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La Misa - 9° Parte: La Misa romana en el Imperio Franco y en la época del gótico


P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón, S.J.



Cuando el siglo VIII las iglesias francas optaron por el rito romano, se llevaron de Roma los libros litúrgicos del culto estacional del Papa y tomaron a éste como el ejemplar para todas las Misas, aún para las celebradas en las capillas de las aldeas más humildes. Pero, como es lógico la liturgia galicana no dejó de imprimir su genio en el rito llegado de Roma.

Este genio se manifestó ante todo en el gusto por lo dramático, por las oraciones largas y por las apologías de las que ha dejado hasta nosotros el “Yo confieso a Dios”...

Cuando fue trasplantada al imperio franco la misa romana, la lengua litúrgica no cambió, pues el latín era entonces la única lengua escrita entre los francos. De la reunión del rito romano papal con el genio franco resultó a fines del milenio un nuevo modelo de la Misa Occidental, la cual integró con suficiente equilibrio lo oficial con lo popular y por eso se impuso pronto en las diversas iglesias locales, incluida la romana.

Como la lengua latina por este tiempo era sólo entendida ya por el clero, para conducir al pueblo cristiano al misterio encerrado en la Eucaristía se recurrió a la explicación alegórica de la Misa.

La alegoría es una figura literaria por la cual se reconoce en una cosa una realidad totalmente distinta de lo que esa cosa significa. Estamos ante un signo expresivo convencional, que es pura invención del hombre.

Al parecer fue Alcuino (+804) el primero en aplicar a la liturgia romana la explicación del método alegórico, aunque su gran precursor fue Amalario de Metz (+850); su influjo ha permanecido hasta los años del Concilio Vaticano II. Amalario interpretó todos los ritos y oraciones de la Misa Romana con el método alegórico. Recordemos algunos ejemplos:

“El introito recuerda el coro de los profetas (que anunciaron la venida de Cristo, lo mismo que los cantores anuncian la llegada del obispo)...; el Kyrie eleison los profetas de la época de la venida de Cristo, entre los que está Zacarías y su hijo San Juan; el Gloria in excelsis Deo recuerda al coro de los ángeles que anunciaron a los pastores la buena nueva del nacimiento del Señor (y así como allí empezó primero uno y luego entraron los demás, así en la misa entona el obispo y entra toda la iglesia); la oración colecta alude a lo que hizo el Señor cuando tenía doce años... La epístola se refiere a la predicación de San Juan; el responsorio a la buena disposición de los apóstoles, cuando fueron llamados por el Señor y lo siguieron; el aleluya, a la alegría del corazón por las promesas y los milagros que le vieron hacer; el evangelio significa su predicación... Lo que sigue en la misa alude a sus últimos días sobre la tierra, desde el domingo cuando salieron los niños a recibirle (con las multitudes representadas en la misa por la procesión de los fieles que llevan sus dones) hasta su ascensión y hasta Pentecostés. La oración que reza el sacerdote desde la secreta hasta el Nobis quoque peccatoribus significa la oración de Cristo en el huerto de los Olivos; lo que sigue el tiempo que estuvo el Señor en el sepulcro. La conmixtión representa la vuelta del alma del Señor a su cuerpo. El resto, las salutaciones del Señor a los apóstoles, con excepción de la fracción del pan, que simboliza la que hizo el Señor con los dos discípulos de Emaús” (Jungmann, p. 131-132).

Estas interpretaciones alegóricas de Amalario revelan una inventiva admirable y un conocimiento del alma popular muy fino; tal vez por eso ellas han llegado hasta nuestros días comunicando al pueblo cristiano la vivencia del misterio de la muerte y resurrección del Señor que re-aparece en toda misa católica.


LA MISA EN LA ÉPOCA DEL GÓTICO

Cuando el gótico invadió la cultura europea, los fieles católicos continuaron deseosos de oír la Misa solemne con sus cantos latinos y con sus ceremonias sugestivas realizadas por ministros revestidos de ricos y vistosos ornamentos. Las grandes masas del pueblo cristiano seguían viendo en la Misa como una representación dramática de la vida, pasión, muerte y resurrección del Señor gracias a las explicaciones alegóricas que la misa daban sin cesar los pastores de almas.

