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Cristología II - 29° Parte: La Resurrección - 1° Parte


P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA


11. LA  RESURRECCIÓN 

11.1. SENTIDO DE LA GLORIFICACIÓN - EXALTACIÓN 

Al hablar del Misterio Pascual decíamos que éste tiene como dos tiempos: uno, la pasión y muerte de Cristo, es el aspecto kenótico - sacrificial, en el que Cristo se ofrece al Padre como víctima propiciatoria en favor de la salvación de los hombres; otro, la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos, es el aspecto triunfal y glorioso de Cristo como premio al cumplimiento de la voluntad del Padre. S. Pablo lo explica de esta manera: "Y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de Cruz. Por lo cual le exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todos los nombres", Fil 2, 8-9. Así se completa el ciclo del "paso", de Cristo de este mundo, a la gloria del Padre.

La predicación apostólica sobre la muerte de Jesús no termina en un hecho constatable por la multitud de testigos presentes en el monte Calvario sino que culmina en la Resurrección. En la primera predicación del Apóstol Pedro dice: "A éste, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros lo matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos; a éste, pues, Dios le resucitó librándole de los dolores del Hades", Hech 2, 36.  En la primera predicación apostólica siempre van unidas muerte y resurrección de Cristo refiriéndose al acontecimiento de Cristo como entronización gloriosa ante Dios, su Padre.

Sin embargo esta glorificación de Cristo comenzó inmediatamente después de su muerte, en el descenso a los infiernos, o lugar de los muertos: Si la muerte comporta la separación del alma y el cuerpo, se sigue que también para Jesús ha habido por una parte el estado real de cadáver del cuerpo, y por otra el estado de glorificación celeste de su alma desde el momento de su muerte. La primera carta de S. Pedro habla de este doble estado en Cristo, cuando refiriéndose a la muerte de Cristo por los pecados dice de El : "muerto según la carne, pero vivificado en el espíritu", 1 Petr 3, 18.

Así el alma de Cristo, unida sustancialmente a la Persona del Verbo, recibe ya plenamente la gloria que se deriva de la visión beatífica, como la reciben los santos inmediatamente después de la muerte. Pero la completa glorificación de Cristo, en la integridad de su ser Dios-Hombre, tiene lugar en la Resurrección y Ascensión a los cielos.

La Resurrección como manifestación del triunfo y  Señorío de Cristo, S. Pablo: "Si confiesas con tu boca al Señor Jesús y creyeres en tu corazón que Dios lo ha resucitado de entre los muertos, serás salvo", Rom 10, 9. Aquí se pone de manifiesto que la fe en Cristo como Señor está en dependencia del acontecimiento supremo en que se manifiesta: la Resurrección.

La Resurrección de Jesucristo tiene una dimensión soteriológica indiscutible. Con la resurrección de Jesús, Dios da cumplimiento a sus promesas de un Mesías salvador, Hech, 13, 10; 32-37. La relación entre la resurrección de Cristo y nuestra salvación es tan estrecha, que S. Pablo no duda en afirmar: "Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación, vana es nuestra fe.  Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe, aún estáis en vuestros pecados" , 1 Cor 15, 14-17.

Este aspecto soteriológico de la  resurrección de Jesús y nuestra salvación es tan estrecha e importante y en la que se muestra la auténtica victoria de Cristo sobre la muerte, una victoria que es parte esencial de nuestra redención y en la que participamos mediante la unión con El: "Cristo ha resucitado de entre los muertos, como primicias de los que duermen. Porque como por un hombre vino la muerte, también por un hombre vino la resurrección de los muertos", 1 Cor 15, 20-21.

