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Cristología II - 21° Parte: La Redención según San Juan



P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA

6.13. LA DOCTRINA DE LA REDENCIÓN EN SAN JUAN


En la primera epístola, Juan llega hasta el extremo en la afirmación del amor del Padre en la obra redentora, al reconocer en esta la revelación esencial de lo que es Dios: "Dios es Amor". En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: "en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de El. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados",  l Jn 4, 9-10.

Así como Pablo no veía contradicción ninguna entre el Hijo predestinado "propiciatorio" y el amor del Padre, Juan tampoco la ve entre ese amor y el Hijo convertido en víctima de propiciación por nuestros pecados. Las dos doctrinas concuerdan fundamentalmente en este punto: el sacrificio expiatorio de Cristo constituye el don supremo del Padre a la humanidad. Para penetrar en esta verdad Juan precisa que: "el amor es de Dios", l Jn 4, 7. Por eso el amor redentor no ha consistido en nuestro amor ofrecido a Dios; ha venido del Padre que nos ha amado y que, al enviar al Hijo, nos ha hecho capaces de vivir de su vida y de amar. Era necesario que el sacrificio redentor viniese de lo alto, y que el amor ofrecido como propiciación se recibiera primeramente del Padre.

También en el evangelio tenemos algunas palabras que confirman lo dicho anteriormente. Jesús presenta su propia muerte como la más excelsa expresión de amor: "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos", Jn 15, 13. Este amor es revelación del amor del Padre: además de las declaraciones sobre la unidad substancial del Padre y del Hijo Jn 10, 30; 17, 21-22. Es la respuesta dirigida a Felipe: "El que me ha visto a mí a visto al Padre", Jn 14, 9. No se podría, pues, atribuir disposiciones al Padre diferentes de las del Hijo. La muerte redentora manifiesta el amor y el don del Padre: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga vida eterna". Jn 3, 16. La pasión de Jesús, lejos de aparecer como la expresión de un juicio divino, aparece como el mayor don del amor del Padre.

Encontramos por consiguiente, en la doctrina de Juan el evangelista, la explicación de los dos motivos por los que el sacrificio redentor es obra del amor del Padre:
  • Por una parte, el principio de que el amor procede de Dios, y que todo el amor manifestado en la vida de Jesús y en su sacrificio debe tener su origen en el Padre.
  • Por otra parte, está el principio de la más íntima unión entre el Padre y el Hijo, que excluye toda hostilidad u oposición como sería la de la ira, e implica, por el contrario, la unidad de las disposiciones de amor en el drama redentor.
  • Amor y cólera de Dios: Ya hemos expuesto cómo para Pablo y Juan la obra redentora, tal como se realizó en el sacrificio de Cristo, es una obra inspirada y guiada únicamente por el amor divino, el del Hijo y el del Padre. La cruz de Jesús no es en modo alguno el resultado de la ira divina.
Sin embargo, no se pueden ignorar algunas afirmaciones escriturísticas relativas a la cólera de Dios con relación al pecado y al pecador. El mismo Pablo describe la cólera que alcanza al pecador, Rom 1, 18-32. Según el mismo Pablo, la redención tiene precisamente como finalidad el sustraernos a esa cólera divina: "en la espera de su Hijo Jesús, que vendrá de los cielos, y a quién El resucitó de entre los muertos y que nos ha de librar de la ira (cólera) venidera", l Tes l, 10. ¿Qué lugar cabe asignar a esa cólera en relación con la obra de la redención? En la exposición bíblica, "la cólera de Dios", constituye el preludio de esa obra, en el sentido de que se la describe como la primera reacción divina al pecado del hombre, previamente a toda reconciliación y al perdón.
Por el pecado el hombre adopta una disposición de rechazo o de enemistad hacia Dios; el pueblo rompe la ALIANZA, no respetando sus compromisos y abandonando a Dios. Esta ruptura es sancionada por Dios, que manifiesta su cólera con castigos: "Yahvé ha desechado y repudiado a la generación objeto de su cólera", Jer 7, 29.
Los castigos no son tan sólo exteriores, sino que afectan al interior del hombre, que es entregado al influjo degradante del pecado. "Apartando su rostro" de los pecadores, Yahvé los abandona al dominio de sus culpas: "Nos dejaste a merced de nuestras culpas", Is 64, 6. En el cuadro de los pecados de los hombres, Pablo reanuda esa descripción de la cólera divina: "Dios los entregó", a sus pasiones infames, los entregó a su mente insensata, Rom 1, 24-28. 
La cólera divina no puede entenderse sino como la expresión de la santidad divina que no quiere complicidad ninguna con el pecado, y como la expresión de un amor que trata a toda costa de comunicar a los hombres esa santidad. En realidad, Dios no monta en cólera sino en razón de su amor hacia el hombre, porque el hombre se perjudica a sí mismo cuando rechaza la amistad divina. Así pues, la cólera viene a ser una forma de amor que quiere superar los obstáculos derivados de la mala disposición del hombre para con Dios.
Añadamos a esto que la cólera no se produce sino en la medida en que Dios toma en serio la voluntad del hombre y desea respetar su libertad, pero queriendo el bien de su destino. Esto es lo que Cristo manifestó al mirar ardientemente al grupo de los fariseos empedernidos: "Entonces mirándolos indignado y apenado por la dureza de sus corazones...", Mc 3, 5; esta mirada encarna la cólera divina como respuesta al pecado, que se niega a reconocer al Hijo encarnado y a creer en El. Ya en el A T. hubo ejemplos de transformación de la cólera divina en misericordia: "En un arranque de furor oculté mi rostro pero con amor eterno te he compadecido, dice Yahvé", Is 54, 8. S. Pablo dice: "La Escritura encerró todo bajo el pecado, a fin de que la promesa fuera otorgada a los creyentes mediante la fe en Jesucristo", Gal 3, 22. Todos los hombres deben reconocerse culpables, ya que todos ellos están sujetos al pecado, pero es para recibir gratuitamente la santidad mediante la fe en Cristo Redentor. Dios no descarga su ira sobre los hombres sino para concederles la salvación, Rom 3, 5. s.s. Este principio de Pablo esclarece la historia de la salvación ofrecida a todas las naciones.
  • Amor y justicia de Dios: Son muchos los equívocos a que ha dado pie la distinción entre nuestra noción moderna de justicia y la concepción bíblica de la justicia de Dios. En Pablo la manifestación de la justicia se asocia a la predestinación de Cristo como "propiciatorio". Rom 3, 25. Pablo ha visto la justicia de Dios como a los bienes de salvación poseídos a partir de la vida presente en virtud de la fe en Cristo. Por aquí se ve hasta qué punto iría descaminado quien pretendiera entender esa "justicia divina" según el significado actual de la palabra "justicia". En Pablo "justicia" se puede traducir, sin más, por "santidad".


Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.
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