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Los escritos de San Pablo: La vida del Apóstol III



P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA

Continuación

1.6.3. Primer viaje misionero (primavera 45 – primavera 49)

Llamado por Bernabé a Antioquía (hacia el año 44), Pablo se entrega allí durante un año entero a la predicación del evangelio, Hech 11, 25-26: “Partió para Tarso en busca de Saulo, y en cuanto le encontró le llevó a Antioquía. Estuvieron juntos durante un año entero en aquella iglesia e instruyeron a una gran muchedumbre. En Antioquía fue donde, por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de “cristianos”. Desde Antioquía, recibida una nueva misión del Espíritu Santo, se encaminaron hacia Seleucia, el puerto de Antioquía, y desde allí navegaron hacia Chipre. Desembarcaron en Salamina, y por tierra llegaron a Pafos, en donde Pablo anuncia el castigo de la ceguera de Barjesús, mago que trataba de alejar de la fe al procónsul Sergio Paulo. Desde Chipre, Pablo Bernabé y Juan Marcos se dirigieron hacia el Asia Menor. Aquí evangelizan Perge, Juan (llamado también Marcos) se aparta de ellos Hech 13,13: “Pablo y sus compañeros se hicieron a la mar en Pafos y llegaron a Perge de Panfilia. Pero Juan (Marcos) se separó de ellos y se volvió a Jerusalén”, después se dirigen a Antioquía de Pisidia.

En la sinagoga, por invitación de los jefes, Pablo tiene en su discurso, elabora una verdadera anámnesis  (memoria histórico-salvífica) del pueblo de Israel, Hech 13, 16-43: “Pablo se levantó, hizo señal con la mano y dijo: “Israelitas y cuantos teméis a Dios, escuchad”: El Dios de este pueblo, Israel, eligió a nuestros padres, engrandeció al pueblo durante su permanencia en la tierra de Egipto y los sacó con su brazo extendido. Y durante unos cuarenta años los rodeó de cuidados en el desierto; después habiendo exterminado siete naciones en la tierra de Canaán, les dio en herencia su tierra, por unos cuatrocientos cincuenta años. Después de esto les dio jueces hasta el profeta Samuel. Luego pidieron un rey, y Dios le dio a Saúl, hijo de Cis, de la tribu de Benjamín, durante cuarenta años. Depuso a éste y les suscitó por rey a David, de quien precisamente dio este testimonio: He encontrado a David, el hijo de Jesé, un hombre según mi corazón, que realizará todo lo que yo quiera. De su descendencia, Dios, según la Promesa, ha suscitado para Israel un Salvador, Jesús. Juan predicó como precursor, antes de su venida, un bautismo de conversión a todo el pueblo de Israel. Al final de su carrera, Juan decía: “Yo no soy el que vosotros pensáis, sino mirad que viene detrás de mí aquel a quien no soy digno de desatar las sandalias de los pies”.

Hermanos, hijos de la raza de Abrahán, y cuantos entre vosotros teméis a Dios: a vosotros ha sido enviada esta palabra de salvación. Los habitantes de Jerusalén y sus jefes cumplieron, sin saberlo, las Escrituras de los profetas que se leen cada sábado; sin hallar en Él ningún motivo de muerte pidieron a Pilato que le hiciera morir. Y cuando hubieron cumplido todo lo que referente a Él estaba escrito, le bajaron del madero y le pusieron  en el sepulcro. Pero Dios le resucitó de entre los muertos. Él se apareció durante muchos días a los que habían subido con Él de Galilea a Jerusalén y que ahora son testigos suyos ante el pueblo. También nosotros os anunciamos la Buena Nueva de que la Promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús, como está escrito en los salmos: “Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy"”. Y que le resucitó de entre los muertos para nunca más volver a la corrupción, lo tiene declarado: Os daré las cosas santas de David, las verdaderas. Por eso también en otro lugar: No permitirás que tu santo experimente la corrupción. Ahora bien, David, después de haber cumplido en sus días la voluntad de Dios, murió, se reunió con sus padres y experimentó la corrupción. En cambio aquel a quien Dios resucitó, no experimentó la corrupción. Tened, pues, entendido, hermanos, que por medio de éste se os anuncia el perdón de los pecados; y la total justificación que no pudisteis obtener por la Ley de Moisés la obtiene por Él todo el que cree. Cuidad, pues, de que no sobrevenga lo que dijeron los Profetas: “Mirad, los que despreciáis, asombraos y desapareced, porque en vuestros días yo voy a realizar una obra que no creeréis aunque os la cuenten”.