La glorificación es el "paso" de Jesús de la vida terrena al estado definitivo de gloria. Como tal, en su realidad profunda, esa glorificación no es constatable, es decir, del hecho puntual, concreto, de cómo resucitó Cristo no hay testigos humanos; ningún testigo terreno ha podido observar la transformación que se ha producido en Jesús después de su muerte y no por esto dejamos de afirmar que Cristo realmente resucitó de entre los muertos. Los apóstoles nunca dijeron en su predicación : "Yo lo vi resucitar de entre los muertos", sino predicaron que Jesús resucitado se les había  aparecido, cómo comió con ellos, les mostró sus llagas, etc. Esta glorificación se ha dado a conocer a través de sus manifestaciones y en sus efectos. La manifestaciones han consistido esencialmente en las apariciones de Jesús resucitado, y los efectos han sido sobre todo los que han marcado la formación y desarrollo de la Iglesia mediante la efusión del Espíritu Santo en el día de Pentecostés, y en los tiempos sucesivos.

Hay que guardarse de identificar la glorificación sólo con la resurrección. El hecho de que esta identificación sea frecuente se debe a que el acontecimiento de la Resurrección fue considerado como el más decisivo por parte de aquellos que volvieron a ver vivo a Jesús después de la muerte del Calvario. Aun reconociendo la importancia única de tal acontecimiento, hay que admitir, sin embargo, que no se agota la realidad de la glorificación ni expresa todos sus aspectos. Ni siquiera se puede decir que la glorificación haya comenzado con la Resurrección ya que desde el instante de la muerte y antes del "tercer día", existió una primera etapa durante la cual Jesús fue colmado de gloria divina en su alma: la glorificación del espíritu (de Cristo) precedió a la del cuerpo (de Cristo). Además, cuando esa glorificación se efectúa en el cuerpo, se realiza ciertamente a través de la Resurrección, pero también por medio de la Ascensión. En Pentecostés, llega a su auténtica culminación, pues Cristo ha sido glorificado, divinizado en su naturaleza humana para comunicar a la humanidad esa divinización por medio del Espíritu Santo. Debemos, pues, considerar el desarrollo de la glorificación en sus diversas etapas: estado glorioso después de la muerte de Cristo. Resurrección de entre los muertos. Ascensión a los cielos. Pentecostés (don del Espíritu Santo).


11.2. VALOR DE LA GLORIFICACIÓN EN LA OBRA DE LA SALVACIÓN

Antes de examinar cada una de las etapas, anteriormente citadas, demos una primera indicación general sobre el valor de la glorificación. Constatamos, que según los textos bíblicos, la glorificación es la obra soberana del Padre. Es El, el que hace a Cristo espiritualmente vivo en el momento de la muerte, l Petr 3, 18; es él el que resucita a Jesús, Rom 4, 24; le toma y le eleva a los cielos, Mc 16, 19; le hace sentarse a su derecha, Efes 1, 20; le proclama sumos sacerdote según el orden de Melquisedec, Hebr 5, 10, y envía el Espíritu Santo como Espíritu de Cristo. Si la Resurrección, la Ascensión y Pentecostés son actos de Cristo que resurge de la tumba, asciende al cielo y envía el Paráclito, lo son en la medida en que Jesús lo recibe todo del Padre, Hech 2, 33.

El acento que se da a la acción del Padre nos hace comprender a qué titulo la glorificación "consuma el sacrificio". Por medio de su sacrificio Jesús se abandonó a la voluntad del Padre, y de esa voluntad salvífica suprema es de donde le viene su triunfo. La glorificación expresa la acogida que el Padre dispensa a la ofrenda, y manifiesta en el estado glorioso de Cristo el resultado que el Padre quiere dar a esa ofrenda. Es, pues, una aceptación del sacrificio y una aceptación que realiza en el mismo Cristo el objetivo (conseguido a través del sacrificio) de una humanidad nueva, divinizada.

La glorificación atestigua que la obra de la reparación por el pecado ha alcanzado su finalidad, asegurando a los hombres la benevolencia divina. Traduce la eficacia del mérito redentor en el acto del Padre que, al elevar a su Hijo a la gloria, le otorga el poder de salvar a la humanidad. Sella definitivamente la conclusión de la alianza nueva bajo dos aspectos de restablecimiento de la amistad y de comunicación de la vida divina a naturaleza humana.

