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Teología fundamental. 15. El Credo. Los ángeles y el hombre



P. Ignacio Garro, jesuita
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA

5. EL CREDO
Continuación


5.4.1.4. VARIEDAD DE CRIATURAS 

Dentro del orden creacional, Dios procede de un modo estrictamente lógico: crea primero a la criatura puramente espiritual (ángeles), luego a la material (universo físico) y, por último, al hombre, como compuesto de ambos órdenes.

5.4.1.4.1. Los ángeles 
A. Su naturaleza 

Los ángeles son criaturas, totalmente espirituales, sustancias completas, superiores al hombre e inferiores a Dios, con una enorme capacidad de inteligencia y de amor (cfr. S Th. I, q. 54). 

Los ángeles son espíritus puros, esto es, no son cuerpos, ni están hechos para unirse a ningún cuerpo. No tienen, por ello, forma ni figura sensible, pero se representan sensiblemente: a) para ayudar a nuestra imaginación; b) porque así han aparecido a los hombres, como leemos en la Sagrada Escritura. Como todos los espíritus están dotados de inteligencia y voluntad. 

Los ángeles son superiores al hombre. Poseen un conocimiento mucho más perfecto, que comprende no por raciocinio sino de modo inmediato. Al no poseer realidad material, son inmortales, y no están sujetos a nuestras miserias, dolores y necesidades.

Dios ha creado a los ángeles con un doble fin: 

a) para que eternamente lo alaben y bendigan; 
b) para ser los ejecutores de sus órdenes, como lo indica su nombre, pues ángel significa mensajero 

Dios creó a los ángeles en estado de inocencia y de gracia. Y además, a los que permanecieron fieles los recompensó con la gloria.
Su existencia consta en muchos lugares de la Escritura:
cfr. A. T: Gen, 3, 4; 28, 12; 32, 2-3; Ex. 3, 2; Libro de Tobías; Dan. 8, 16-26; 9, 21-27. N. T.: Lc. 1, 11-19; 1, 26-28; Mt. 16, 27; 25, 31; Mc. 14, 27, cte.

Respecto a su número, la Escritura indica un número sobrecogedor, inmensamente grande (Lc. 2, 13; 8, 30; Mt. 26, 54; Ap. 5, 11, etc.). Daniel vio ante el trono del Señor que "millares de millares le servían, y mil millones asistían a su presencia" (7,10) Los ángeles buenos, explica Santo Tomás, "forman una multitud inmensa, superior a la muchedumbre de los seres materiales (S. Th. I,q. 50, a. 4), porque Dios, que hizo perfecta la creación, abre más la mano a medida que sus criaturas son más perfectas, más espirituales. No hay, además, dos ángeles de la misma especie, sino que cada uno tiene la suya (cfr. ib, a. 4). 

B. Ángeles buenos 

Los ángeles buenos son los que permanecieron fieles a Dios; y fueron en recompensa confirmados en gracia. 

Se dividen en tres jerarquías, y cada jerarquía en tres coros: la jerarquía suprema la forman los serafines, querubines y tronos,- la segunda, las dominaciones, virtudes y potestades; y al inferior, los principados, arcángeles y ángeles
B.1. El ángel custodio 

Llamamos ángel custodio al ángel que Dios da a cada hombre para que lo defienda y custodie desde el nacimiento hasta la muerte. 

La existencia del ángel de la guarda consta en la Escritura: "El mandó a los ángeles que cuidasen de ti, para que te custodien en cuantos pasos dieres" (Ps. 90, 1l). Este es el sentir común de todos los Padres y Doctores de la Iglesia, y 1a Iglesia misma ha establecido la fiesta de los ángeles custodios (2 de octubre)
Los ángeles custodios se interesan grandemente por nuestro bien: 

1°. nos sugieren buenos pensamientos y deseos de virtud; 

2°. nos defienden de múltiples peligros de alma y cuerpo; 

3°. presentan a Dios nuestras oraciones y buenas obras y nos alcanzan de El gracias y favores. 

Tres deberes principales tenernos para con él: respeto a su presencia; gratitud por sus beneficios y confianza en su protección, por ser un excelente intercesor ante Dios y defensor contra el demonio. 

"Cuando tengas una necesidad, alguna contradicción -pequeña o grande-, invoca a tu Ángel de la Guarda, para que la resuelva con Jesús o te haga el servicio de que se trate en cada caso" (Forja, n. 93 1, Josemaría Escrivá de Balaguer).

C. Ángeles malos o demonios 
Son los ángeles que por su rebeldía fueron condenados al infierno. Son, pues, criaturas de Dios, que no quisieron sujetarse a El y, por tanto, merecieron castigo eterno (cfr. Apc. 12, 7-9; Mc. 3, 22-27; Jn. 8, 49; 2 Pe. 2, 4, etc.) Se llaman diablos o demonios y su caudillo Lucifer o Satanás. 

La existencia de los demonios y su acción maligna es una verdad de fe (cfr. Dz. 23 7, 42 7, 1923, etc.). No se trata, pues, del modo de hablar de un pueblo primitivo que personificaba al mal en unos seres superiores pero inexistentes. 

Por el contrario, estos seres reales, personales, espirituales, aunque han sido ya vencidos por Jesucristo, tienen -como un ejército derrotado, en huida-, gran capacidad de hacernos daño: 

a) porque no han perdido su naturaleza de ángeles, y así su conocimiento y su poder son muy superiores a los nuestros; 

b) porque su experiencia de tantos siglos les ha enseñado el mejor modo de engañarnos; 

c) porque su voluntad perversa está siempre inclinada a toda maldad. 


