración del Papa para este mes:

« Oremos para que cada uno de nosotros encuentre consolación en la relación personal con Jesús y aprenda de su Corazón la compasión por el mundo.»

AMÉN






ORACIÓN

Señor, hoy vengo a tu tierno Corazón,
a Ti que tienes palabras que encienden el mío,
a Ti que derramas compasión sobre los pequeños y los pobres,
sobre los que sufren y sobre toda miseria humana.

Deseo conocerte más, contemplarte en el Evangelio,
estar contigo y aprender de Ti
y del amor con que te dejaste tocar
por todas las formas de pobreza.

Tú nos mostraste el amor del Padre amándonos sin medida
con tu Corazón divino y humano.

Concede a todos tus hijos la gracia del encuentro contigo.
Cambia, moldea y transforma nuestros planes,
para que sólo te busquemos a Ti en cada circunstancia:
en la oración, en el trabajo, en los encuentros y en nuestra rutina diaria.

Y desde este encuentro, envíanos en misión;
una misión de compasión por un mundo
en el que eres la fuente de donde fluye toda consolación.

Amén.

Padre Nuestro…

Ave María...

Gloria...

Amén





LUEGO DEL OFRECIMIENTO DIARIO
RECEMOS DURANTE LA MAÑANA, EL DÍA Y POR LA NOCHE


ENLACES AQUÍ

DESCARGUE EN PDF LAS ORACIONES
Revista virtual RED MUNDIAL DE ORACIÓN DEL PAPA, JUNIO 2025, Nº104.
AQUÍ.


El Papa León XIV: Aprendamos del corazón de Jesús la compasión por el mundo

Este mes de junio, tradicionalmente dedicado a la devoción al Corazón de Jesús, el Pontífice invita a rezar “para que cada uno de nosotros encuentre consolación en la relación personal con Jesús, y aprenda de su corazón la compasión por el mundo”.

Hoy se presenta el vídeo con la intención de oración del Papa León XIV para junio de 2025: “Para crecer en la compasión por el mundo”. Esta es la primera vez que la voz de León XIV aparece en El Video del Papa para pedir a los fieles que oren por sus intenciones. Este mes, solicita que recen “para que cada uno de nosotros encuentre consolación en la relación personal con Jesús, y aprenda de su corazón la compasión por el mundo”.

“Señor, hoy vengo a tu tierno Corazón, a Ti que tienes palabras que encienden el mío, a Ti que derramas compasión sobre los pequeños y los pobres, sobre los que sufren y sobre toda miseria humana. Deseo conocerte más, contemplarte en el Evangelio, estar contigo y aprender de Ti y del amor con que te dejaste tocar por todas las formas de pobreza. Tú nos mostraste el amor del Padre amándonos sin medida con tu Corazón divino y humano. Concede a todos tus hijos la gracia del encuentro contigo. Cambia, moldea y transforma nuestros planes, para que sólo te busquemos a Ti en cada circunstancia: en la oración, en el trabajo, en los encuentros y en nuestra rutina diaria. Y desde este encuentro, envíanos en misión; una misión de compasión por un mundo en el que eres la fuente de donde fluye toda consolación. Amén.”

El video presenta una oración inédita al Sagrado Corazón con la que se acude a Cristo para pedirle que nos ayude a conocerle mejor, a estar con Él, a aprender de su amor; que nos transforme de modo que sea nuestra meta en cada circunstancia de la vida cotidiana; y que nos envíe en una misión de compasión que lleve su consuelo por el mundo. Las imágenes que acompañan esta oración han sido filmadas en la iglesia del Santo Nombre de Jesús en Roma -donde se encuentra la célebre pintura del Sagrado Corazón de Jesús obra de Pompeo Batoni, cuya restauración finalizará este mes- y en el Santuario nacional del Sagrado Corazón de Makati, en Filipinas, que representa una meta de devoción popular para toda la archidiócesis de Manila.


Símbolo del amor de Dios

Tradicionalmente, la Iglesia dedica todo el mes de junio al Sagrado Corazón de Jesús, invitando a los creyentes a hacer suya la mirada de Cristo sobre la humanidad y a actuar con los sentimientos de su Corazón, sobre todo para aliviar el sufrimiento de los más débiles.

El Corazón de Cristo simboliza su centro personal, desde el que brota su amor por la humanidad: es el misterio del corazón de Dios que se conmueve y derrama su amor sobre todos los hombres y mujeres del mundo, de todos los tiempos.

Aunque la devoción al Corazón de Cristo ha estado siempre presente en la espiritualidad cristiana, tomó nuevo auge con las revelaciones a santa Margarita María Alacoque y su interpretación por parte de san Claudio de La Colombière SJ, en el s. XVII. El Papa Pío IX proclamó la fiesta del Sagrado Corazón en 1856; posteriormente, León XIII reforzó su importancia elevándola a solemnidad en 1889.

Buena muestra de la relevancia del Sagrado Corazón en la vida de la Iglesia se encuentra tanto en la devoción popular como en el hecho de que cuatro Papas le han dedicado una encíclica. León XIII, de quien el actual Pontífice ha tomado el nombre, escribió la Annum sacrum en 1899; en ella, consagra toda la humanidad al Corazón de Jesús. En 1928, Pío XI, en la Miserentissimum Redemptor, invita a reparar con gestos de amor las heridas causadas al Corazón de Cristo por nuestros pecados. Por su parte, Pío XII, en 1956, publica la Haurietis aquas, en la que profundiza en la base teológica de la devoción al Sagrado Corazón. Finalmente, el Papa Francisco, en 2024, escribe Dilexit nos y propone la devoción al Corazón de Cristo como respuesta a la cultura del descarte y la indiferencia.