Al salir le rogaban que les hablasen sobre estas cosas el siguiente sábado. Disuelta la reunión, muchos judíos y prosélitos que adoraban a Dios siguieron a Pablo y Bernabé; éstos conversaban con ellos y les persuadían a perseverar fieles a la gracia de Dios”.

Al sábado siguiente, ante la incredulidad de los judíos, deciden volverse a los paganos y, expulsados de la ciudad, parten para Iconio Hech 13, 42-52: “El sábado siguiente se congregó casi toda la ciudad para escuchar la palabra de Dios. Los judíos al ver a la multitud, se llenaron de envidia y contradecían con blasfemias cuanto Pablo decía. Entonces Pablo y Bernabé dijeron con valentía: “Era necesario anunciaros a vosotros en primer lugar la palabra de Dios; pero ya que la rechazáis y vosotros mismos no os  consideráis dignos de la vida eterna, mirad que nos volvemos a los gentiles. Pues así nos lo ordenó el Señor: “Te he puesto como luz de los gentiles, para que tú seas la salvación hasta el fin de la tierra”. Al oír esto los gentiles se alegraron y se pusieron a glorificar la palabra del Señor; y creyeron cuantos estaban destinados a una vida eterna. Y la palabra del Señor se difundía por toda la región.

Pero los judíos incitaron a las mujeres piadosas y a la nobleza, y a los principales de la ciudad; promovieron una persecución contra Pablo y Bernabé y  les echaron de su territorio. Estos sacudieron contra ellos el polvo de sus pies y se fueron a Iconio. Los discípulos, en cambio, se llenaban de gozo y del Espíritu Santo”.

En Iconio predican y, a causa de la insidias de un grupo de judíos y gentiles, se traslada a Listra Hech 14, 2-3: “Pero los judíos que no habían creído excitaron y envenenaron los ánimos de los gentiles contra los hermanos. Con todo se detuvieron allí bastante tiempo, hablando con valentía del Señor que daba testimonio de la predicación de su gracia, concediéndoles obrar por sus manos signos y prodigios”.

 Aquí después de un grande entusiasmo por la curación de un paralítico, lapidaron, a Pablo. Por este motivo abandonaron Listra y se dirigieron a Derbe, Hech 14, 8-10: “En Listra estaba sentado un hombre tullido de los pies, cojo de nacimiento y que nunca había andado. Éste escuchaba a Pablo que hablaba. Pablo, fijó en él su mirada y viendo que tenía fe para ser curado, le dijo con fuerte voz: “Ponte derecho sobre tus pies”. Y  él se levantó de un salto y se puso a caminar”.

 Más tarde, Pablo, al final de su vida, recordaría todos estos peligros y persecuciones en una segunda carta a Timoteo 3, 11: “en mis persecuciones y sufrimientos, como los que soporté en Antioquía, en Iconio, en Listra. ¡Qué persecuciones hube de sufrir! Y de todas me libró el Señor”. Después de evangelizar Derbe, en el viaje de regreso confirmaron a los discípulos y designaron presbíteros como jefes de las comunidades. Pasaron por Listra, Iconio, Antioquía, Perge. En Atalía puerto de Panfilia, se embarcaron hacia Antioquía de Siria. Aquí permanecen, "no poco tiempo", Hech 14, 28.