Los demonios procuran nuestro mal: 

a) por odio a Dios cuya imagen ven en nosotros; 

b) por odio a Cristo, cuya muerte nos rescató de su poder; 

c) por envidia a nosotros pues Dios nos destinó a ocupar los puestos que ellos perdieron en el cielo. 
"Digan lo que digan algunos teólogos superficiales, el Diablo es, para la Fe cristiana, una presencia misteriosa, pero real, no meramente simbólica, sino personal. Y es una realidad poderosa ("el Príncipe de este mundo---, como le llama el Nuevo Testamento, que nos recuerda repetidamente su existencia), una maléfica libertad sobrehumana opuesta a la de Dios; así nos lo muestra una lectura realista de la historia, con su abismo de atrocidades continuamente renovadas y que no pueden explicarse meramente con el comportamiento humano. 

El hombre por sí solo no tiene fuerza suficiente para oponerse a Satanás; pero éste no es otro Dios; unidos a Jesús, podernos estar ciertos de vencerlo. Es Cristo, el "Dios cercano- quien tiene el poder y la voluntad de liberarnos; por eso el Evangelio es verdaderamente la Buena Nueva. Y por eso también debemos seguir anunciándolo en aquellos -regímenes---de terror que son frecuentemente las religiones no cristianas. Y diré todavía más: la cultura atea del Occidente moderno vive todavía gracias a la liberación del terror de los demonios que le trajo el cristianismo. Pero si esta luz redentora de Cristo se apagara, a pesar de toda su sabiduría y de toda su tecnología, el mundo volvería a caer en el terror y la desesperación. Y ya pueden verse signos de este retorno de las fuerzas oscuras, al tiempo que rebrotan en el mundo secularizados los cultos satánicos---. (Cardenal Joseph Ratzinger, Informe sobre la Fe. BAC, Madrid 1985, p. 153).

c.1. Influencia del demonio sobre el hombre 

La teología ha tipificado algunas maneras de la estrategia diabólica, más o menos repetidas en las manifestaciones de su insidia: 

a) El asedio es acción contra el hombre desde fuera, como cercándolo, provocando ruidos nocturnos para amedrentar, haciendo llamadas misteriosas en paredes o puertas, rompiendo enseres domésticos, etc. Un testimonio representativo y no muy lejano es la vida de S.Juan María Vianney, cura de Ars (1786-1859), que vivió largos períodos de su vida asediado por el demonio. 

b) La obsesión es ataque personal con injurias, daño del cuerpo, o actuando sobre los miembros y sentidos. 

c) La posesión es la ocupación del hombre por el dominio de sus facultades físicas, llegando hasta privade de la libertad sobre su cuerpo. Contra la posesión y la obsesión la Iglesia emplea los exorcismos. 

d) Existen otros modos de seducción, tales como los milagros aparentes que él puede realizar, y la comunicación con el demonio que se supone en algunos fenómenos de la magia negra, el espiritismo, etc. 

e) Pero la manera ordinaria como el demonio ejecuta sus planes es la tentación, que alcanza a todos los seres humanos. Se define por tal, toda aquella maquinación por la que el demonio, positivamente y con mala voluntad instiga a los humanos al pecado para perderlos, 

Es muy importante percatarse que -a pesar de¡ indiscutible poder de la tentación diabólica-, no puede su malicia actuar más allá de donde Dios lo permite: su poder es poder de criatura, poder controlado. "Dios es fiel, y no permitirá que seáis tentados más allá de vuestras fuerzas" (I Cor. 10, 13). En concreto, conviene, pues, situarse en el justo medio: ni olvidar su acción y su eficacia maligna, ni perder la serenidad y confianza en Dios. 


5.4.1.4.2 El Hombre 

a) Su naturaleza 

El hombre es un animal racional, esto es, un ser personal compuesto de cuerpo y alma. 

Por ser animal, se distingue de los ángeles; por ser racional, se distingue de los brutos.
El hombre es la criatura más noble que Dios colocó sobre la tierra. Dios mismo declaró que lo había formado a su imagen y semejanza (cfr. Gen, 1, 26). Y dijo esto en razón del alma del hombre, que es un espíritu dotado de entendimiento y voluntad divinas. 
La creación de Adán la narra el Génesis diciendo: "Formó Yahvéh Dios al hombre del polvo de la tierra (parte material), y le inspiró en el rostro aliento de vida (actividad divina especial: creación del alma), y fue así el hombre Ser animado" (Gen. 2, 7). 
No es contraria a la fe católica la hipótesis del "evolucionismo mitigado---, que sostiene que, para formar el cuerpo del hombre, Dios perfeccionó el cuerpo de un mono antropoide, perfeccionándolo (---polvo de la tierra" puede entenderse cualquier realidad material, inorgánica u orgánica) e infundiéndole un alma espiritual. Dos cosas, pues, han de mantenerse: 

a) la intervención especial y directa de Dios para la formación del cuerpo, y, 

b) la creación e infusión en ese cuerpo de un alma inmortal (cfr. Dz. 2327) 

El cuerpo y alma del hombre son distintos entre sí; pero se unen íntimamente para formar un solo ser. 
La unión del alma y del cuerpo no es una unión exterior y accidental, como la del carro y el conductor, sino que es una unión íntima. A este tipo de unión los filósofos la denominan substancial, porque de ambos elementos resulta, una sola substancia completa.




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Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.
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