Crecer en compasión

El Director Internacional de la Red Mundial de Oración del Papa, P. Cristóbal Fones, S.J., explica que la intención de oración del Papa León XIV se centra en crecer en la compasión por el mundo a través de una relación personal con Jesús: “Cultivando esta relación de verdadera cercanía, nuestro corazón se conforma más al suyo, crecemos en amor y misericordia, y aprendemos mejor qué es la compasión. Jesús mostró un amor incondicional hacia todos, especialmente hacia los pobres, los enfermos, los que sufren. El Papa nos anima a imitar este amor compasivo extendiendo la mano a quienes están en necesidad”.

“La compasión -continua el P. Fones- busca aliviar el sufrimiento y promover la dignidad humana. Por eso, se traduce en acciones concretas que aborden las raíces de la pobreza, la desigualdad y la exclusión, para contribuir a la construcción de un mundo más justo y solidario”.


El Camino del Corazón

El P. Cristóbal Fones explica también que la misión de la Red Mundial de Oración del Papa se inscribe precisamente en la misión de compasión por el mundo que parte del Corazón de Jesús: “Nuestro itinerario de formación -El Camino del Corazón- ayuda a entrar en una misión de compasión por el mundo desde una relación de amistad con Jesús, no desde nuestro propio voluntarismo. Es un camino espiritual para sintonizar con el Corazón de Jesús, con el fin de tener un corazón más parecido al suyo y salir al encuentro de nuestros hermanos participando en su misión. La unión con Cristo hace que percibamos los desafíos del mundo con su mirada y nos movilicemos para afrontarlos mediante la oración y el servicio. Así -concluye el P. Fones-, este itinerario nos transforma cada día más en apóstoles de la oración, en discípulos misioneros para una misión de compasión por el mundo a la que todos están invitados”.


Por último, en el contexto del Año Santo de 2025, El vídeo del Papa adquiere una especial relevancia, porque nos da a conocer las intenciones de oración que el Santo Padre lleva en su corazón. Para recibir adecuadamente las gracias de la indulgencia jubilar es necesario, precisamente, orar por las intenciones del Papa.


REFERENCIA

VATICAN NEWS - https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2025-06/leon-xiv-aprendamos-del-corazon-de-jesus-la-compasion.html

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 ACTITUDES PARA LA VIDA COTIDIANA



Fortalecer la relación con Jesús

“Es una invitación también para nosotros a regalarnos mutuamente el asombro que nace en el corazón cuando uno se encuentra con el Señor. Antes de encontrarse con él, los dos compañeros (de Emaús) hablaron de fracasos y decepciones, ¡después se alegran de haber visto al Resucitado!”. (Papa Francisco).

¿Dedicas un tiempo suficiente a tu relación con Jesús? Solo en el Corazón del que te Ama como nadie, encontrarás las respuestas a todas tus preguntas, y podrás irradiar la alegría a tu alrededor.


Orar con el Evangelio

“Ésta es, pues, la primera invitación: conocer el Corazón de Jesús meditando el Evangelio…contemplar en él la caridad con la que el Salvador se dejó tocar por todas las pobrezas, feliz de derramar la ternura y la compasión de su Corazón sobre los pequeños y los pobres, los que sufren, los pecadores y todas las miserias de la humanidad”. (Papa Francisco).

¿Con qué nutres tu oración? Solo Él tiene la Palabra que te puede confortar plenamente. Conoce a fondo y recibe la ternura del corazón de Cristo, orando con el Evangelio, para poder entregarla a los que Jesús te confía.


Abrirnos a su Corazón

“Que la irresistible ternura del Sagrado Corazón modele, modifique e incluso trastorne, si es necesario, vuestros planes y proyectos. Por favor, ¡no tengáis miedo a la ternura!” (Papa Francisco).

¿Abres con confianza tu corazón a Jesús? ¿Sientes temor ante sus invitaciones? No temas a su ternura, que solo quiere lo que te hará plenamente feliz a ti, y a los que Él te confía.


Permanecer en Él

“Dios es así: cercano, compasivo, tierno. Sé así con los demás. Pero esta cercanía, esta compasión, esta ternura la recibirás en el diálogo con Jesús. La oración es muy importante para que esto ocurra. Sin la oración, las cosas no funcionan, no van.” (Papa Francisco).

Pasa tiempo con Jesús para conocerlo internamente, para amarlo más y seguirlo. ¿Qué puedes modificar en tu horario para estar con Jesús en la oración? El Amor que buscas lo encontrarás en su Corazón compasivo.


Cultivar la compasión

“Los pobres, los emigrantes, las muchas miserias e injusticias que siguen renovándose en el mundo nos interpelan con urgencia. Ante ellas, no tengáis miedo de dejaros atrapar por la compasión del Corazón de Cristo…dejad que Él ame a través de vosotros y manifieste su misericordia mediante vuestra bondad.” (Papa Francisco).

¿Qué gestos concretos de amor puedes expresar por las personas con quienes comparte tu vida diaria? Piensa en aquellos a quienes deberías amar más. La Compasión que Él te regala en este jubileo de su Corazón, es para compartirla.





RECURSOS EN LA RED

A. Cada Primer Viernes en Youtube, se pude buscar "El Video del Papa".

B. "Click To Pray" es una aplicación para teléfonos inteligentes (iOS y Android) en donde puedes unirte cada día a la red Mundial de Oración del Papa. Descarga ClickToPray [App Store] [Google Play]






Homilía del Domingo de Pentecostés: Envíanos, Señor, tu Espíritu

 


El don del Espíritu Santo que Dios otorgó a su Iglesia para que realizase la misión que quería de ella.

Compartimos la homilía de nuestro Director fundador P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.†

para la fiesta de Pentecostés.

Cuando les deja con el mandato de predicar el Evangelio a todos los hombres, les promete el Espíritu Santo y les asegura que con Él poder podrán llevar a cabo esa misión.


Acceda AQUÍ






Homilía de la Solemnidad de la Ascensión del Señor (C): Nuestro Redentor asciende al Cielo y nos prepara un lugar

 


“Les conviene que yo me vaya”

Compartimos la homilía de nuestro Director fundador P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.†

para la fiesta de la Ascensión del Señor.