1.6.4. Pedro y Pablo: la controversia de Antioquía 

Después de haber hablado de sus relaciones con los otros apóstoles en Jerusalén, Pablo prosigue su "apología", refiriéndose a la controversia que tuvo con Pedro en Antioquía, Gal 2, 11-14: “Mas, cuando vino Cefas a Antioquía, me enfrenté con él cara a cara, porque era censurable. Pues antes que llegaran algunos de parte de Santiago, comían en compañía de los gentiles; pero una vez que aquéllos llegaron, empezó a evitarlos y apartarse de ellos por miedo a los circuncisos. Y los demás judíos disimularon con él, hasta el punto que el mismo Bernabé se vio arrastrado a la simulación. Pero en cuanto vi que no procedían rectamente, conforme a la verdad del Evangelio, dije a Cefas en presencia de todos: “Si tú, siendo judío, vives como gentil y no como judío, ¿cómo fuerzas a los gentiles a judaizar?”.

 Este episodio ha tenido en su interpretación todas las teorías posibles. Algunos teólogos han querido ver aquí una demostración de que el Primado de Pedro no era reconocido por Pablo; otros, por reacción, han pretendido minimizar las cosas hasta el punto de convertirlo en un episodio insignificante.

¿Qué fue lo que realmente sucedió? En concreto se trata de un episodio particular de una crisis de convivencia fraterna entre los judíos y gentiles convertidos también al cristianismo. La escena tuvo lugar en Antioquía, donde se había formado dicha comunidad cristiana. En un primer tiempo, Pedro había actuado de acuerdo con el uso establecido por Pablo: se sentaba a la mesa sin distinguir entre judeocristianos y gentiles convertidos al cristianismo. Pero llegaron de Jerusalén algunos, "judaizantes", del círculo de Santiago, es decir, judíos convertidos al cristianismo, que eran judíos cristianos circuncidados. Pedro cambió entonces de actitud, “por miedo a los circuncisos”; comenzó a evitar cualquier contacto con los gentiles cristianos incircuncisos. Movidos por su ejemplo, otros judeocristianos comenzaron a hacer otro tanto. La Iglesia de Antioquía se dividió, prácticamente, en dos comunidades cristianas, si no hostiles, si al menos separadas. Esto indignó a Pablo y, en presencia de todos, le reprochó a Pedro su actitud. Pedro, “era digno de reprensión”. ¿Cuál era en concreto el motivo?.

Es importante no perder de vista la dimensión religiosa y social de estos conflictos. Para los judíos recién convertidos al cristianismo ciertos “signos religiosos” externos que diferenciaban a Israel, como pueblo elegido exclusivamente por Dios, de los demás pueblos paganos que les rodeaban eran muy importantes, casi intocables. Estos signos religiosos tenían una gran tradición como el cumplimiento de la Ley y las numerosas prescripciones de todo tipo, como la circuncisión, la observancia del día sábado o las leyes de la pureza y rituales de limpieza antes y después de las comidas, entre otras muchas cosas; todo esto tenía para el pueblo judío una importancia muy grande pues lo habían venido cumpliendo con mayor o menos precisión durante cientos de años. Con el cumplimiento de estos signos religiosos externos expresaban la resistencia de Israel como pueblo elegido frente a los demás pueblos invasores, empeñados en asimilarlos al conjunto de los imperios: Egipto, Babilonia, Asiria, Persia, Grecia, Roma.

Objetivamente el error de Pedro era el de: “no proceder con rectitud según la verdad del Evangelio”. Pablo se apoya en un principio incontrovertible: la salvación de Cristo proviene de la fe, es una gracia divina destinada a todo creyente sea judío, sea gentil, Rom 1, 16-17: “Pues no me avergüenzo del Evangelio, que es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego”. Este principio exige que se evite cualquier acción que pudiera hacer creer que los gentiles eran cristianos de segunda categoría, creando así una dificultad para la unidad de la comunidad cristiana y una presión sobre los paganos convertidos al cristianismo. La dificultad  más concreta de no ir a comer a las casas de los gentiles no se trataba solamente de comer para alimentarse físicamente, sabemos que después de las comidas fraternas venía la celebración del banquete Eucarístico, con lo cual si Pedro se apartaba de las comidas de los gentiles convertidos se creaban dos tipos de comunidades cristianas, con dos celebraciones Eucarísticas, lo cual afectaba a la unión y fraternidad cristianas de Antioquía.

