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Teología fundamental. 25. El Credo. Cristo fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo


 P. Ignacio Garro, jesuita †


5. EL CREDO

Continuación


5.7. EL MISTERIO DE LA ENCARNACION: CRISTO FUE CONCEBIDO POR OBRA Y GRACIA DEL ESPÍRITU SANTO 

5.7.1. Cómo se verificó 

La Concepción de Nuestro Señor Jesucristo en el seno de la Virgen María se hizo de modo sobrenatural y milagroso. "Y por obra del Espíritu Santo se encarnó de la Virgen María", rezamos en el Credo. 

Veamos en alguna forma cómo se realizó este altísimo misterio: 

a) El cuerpo de Cristo fue formado por el Espíritu Santo en las entrañas de la Virgen María, en el mismo cuerpo de la Santísima Virgen. 

b) El alma de Nuestro Señor Jesucristo fue creada directamente por Dios y unida al cuerpo. 

c) A este cuerpo y a esta alma se unió el Verbo Divino, en una sola persona: Jesucristo. 


San Lucas nos refiere en el primer capítulo de su Evangelio cómo se verificó este augusto misterio. El Arcángel Gabriel se presentó en Nazaret a la Virgen Santísima. y tuvo lugar entre los dos este diálogo sublime 

-El Arcángel: "Dios te salve, llena de gracia; el Señor es contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres". Al oír tales palabras la Virgen se turbó, v se puso a considerar qué significaría tal salutación. Mas el Arcángel le dijo: "No temas María, porque has hallado gracia delante de Dios. He aquí que concebirás y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo". 

-María: "¿Cómo puede ser esto, pues yo no conozco varón?" 

-El Arcángel: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por cuya causa El Santo que de ti nacerá será llamado Hijo de Dios". 

-María: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra". 

El Arcángel se retiró, y en las entrañas de María se obró el misterio inefable de la Encarnación del Verbo. 

Es importante detenerse a considerar este misterio. Y, entre otras razones, caer en la cuenta de que todo sucedió en un, único instante de tiempo: la formación del cuerpo, la creación e infusión del alma y la asunción de la naturaleza humana por parte de la Persona divina. Si la Encarnación se hubiera dado en momentos sucesivos, -primero la unión cuerpo-alma, y luego la unión de naturalezas- Cristo habría tenido persona humana, y la Santísima Virgen no seria Madre de Dios sólo Madre del hombre. Y la Redención del género humano no hubiera tenido lugar, pues las acciones de Cristo serían acciones del hombre, y por tanto, sin valor infinito. 

5.7.2. Necesidad y fin de la Encarnación 

lo. La Encarnación era necesaria en el supuesto de que Dios exigiera por el pecado una reparación digna de El. Porque una reparación digna de Dios sólo puede darla un hombre-Dios. 

Esta idea la explicaremos mejor al hablar de la necesidad de la Redención. Agreguemos que si Dios hubiera determinado perdonar bondadosamente al hombre, la encarnación no hubiera sido necesaria.

2o. El Hijo de Dios al encarnar se propuso varios fines: 

a) El primero y principal fue reparar en una forma digna y adecuada la ofensa que el pecado causó a su Padre. 

b) El segundo, fue la salvación del género humano, envilecido por la culpa. "Jesucristo vino al mundo para salvara los pecadores" (I Tim. 1, 15). 

c) El tercero fue darnos ejemplo de vida, esto es, presentársenos como modelo de todas las virtudes. 


5.8. EL MISTERIO DE LA ENCARNACION: JESUCRISTO NACIO DE SANTA MARÍA VIRGEN

5.8.1. María es verdaderamente Madre de Dios 

María Santísima puede llamarse con propiedad Madre de Dios, porque es madre de Jesucristo, que es verdadero Dios. 

Una madre no engendra el alma sino sólo el cuerpo de su hijo; y sin embargo, por la unión substancial entre el cuerpo y el alma, es llamada madre de él. Así, aunque María no formó sino el cuerpo de Cristo, por la unión substancial de este cuerpo con la Segunda Persona divina, es llamada con propiedad Madre de Dios.