Por negra y pecadora que haya sido nuestra historia, la Ascensión de Jesús, triunfador de la muerte, del pecado y del Diablo, nos ha abierto a nosotros las puertas del Cielo.


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Homilía del Domingo 6º de Pascua (C): "Me voy y volveré a ustedes"

 



Jesús nos da su paz

Compartimos la homilía de nuestro Director fundador P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.†

para el Domingo VI de Pascua.

Esta promesa de su presencia les dice Jesús a sus discípulos que les dará “su paz”. Es una paz que nadie ni nada pueden dar. Es una paz que brota desde el fondo del corazón y lo transforma todo disolviéndolo en el amor de Dios, que está allí dentro en el fondo del alma. Por eso no deben tener miedo. Y Jesús insiste en que se va, pero vuelve.


Acceda AQUÍ





Homilía del Papa León XIV con motivo del inicio de su Ministerio Petrino


 

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON MOTIVO DEL INICIO DEL MINISTERIO PETRINO
DEL OBISPO DE ROMA LEÓN XIV

HOMILÍA DE SU SANTIDAD EL PAPA LEÓN XIV

Plaza de San Pedro
Domingo 18 de mayo de 2025

Multimedia ]

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Queridos hermanos cardenales,
hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
distinguidas autoridades y miembros del Cuerpo diplomático,
¡Saludos a los peregrinos que han venido al Jubileo de las Cofradías!
hermanos y hermanas:

Los saludo a todos con el corazón lleno de gratitud, al inicio del ministerio que me ha sido confiado. Escribía san Agustín: «Nos has hecho para ti, [Señor,] y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (Confesiones, 1,1.1).

En estos últimos días, hemos vivido un tiempo particularmente intenso. La muerte del Papa Francisco ha llenado de tristeza nuestros corazones y, en esas horas difíciles, nos hemos sentido como esas multitudes que el Evangelio describe «como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9,36). Precisamente en el día de Pascua recibimos su última bendición y, a la luz de la resurrección, afrontamos ese momento con la certeza de que el Señor nunca abandona a su pueblo, lo reúne cuando está disperso y lo cuida «como un pastor a su rebaño» (Jr 31,10).

Con este espíritu de fe, el Colegio de los cardenales se reunió para el cónclave; llegando con historias personales y caminos diferentes, hemos puesto en las manos de Dios el deseo de elegir al nuevo sucesor de Pedro, el Obispo de Roma, un pastor capaz de custodiar el rico patrimonio de la fe cristiana y, al mismo tiempo, de mirar más allá, para saber afrontar los interrogantes, las inquietudes y los desafíos de hoy. Acompañados por sus oraciones, hemos experimentado la obra del Espíritu Santo, que ha sabido armonizar los distintos instrumentos musicales, haciendo vibrar las cuerdas de nuestro corazón en una única melodía.

Fui elegido sin tener ningún mérito y, con temor y trepidación, vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia.

Amor y unidad: estas son las dos dimensiones de la misión que Jesús confió a Pedro.

Nos lo narra ese pasaje del Evangelio que nos conduce al lago de Tiberíades, el mismo donde Jesús había comenzado la misión recibida del Padre: “pescar” a la humanidad para salvarla de las aguas del mal y de la muerte. Pasando por la orilla de ese lago, había llamado a Pedro y a los primeros discípulos a ser como Él “pescadores de hombres”; y ahora, después de la resurrección, les corresponde precisamente a ellos llevar adelante esta misión: no dejar de lanzar la red para sumergir la esperanza del Evangelio en las aguas del mundo; navegar en el mar de la vida para que todos puedan reunirse en el abrazo de Dios.

¿Cómo puede Pedro llevar a cabo esta tarea? El Evangelio nos dice que es posible sólo porque ha experimentado en su propia vida el amor infinito e incondicional de Dios, incluso en la hora del fracaso y la negación. Por eso, cuando es Jesús quien se dirige a Pedro, el Evangelio usa el verbo griego agapao —que se refiere al amor que Dios tiene por nosotros, a su entrega sin reservas ni cálculos—, diferente al verbo usado para la respuesta de Pedro, que en cambio describe el amor de amistad, que intercambiamos entre nosotros.

Cuando Jesús le pregunta a Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» (Jn 21,16), indica pues el amor del Padre. Es como si Jesús le dijera: sólo si has conocido y experimentado el amor de Dios, que nunca falla, podrás apacentar a mis corderos; sólo en el amor de Dios Padre podrás amar a tus hermanos “aún más”, es decir, hasta ofrecer la vida por ellos.

A Pedro, pues, se le confía la tarea de “amar aún más” y de dar su vida por el rebaño. El ministerio de Pedro está marcado precisamente por este amor oblativo, porque la Iglesia de Roma preside en la caridad y su verdadera autoridad es la caridad de Cristo. No se trata nunca de atrapar a los demás con el sometimiento, con la propaganda religiosa o con los medios del poder, sino que se trata siempre y solamente de amar como lo hizo Jesús.

Él —afirma el mismo apóstol Pedro— «es la piedra que ustedes, los constructores, han rechazado, y ha llegado a ser la piedra angular» (Hch 4,11). Y si la piedra es Cristo, Pedro debe apacentar el rebaño sin ceder nunca a la tentación de ser un líder solitario o un jefe que está por encima de los demás, haciéndose dueño de las personas que le han sido confiadas (cf. 1 P 5,3); por el contrario, a él se le pide servir a la fe de sus hermanos, caminando junto con ellos.  Todos, en efecto, hemos sido constituidos «piedras vivas» (1 P 2,5), llamados con nuestro Bautismo a construir el edificio de Dios en la comunión fraterna, en la armonía del Espíritu, en la convivencia de las diferencias. Como afirma san Agustín: «Todos los que viven en concordia con los hermanos y aman a sus prójimos son los que componen la Iglesia» (Sermón 359,9).

Hermanos y hermanas, quisiera que este fuera nuestro primer gran deseo: una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado.

