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Jesús y la mujer cananea



P. Adolfo Franco, S.J.

DOMINGO XX
DEL TIEMPO ORDINARIO

Mt. 15, 21-28

Jesús salió de allí y se retiró hacia la región de Tiro y de Sidón. En esto, una mujer cananea, que había salido de aquel territorio, gritaba diciendo: «¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David! Mi hija está malamente endemoniada.» Pero él no le respondió palabra. Sus discípulos, acercándose, le rogaban: «Despídela, que viene gritando detrás de nosotros.» Respondió él: «No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel.» Ella, no obstante, vino a postrarse ante él y le dijo: «¡Señor, socórreme!» Él respondió: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos.» «Sí, Señor —repuso ella—. Pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.» Entonces Jesús le respondió: «Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas.» Y desde aquel momento quedó curada su hija.

Palabra de Dios.


La oración perseverante consigue lograr el milagro de la curación.

Se trata en este párrafo del evangelio de la curación de la hija de una cananea. Y es un milagro muy especial, porque tiene tres peculiaridades muy particulares, que no aparecen en otros milagros: lo primero es que es una curación fuera del territorio de Israel; Jesús salió muy poco de ese territorio y no hizo milagros sino en la tierra de Israel. En segundo lugar es el único milagro al que se resiste, parecería que no lo quiere realizar (es diferente a la resistencia que aparenta en el milagro de las bodas de Caná); aquí la misma mujer cananea le va a forzar a que lo haga. En otras situaciones Jesús incluso se adelanta a hacer los milagros la mayor parte de las veces, o al menos no pone resistencia. Y en tercer lugar entra en un intercambio de palabras con la mujer cananea y aparentemente la mujer queda con la última palabra a la que el Señor ya no puede replicar, ya no dice nada más que una alabanza de la fe de esta mujer. Se podría decir que es la única vez que  Jesús pierde en una polémica; El que tuvo tantas con los personajes notables de los judíos.

Se nos enseña en este milagro la universalidad de la misión de Jesús; aunque Jesús, por sí mismo, en su propia vida, se movió casi únicamente dentro del territorio de Israel, y allí predicó, allí gastó su vida; pero ya aquí asoma la universalidad de su mensaje, de su Reino, de su salvación y redención. Y ya este milagro es un adelanto de la predicación de los apóstoles, que se extenderán por todas las regiones de la tierra. Este milagro es una primicia de la salvación universal. Después será San Pablo el que se esfuerce para hacer caer en la cuenta que la salvación de Jesús es para todos los pueblos; universalidad que Jesús señala a sus apóstoles cuando les deja su misión y les dice que vayan a predicar a todos los pueblos.

Además otro mensaje que nos deja este milagro es el de la perseverancia en la oración. A esta mujer Jesús no le hace caso, su oración parece rechazada. Incluso los apóstoles apoyan la petición de esta mujer; ellos lo hacen por cierta comodidad: «Atiéndela, que viene detrás gritando». Y El entonces replica a los apóstoles y les dice: -«Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.» Parecería que la oración de esta mujer se estrella contra una pared. Pero al final la oración es la que triunfa. Pero la oración ha pasado por aparente silencio primero, y por rechazo después. La mujer ha sido puesta a prueba, y ella ha perseverado hasta el fin. Hay otras enseñanzas similares de Jesús sobre la oración: en la parábola del amigo que a hora inoportuna va a pedir unos panes a su amigo, y que si insiste en la oración, será escuchado, si no como amigo, al menos como importuno. Y lo mismo enseña en la parábola del juez injusto que no quiere hacer justicia a una pobre viuda; si el juez no le hace justicia por derecho, al menos se la hará para que le dejen en paz. Ocurre tantas veces en nuestras peticiones que nos parece que no son oídas e incluso a veces nos parecen rechazadas, como que a Dios no le interesara escucharnos. Y nunca es así.

Y muy importante lección en este milagro es la humildad de esta mujer, que acepta que la comparen con los perrillos que merodean alrededor de la mesa de sus amos. Ciertamente que suena muy dura esta respuesta de Jesús, por el calificativo que da a la mujer cananea y porque parece despreciativa de todos los que no son judíos. Parecería una respuesta discriminatoria. La mujer tiene respuestas todavía por su gran humildad; acepta que la comparen con los perrillos que andan buscando migajas; está tan concentrada en la necesidad que tiene su hija, que tolera lo que parece un insulto. Lo que ella quiere es que le curen a su hija, y por eso acepta todo. Un gran amor de madre, que le hace humillarse hasta seguir insistiendo con firmeza, con fe y con humildad. Por eso al final lo que queda es un elogio a la misma mujer a la que Jesús aparentemente había rechazado.

Y ¿cómo se manifiesta la fe grande de esta mujer? En primer lugar porque acude a Jesús, siendo una extranjera. A la samaritana fue Jesús quien la buscó; ésta en cambio es la que tiene la iniciativa de buscar. Además se manifiesta la fe de la cananea porque confía en la oración, sabe que su oración al final será escuchada, a pesar de que tiene que perseverar en la petición que parecería caer en el vacío. Y finalmente porque sabe aceptar con humildad la palabra dura que le dirige el Señor. Y es notable cómo el Señor al final alaba la fe de esta mujer, y en qué forma se lo expresa: que se haga como has creído; y ella había creído firmemente y por eso su hija quedó realmente curada. Parecería que Jesús atribuye su propio milagro a la fe de esta mujer más que a su poder milagroso.




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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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