Estas explicaciones de la Misa habían habituado al pueblo cristiano a acompañar al Señor en sus misterios redentores y llevaron a aceptar con toda facilidad la espiritualidad de San Bernardo, la cual recomendaba la meditación de la vida del Jesús histórico como modelo de la existencia cristiana. Y, en contrapartida, esta nueva espiritualidad vino a incrementar y a enriquecer la explicación alegórica de la Misa.

A partir del siglo XII se multiplican las narraciones de los que han visto visiblemente en la hostia consagrada la figura corpórea del Salvador; se pintan cuadros con tales portentos que vienen a ser una profesión popular de la fe en la presencia de Cristo en el Sacramento y una manifestación más del ansia del pueblo cristiano por contemplar lo que está oculto en el pan y vino consagrados.

Y de este deseo popular inspirado por la fe brotó hacia 1200 el rito de la elevación del pan y del cáliz después de la consagración. Los predicadores repetían sin cesar el significado alegórico de la elevación con estas enseñanzas más o menos matizadas:

“El sacerdote quiere decir tres cosas con la elevación del Sacramento; He aquí el Hijo de Dios que por ti presenta sus llagas al Padre Celestial; he aquí el Hijo de Dios que por ti fue clavado en la cruz; he aquí el Hijo de Dios que vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos” (Jungmann, p. 171)

La presentación de la Hostia y del Cáliz dio origen a una serie de ritos eucarísticos fuera de la Misa; tales fueron las genufexiones ante el Sacramento, la exposición con el Santísimo, y otros. Este movimiento eucarístico llegó a la cumbre con la institución de la fiesta del Corpus en 1246, la cual no tardó en introducir la solemne procesión del Sacramento por las calles de ciudades y pueblos y vino a ser una de las fiestas religiosas más querida para el pueblo cristiano.

En el siglo XIII constatamos un ataque teológico a la interpretación alegórica de la misa. El iniciador de esta ofensiva teológica fue San Alberto Magno, el cual presentó una explicación teológica luminosa y sólida de la Misa; sus impugnaciones no tuvieron la menor resonancia en la vivencia de la Misa entre las masas populares. Lo alegórico siguió dominando la piedad de los fieles, e incluso Santo Tomás de Aquino en su Suma Teológica enseñó una explicación de la Misa dominada por la interpretación alegórica, (III, 83,5). Esto nos muestra cómo la visión popular de la Misa se impuso a los grandes teólogos de la época.

La reacción escolástica buscaba poner de relieve la relación teológica de las diversas partes de la Misa en contraposición al pensamiento alegórico que sólo veía en la Misa una serie de cuadros de la vida, pasión, muerte y resurrección del Señor. Pero lo sorprendente es que la Escolástica de hecho no dejó ninguna huella en las mayorías del Pueblo Cristiano, mientras que los cuadros presentados por la explicación alegórica hicieron que los fieles de aquellos siglos vivieran con emoción cristiana el mandato del Señor ‘‘Haced esto en memorial mío”.

En los siglos XIV y XV se habló mucho desde los pulpitos y en la literatura piadosa sobre los efectos salvadores y milagrosos del Sacrificio Eucarístico, lo cual tuvo como resultado un incremento de la devoción a la Misa. Pero como muchas veces los predicadores y los autores piadosos sobrepasaron la línea de una sana teología, indujeron no pocas veces al Pueblo Cristiano a falsas seguridades y a verdaderas prácticas supersticiosas.

Fue mérito del Concilio de Trento el haber distinguido con toda claridad la doctrina revelada sobre el misterio eucarístico y los abusos introducidos en su celebración por las limitaciones humanas.



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Referencia bibliográfica: P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón, S.J. "La Misa en la religión del pueblo", Lima, 1983.

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