Las comunidades eras dos: una, la de los judíos cristianos que creían en Cristo y celebraban la Eucaristía junto a las costumbres judías de la ley y sus numerosas prescripciones y la otra era la de los gentiles que se incorporaban al Misterio de Cristo por la fe y el bautismo y prescindían por completo de todas las demás costumbres, prescripciones legales, rituales, cultuales, etc, de los judíos. A los gentiles convertidos al cristianismo no les obligaba la ley ni sus prescripciones, sin embargo algunos judíos conversos al cristianismo, de buena fe, Hech 15, 1: “Bajaron algunos de Judea que enseñaban a los hermanos: “si no os circuncidáis conforme a la costumbre mosaica, no podéis salvaros”; insistían en que había que creer en Cristo, celebrar el Misterio de Cristo y a la vez  seguir con el cumplimiento y las exigencias de la ley mosaica.

Subjetivamente el error de Pedro lo caracteriza Pablo como pusilanimidad y simulación. Se dejó impresionar por las críticas de los seguidores de Santiago que eran judaizantes, hasta el punto de simular una actitud favorable a las pretensiones de los judaizantes. En otras palabras, Pedro se comportó de manera contraria a sus convicciones personales. Y este comportamiento era tanto más peligroso para la comunidad, cuanto que Pedro gozaba de un gran prestigio.

Definitivamente se trató de una discusión no sobre algún principio esencial del evangelio, sino más bien, originada por la falta de coherencia práctica de Pedro, que simulaba por una pusilanimidad injustificada. El incidente fue serio pero no afectó la sustancia del Evangelio. Pablo recuerda el episodio de Antioquía para demostrar nuevamente su independencia en relación con los otros apóstoles; su derecho a defender el evangelio divino dónde y cuándo podía verse comprometido, aun a costa de resistirse a aceptar el comportamiento de una personalidad como la de Pedro.

El acontecimiento que hemos narrado en Gálatas 2, 11-14, ilumina el carácter de Pedro y Pablo y manifiesta lo difícil y complicada que era la “crisis judaizante” que tuvo que sufrir la Iglesia apostólica en sus primeros tiempos. Era importante dirimir este problema ante los Apóstoles en Jerusalén y así lo hicieron: Hech 15, 2: Se produjo con esto una agitación y una discusión no pequeña de Pablo y Bernabé contra ellos; y decidieron que Pablo y Bernabé y algunos de ellos subieran a Jerusalén, adonde los apóstoles y presbíteros, para tratar esta cuestión”; Pablo había recibido la gracia y el mandato apostólico de Cristo de predicar el Evangelio a los gentiles y una vez que se convertían debían y adherirse al misterio de Cristo por la fe, recibían el bautismo, y de la LEY  sólo tenían que cumplir los 10 mandamientos  y a la vez vivir en la libertad de los hijos de Dios, guiados por la ley del Espíritu. Las prescripciones mosaicas, legales, rituales, cultuales de la ley judía, sobre todo la circuncisión, el trato con gentiles, tipo de comidas, etc, ya no servían, habían cesado.

Para un gentil convertido del paganismo al cristianismo, lo que salvaba era la fe en el misterio de la persona y de la obra salvífica de Cristo. Sólo en Cristo se halla la salvación, fuera de Cristo no hay salvación. La ley mosaica ya había prescrito, quedaba anulada con la redención que nos consiguió Cristo. Por lo tanto exigir el cumplimiento de la ley mosaica a un gentil bautizado era una verdadera injusticia e iba contra el Evangelio de Pablo.

Por todo esto se puede hablar del peligro de “judaizar” el cristianismo, este fue un fenómeno religioso de gran influencia al principio de la primitiva comunidad cristiana, y a la cabeza de este movimiento, de buena fe,  parece ser que estaba Santiago, Obispo de Jerusalén, hermano del Señor. Todo esto explica un poco por qué Pablo se siente con libertad y respeto para corregir a su hermano Pedro. Con todo, en este reproche fraterno que Pablo hace a Pedro no podemos concluir nada ni a favor ni en contra del primado jerárquico de Pedro, como algunos teólogos han pretendido.