En nuestro tiempo, vemos aún demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres. Y nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad. Nosotros queremos decirle al mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo! ¡Acérquense a Él! ¡Acojan su Palabra que ilumina y consuela! Escuchen su propuesta de amor para formar su única familia: en el único Cristo somos uno. Y esta es la vía que hemos de recorrer juntos, unidos entre nosotros, pero también con las Iglesias cristianas hermanas, con quienes transitan otros caminos religiosos, con aquellos que cultivan la inquietud de la búsqueda de Dios, con todas las mujeres y los hombres de buena voluntad, para construir un mundo nuevo donde reine la paz.

Este es el espíritu misionero que debe animarnos, sin encerrarnos en nuestro pequeño grupo ni sentirnos superiores al mundo; estamos llamados a ofrecer el amor de Dios a todos, para que se realice esa unidad que no anula las diferencias, sino que valora la historia personal de cada uno y la cultura social y religiosa de cada pueblo.

Hermanos, hermanas, ¡esta es la hora del amor! La caridad de Dios, que nos hace hermanos entre nosotros, es el corazón del Evangelio. Con mi predecesor León XIII, hoy podemos preguntarnos: si esta caridad prevaleciera en el mundo, «¿no parece que acabaría por extinguirse bien pronto toda lucha allí donde ella entrara en vigor en la sociedad civil?» (Carta enc. Rerum novarum, 20).

Con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, construyamos una Iglesia fundada en el amor de Dios y signo de unidad, una Iglesia misionera, que abre los brazos al mundo, que anuncia la Palabra, que se deja cuestionar por la historia, y que se convierte en fermento de concordia para la humanidad.

Juntos, como un solo pueblo, todos como hermanos, caminemos hacia Dios y amémonos los unos a los otros.



Tomado de:

https://www.vatican.va/content/leo-xiv/es/homilies/2025/documents/20250518-inizio-pontificato.html

Discurso del Papa León XIV al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede


 

AUDIENCIA AL CUERPO DIPLOMÁTICO ACREDITADO ANTE LA SANTA SEDE

DISCURSO DEL SANTO PADRE LEÓN XIV

Sala Clementina
Viernes, 16 de mayo de 2025

[Multimedia]

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Eminencia,
Excelencias,
señoras y señores, 
la paz esté con ustedes:

Doy gracias a S.E. el Sr. George Poulides, Embajador de la República de Chipre y Decano del Cuerpo Diplomático, por las cordiales palabras que me ha dirigido en nombre de todos ustedes y por su trabajo incansable, que lleva adelante con la fuerza, la pasión y la simpatía que lo caracterizan, dotes por los que ha merecido la estima de todos mis Predecesores, que ha conocido en estos años de misión ante la Santa Sede y, en particular, del recordado Papa Francisco.  

Deseo además expresarles mi gratitud por los numerosos mensajes de felicitación enviados luego de mi elección, así como por las precedentes condolencias que han llegado al fallecer el Papa Francisco, incluso de países con los que la Santa Sede no mantiene relaciones diplomáticas. Se trata de una significativa manifestación de estima, que alienta a profundizar las mutuas relaciones.

En nuestro diálogo, quisiera que predominase siempre el sentido de ser familia —la comunidad diplomática representa, en efecto, la entera familia de los pueblos—, que comparte las alegrías y los dolores de la vida junto con los valores humanos y espirituales que la animan. La diplomacia pontificia es, de hecho, una expresión de la misma catolicidad de la Iglesia y, en su acción diplomática, la Santa Sede está animada por una urgencia pastoral que la impulsa no a buscar privilegios sino a intensificar su misión evangélica al servicio de la humanidad. Ésta combate la indiferencia y apela continuamente a las conciencias, como ha hecho incansablemente mi venerado Predecesor, siempre atento al clamor de los pobres, los necesitados y los marginados, como también a los desafíos que caracterizan nuestro tiempo, desde la protección de la creación hasta la inteligencia artificial.

Además de ser un signo concreto de la atención que sus países reservan a la Sede Apostólica, su presencia hoy es para mí un don, que permite renovar la aspiración de la Iglesia —y mía personal— de alcanzar y abrazar a cada pueblo y a cada persona de esta tierra, deseosa y necesitada de verdad, de justicia y de paz. En cierto sentido, mi propia experiencia de vida, desplegada entre América del Norte, América del Sur y Europa, pone de manifiesto esta aspiración de traspasar los confines para encontrarse con personas y culturas diferentes.

Por medio del constante y paciente trabajo de la Secretaría de Estado, intento consolidar el conocimiento y el diálogo con ustedes y con sus países, muchos de los cuales he tenido ya la gracia de visitar a lo largo de mi vida, especialmente cuando fui Prior General de los Agustinos. Confío en que la Divina Providencia me conceda tener en el futuro ocasión de encontrarme con las realidades de las que ustedes provienen, permitiéndome acoger las oportunidades que se presenten para confirmar en la fe a tantos hermanos y hermanas dispersos por el mundo y construir nuevos puentes con todas las personas de buena voluntad.

En nuestro diálogo, quisiera que tuviéramos presente las tres palabras clave que constituyen los pilares de la acción misionera de la Iglesia y de la labor de la diplomacia de la Santa Sede.

La primera palabra es paz. Muchas veces la consideramos una palabra “negativa”, o sea, como mera ausencia de guerra o de conflicto, porque la contraposición es parte de la naturaleza humana y nos acompaña siempre, impulsándonos en demasiadas ocasiones a vivir en un constante “estado de conflicto”; en casa, en el trabajo, en la sociedad. La paz entonces pareciera una simple tregua, una pausa de descanso entre una discordia y otra, porque, aunque uno se esfuerce, las tensiones están siempre presentes, un poco como las brasas que arden bajo las cenizas, prontas a reavivarse en cualquier momento.