El Concilio de Efeso (a. 43 1) condenó la herejía de Nestorio, quien enseñaba que María Santísima no se podía llamar Madre de Dios (cfr. Dz. 113). 

"María -dice el Papa Juan Pablo II citando el conc. de Efeso- es la Madre de Dios (theotókos); ya que por obra del Espíritu Santo concibió en su seno virginal y dio al mundo Jesucristo, el Hijo de Dios consubstancial al Padre (Enc. Redemptor hominis, n4; ver también Conc. Vat. II const. Lumen gentiun. n. 53).


5.8.2. Su dignidad y principales títulos 

El título de Madre de Dios es para María su más alta dignidad y de él emanan sus más excelentes privilegios. 

lo. La más alta dignidad, pues en razón de su maternidad divina tiene estrechas relaciones con las divinas personas: con el Padre, que la escogió desde siempre como Madre de su Hijo. 

Con el Hijo, al que dio su humanidad; y con el Espíritu Santo, de quien recibió santísima fecundidad. 

2o. Sus más excelentes privilegios, porque su título de Madre de Dios es la causa de su Inmaculada Concepción, de su plenitud de gracia, virginidad perpetua y asunción a los cielos. Estudiemos estos privilegios. 

a) Inmaculada Concepción. 

Es dogma de fe definido por S. S. El Papa Pío IX el 8 de Diciembre de 1854 (Bula Ineffabilis Deus, Dz. 1641) que "La Virgen María fue preservada e inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano". La razón de él es que Cristo no podía permitir que su madre estuviera ni por un momento privada de la gracia y sometida al demonio. 

b) Plenitud de gracia. 

El alma de la Virgen María fue adornada desde ese primer instante de un inmenso tesoro de gracia, que no cesó nunca de acrecentarse con nuevos dones de Dios. Y ya que la gracia es incompatible con el pecado, estuvo siempre libre de él: no cometió ni el más leve pecado venial ni se vio sometida a la concupiscencia. 

"Llena de gracia" la saludo el Arcángel (Lc. 1, 28) y, la razón de este saludo es que la Virgen ha recibido -enseña Juan Pablo II - "una bendición singular entre todas las bendiciones en Cristo" (Ene. Redemptoris Mateo- n. 8) 

La plenitud de la gracia fue concedida a María en grado inferior que a la humanidad de Cristo -cuya medida es la unión hipostática-, pero muy superior a los ángeles y los santos, por eso es Reina de los ángeles y Madre de todos los hombres en el orden de la gracia. La plenitud inicial se fue desarrollando a lo largo de toda su vida porque su amor fue siempre activo, llegando a una perfección insuperable. 

c) virginidad perpetua de la Madre de Dios. 

El amor de jesús a su Madre, que había ofrecido a Dios su virginidad, hizo que los planes divinos de redención se realizasen respetando ese propósito de María. La maternidad y la virginidad, dice San Bernardo (cfr. In assumptione B. Mariae Virginis: PL. 183, 428), son las dos coronas que Dios quiso concederle. 

Las palabras del Arcángel Gabriel manifiestan claramente que María será Madre de Dios sin dejar de ser Virgen (cfr. Mi. 1, 22-23), como había sido ya profetizado por Isaías (cfr. Is. 7,14).

La Iglesia explica este privilegio mariano con una fórmula tradicional: antes, en y después del parto. Antes del parto porque concibió por obra del Espíritu Santo. En el parto porque, como señala el Catecismo Romano (cfr. 1,4,8), "María dio a luz a su divino Hijo sin detrimento de su virginidad, como el rayo del sol atraviesa un cristal sin romperlo ni mancharlo". Después del parto porque siempre permaneció virgen. 

Cuando en el Evangelio se habla de los "hermanos de Jesús (cfr. Mt. 12, 46-50; Mc. 3, 31-35; Lc. 8, 19-21), se refiere, según el uso bíblico de la palabra hermano, a sus primos o parientes. Igualmente llama a José "padre de Jesús" (cfr. Lc. 2,48), porque desempeñó ese oficio y fue su padre ante la ley.

d) Asunción y glorificación de la Virgen. 

