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Vida - Parte 2: Criterios para el cambio


 

P. Adolfo Franco, jesuita

Continuación...

CRITERIOS PARA EL CAMBIO

Si asumimos esas preguntas que hicimos en la reflexión pasada, tenemos que resolver algunos puntos previamente para poder darles una respuesta adecuada. No debemos simplificar la respuesta diciendo que nuestro tiempo está bien empleado, si nos proporciona la mejor calidad de vida. Porque ahí está el asunto ¿cómo se calibra la calidad de vida? ¿Qué tipo de vida proporciona al ser humano su mayor calidad? Básicamente significa ¿en qué consiste la felicidad del hombre? O esta otra ¿cómo uno puede llegar a sentirse realizado plenamente?

Y si queremos que el examen sea objetivo, tenemos que encontrar referencias, valores, criterios que nos ayuden al examen; algún modelo posible con el que comparar nuestra vida. En este asunto nos perdemos muchas veces porque subjetivamente nos desorientamos, y confundimos pasarla bien con felicidad. Si en un momento dado me encuentro eufórico, puedo pensar que esa euforia es lo mejor, y que lo que conduce a ella es lo mejor que puedo elegir.

Hay mucha confusión con respecto a este asunto de la felicidad, del bienestar, del gozar. Hay momentos de placer que después producen tristeza, y vacío. Y todos hemos tenido experiencia de esto. Algunas veces hemos tenido la experiencia de que después del aturdimiento de una ruidosa fiesta, en que hemos estado brillando de exultación, nos ha sucedido un vacío. Un contraste que podíamos comparar a lo que sucede en el local mismo de la fiesta: la sala (o el jardín) durante la fiesta, estaba lleno de flores y de luces, todo eran colores; pero, cuando ésta termina y se van todos, ese mismo lugar aparece desarreglado, mustio, con todo el desorden llenando de tristeza el espacio. Ese contraste puede ilustrar lo que a veces nos pasa en el espíritu.

Pero, como la fiesta es un momento de elevación a las nubes, quisiéramos prolongarlo, y quisiéramos que la vida fuera una sucesión de fiestas tras fiestas. 

Todo esto simplemente está dicho para confirmar que hay mucha confusión en un asunto tan importante, como es definir la calidad de vida. Y nos hacen falta los criterios para juzgar si lo que vivimos es lo mejor, o si podríamos hacer algunos cambios en el uso de todo o parte de nuestro tiempo.

Creo que la mejor forma de empezar el planteamiento en forma correcta es preguntarnos ¿estoy en el mundo con algún propósito? ¿existo para algo? Quizá pensando en nuestro origen y en nuestro final (los dos puntos terminales de nuestra existencia terrestre) podamos orientarnos en la búsqueda del sentido de la vida que vivimos entre esos dos puntos. Si consideramos nuestra vida presente como un camino entre un punto de partida (nuestro nacimiento), y un punto de llegada (nuestra muerte, y el paso al más allá), esto nos servirá para evaluar la vida que estamos teniendo. Así pues, propongo partir de ahí, del hecho de que venimos de Dios y volvemos a El después de hacer el recorrido de nuestra existencia, cuya calidad estamos examinando. Venir de Dios significa haber sido creados por El, haber sido pensados por El. Cierto haber sido pensados por El, entonces con seguridad sólo El tiene las respuestas correctas a nuestras preguntas. ¿Será verdad que hemos venido al mundo por voluntad de Dios, con un propósito? Porque entonces la calidad de vida se definiría como la realización de la tarea para la cual existimos.

Esto nos sirve para empezar a desarrollar una teoría sobre la felicidad del ser humano, sobre el correcto uso del tiempo y de la vida. De lo que es beneficio y de cómo obtener el mejor costo-beneficio.

Si yo parto del hecho de ser criatura de Dios, y de que he sido criado con una finalidad, estoy determinando mi vida por mis dos límites: el origen y el fin. Así que partiendo del origen debo reconocer en mí la huella de Dios, del cual vengo, y de dirigirme a El, que es mi fin. Y todo lo que me aparte de eso me frustrará, no me hará feliz. Olvidarme de mi origen y desconocer el fin, es desconocer la ruta, estar desorientado y perderse en el camino.

Todavía esto no nos responde totalmente a la pregunta sobre la calidad de vida. Pero nos da, al menos el marco general, en que deben encontrarse las respuestas adecuadas. ¿Qué vida tiene calidad? ¿Qué es calidad de vida? ¿Cómo se encuentra la felicidad?

¿Podremos afirmar con lo dicho que el que se aparta de Dios se aparta de su propia felicidad? ¿Renunciar a Dios es renunciar a uno mismo? ¿Tan identificados están nuestro destino y el querer de Dios? Son preguntas que mejor es meditarlas que darles una respuesta simple.

¿Está la clave de la vida en la búsqueda de la voluntad de Dios? ¿Y qué se quiere decir al hablar de “voluntad de Dios”? Esto es sumamente importante; y de hecho sería el eje de toda la cuestión. Por otra parte, hay que decir que encontrar la voluntad de Dios no es complicado. No hace falta ser un zahorí especializado, o un buscador de tesoros; no es necesario tener un radar de última generación, ni ser guiados por adivinos que echando las cartas y sumando las figuras, nos diagnostican el asunto. Si la voluntad de Dios es el eje de la vida, mal haría Dios en jugarnos esta mala pasada de que fuera difícil y complicado encontrarla. 