En la perspectiva cristiana —como también en la de otras experiencias religiosas— la paz es ante todo un don, el primer don de Cristo: «Les doy mi paz» (Jn 14,27). Pero es un don activo, apasionante, que nos afecta y compromete a cada uno de nosotros, independientemente de la procedencia cultural y de la pertenencia religiosa, y que exige en primer lugar un trabajo sobre uno mismo. La paz se construye en el corazón y a partir del corazón, arrancando el orgullo y las reivindicaciones, y midiendo el lenguaje, porque también se puede herir y matar con las palabras, no sólo con las armas.

En esta óptica, considero fundamental el aporte que las religiones y el diálogo interreligioso pueden brindar para favorecer contextos de paz. Eso, naturalmente, exige el pleno respeto de la libertad religiosa en cada país, porque la experiencia religiosa es una dimensión fundamental de la persona humana, sin la cual es difícil —si no imposible— realizar esa purificación del corazón necesaria para construir relaciones de paz.

A partir de este trabajo, que todos estamos llamados a realizar, se pueden extirpar las premisas de cualquier conflicto y de cualquier destructiva voluntad de conquista. Esto exige también una sincera voluntad de diálogo, animada por el deseo de encontrarse más que de confrontarse. En esta perspectiva es necesario revitalizar la diplomacia multilateral y esas instituciones internacionales que han sido queridas y pensadas en primer lugar para poner remedio a los conflictos que pudiesen surgir en el seno de la comunidad internacional. Ciertamente, es necesaria también la voluntad de dejar de producir instrumentos de destrucción y de muerte, porque, como recordaba el Papa Francisco en su último Mensaje Urbi et Orbi, «la paz tampoco es posible sin un verdadero desarme [ y] la exigencia que cada pueblo tiene de proveer a su propia defensa no puede transformarse en una carrera general al rearme» [1].

La segunda palabra es justicia. Procurar la paz exige practicar la justicia. Como ya he tenido modo de señalar, he elegido mi nombre pensando principalmente en León XIII, el Papa de la primera gran encíclica social, la Rerum novarum. En el cambio de época que estamos viviendo, la Santa Sede no puede eximirse de hacer sentir su propia voz ante los numerosos desequilibrios y las injusticias que conducen, entre otras cosas, a condiciones indignas de trabajo y a sociedades cada vez más fragmentadas y conflictivas. Es necesario, además, esforzarse por remediar las desigualdades globales, que trazan surcos profundos de opulencia e indigencia entre continentes, países e, incluso, dentro de las mismas sociedades.

Es tarea de quien tiene responsabilidad de gobierno aplicarse para construir sociedades civiles armónicas y pacíficas. Esto puede realizarse sobre todo invirtiendo en la familia, fundada sobre la unión estable entre el hombre y la mujer, «bien pequeña, es cierto, pero verdadera sociedad y más antigua que cualquiera otra» [2]. Además, nadie puede eximirse de favorecer contextos en los que se tutele la dignidad de cada persona, especialmente de aquellas más frágiles e indefensas, desde el niño por nacer hasta el anciano, desde el enfermo al desocupado, sean estos ciudadanos o inmigrantes.

Mi propia historia es la de un ciudadano, descendiente de inmigrantes, que a su vez ha emigrado. Cada uno de nosotros, en el curso de la vida, se puede encontrar sano o enfermo, ocupado o desocupado, en su patria o en tierra extranjera. Su dignidad, sin embargo, es siempre la misma, la de una creatura querida y amada por Dios.

La tercera palabra es verdad. No se pueden construir relaciones verdaderamente pacíficas, incluso dentro de la comunidad internacional, sin verdad. Allí donde las palabras asumen connotaciones ambiguas y ambivalentes, y el mundo virtual, con su percepción distorsionada de la realidad, prevalece sin control; es difícil construir relaciones auténticas, porque decaen las premisas objetivas y reales de la comunicación.

Por su parte, la Iglesia no puede nunca eximirse de decir la verdad sobre el hombre y sobre el mundo, recurriendo a lo que sea necesario, incluso a un lenguaje franco, que inicialmente puede suscitar alguna incomprensión. La verdad, sin embargo, no se separa nunca de la caridad, que siempre tiene radicada la preocupación por la vida y el bien de cada hombre y mujer. Por otra parte, en la perspectiva cristiana, la verdad no es la afirmación de principios abstractos y desencarnados, sino el encuentro con la persona misma de Cristo, que vive en la comunidad de los creyentes. De ese modo, la verdad no nos aleja; por el contrario, nos permite afrontar con mayor vigor los desafíos de nuestro tiempo, como las migraciones, el uso ético de la inteligencia artificial y la protección de nuestra amada tierra. Son desafíos que requieren el compromiso y la colaboración de todos, porque nadie puede pensar en afrontarlos solo.

Queridos embajadores:

Mi ministerio comienza en el corazón del Año jubilar, dedicado de manera particular a la esperanza. Es un tiempo de conversión y de renovación, y sobre todo la ocasión para dejar atrás las contiendas y comenzar un camino nuevo, animados por la esperanza de poder construir, trabajando juntos, cada uno según sus propias sensibilidades y responsabilidades, un mundo en el que cada uno de nosotros pueda realizar la propia humanidad en la verdad, en la justicia y en la paz. Espero que esto pueda suceder en todos los contextos, empezando por los más que más sufren, como Ucrania y Tierra Santa.

Les agradezco todo el trabajo que hacen para construir puentes entre sus países y la Santa Sede, y de todo corazón los bendigo, bendigo a sus familias y a sus pueblos. Gracias.

[Bendición]

Y gracias por todo el trabajo que hacen.

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[1] Mensaje «Urbi et Orbi» (20 abril 2025).

[2] León XIII, Carta enc. Rerum novarum (15 mayo 1891), 9.


Tomado de:

https://www.vatican.va/content/leo-xiv/es/speeches/2025/may/documents/20250516-corpo-diplomatico.html



Discurso del Papa León XIV a los representantes de los medios de comunicación


 

DISCURSO DEL SANTO PADRE LEÓN XIV
A LOS REPRESENTANTES DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN

Aula Pablo VI
Lunes, 12 de mayo de 2025

[Multimedia]

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Buenos días, y muchas gracias por esta maravillosa acogida. Dicen que cuando se aplaude al comenzar, no tiene mucha importancia. Pero, si están todavía despiertos al finalizar y aún quieren aplaudir, se lo agradezco mucho.