El Papa Pío XII definió en 1950 como dogma de fe que "la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta a la gloria celeste en cuerpo y alma" (cfr. Bula Munificentissimus Deus, Dz. 2333).d 

El sentido de la definición es que María, que participó tan estrechamente de la Redención de su Hijo, debía también asemejarse a El en su glorificación y por eso, al terminar su peregrinaje terreno, fue llevada al Cielo no sólo en el alma, como los demás santos, sino también en el cuerpo.

Complemento de su glorificación es su realeza; así lo reclama su íntima relación con Cristo, Señor y Rey del Universo: 

"A esta exaltación de la Hija excelsa de Sión, mediante la asunción a los cielos, está unido el misterio de su gloria eterna. En efecto, la Madre de Cristo es glorificada como Reina universal" (Enc. Redemptoris Mater. n. 41).


5.8.3 María como medianera de todas las gracias 

La Iglesia enseña que sólo Jesucristo es nuestro Mediador (cfr. I Tim. 2, 5-6) y, sin embargo, aplica a la Virgen el término de Medianera porque sabe que "la misión maternal de María para con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien sirve para demostrar su poder" (Enc. Redemptoris Mater. n. 38). 

Esta mediación subordinada de María "es, al mismo tiempo, especial y extraordinaria. Brota de su maternidad divina y puede ser comprendida y vivida en la fe, solamente sobre la base de la plena verdad de esta maternidad. Siendo María, en virtud de la Elección divina, la madre del Hijo consubstancial al Padre y "compañera singularmente generosa" en la obra de la redención, es nuestra Madre en el orden de la gracia. Esta función constituye una dimensión real de su presencia en el misterio salvífico de Cristo y de la Iglesia" (Ene. Redemptoris Mater, n. 38).

a) Madre de los hombres en el orden de la gracia 

Por ser María Madre de Jesucristo, nuestra cabeza, es también Madre nuestra, pues somos miembros del Cuerpo de Cristo. Esta maternidad espiritual comienza en la Encarnación y es confirmada por el mismo Jesucristo desde la Cruz (cfr. Juan 19, 25-27). El Concilio Vaticano II lo explica así. 

"Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, sufriendo junto con su Hijo, que moría en la Cruz, cooperó de manera absolutamente singular, por la obediencia, por la fe, la esperanza y la ardiente caridad, en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. Por esta razón es nuestra Madre en el orden de la gracia" (Cons. Lumen gentiun, n. 61). 

Desde este punto de vista es particularmente significativo otro texto de San Juan que nos presenta a la Virgen en las bodas de Caná (cfr. Juan 2, 1-2), porque manifiesta "la solicitud de María por los hombres, el ir a su encuentro en toda la gama de sus necesidades. En Caná de Galilea se muestra sólo un aspecto concreto de la indigencia humana aparentemente pequeño y de poca importancia ("No tienen vino"). Pero esto tiene un valor simbólico. El ir al encuentro de las necesidades del hombre significa, al mismo tiempo, su introducción en el radio de acción de la misión mesiánica y del poder salvífico de Cristo. Por consiguiente, se da una mediación: María se pone entre su Hijo y los hombres en la realidad de sus privaciones, indigencia y sufrimientos. "Se pone en medio, o sea hace de mediadora no como una persona extraña, sino en su papel de Madre", consciente de que como tal puede -más bien "tiene el derecho de- hacer presente al Hijo las necesidades de los hombres. Su mediación, por lo tanto, tiene un carácter de intercesión: María "intercede" por los hombres. No sólo como Madre desea también "que se manifieste el poder mesiánico del Hijo", es decir su poder salvífico encaminado a socorrer la desventura humana, a liberar al hombre del mal que bajo diversas formas y medidas pesa sobre su vida" (Enc. Redemptoris Mater, n. 21). 

Al mismo tiempo, señala también el Papa Juan Pablo 11, hay otro aspecto de la función maternal de María, que es el presentarse "ante los hombres como portavoz de la voluntad del Hijo", indicadora de aquellas exigencias que deben cumplirse para que pueda manifestarse el poder salvífico del Mesías- (Ibid, n. 21). El "haced lo que El os diga" es, en efecto, la enseñanza más grande de la Madre a los hijos. 

b) Corredentora 

La mediación de gracia de María, como queda dicho, no se reduce a la mera intercesión: la Virgen, por ser Madre de Dios, participa de la potestad regia de conducir a los hombres hacia el Cielo. 

