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IV Domingo de Tiempo Ordinario - A: Las Bienaventuranzas



P. Adolfo Franco, jesuita.

Mateo 5, 1-12.

Jesús, al ver toda aquella muchedumbre, subió al monte. Se sentó y sus discípulos se reunieron a su alrededor. Entonces comenzó a hablar y les enseñaba diciendo:
«Bienaventurados los que tienen el espíritu del pobre, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados los que lloran, porque recibirán consuelo.
Bienaventurados los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Bienaventurados los compasivos, porque obtendrán misericordia.
Bienaventurados los de corazón limpio, porque verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán reconocidos como hijos de Dios.
Bienaventurados los que son perseguidos por causa del bien, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados ustedes, cuando por causa mía los insulten, los persigan y les levanten toda clase de calumnias.
Alégrense y muéstrense contentos, porque será grande la recompensa que recibirán en el cielo. Pues bien saben que así persiguieron a los profetas que vinieron antes de ustedes.
Palabra del Señor.

Jesús nos enseña el camino de la verdadera felicidad.

Esta página del Evangelio de San Mateo, las Bienaventuranzas, es una de las que mejor resumen todo el mensaje de Jesús, toda su predicación durante su vida en este mundo. Es una página condensada, densa, llena de contenido y de metas, es una incitación a la superación.

Podríamos pensar que las Bienaventuranzas son la descripción del hombre según el ideal que Dios tiene de él. Jesús describiendo al hombre “imagen de Dios” dice: el hombre que Dios ha ideado, es pobre de espíritu, no tiene codicia ni apegos materiales; es bondadoso siempre y ha desterrado de su alma la hostilidad; es sufrido y firme frente al sufrimiento, y no saca de él ni pesimismo ni tristeza; es una persona con un afán insaciable de justicia y a cada uno le respeta sus derechos; el hombre que Dios ama es misericordioso, lleno de afabilidad y comprensión, sabe tolerar y aceptar los defectos de los demás; es limpio de corazón, porque siempre interpreta bien a sus semejantes y tiene una gran estima de la dignidad de todos; es persona que tiene una única guerra, la guerra contra todo tipo de guerras, prefiere estar desarmado porque es pacífico; no se sorprende de ser perseguido, incomprendido por salirse de la mediocridad, y su máxima felicidad es llegar incluso a compartir aunque sea en forma mínima los sufrimientos de Cristo. Así pensó Dios al hombre cuando lo iba modelando con sus propias manos.

Esto es lo que describen una a una las bienaventuranzas:
«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.»

Pero es que estas maravillosas palabras de Jesús, lo describen a El mismo, y por eso nos pone este maravilloso ideal: hombre en estado puro, limpio de codicia, de envidia, de agresividad, amigo, buscador de paz y de justicia. Es la meta del hombre ideal; y el hombre ideal es Jesús.

Y con este discurso el Señor nos reta: nos pone una meta elevada; el que quiera aspirar a ir más allá de lo mediocre, el que quiera tener la verdadera aventura de la vida, debe aceptar este riesgo: dejar abajo lo que es materia, mezquindad, sentimientos hostiles, venganza, superficialidad, egoísmo. Subir más arriba. A eso nos desafía el Señor a que aspiremos a sus propuestas. Y que entendamos que ese es el verdadero camino de la felicidad. Esa búsqueda que todos hacemos y que tan pocos encuentran, porque buscamos la felicidad dentro de las propuestas más materiales. Y es que en esta búsqueda de la felicidad se encuentran enfrentados el espíritu y la materia, de lo que estamos hechos todos los seres humanos; hay unas propuestas que surgen de nuestra parte material, y que son las que más nos atraen, y otras propuestas que surgen de nuestro espíritu iluminado por Jesús, y que nos parecen poco atractivas y casi insuperables. Y en ese forcejeo tantas veces vence la materia al espíritu; y cuando termina esta batalla, queda en el suelo una víctima: el ser humano derrotado, justamente por haberse equivocado en la búsqueda de la felicidad. Por eso Jesús nos da esta lección, para que no nos dejemos engañar. El que sabe lo que es la Felicidad, Jesús, es el que nos enseña con su vida y con su palabra este camino de las bienaventuranzas.

Pero además el Señor se pone delante de nosotros y nos lanza este discurso que desconcierta a nuestro sentido común, nos dirige unas palabras que chocan contra nuestros razonamientos. Bienaventurado, el que no tiene nada, el que sufre, el que es manso, el que lucha por la paz. Este discurso ha hecho pensar a algunos, que no lo han entendido, que este es el camino de los que no se saben esforzar, de los seres de pocas aspiraciones. Y no hay mayor valentía, ni mayor nobleza para un ser humano que este camino que Cristo nos presenta en las bienaventuranzas. Así abre nuestra mente, y nos hace la advertencia de que el camino que El nos propone en todo el Evangelio es un camino estrecho, y que pocos se atreven a recorrerlo.



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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

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