P. Adolfo Franco, S.J.
DOMINGO VIII
DEL TIEMPO ORDINARIO
Mt. 6, 24-34
El Señor para advertirnos del peligro del dinero, pone una fuerte contraposición entre Dios y el dinero.
Tres afirmaciones: primera, si servimos al dinero, no servimos a Dios; segunda, confiar en la Providencia y no dejarnos agobiar por las preocupaciones; y tercera, lo prioritario en nuestra vida es buscar el Reino de Dios y su justicia.
Comenzamos la explicación por esta tercera, porque las otras dos ven unidas a ésta. Jesús en este párrafo del Evangelio de San Mateo, que es parte del llamado sermón del monte, nos dice cuál debe ser la principal meta de la vida. Lo principal es buscar el Reino de Dios y su justicia. O sea se trata de que lo fundamental en nuestra vida es buscar a Dios, relacionarse con El, entregarse a Dios, llenarse de su amor y entregarle todo el nuestro. Todo lo demás vendrá como una consecuencia, como una añadidura. Es necesario señalar que no se trata de que si buscamos a Dios, después estaremos inundados por todos los bienes materiales, incluso que obtendremos todos nuestros caprichos. Evidentemente no es ése el sentido de la frase de Jesús “que todo lo demás se nos dará como añadidura”. Lo que quiere decir el Señor es que todo lo demás que es secundario, se nos concederá en la medida que nos sea necesario.
El ser humano tiene muchas metas en la vida y no siempre escogemos como central para nuestra existencia lo que es realmente central. Para muchas personas el enriquecerse es la meta a la cual subordina todo lo demás, y es la meta que consume todas sus energías. Esto es demasiado frecuente. Pero hay otras metas que se escogen como prioritarias por encima de lo que es escoger a Dios como fundamental. También el saber en las ciencias se puede escoger como lo prioritario, y a eso se dedican las noches y los días. Todo lo demás queda subordinado a eso. En otros casos es el afán de poder. Y además a veces esa meta central la vamos cambiando en las distintas etapas de la vida. Pero en todos esos casos se busca primero la añadidura como si fuera lo fundamental, y en cambio el que queda como añadidura es Dios.
Jesús corrige ese planteamiento de la existencia y nos orienta: “Busca primero a Dios”. De hecho es una forma diferente de lo mismo que nos dice también el primer mandamiento: “amar a Dios sobre todas las cosas.
El párrafo del Evangelio que vamos comentando nos añade otras enseñanzas que se relacionan con ésta que es la central. No podemos servir a Dios y al dinero. No se puede tener dos amos. Y una vez más nos da la alerta del peligro que tiene el dinero para el corazón humano. Muy fácilmente el hombre puede convertirse en servidor del dinero, y entonces se hace esclavo. La necesidad del dinero se puede convertir fácilmente en avaricia. El afán de seguridad puede llevarnos a la obsesión de ganar y ganar más, aunque a ello se sacrifiquen muchos valores, como la rectitud, la solidaridad, la justicia, y con frecuencia la misma familia. Algunas veces, por el dinero, se puede llegar a una cosa que es lamentable y es la venta de la propia conciencia para conseguir más y más.
Y en esos casos no sólo se pierde a Dios, y por tanto lo fundamental, sino que al final se pierde uno a sí mismo. Se pretendía obtener la máxima seguridad, el egoísmo que era como salvar la propia persona, y en cambio se arruina la propia vida.
Muchas veces la búsqueda del dinero se persigue por tener la seguridad del mañana. La previsión es una necesidad del ser humano, dada su fragilidad. Por eso el Señor nos habla de la seguridad, y de los temores. Y nos dice Jesús, por eso, que no estemos agobiados por la vida pensando en lo que vamos a comer o en lo que vamos a beber. Y también nos añade que no nos angustiemos por el mañana. Y todo esto lo motiva con una lección fundamental: que Dios tiene Providencia de sus hijos, y que se preocupa de ellos, que se preocupa de nosotros. Y nos pone el ejemplo de cómo Dios cuida a los pájaros.
Creer en la Providencia es fundamental, y es lo mismo que creer en Dios. Dios nos cuida porque somos sus hijos. Y eso es lo que de verdad nos quita todos los afanes y todos los temores. Saber que estamos en las manos de Dios, como en realidad lo estamos es lo único que nos da seguridad. Y además le añade una afirmación que completa toda esta enseñanza: “¿quién a fuerza de preocuparse puede añadir una hora a su vida?” Descansar en Dios, confiarse a sus brazos y creer en sus designios, que nos guían con seguridad. Como nos dice ese bello salmo: “El Señor es mi pastor, nada me puede faltar. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú estás conmigo”.
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