Hermanos y hermanas:

Les doy la bienvenida a ustedes, representantes de los medios de comunicación de todo el mundo. Les agradezco el trabajo que han hecho y están haciendo en este tiempo, que para la Iglesia es esencialmente un tiempo de gracia.

En el “Sermón de la montaña” Jesús proclamó: «Felices los que trabajan por la paz» (Mt 5,9). Se trata de una bienaventuranza que nos desafía a todos y que nos toca de cerca, llamando a cada uno a comprometerse en la realización de un tipo de comunicación diferente, que no busca el consenso a cualquier coste, no se reviste de palabras agresivas, no asume el modelo de la competición, no separa nunca la investigación de la verdad del amor con el que humildemente debemos buscarla. La paz comienza por cada uno de nosotros, por el modo en el que miramos a los demás, escuchamos a los demás, hablamos de los demás; y, en este sentido, el modo en que comunicamos tiene una importancia fundamental; debemos decir “no” a la guerra de las palabras y de las imágenes, debemos rechazar el paradigma de la guerra.

Permítanme entonces reiterar hoy la solidaridad de la Iglesia con los periodistas encarcelados por haber intentado contar la verdad, y por medio de estas palabras también pedir la liberación de los mismos. La Iglesia reconoce en estos testigos —pienso en aquellos que informan sobre la guerra incluso a costa de la vida— la valentía de quien defiende la dignidad, la justicia y el derecho de los pueblos a estar informados, porque sólo los pueblos informados pueden tomar decisiones con libertad. El sufrimiento de estos periodistas detenidos interpela la conciencia de las naciones y de la comunidad internacional, pidiéndonos a todos que custodiemos el bien precioso de la libertad de expresión y de prensa.

Gracias, queridos amigos, por su servicio a la verdad. Ustedes han estado en Roma durante estas semanas para informar sobre la Iglesia, su diversidad y, junto a ella, su unidad. Han acompañado los ritos de la Semana Santa, después han trasmitido el dolor por la muerte del Papa Francisco, acaecida sin embargo a la luz de la Pascua. Esa misma fe pascual nos ha introducido en el espíritu del cónclave, que les ha visto particularmente comprometidos en jornadas fatigosas y, también en esta ocasión, han conseguido comunicar la belleza del amor de Cristo que nos une a todos y nos hace ser un único pueblo, guiado por el Buen Pastor.

Vivimos tiempos difíciles de atravesar y describir, que representan un desafío para todos nosotros, de los que no debemos escapar. Por el contrario, nos piden a cada uno que, en nuestras distintas responsabilidades y servicios, no cedamos nunca a la mediocridad. La Iglesia debe aceptar el desafío del tiempo y, del mismo modo, no pueden existir una comunicación y un periodismo fuera del tiempo y de la historia. Como nos recuerda san Agustín, que decía: «Vivamos bien, y serán buenos los tiempos. Los tiempos somos nosotros» (Sermón 80,8).

Gracias, por todo lo que han hecho para abandonar los estereotipos y los lugares comunes, a través de los cuales leemos frecuentemente la vida cristiana y la misma vida de la Iglesia. Gracias, porque han conseguido percibir lo esencial de lo que somos y trasmitirlo al mundo entero gracias a los distintos medios de comunicación.

Hoy, uno de los desafíos más importantes es el de promover una comunicación capaz de hacernos salir de la “torre de Babel” en la que a veces nos encontramos, de la confusión de lenguajes sin amor, frecuentemente ideológicos y facciosos. Por eso, su servicio, con las palabras que usan y el estilo que adoptan, es importante. La comunicación, de hecho, no es sólo trasmisión de informaciones, sino creación de una cultura, de ambientes humanos y digitales que sean espacios de diálogo y de contraste. Y, considerando la evolución tecnológica, esta misión se hace más necesaria aún. Pienso, particularmente, en la inteligencia artificial con su potencial inmenso, que requiere, sin embargo, responsabilidad y discernimiento para orientar los instrumentos al bien de todos, de modo que puedan producir beneficios para la humanidad. Y esta responsabilidad nos concierne a todos, de acuerdo a la edad y a los roles sociales.



Queridos amigos, aprenderemos con el tiempo a conocernos mejor. Hemos vivido —podemos decir juntos— días verdaderamente especiales. Los hemos, los han compartido a través de los distintos medios de comunicación: la televisión, la radio, la web y las redes sociales. Quisiera que cada uno de nosotros pudiera decir que ellos nos han desvelado una pizca del misterio de nuestra humanidad, y que nos han dejado un deseo de amor y de paz. Por eso, hoy les repito a ustedes la invitación que hizo el Papa Francisco en su último mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Desarmemos la comunicación de cualquier prejuicio, rencor, fanatismo y odio; purifiquémosla de la agresividad. No sirve una comunicación estridente, de fuerza, sino más bien una comunicación capaz de escucha, de recoger la voz de los débiles que no tienen voz. Desarmemos las palabras y contribuiremos a desarmar la tierra. Una comunicación desarmada y desarmante nos permite compartir una mirada distinta sobre el mundo y actuar de modo coherente con nuestra dignidad humana.

Ustedes están en primera línea para describir los conflictos y las esperanzas de paz, las situaciones de injusticia y de pobreza, así como el trabajo silencioso de muchos en favor de un mundo mejor. Por eso les pido que elijan de forma juiciosa y valiente el camino de una comunicación para la paz.

Gracias a todos. Que Dios los bendiga.


Tomado de:

https://www.vatican.va/content/leo-xiv/es/speeches/2025/may/documents/20250512-media.html


Homilía del Papa León XIV en la cripta de la Basílica de San Pedro

 


HOMILÍA DEL SANTO PADRE LEÓN XIV
EN LA CRIPTA DE LA BASÍLICA DE SAN PEDRO

Domingo, 11 de mayo de 2025

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Comenzaré con una palabra en inglés y luego quizá otra en italiano.