1.6.5. El Concilio de Jerusalén 

Hemos visto en el apartado anterior la crisis judaizante que se dio en Antioquía, Hech 15, 1-29 y cómo Pablo y Bernabé acuden a Jerusalén para tratar este tema ante los apóstoles. La crisis judaizante fue profunda y se prolongó por varios años. Comenzó en Jerusalén y se extendió a las mismas comunidades fundadas por Pablo en Asia menor y en Grecia.

Pocos años después de la muerte de Cristo, su mensaje se había propagado más allá de los confines del judaísmo. En Antioquía, cristianos helenistas no dudaban en dirigirse directamente a los paganos. Esto se intensificó con la llegada de Pablo.

Esta situación puso a la iglesia frente a un problema de conciencia: ¿Se puede formar parte de la comunidad cristiana sin ingresar antes en el pueblo judío? ?No habrá que imponer a los paganos la circuncisión y someterlos a las prescripciones de la Ley mosaica? De la solución dependía el futuro de la Iglesia. Más todavía, se trataba de la noción misma de la Iglesia: o es una simple secta dentro del judaísmo, o al acoger judíos y gentiles está destinada a formar el nuevo pueblo de Dios.

Hacia el año 49  los dirigentes de la comunidad apostólica llegaron a la conclusión de que para ser cristianos no es necesario pasar por el judaísmo. Basta la fe en Cristo. Tenemos dos descripciones de este acontecimiento capital, en la narración de Lucas en Hechos 15, 6-29: “Se reunieron entonces los apóstoles y presbíteros para tratar este asunto. Después de una larga discusión, Pedro se levantó y dijo: “Hermanos, vosotros sabéis que ya desde los primeros días me eligió Dios entre vosotros para que por mi boca oyesen los gentiles la palabra de la Buena Nueva y creyeran. Y Dios, conocedor de los corazones, dio testimonio en su favor comunicándoles el Espíritu Santo como a nosotros; y no hizo distinción alguna entre ellos y nosotros, pues purificó sus corazones con la fe. ¿Por qué, pues, ahora tentáis a Dios imponiendo sobre el cuellos de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros pudimos soportar?. Nosotros creemos más bien que nos salvamos por la gracia del Señor Jesús, del mismo modo que ellos”.

Y el testimonio de Pablo en Gálatas 2, 2-5: “Subí movido por una revelación y les expuse a los notables en privado el Evangelio que proclamo entre los gentiles para ver si corría o había corrido en vano. Pues, bien, ni siquiera Tito que estaba conmigo, con ser griego, fue obligado a circuncidarse. Y esto, a causa de los intrusos, los falsos hermanos que solapadamente se infiltraron para espiar la libertad que tenemos en Cristo Jesús, con el fin de reducirnos a la esclavitud a quienes ni por un  instante cedimos, sometiéndonos, a fin de salvaguardar para vosotros la verdad del Evangelio”.
 Existen profundas diferencias entre ambas narraciones. Muchos piensan, por eso, que se trata de dos acontecimientos distintos. Más que buscar aquí la solución hay que hacerlo en el carácter particular del contexto en que habla cada uno de ellos:

  • Pablo: quiere presentar su visita como el punto culminante de sus relaciones con el Colegio Apostólico, que le reconoció oficialmente lo mismo que a su "evangelio".
  • Lucas: Presenta el acontecimiento como un cambio decisivo de la Iglesia apostólica, que resuelve oficialmente el problema “judeocristiano” en el sentido paulino.
  • Existe otra dificultad: la de situar el "decreto apostólico", Hech 15, 22-29.  ¿Fue un decreto dado en el concilio de Jerusalén, o es un decreto que se refiere a otras preguntas? Los problemas nacen de las siguientes constataciones:
  • Según Hech 15, 1-5, la causa del concilio de Jerusalén fue la cuestión fundamental: ¿Es necesario imponer a los Gentiles creyentes la circuncisión y la práctica de la Ley de Moisés? Y a esta cuestión fundamental responde el decreto apostólico con cuestiones rituales secundarias.
  • Pablo afirma Gal 2, 6, que las autoridades de Jerusalén se abstuvieron de imponerle algo nuevo.  Ahora bien, el decreto apostólico contiene prescripciones precisas.