En el ámbito de las relaciones personales, consagra, en efecto, la reconciliación, la restauración de la amistad entre Dios y la humanidad, ya que el favor del Padre se hace ya manifiesto en la gloria otorgada a Cristo, representante de los hombres. Atestigua el perdón concedido a los pecadores, y crea esa atmósfera de amor y de paz que caracteriza a la nueva religión.

En el campo de la transformación de la naturaleza humana mediante su unión a la naturaleza divina, la glorificación desempeña igualmente una función decisiva. Esa transformación de la naturaleza humana ya había comenzado, pero no estaba todavía consumada en la misma Encarnación. Cristo era Dios (Verbo) hecho hombre, pero en su vida terrena, su naturaleza humana, que se encontraba en un estado de anonadamiento o de "kénosis", no estaba todavía penetrada por el esplendor de la vida divina. A través de la glorificación, alianza llega a su culminación en la persona de Cristo, mediante una metamorfosis de la naturaleza humana ya divinizada.

Realizada en Cristo glorioso, la alianza queda, por eso mismo, realizada en principio para la comunidad humana. En efecto, la glorificación depara una respuesta al interrogante planteado en torno a la adquisición de la salvación. La redención objetiva, distinta de la redención subjetiva, designa la adquisición de la salvación independientemente de su aplicación particular a cada individuo ¿Dónde se sitúa esa salvación adquirida en principio? No en los hombres que deben recibirla, ya que no pocos de esos hombres no existen todavía y en la redención objetiva se hace abstracción de la aceptación individual de la salvación. Tampoco bastaría pretender que la salvación está adquirida en la voluntad divina, que perdona los pecados de la humanidad, pues la redención objetiva consiste en el perdón no simplemente querido por Dios sino puesto objetiva e históricamente a disposición de los hombres, en la realidad humana concreta. Esta realidad humana concreta es la de Cristo glorioso: en él reside la salvación de toda la humanidad, salvación en principio que debe aún ser aplicada a cada hombre mediante su acogida y colaboración.

Este principio de salvación concretamente realizado no significa solamente que en Cristo ya está adquirida la divinización de la naturaleza humana que debe realizarse en los demás hombres. Además de la ejemplaridad, como ya hemos observado, implica la eficiencia: Cristo glorioso posee, en virtud de su glorificación, el poder de comunicar a los hombres su propia vida divina, de tal manera que, aun siendo el perfecto modelo de la transformación de nuestra naturaleza, también es su causa eficiente.

En virtud de la Encarnación, Cristo tenía el poder de "merecer" la salvación de la humanidad; la mereció efectivamente con el propio sacrificio. En virtud de la glorificación, consumación y fruto del sacrificio, posee el poder directo de dar la salvación, y más exactamente de darla a través de su naturaleza humana gloriosa. En este sentido es como en Cristo glorioso todos los hombres están salvados en principio.

La glorificación explica cómo se efectúa la extensión universal de la salvación. Ya hemos tocado este problema a propósito del mérito del Redentor. No sólo se da una extensión jurídica universal, debida a la calidad de representante jurídico de la humanidad, ni tampoco una extensión de carácter intencional, resultante de la intención de Jesús de salvar a todos los hombres por medio de su sacrificio; la extensión se apoya en un fundamento ontológico, esto es, en la capacidad de Cristo glorioso de actuar sobre todos los hombres y de transformarlos a su imagen.


11.3. LAS ETAPAS DE LA GLORIFICACIÓN CORPORAL 

Hemos observado que en Cristo no se pueden identificar simplemente glorificación y Resurrección. Antes de la Resurrección tuvo lugar una glorificación del alma de Cristo, como acabamos de ver, desde el instante de su muerte; por lo demás es necesario advertir que la resurrección no es sinónimo la cual sólo representa la primera etapa.