El Evangelio que acabamos de escuchar, en este Domingo del Buen Pastor, dice: «Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco y ellas me siguen» (Jn 10,27).

Pienso en el Buen Pastor, sobre todo en este domingo tan significativo del tiempo pascual. Mientras celebramos el inicio de esta nueva misión, del ministerio al que la Iglesia me ha llamado, no hay mejor ejemplo que Jesucristo mismo, a quien entregamos nuestra vida y de quien dependemos. Jesucristo, a quien seguimos, es el Buen Pastor, y es Él quien nos da la vida: «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6).

Por eso celebramos con alegría este día y apreciamos mucho su presencia aquí.

Hoy es el Día de la Madre. Creo que solo hay una mamá presente: ¡feliz Día de la Madre! Una de las expresiones más bellas del amor de Dios es el amor que derraman las madres, sobre todo a sus hijos y nietos.

Este domingo es especial por varios motivos: uno de los primeros que mencionaría es el de las vocaciones. Durante los recientes trabajos de los cardenales, antes y después de la elección del nuevo Papa, hemos hablado mucho de las vocaciones en la Iglesia y de lo importante que es que todos nos interroguemos juntos. En primer lugar y, sobre todo, dando buen ejemplo con nuestra vida, con alegría, viviendo la alegría del Evangelio, sin desanimar a los demás, sino buscando más bien formas de animar a los jóvenes a escuchar la voz del Señor, a seguirla y a servir en la Iglesia. «Yo soy el Buen Pastor» (Jn 10,11), nos dice Jesús.
[Texto original en inglés]

Ahora añado una palabra también en italiano, porque esta misión que llevamos adelante ya no se dirige a una sola diócesis, sino a toda la Iglesia: este espíritu universal es importante. Y lo encontramos también en la primera lectura que hemos escuchado (cf. Hch 13,14.43-52). Pablo y Bernabé van a Antioquía, primero van a los judíos, pero ellos no quieren escuchar la voz del Señor, y entonces comienzan a anunciar el Evangelio a todo el mundo, a los paganos. Parten, como sabemos, para esta gran misión. San Pablo llega a Roma, donde finalmente la cumple. Otro ejemplo de testimonio de un buen pastor. Pero en ese ejemplo hay también una invitación muy especial para todos nosotros. Lo digo también de manera muy personal: anunciar el Evangelio a todo el mundo.

¡Ánimo! ¡Sin miedo! Muchas veces Jesús dice en el Evangelio: «¡No tengan miedo!». Hay que ser valientes en el testimonio que damos, con la palabra y sobre todo con la vida: dando la vida, sirviendo, a veces con grandes sacrificios, para vivir precisamente esta misión.

He leído una pequeña reflexión que me hace pensar mucho, porque también aparece en el Evangelio. En este sentido, alguien preguntó: «Cuando piensas en tu vida, ¿cómo explicas dónde has llegado?». La respuesta que dan en esta reflexión es, en cierto sentido, también la mía: con el verbo «escuchar». ¡Cuán importante es escuchar! Jesús dice: «Mis ovejas escuchan mi voz» (Jn 10,27). Y creo que es importante que todos aprendamos cada vez más a escuchar, para entrar en diálogo. En primer lugar, con el Señor: escuchar siempre la Palabra de Dios. Luego, también escuchar a los demás: saber construir puentes, saber escuchar para no juzgar, no cerrar las puertas, pensando que nosotros tenemos toda la verdad y que nadie más puede decirnos nada. Es muy importante escuchar la voz del Señor, escucharnos a nosotros mismos, en este diálogo, y ver hacia dónde nos llama el Señor.

Caminemos juntos en la Iglesia, pidamos al Señor que nos conceda esta gracia: poder escuchar su Palabra para servir a todo su pueblo.



Tomado de:

https://www.vatican.va/content/leo-xiv/es/homilies/2025/documents/20250511-messa-grotte-vaticane.html



Discurso del Papa León XIV al Colegio Cardenalicio


 

DISCURSO DEL SANTO PADRE LEÓN XIV
AL COLEGIO CARDENALICIO

Sábado, 10 de mayo de 2025

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Muchas gracias, Eminencia:

Antes de sentarnos comencemos con una oración, pidiendo que el Señor siga acompañando el Colegio y a toda la Iglesia con este espíritu y entusiasmo, que es sin embargo de profunda fe. Recemos juntos en latín: Pater noster… Ave María…

En la primera parte del encuentro hay un pequeño discurso con las reflexiones que quisiera compartir con ustedes. Pero después habrá una segunda parte, que muchos han solicitado, será una especie de diálogo con el Colegio Cardenalicio en el cual poder escuchar los consejos, las sugerencias, las propuestas concretas, de las cuales que ya se ha hablado en los días anteriores al cónclave.

Hermanos cardenales:

Los saludo y les agradezco a todos por este encuentro y por los días que lo han precedido, dolorosos por la pérdida del Santo Padre Francisco, arduos por las responsabilidades afrontadas juntos y, al mismo tiempo, según la promesa que Jesús mismo nos ha hecho, ricos de gracia y de consolación en el Espíritu (cf. Jn 14,25-27).

Ustedes, queridos cardenales, son los más estrechos colaboradores del Papa, y esto me sirve de consuelo al aceptar un yugo que claramente supera no sólo mis fuerzas, sino a las de cualquier otro. Su presencia me recuerda que el Señor, que me ha confiado esta misión, no me deja solo con la carga de esta responsabilidad. Ante todo, sé que cuento siempre, siempre, con su auxilio, el auxilio del Señor, y, por su Gracia y Providencia, con la cercanía de ustedes y de tantos hermanos y hermanas que en el mundo entero creen en Dios, aman a la Iglesia y sostienen con la oración y las buenas obras al Vicario de Cristo.