Según Hech 15, 22-23; 25-26, la asamblea confía el texto del "decreto", a Pablo, Bernabé y compañeros, para que lo lleven y hagan conocer a la Iglesia de Antioquía. Sin embargo, en Hech 21, 25. Santiago parece ignorar que Pablo conoce ese decreto. Y Pablo nunca hablará de él, ni en Gal 2, 1-10 (donde habla de la asamblea de Jerusalén), ni en 1 Cor 8, 8-10 y Rom 14 (donde aborda problemas similares).

Estas constataciones hacen muy difíciles que el "decreto apostólico" pueda colocarse dentro del marco histórico del concilio de Jerusalén. Por ello es opinión casi unánime de los exegetas modernos que Lucas unió en un único contexto literario dos controversias distintas y sus respectivas soluciones.
Una controversia en la cual tomaron parte Pedro, Pablo y las "columnas" de la Iglesia de Jerusalén. Esta controversia se refería a la obligación de la Ley de Moisés para los paganos convertidos. Esto tuvo lugar en el Concilio de Jerusalén. A ello alude Pablo en Gal 2, 1-10.

Otra controversia posterior dominada por la figura de Santiago, en la cual ni Pedro ni Pablo tomaron parte y que se refería precisamente a las relaciones sociales entre judeocristianos y gentiles convertidos al cristianismo. Estas relaciones eran delicadas porque cualquier contacto con un pagano significaba impureza legal para un judío y esta actitud  iba contra el espíritu fraterno del cristianismo.


1.6.6. Segundo viaje misionero (50 - 52) 

La narración del segundo viaje misionero de Pablo la encontramos en Hechos 15, 36--40: “Al cabo de algunos días  dijo Pablo a Bernabé: “Volvamos ya a ver cómo les va a los hermanos en todas aquellas ciudades en que anunciamos la palabra del Señor”. Bernabé quería llevar también con ellos a Juan, llamado Marcos. Pablo, en cambio, pensaba que no debían llevar consigo al que se había separado de ellos en Panfilia y nos les había acompañado en la obra. Se produjo entonces una tirantez tal que acabaron por separase el uno del otro: Bernabé tomó consigo a Marcos y se embarcó rumbo a Chipre; por su parte Pablo eligió por compañero a Silas y partió, encomendado por los hermanos a la gracia de Dios”.

La finalidad del viaje fue principalmente la de visitar las comunidades que Pablo había fundado en su primer viaje. Antes de emprender el segundo se tuvo una discusión muy fuerte entre Pablo y Bernabé. Este último quería que Marcos los acompañara. Pablo se oponía por la inconstancia que Marcos había mostrado en el primer viaje, Hech 15,  37-39. La conclusión fue que Bernabé se fuera con Marcos a Chipre, y Pablo, acompañado por Silas salió hacia Siria y Cilicia.

De Cilicia continúa hacia Licaonia.  En esa región visita Derbe y Listra. Aquí se le asocia Timoteo Hech 16, 1-5. Luego atraviesa las regiones de Frigia y Galacia septentrional. Aunque enfermo, anuncia en esa región el evangelio, Gal 4, 13-15. Decidieron entonces ir más al norte, a Bitinia, pero por una intervención del Espíritu, no entran en ella, sino que caminando a lo largo de la frontera de Misia bajan a Tróade. Pasada la Samotracia llegan, al día siguiente a Neápolis y de allí a Filipos, “que es la primera ciudad de esta parte de Macedonia, donde pasamos algunos días”, Hech 16, 12. Pablo funda aquí la primera Iglesia de Europa con un grupo de mujeres, entre las que estaba Lidia, la vendedora de púrpura, Hech 16, 13-15. También aquí sufre persecución y es flagelado y encarcelado a causa de haber librado del demonio a una adivinadora, que procuraba a sus amos grandes ganancias, Hech 16, 16-40. Puestos en Libertad, “pasando por Anfipolis y Apolonia, llegaron a Tesalónica”, Hech 17, 1. Como en Filipos, aquí tuvo que sufrir en la fundación de la Iglesia.
Expulsados de Tesalónica, a causa del tumulto suscitado por los judíos, Hech 17, 1-9, se dirigieron a Berea, donde llegó también la persecución de los mismos judíos de Tesalónica, quienes con otro tumulto obligaron a Pablo a abandonar la ciudad. Allí se quedaron Silas y Timoteo, Hech 17, 10-15. Los que acompañaron a Pablo en su salida de Berea, lo llevaron hasta Atenas y recibieron el encargo de decir a Timoteo y Silas que se le reuniesen cuanto antes. Mientras ellos llegaban, Pablo: “disputaba en la sinagoga con los judíos y prosélitos, y cada día en el ágora con los que le salían al paso”, Hech 17, 17. Es entonces cuando tiene su discurso en el Areópago, con un fruto muy escaso. Los convertidos fueron pocos. Entre ellos Damaris y Dionisio el Areopagita.

