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La fe cristiana desde la Biblia: "El hombre nuevo"

 


P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita

Esta sugerente expresión de “hombre nuevo” aparece de forma muy explícita en las cartas del apóstol Pablo a los Efesios y a los Colosenses: “No viváis ya como viven los gentiles, que viven desprovistos de sentido moral. Tienen el espíritu en tinieblas, están excluidos de la vida de Dios por su afectada ignorancia y por la obstinación de su corazón; tanto que, embrutecidos, se entregaron con frenesí a la lujuria, cometiendo toda clase de impurezas. En cambio, vosotros no habéis aprendido tal lección en Cristo, si es que después de haber oído hablar de él, habéis sido instruidos tal como es la verdad en Jesús; esto es, por lo que se refiere a vuestro primer género de vida, a despojaros del hombre viejo que corre a la ruina tras las concupiscencias seductoras; a dejaros renovar tina y otra vez por el espíritu que actúa en vuestro interior; y a revestiros del hombre nuevo, creado a imagen de Dios en justificación y santidad verdaderas” (Ef 4,17-24).

Con una fe viva, miembros de una Iglesia cuya cabeza es Jesucristo, conscientes de que el Espíritu Santo actúa en nosotros al abrirnos a su brisa y su luz, nuestro modo de proceder moral habrá de ser conforme al ser en Cristo. El hacer sigue al ser, pues la fe no consiste primordialmente en hacer. En ese caso la fe se reduciría a un quehacer de conducta moral, es decir, a un esfuerzo personal voluntarioso. No sería un poder salvífico ni hacia uno mismo ni respecto de los demás. En vano trabaja uno si Dios no trabaja. La vida “nueva” sólo él la da.

Es preciso, por tanto, nacer de nuevo:

"—Yo te aseguro que el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios—. Nicodemo repuso: —¿Cómo es posible que un hombre ya viejo vuelva a nacer? ¿Acaso puede volver a entrar en el seno materno para nacer de nuevo?— Jesús le contestó: —Yo te aseguro que nadie puede entrar en el reino de Dios, si no nace del agua y del Espíritu. Lo que nace del hombre es humano; lo engendrado por el Espíritu, es espiritual. Que no te cause, pues, tanta sorpresa lo que te he dicho: Tenéis que nacer de nuevo”. (Jn 3,3-7).

Si este nacer de nuevo se realiza día tras día al recibir el regalo de Dios en nosotros, lo que hagamos derivará necesariamente de ese don. Las bienaventuranzas marcan esa deriva del hombre nuevo. Dichosos los que no ponen su confianza en el dinero ni en las cosas; dichosos los que soportan el sufrimiento físico con paciencia; dichosos los que padecen en el alma confiando en Dios por encima de cualquier otro; dichosos quienes tratan a los demás con respeto, como a sujetos que lo son; dichosos los que olvidan al estilo de Dios padre; dichosos los que hacen el bien sin esperar nada a cambio; dichosos los que irradian y construyen la paz que supera y desborda la simple no-guerra; dichosos los perseguidos por causa de Jesucristo. (Mt 5,3-12)

Todo ello es posible si Dios, el todopoderoso, da la fuerza y coherencia a nuestra fragilidad esperanzada. Y no dejemos de lado ese don inmenso de la “caridad” de donde todo germina: “Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha” (1Cor 13,3). Sólo lo que de Dios viene (virtudes teologales) alcanza incluso a nuestra forma de ser y temperamento.


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Agradecemos al P. Fernando Martínez, S.J. por su colaboración.
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