En efecto, mientras que la glorificación del alma de Cristo se produjo en un sólo acontecimiento que fue a la vez vivificación espiritual y elevación celestial y que implicó inmediatamente la comunicación de la gloria a la humanidad difunta, la glorificación corporal, se realiza progresivamente en dos etapas: la Resurrección y la Ascensión, a las que viene a añadirse una tercera: Pentecostés, que no aporta nada nuevo a la glorificación del cuerpo de Cristo, pero hace llegar a la humanidad viviente en la tierra la repercusión de esa glorificación, su influjo salvífico.

Lo que sólo había durado un instante en el dominio del alma, en la misma alma de Cristo y en beneficio de las almas del más allá, se escalona, en el tiempo, es decir, en el plano corporal y en la instauración del Reino visible, en una cronología de tres acontecimientos.

Se podría decir que la glorificación corporal, con la sucesión de la Resurrección, de la Ascensión, de Pentecostés, se presenta como una liturgia, en el sentido de una traducción visible escalonada en el tiempo, de un misterio de varias facetas que, en el plano espiritual e invisible, se realizó simultáneamente.

Esa liturgia posee, por lo demás, su plena realidad; manifestación de lo que ya se había producido a nivel del cuerpo y de la vida terrena, y aporta una real consumación a la obra redentora que, sin ella quedaría esencialmente inacabada ¿Cuál es la razón de esa sucesión cronológica y de ese fraccionamiento en varias etapas?  Ahí se ve una finalidad pedagógica: Dios ha querido hacernos comprender, a través de distintos acontecimientos, los diversos aspectos de la glorificación de Cristo y de su influjo sobre nosotros. No habría sido imposible que Resurrección, Ascensión y Pentecostés se hubieran producido en el mismo día, pero en tal caso se nos habría hecho más difícil captar todas las significaciones agrupadas en un solo misterio.

Además, los intervalos de tiempo permitieron a los discípulos prepararse: la Ascensión que anunciada a los discípulos desde el día de la Resurrección, Jn 20, 17, de tal manera que ellos pudieron orientar sus pensamientos hacia ese acontecimiento, tanto más cuanto que Cristo, en el decurso de sus apariciones, les ilustraba sobre el sentido de la Ascensión hablándoles acerca del Reino de Dios, Hech 1, 3: Pentecostés se anunció en el momento de la Ascensión, y Cristo subrayó la necesidad de una preparación, de una espera del acontecimiento en Jerusalén, Hech 1, 4.

Por fin, esa cuestión cronológica armoniza con la instauración del Reino de Dios. Como todos los acontecimientos que se inscriben en la historia de la humanidad, esta instauración se efectúa dentro del cauce de un desarrollo temporal. Por esta razón la glorificación corporal de Cristo, principio del establecimiento visible del Reino de Dios, se realiza en varias etapas, cada una de las cuales aporta un nuevo alcance.

Estas etapas marcan la consumación de la Redención objetiva, la obra de la salvación en la medida en que se concentra objetivamente en la persona de Cristo. Con la Resurrección y la Ascensión Cristo recoge en su cuerpo la vida y la potencia espiritual que le han merecido, en ese mismo cuerpo, sus padecimientos y su muerte; por medio de Pentecostés, comunica a sus discípulos a través de la efusión del Espíritu Santo, su nueva vida que su mismo cuerpo glorificado contribuye a difundir.


11.4. EL ACONTECIMIENTO DE LA RESURRECCIÓN SEGÚN LOS TESTIMONIOS DE LA ESCRITURA

Antes de reflexionar sobre el valor de la Resurrección dentro de la obra salvífica, vamos a considerar aquí la presentación del acontecimiento en el N T. Tratándose de un acontecimiento capital para la fe cristiana, no es sorprendente que el alcance de los textos que a él se refieren haya sido objeto de discusiones.
En el aspecto histórico, lo primero que hay que afirmar es que no hubo testigos presenciales del hecho de la Resurrección. A veces desviados por algunas imágenes piadosas (quién no ha visto cuadros artísticos de Jesús resucitando, saliendo del sepulcro con un estandarte en las manos, los soldados tendidos en el suelo y Jesús triunfante y glorioso). Primera afirmación: no hubo testigos presenciales del hecho mismo.