Después de Atenas, Pablo va a Corinto.  Allí permanece mucho tiempo y cosecha frutos abundantes.  Se hospedó en casa de Aquila y Priscila, expulsados de Roma por el decreto de Claudio que mandaba que, “todos los judíos saliesen de Roma”, Hech 18, 2. Para no ser una carga económica a los que lo hospedaban trabajaba en el mismo oficio de ellos, es decir, en la fabricación de tiendas, Hech 18, 3: “y como era del mismo oficio se quedó a trabajar en su casa. El oficio de ellos era fabricar tiendas”.
Al mismo tiempo predica en las sinagogas y, en medio de dificultades, las conversiones se multiplican. Pablo se detiene en Corinto un año y seis meses, Hech 18, 11: “Y permaneció allí un año y seis meses, enseñando entre ellos  la palabra de Dios”. Silas y Timoteo llegaron a Corinto para acompañarlo. Timoteo volvió inmediatamente a Atenas y desde allí es enviado a Tesalónica, 1 Tes 3, 1-2: “Por lo cual, no pudiendo soportar más, decidimos quedarnos solos en Atenas y os enviamos a Timoteo, hermano nuestro y colaborador de Dios en el Evangelio de Cristo”. Silas se había quedado en Berea. Después vinieron juntos a Corinto. Fueron ellos quienes llevaron a Pablo buenas noticias de los Tesalonicenses, 1 Tes 3, 6-10, y limosnas, que le permitieron no ser carga para los corintios, 2 Cor 11, 9.

Durante la estancia en Corinto escribió las dos cartas a los Tesalonicenses y fue llevado al tribunal de Galión, hermano del Filosofo Séneca, procónsul de Acaya, Hech 18, 12-1: “Siendo Galión procónsul de Acaya se echaron los judíos de común acuerdo sobre Pablo, y le condujeron ante el tribunal diciendo: “Éste persuade a la gente para que adore a Dios de una manera contraria a la Ley”. Iba Pablo a abrir la boca cuando Galión dijo a los judíos: “Si se tratara de algún crimen o mala acción, yo os escucharía, como es razón. Pero como se trata de discusiones sobre palabras y nombres y cosas de vuestra Ley, allá vosotros. Yo no quiero ser juez en estos asuntos”. Y los echó del tribunal. Entonces todos ellos agarraron a Sóstenes, el jefe de la sinagoga, y se pusieron a golpearlo ante el tribunal sin que a Galión le diera esto ningún cuidado”.

En Hech 18, 18-22, se nos narra cómo: “Pablo después de haber permanecido aún bastantes días, se despidió de los hermanos y navegó hacia Siria... llegados a Efeso los dejó y entró él en la sinagoga, donde conferenció con los judíos. Rogábanle estos que se quedase más tiempo, pero no consintió y despidiéndose de ellos dijo: Si Dios quiere, volveré a vosotros. Partió de Efeso y desembarcando en Cesarea, subió a Jerusalén y saludó a la Iglesia, bajando luego a Antioquía” . Así terminó el segundo viaje misionero de Pablo.


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Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.


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