Pero vayamos al término “voluntad de Dios”, o sea el querer de Dios. La voluntad de Dios es el amor con que Dios me ama: eso queremos decir al hablar de voluntad de Dios. No se trata de un mandamiento dado por un ser voluntarista, ante el cual no queda más que someterse. La cosa no es así. Se trata del Padre, clarividente (es lo menos que podemos decir de Dios), que nos ama y nos quiere enseñar la mejor ruta para nosotros. ¿Quién quiere más nuestra felicidad, Dios o nosotros mismos? No pasemos rápidamente por este cuestionamiento: hay que hacer una pausa ante él, mirar detenidamente este asunto, y ver si tenemos la decisión de responder a esto, con las consecuencias que esa respuesta tiene, si es que somos lógicos. 

Y no hay derecho a pensar que Dios tiene una voluntad sobre mi vida porque le gusta ser el amo, que se impone sobre esclavos. No se puede entender nada sobre Dios, y sobre nada de esto, si pensamos así. Más bien se trata de un Padre en su relación de amor con sus hijos. La voluntad de Dios es el acto más grande del amor tierno de Dios para con nosotros. Esto también hay que subrayarlo: la voluntad de Dios es el amor con que Dios nos ama. Es un acto de su corazón, más que una decisión de su voluntad (si es que podemos usar este lenguaje humano, para hablar de Dios).

Así estamos llegando a esta conclusión: buscar mi felicidad es buscar la voluntad de Dios y si la voluntad de Dios es su amor, diremos finalmente que buscar la felicidad es dejarse querer por Dios. ¿Hemos llegado a esta conclusión correctamente? No creo que haga falta recorrer otra vez el proceso que hemos seguido para afirmar esto. Y si esto es así, empezamos a salir de la confusión de que hablaba al principio de confundir placer con felicidad, y ya vamos teniendo algún criterio para responder al asunto de calidad de vida, y al uso del tiempo. Aunque este criterio sea todavía un tanto general y habrá que hacer más análisis.

Pero no hemos resuelto aún el otro asunto importante de ¿cómo dejarse amar por Dios? Y es lo mismo que buscar la voluntad de Dios. Decía hace poco que no debe ser difícil, que está a nuestro alcance llegar a ella. ¿Pero cómo? ya de hecho buscar la voluntad de Dios es dejarse amar por El. Dejarse amar por El ¡ahí está todo! Buscarlo es eso. Y eso nos da la clave para el uso del tiempo, o la parte del tiempo de que podemos disponer con libertad.

Buscar y buscar. Esto es ya tener una actitud de vida importante. No dejar que las cosas pasen, sino tomar el timón de la propia existencia, para dirigirla en una particular dirección. Decidirse a buscar. Una actitud de vida que ya prácticamente resuelve el problema, porque Dios se deja encontrar del que lo busca de verdad. Se podría afirmar que buscarlo ya es encontrarlo.

Pero de todas formas buscar supone disponerse a hacer un recorrido. Un recorrido de toda la vida. Y quisiéramos tener alguna indicación inicial para hacer este camino. Pero es necesario repetir que en esto buscar ya es empezar a encontrar. Y en cuanto hemos empezado el recorrido ya nos damos cuenta de que nuestra vida empieza a adquirir sentido: sé que tengo una tarea, la tarea más fundamental. Y además empiezo a tener la seguridad absoluta de que saldré con éxito de esta empresa. Es necesario volver a subrayar que la vida que vivimos tiene un origen y debe llegar a una meta. Hay que evitar todo lo que nos aparte de esa meta.

¿Pero hay una guía en este camino? Para un cristiano la respuesta es: “sí hay un camino”. Yo soy el camino, deja todo, ven y sígueme. Además, encontramos en el evangelio las propuestas sobre la felicidad que llamamos las bienaventuranzas. Pero querría que no desmenuzáramos en detalles esta visión general de la búsqueda. Entrar en particularidades podría tener el peligro de que convirtiéramos en reglamentos la vida cristiana. Y tantas veces se ha hecho esto, con tanto daño para la vida cristiana. Hay que volver al punto inicial de que lo que estamos haciendo en el fondo es desarmarnos, y dejarnos simplemente amar por Dios. Hay que saber dar el paso, no siempre fácil, de decidirnos a que esto sea lo importante y que guíe todo lo demás. 

Por otra parte estamos llegando a un punto imprevisto. Empezaba esta reflexión buscando criterios para saber escoger la ocupación del tiempo libre del que disponemos, y nos encontramos frente a la necesidad de dar una respuesta total a nuestra vida. No solamente unos criterios de valor para saber ocupar mejor el tiempo, sino buscar el imán de nuestra vida, el centro de gravedad que nos arrastra de forma irresistible. No hay una respuesta parcial, la respuesta es total: Buscar a Dios en todas las cosas, es la única forma de darle a nuestra vida el verdadero sentido. Y por otra parte esa es la tarea fundamental de la vida. 

No es fácil dar el paso de aceptar a Dios en su totalidad. Pero si nos atrevemos a cruzar la frontera de nuestro temor, y darlo todo, encontramos el panorama hermoso de la vida. Pues encontramos el mundo y las cosas en su más pura simplicidad. La vista del mundo en su pureza original, lo que está detrás de todo ese cúmulo de complicaciones que hemos sembrado en el mundo, desde que Dios lo dejó en nuestras manos. Podemos volver a ver “el paraíso”, o sea las cosas en su verdadera esencia. Y especialmente al hombre mismo en su desnudo valor; sin poses, ni afectaciones: ver que el hombre es libertad, pureza y amor, sin complejos ni poses, ni importancias, ni títulos, sino sólo eso “hombre” que es decir hijo, reflejo, semejanza.


Continuará...

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Agradecemos al P. Adolfo Franco jesuita, por compartir con nosotros esta serie que busca ayudarnos a reflexionar sobre nuestras propias vidas, a la luz del mensaje cristiano.





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