11.5. EL HECHO DE LAS APARICIONES DE JESÚS RESUCITADO

¿Las apariciones de Jesús vivo y resucitado después de su muerte están suficientemente garantizadas por los relatos que se nos han transmitidos y que tradicionalmente han sido consideradas en la Iglesia como testimonio auténtico? No parece obvio atribuir las apariciones de Jesús, primero a las mujeres y luego a los discípulos a imaginaciones fantasiosas o escritos helénicos de influencia mítica de la primitiva comunidad cristiana, pues ningún antecedente parece apto para justificar los relatos de las apariciones bajo esta manera, pues no hay paralelo ni en el mundo religioso helénico ni en las tradiciones judías.

Lejos de aparecer como una fe que se ha dado a sí misma su objeto, la fe en la Resurrección se presenta en los textos como fundada en los testimonios de aquellos que han visto a Jesús resucitado. La más antigua enumeración de los testimonios nos vienen de Pablo, que apela a una tradición anterior bien fundamentada: "Porque os transmití lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron. Luego se apareció a Santiago; más tarde a los Apóstoles. Y en último término se me apareció a mí, como a un abortivo",  l Cor 15, 3-8.

Se debe suponer que Pablo recibió esa tradición cuando, años después de su conversión, fue a Jerusalén y se encontró Pedro y Santiago, dos testigos de la Resurrección, Gal 1, 18s.s. Dado que ese viaje tuvo lugar en al año 37 o en el 38, la transmisión se produjo muy cerca del origen, y se debe concluir que los primeros años de la Iglesia, el testimonio de los Doce y de un círculo más amplio de discípulos era invocado para apoyar la afirmación de la Resurrección de Jesús.

Según el relato de la elección de Matías, los Doce eran considerados en la Iglesia primitiva como: "testigos de la Resurrección", Hech 1, 22. (Testigos de la Resurrección, no por el hecho de que le vieron resucitar, sino que lo vieron resucitado, de ahí testigos de la resurrección). Si la Resurrección no hubiera sido otra cosa que una "interpretación", una representación suscitada por una fe fanática y fantasíosa, no se explicaría ese titulo de: "testigos de la Resurrección", porque el testimonio tiene precisamente el sentido de garantizar un acontecimiento de la historia, y en nuestro caso de la historia de la salvación.

Las apariciones de Jesús, lejos de producirse en un contexto previo de fe, tropiezan, más bien, con actitudes de incredulidad en aquellos a quienes se aparece (los apóstoles en el cenáculo). El episodio más significativo es el de Tomás Jn 20, 24-29. Todos los evangelios destacan la dificultad que tuvieron en creer: "de qué os turbáis y por qué se levantan dudas en vuestros corazones?. Ved mis manos y mis pies. Soy yo mismo...", Lc 24, 38-39. Dado que estas dudas no redundan en favor de sus discípulos, destinados a convertirse oficialmente en testigos de la Resurrección, los evangelistas no las han mencionado sino por fidelidad a lo que realmente aconteció.

Así pues, no cabe suponer que, tras la muerte de Jesús, haya nacido una fe entusiasta hasta el punto de convertirse en visionaria. Los testimonios coinciden en reconocer que los discípulos no se prestaron fácilmente a dar fe a la Resurrección, y que fue necesario el encuentro con el mismo Jesús resucitado para que se convirtieran. De todo esto podemos colegir que la Resurrección no fue para los apóstoles un acontecimiento esperado y descontado; fue más bien un acontecimiento inesperado y desconcertante, Lc 24, 13,s.s.