La Bienaventurada Virgen María es, en efecto, Corredentora. Ya el anunció de Simeón (cfr. Lc. 2, 34-35) le había indicado claramente "la concreta dimensión histórica en la cual su Hijo cumpliría su misión, es decir en la incomprensión y el dolor... Así, le revela también que deberá vivir en el sufrimiento al lado del Salvador que sufre, y que su maternidad será oscura y dolorosa" (Enc. Redemptoris Mater, n. 16).

Ese anuncio alcanza su pleno significado cuando María está junto a la Cruz de su Hijo (cfr. Juan 19,25). Padeció y casi murió junto al Hijo que padecía y moría, y abdicó de sus derechos maternales sobre Jesús para que todos los hombres alcanzaran la salvación y, en lo que de Ella dependía, lo entregó para aplacar la justicia divina. Se puede, pues, decir con verdad que redimió con Cristo al género humano. 

c) Madre de la Iglesia 

Santa María, como Madre de Cristo, es Madre de la Iglesia; es decir, de todo el Pueblo de Dios. Por ello al terminar la tercera sesión del Concilio Vaticano II, el Papa Pablo VI la proclamó solemnemente Madre de la Iglesia. 

Juan Pablo II hace ver que desde el momento mismo en que la Iglesia inicia su camino o peregrinación de fe, el día de Pentecostés, está presente María como un testigo excepcional del misterio de Cristo "en la base de lo que la Iglesia es desde el comienzo, de lo que debe ser constantemente, a través de las generaciones, en medio de todas las naciones de la tierra, se encuentra la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor. Precisamente esta fe de María, que señala el comienzo de la nueva y eterna Alianza de Dios con la humanidad en Jesucristo, ésta heróica fe suya precede el testimonio apostólico de la Iglesia, y permanece en el corazón de la Iglesia, escondida como un especial patrimonio de la revelación de Dios" (Enc. Redemptoris Mater, n. 27)


5.8.4 El culto y la devoción a María Santísima 

Pablo VI afirmó que la devoción a María es "un elemento cualificador e intrínseco de la genuina piedad de la Iglesia y del culto cristiano" (Ex. Marialis Cultus, n. 56). Esta es una experiencia vital e histórica en toda América Latina que, como señalaba Juan Pablo II, pertenece a la íntima "identidad propia de estos pueblos" (Discurso en Zapopan; cfr. Documento de Puebla nn. 283, 285, 291, 294, 299, 745).

Todas las prerrogativas que hemos recordado, al mismo tiempo que revelan la dignidad inmensa de la Madre de Dios, nos manifiestan el trascedental puesto que el Señor le asignó en la obra redentora. De ahí surgen en el hombre las relaciones sobrenaturales con la Madre, expresadas a través de las fiestas marianas y de tantas devociones llenas de piedad y de cariño. 

Entre esas devociones el rezo del Santo Rosario es una de las más recomendadas por la Iglesia: "El rezo del Santo Rosario, con la consideración de los misterios, la repetición del Padre nuestro y del Avemaría, las alabanzas a la Beatísima Trínidad y la constante invocación a la Madre de Dios, es un continuo acto de fe, de esperanza y amor, de adoración y reparación" (Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer, Roma, 9 de enero de 1973). 

Podemos y debemos acudir a su amparo, acogiéndonos a su maternal protección, como lo hacía el Papa Juan Pablo II en 1979, durante su viaje a México, ante la imagen de la Virgen de Guadalupe: "¡Oh Virgen Inmaculada, Madre del verdadero Dios y Madre de la Iglesia!.. Escucha la oración que con filial confianza te dirigimos, y preséntala ante tu Hijo Jesús, único Redentor nuestro". Esta es la maternal tarea de la Virgen: llevarnos a Cristo. 



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Damos gracias a Dios por la vida del P. Ignacio Garro, S.J. quien nos brindó toda su colaboración. Seguiremos publicando los materiales que nos compartió para dicho fin.
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