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Los escritos de San Pablo: Su Teología - El estado del hombre sin Cristo - La muerte



P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA

TEOLOGÍA DE SAN PABLO - 4° ENTREGA

10.4. LA MUERTE

"El salario del pecado es la muerte", Rom 6, 23. Donde hay pecado hay muerte espiritual y física. Pablo une estrechamente: Ley, pecado y muerte. Los personifica. El concepto de muerte en Pablo aparece con significaciones muy diversas:

Muchas veces significa sencillamente el fin natural de la vida terrena sin ningún matiz secundario, 2 Cor 1, 9-10: “pues hemos tenido sobre nosotros mismos la sentencia de muerte, para que no pongamos nuestra confianza en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos. Él nos libró de tan mortal peligro y nos librará; en Él esperamos que nos seguirá librando”; y en Filp 2, 27: “Es cierto que estuvo enfermo y a la muerte. Pero Dios se compadeció de él; y no sólo de él, sino también de mí, para que no tuviese yo tristeza sobre tristeza”.
Pero generalmente la muerte aparece en estrecha relación con el pecado:

  • Es consecuencia de él: Rom. 5,12: “por tanto como por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, ya que todos pecaron”; y en Rom 8,10: “Mas si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo haya muerto ya a causa del pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia”.
  • El pecado es el aguijón de la muerte: 1 Cor. 15, 56: “El aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado, la Ley”.
  • La muerte como el pecado es un tirano y un enemigo, Rom 5, 14: “Con todo, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés aun sobre aquellos que no pecaron con una transgresión semejante a la de Adán”. Y posteriormente en Rom 5, 17: “En efecto, si por el delito de uno reinó la muerte por un hombre ¡con cuánta más razón los que reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia, reinarán en la vida por uno, Jesucristo!”.
  • El pecado no solo engendra la muerte física sino que trae ante todo la muerte espiritual Rom 7, 10-11: “y yo morí; y resultó que el precepto, dado para vida, me causó la muerte. Porque el pecado, aprovechándose del precepto, me sedujo, y por él me dio muerte”.
  • Los deseos de la carne se encaminan a la muerte, entendida como perdición total. Rom 8, 6: “Pues las tendencias de la carne son muerte; mas las del espíritu vida y paz, ya que las tendencias de la carne llevan al odio de Dios: no se someten a la Ley de Dios, ni siquiera pueden”.
  • También el pecado extiende su dominio a la creación natural, que anhela la redención: Rom 8, 19-22: “Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la caducidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la esclavitud de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto”.
  • Cristo nos libera de la muerte espiritual y física. Él muere por nosotros y resucitando se convierte en el "primogénito" de los muertos: 1 Cor 15, 26: “El último enemigo en destruir será la  Muerte”; 1 Cor 15, 55-57: “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado es la ley. Pero ¡gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!”; y en Col 1, 18: “Él es también la cabeza del cuerpo, de la Iglesia: Él es el principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea Él el primero en todo”.
  • Con Cristo somos sepultados en la muerte por el bautismo: Rom 6,  3-6: “¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte?. Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo resucitó de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Porque si nos hemos injertado en Él por una muerte semejante a la suya, también lo estaremos por una resurrección semejante, sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con Él, a fin de que fuera destruido el cuerpo de pecado y cesáramos de ser esclavos del pecado. Pues el que está muerto, queda libre del pecado”; y en Filip 3, 10: “Y conocerle a Él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hecho semejante a Él en la muerte”.

Así morimos al pecado, al hombre viejo, a la carne, a la Ley: Rom 6, 6: “Sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con Él, a fin de que fuera destruido el cuerpo de pecado y cesáramos de ser esclavos del pecado”. Y en Rom 6, 11. “Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús”. En 8, 10: “mas si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo haya muerto ya a causa del pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia”. Y en Gal 2, 19: “En efecto, yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios: con Cristo estoy crucificado”.

Hay que morir diariamente a las obras de la carne: Rom 8, 13: “pues, si vivís según la carne, moriréis. Pero si con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis”; Col 3, 5: “Por tanto, mortificad cuanto en vosotros es terreno: fornicación, impureza, pasiones, malos deseos y la codicia que es una idolatría”.

La muerte corporal tiene un nuevo sentido para el cristiano: es un encuentro con el Señor: 2 Cor 5, 1-4: “Porque sabemos que si esta tienda, que es nuestra morada terrestre, se desmorona, tenemos un edificio que es de Dios: una morada eterna, no hecha por mano humana, que está en los cielos”. Y en Filip 1, 19-23: “Y cuál la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándole de entre los muertos y sentándole a su diestra en los cielos, por encima de todo principado, potestad, virtud, dominación y de todo cuanto tiene nombre no sólo en este mundo sino también en el venidero. Sometió todo bajo sus pies y le constituyó cabeza suprema de la Iglesia, que es su cuerpo, la plenitud del lo llena todo en todo”. Así, la muerte es un morir para el Señor: Rom 14, 7-8: “porque ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco muere nadie para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; y su morimos para el Señor morimos. Así que, ya vivamos ya muramos del Señor somos”. La muerte, es el camino de la resurrección: Rom 8,11: “Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita entre vosotros, Aquel que resucitó a  Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros”.




Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.

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