Finalmente la experiencia vivida por los discípulos no fue la de una resurrección visionaria e imaginativo-espiritual sino un aproximación de contacto visible con un Jesús resucitado corpóreo, concreto, a quien se le puede palpar y tocar, que come con ellos, no es un fantasma, es Jesucristo resucitado. Todo esto explica el modo de actitud que se operó en los discípulos después de la muerte de Cristo. Sabemos que la desconfianza ante el resucitado no es infundada, el escándalo de la muerte en cruz fue demasiado fuerte para aquellas mentes sencillas y desvalidas; fue una verdadera derrota en el sentido humano y realista de la palabra. Los discípulos de Emaús hablan confirman el abatimiento y confusión de los Doce. Esto demuestra que los Doce y discípulos de Jesús habrían sido impotentes para salir de la situación de fracaso y pesimismo para que luego se lanzaran a predicar desde la fe a un Cristo resucitado. Más bien hay que interpretar que el cambio de depresión, pesimismo, angustia a manifestación profunda y segura de Cristo resucitado es por la seguridad de haber visto a Jesús y ver que Jesús con su presencia continua su disposición de salvar al mundo. Desde esta perspectiva los Doce son testigos de la Resurrección. Lejos de inventar la resurrección les costó enormemente creer en la Resurrección.


11.6. ASPECTOS ESENCIALES DE LA REVELACIÓN DE LA RESURRECCIÓN. LA TUMBA VACÍA

Nos limitaremos a considerar ciertos aspectos esenciales de la manifestación histórica de la Resurrección de Cristo.

El descubrimiento del sepulcro vacío aparece como la primera indicación destinada a conducir a la fe en la Resurrección, aunque por sí no sea suficiente para demostrar que Jesús ha resucitado realmente.

Muchos indicios de historicidad existen a favor de los relatos del descubrimiento. La visita de las mujeres al sepulcro es de lo más verosímil; no solamente porque está de acuerdo con las usanzas judaicas, sino porque está en consonancia particularmente con el afecto demostrado por las mujeres hacia Jesús durante su Pasión. Si la comunidad primitiva hubiera inventado un relato del descubrimiento del sepulcro vacío, a buen seguro que no habría presentado a las mujeres como protagonistas. Pero es que, además, no habría podido recurrir a la invención de un sepulcro vacío, pues los adversarios habrían impugnado inmediatamente tal alegación. Ahora bien, precisamente esos adversarios, al pretender que el cuerpo de Cristo había sido retirado por los discípulos, Mt 28, 13-15, admitieron implícitamente la realidad del sepulcro vacío, y el hecho de que esa acusación se haya mantenido hasta la redacción del evangelio de Mateo confirma que ese sepulcro vacío era conocido en Jerusalén. Finalmente, María Magdalena, testigo del descubrimiento, era conocida por la Iglesia primitiva, lo mismo que las otras mujeres mencionadas por Marco, Mc 16, l.

¿Cuál es el valor teológico del sepulcro vacío?  El descubrimiento de ese sepulcro es signo de continuidad entre la muerte y la revelación de la resurrección. La primera constatación es la de la ausencia del cuerpo de Jesús. En consecuencia, el resucitado es idéntico al crucificado, con una identidad corpórea. Se puede añadir que el sepulcro abierto simboliza más especialmente la victoria de Cristo que abre la prisión de la muerte. El símbolo se trasluce aún más en el relato de Mc 16, 3, según el cual las mujeres se percatan de su impotencia para retirar la piedra de entrada, esto es, para abrir por sí mismas la puerta del sepulcro. Cristo ya ha abiertos esa puerta, en señal de que la muerte no podrá ya aherrojar a la humanidad. Sin embargo, es necesario advertir que los relatos evangélicos nos refieren el descubrimiento del sepulcro vacío no por su valor simbólico, sino por su simple realidad de hecho perteneciente al misterio de la resurrección, los evangelista nos señalan una evidencia objetiva. Es al teólogo al que le corresponde discernir en este hecho un "signo", una intención particular del plan divino.