Mi agradecimiento al Decano del Colegio Cardenalicio, el cardenal Giovanni Battista Re —merece un aplauso, al menos uno, si no más— que, con su sabiduría, fruto de una larga vida y de muchos años de fiel servicio a la Sede Apostólica, nos ha ayudado mucho en este tiempo. También agradezco al Camarlengo de la santa Iglesia romana, el cardenal Kevin Joseph Farrell —creo que está aquí presente—, por el valioso y difícil papel que ha desempeñado durante el tiempo de la Sede Vacante y la convocación del cónclave. Dirijo también mi pensamiento a los hermanos cardenales que, por razones de salud, no han podido estar presentes y, junto con ustedes, me uno a ellos en comunión de afecto y oración.

En este momento, a la vez triste y alegre, envuelto providencialmente en la luz de la Pascua, quisiera que contempláramos juntos el tránsito del recordado Santo Padre Francisco y el cónclave como un acontecimiento pascual, una etapa del largo éxodo a través del cual el Señor sigue guiándonos hacia la plenitud de la vida. En esta perspectiva, confiamos al «Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo» (2 Co 1,3) el alma del Pontífice difunto y también el futuro de la Iglesia.

El Papa, desde san Pedro hasta mí, su indigno sucesor, es un humilde siervo de Dios y de los hermanos, y nada más que esto. Lo han demostrado bien los ejemplos de muchos de mis predecesores, como el del Papa Francisco mismo, con su estilo de total dedicación al servicio y de sobria esencialidad de vida, de abandono en Dios durante el tiempo de la misión y de serena confianza en el momento del retorno a la Casa del Padre. Recojamos esta valiosa herencia y retomemos el camino, animados por la misma esperanza que nos viene de la fe.

Es el Resucitado, presente en medio de nosotros, quien protege y guía a la Iglesia, y continúa a reavivarla en la esperanza, a través del amor que «ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rm 5,5). A nosotros nos toca ser dóciles oyentes de su voz y ministros fieles de sus designios de salvación, recordando que Dios ama comunicarse, más que en el fragor del trueno o del terremoto, en «el rumor de una brisa suave» (1 R 19,12) o, como lo traducen algunos, en una “sutil voz de silencio”. Este es el encuentro importante, que no hay que perder, y hacia el cual hay que educar y acompañar a todo el santo Pueblo de Dios que nos ha sido confiado.

En los días pasados hemos podido ver la belleza y sentir la fuerza de esta inmensa comunidad que, con tanto afecto y devoción, ha despedido y llorado a su Pastor, acompañándolo con la fe y la oración hasta su encuentro definitivo con el Señor. Hemos visto cuál es la verdadera grandeza de la Iglesia, que vive en la variedad de sus miembros, unidos a su única Cabeza, Cristo «Pastor y Guardián» (1 P 2,25) de nuestras almas. Ella es el vientre en el que también nosotros fuimos generados y, al mismo tiempo, la grey (cf. Jn 21,15-17), el campo (cf. Mc 4, 1-20) que se nos ha entregado para que lo cuidemos y lo cultivemos, lo alimentemos con los Sacramentos de salvación y lo fecundemos con la semilla de la Palabra, de manera que, sólido en la concordia y entusiasta en la misión, camine, como una vez los israelitas en el desierto, a la sombra de la nube y a la luz del fuego de Dios (cf. Ex 13,21).

Y a este propósito, quisiera que renováramos juntos, hoy, nuestra plena adhesión a ese camino, a la vía que desde hace ya decenios la Iglesia universal está recorriendo tras las huellas del Concilio Vaticano II. El Papa Francisco ha recordado y actualizado magistralmente su contenido en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, de la que me gustaría destacar algunas notas fundamentales: el regreso al primado de Cristo en el anuncio (cf. n. 11); la conversión misionera de toda la comunidad cristiana (cf. n. 9); el crecimiento en la colegialidad y en sinodalidad (cf. n. 33); la atención al sensus fidei (cf. nn. 119-120), especialmente en sus formas más propias e inclusivas, como la piedad popular (cf. 123); el cuidado amoroso de los débiles y descartados (cf.n. 53); el diálogo valiente y confiado con el mundo contemporáneo en sus diferentes componentes y realidades (cf. n. 84, Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 1-2).

Se trata de los principios del Evangelio que animan e inspiran, desde siempre, la vida y la obra de la Familia de Dios; de los valores a través de los cuales el rostro misericordioso del Padre se ha revelado y continúa a revelarse en el Hijo hecho hombre, esperanza última de todos los que busquen con ánimo sincero la verdad, la justicia, la paz y la fraternidad (cf. Benedicto XVI, Carta enc. Spe salvi, 2; Francisco, Bulla Spes non confundit, 3).

Precisamente, al sentirme llamado a proseguir este camino, pensé tomar el nombre de León XIV. Hay varias razones, pero la principal es porque el Papa León XIII, con la histórica Encíclica Rerum novarum, afrontó la cuestión social en el contexto de la primera gran revolución industrial y hoy la Iglesia ofrece a todos, su patrimonio de doctrina social para responder a otra revolución industrial y a los desarrollos de la inteligencia artificial, que comportan nuevos desafíos en la defensa de la dignidad humana, de la justicia y el trabajo.

Queridos hermanos, quisiera terminar esta primera parte de nuestro encuentro haciendo mío ―y proponiéndoselo también a ustedes― el deseo que san pablo VI, en 1963, expresó en el inicio de su ministerio petrino: «Que sobre el mundo entero pase una gran llama de fe y de amor que ilumine a todos los hombres de buena voluntad, allanando los caminos de la colaboración recíproca y que atraiga sobre la humanidad, la abundancia de la benevolencia divina, la fuerza misma de Dios, sin cuya ayuda nada vale ni nada es santo» (Primer Mensaje al mundo entero Qui fausto die, 22 junio 1963).

Que sean también estos nuestros sentimientos y, con la ayuda del Señor, los traduzcamos en oración y compromiso. Gracias.


Tomado de:

https://www.vatican.va/content/leo-xiv/es/speeches/2025/may/documents/20250510-collegio-cardinalizio.html