11.7. EL PRIMER MENSAJE

El descubrimiento del sepulcro vacío está marcado por la presencia de los ángeles. Este es uno de los rasgos del relato evangélico que  ha suscitado más reacciones escépticas acerca de la su historicidad: muchos exegetas han pensado ver ahí un elemento fantasmagórico debido a una representación de tipo apocalíptico.

Un análisis de los relatos debe de esforzarse por verificar si la descripción de los ángeles, a pesar de la diferencias de su mensaje, deriva de un montaje inspirado por los apocalipsis, y si existen indicios positivos en favor de una tradición original.

Primeramente se debe advertir que en los cuatro evangelios se afirma la presencia de uno o varios ángeles, a pesar de las diferencias de los relatos. Particularmente impresionante es el relato de Juan, en el que la visita de María Magdalena al sepulcro parece aportar elementos precisos derivados de la transmisión de recuerdos personales. La concordancia de los evangelistas parece indicar que la experiencia del sepulcro vacío está esencialmente ligada a la de una explicación y un mensaje suministrado por los ángeles.

Veamos, en el relato de Mateo nos encontramos con una escenificación apocalíptica, insertada entre la llegada de las mujeres al sepulcro y la comunicación del mensaje: terremoto, bajada del ángel del Señor, pánico de los guardias, Mt 28, 2-4. Está claro que esa descripción prodigiosa se sale del campo de las constataciones que han podido hacer las mujeres en ese momento, y del testimonio que ellas han podido dar. De ahí que no pueda ser considerada sin más, como un recuerdo histórico.

El relato de Marcos ignora semejante escena, no describe a un ángel que baja del cielo, sino que refiere que las mujeres, "vieron a un joven sentado en el lado derecho, vestido con una túnica blanca", Mc 16, 5. Esta descripción se mantiene en el ámbito de lo constatable y no puede ser puesta en duda, al menos a priori.

Lo que contribuye a corroborar el valor histórico de esa descripción es que se comprendería mal una invención por parte de la primitiva comunidad cristiana. ¿A qué vendría inventar un mensaje de ángeles para anunciar la resurrección de Jesús, cuando ya existían los testimonios decisivos sobre las apariciones del resucitado? Por lo demás, la tendencia espontánea de la comunidad hubiera sido más bien la de reservar al mismo Jesús la primera revelación de su Resurrección.

La presencia de los ángeles debió, pues, imponerse en virtud del testimonio original de las mujeres que descubrieron el sepulcro vacío. Esa presencia va vinculada a este descubrimiento y esclarece su sentido. Nos podemos preguntar lo siguiente ¿Por qué una tumba vacía y un mensaje de los ángeles, cuando ese encuentro hubiera podido bastar y había aportado más luz ?

La respuesta parece residir en el designio de promover una fe activa, verdadera cooperación a la revelación de la Resurrección. Las mujeres son invitadas a creer antes de ver. El mensaje angélico, tal como nos lo refiere Marcos, 16, 6-7, y Mateo, 28, 5-7, constituye una llamada a la fe: tiende ante todo a suscitar una disposición de confianza, eliminando el espíritu de temor; a continuación enuncia el hecho de la Resurrección confirmándolo con la indicación del lugar donde el cuerpo había sido depositado; asigna a las mujeres el encargo de advertir a los discípulos sobre el hecho; invoca la afirmación: "ha resucitado, como lo había dicho", Mt 28, 6 y da a entender como la fe en la Resurrección es en primer lugar fe en la verdad de la palabra de Cristo. En la versión de Lucas, 24, 57, la referencia a esa palabra es más explícita.

Lo mismo que el sepulcro vacío y juntamente con él, el mensaje de los ángeles es, por consiguiente, una invitación a la fe en el Resucitado, las mujeres deben creer la declaración misteriosa de los ángeles, y los discípulos son llamados a creer primeramente en el mensaje de las mujeres, que les transmite esa inicial revelación. Hay aquí como una aplicación anticipada de las palabras de Jesús a Tomás: "Dichosos los que no han visto y han creído", Jn 20, 29.

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Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.
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