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Historia de la Salvación: 12° Parte - División del reino de Salomón





P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA


7.8. LA DIVISIÓN DEL REINO SALOMÓNICO: REINO DEL NORTE Y REINO DEL SUR

Ambientación histórica

A la muerte de Salomón (931), le sucede en el trono Roboam, (922-915), que fue reconocido como rey por todo Israel en el norte del país, precisamente en el lugar donde mas descontento había hacia la monarquía. Trasladado a Siquem para ser proclamado rey no quiso quitar los pesados impuestos que había dejado su padre Salomón, como se lo habían recomendado los más prudentes de sus consejeros, hizo caso de los más jóvenes y ambiciosos y esto trajo consigo el descontento y la sublevación de los ciudadanos. Roboam tuvo que huir y el norte del país quedó desconectado del gobierno central de Jerusalén. Jeroboam, el que había huido a Egipto, regresa al norte y es proclamado rey.

En este momento se divide el gran reino de David y de Salomón en dos partes: la del Norte se llama Israel y su rey es Jeroboam, su capital es Samaria.  La otra parte, la del Sur, se llama Judá, y su capital es Jerusalén,  su rey Roboam. A continuación exponemos para una mejor comprensión la tabla cronológica de ambos reinos.

REINO DEL NORTE (ISRAEL):  922-721


En 721 se produjo la caída del Reino de Samaria y el destierro a Nínive. En el año 721 El rey asirio Sargón II toma la ciudad de Samaria, capital del Reino del Norte, y deporta a todos los ciudadanos israelitas a la ciudad asiria de Nínive.


REINO DEL SUR  (JUDÁ): 922 - 587



En 587-538 se produce la caída de la ciudad de Jerusalén, capital del Reino del Sur, Judá y el destierro a  Babilonia. Fue tomada por Nabucodonosor, rey babilonio, hubo una  gran deportación de los principales personajes del Reino de Judá.


7.8.1. Historia del Reino del Norte: 922-721

Presentaremos una breve síntesis de los reyes que tuvieron mayor importancia y protagonismo  en este reino.

7.8.1.1. Jeroboam I (922- 901)

De origen efrainita, 1 Reyes 11, 26-27.  Con motivo de la rebelión del norte Jeroboam regresó de Egipto a Siquera y se presentó a las tribus del norte, donde consiguió ser proclamado rey. Se presenta como un hombre hábil y decidido que logró aglutinar las inquietudes de todos los disidentes e hizo todo cuanto pudo por salvaguardar la unidad del pueblo incipiente.  Así, para las tribus del norte, resultó relativamente fácil volver al principio carismático y reconocer a su nuevo jefe, en este sentido contó con la ayuda del profeta Ajías. Una vez aclamado rey fijó su residencia en Siquem,  pasando más tarde a Penuel , finalmente a Tirsá.

A fin de asegurarse la lealtad de su pueblo y para neutralizar la atracción que el Templo de Jerusalén pudiera seguir ejerciendo sobre el mismo pueblo, Jeroboam estableció santuarios reales en Dan y Betel, lugares famosos desde antiguo como centro de culto. Erigió en ellos becerros de oro, que seguramente se interpretaban como el pedestal sobre el que se entronizaba el Dios Yahvé invisible. En todo esto era muy cierto el riesgo de sincretismo religioso y de que se llegara a una grosera identificación de Yahvé con el becerro de oro, como luego, los hechos, se encargarían en confirmar.  Este hecho fue denominado "el pecado de Jeroboam".

7.8.1.2. Omrí (876-869)
Durante los cincuenta años que van del rey Jeroboam al rey Omri hubo poca estabilidad en el trono israelita, que no contaba con el respaldo de una profecía dinástica como la que había sido hecha a David.  Entre el Reino del Norte y el Reino del Sur se produjeron guerras intermitentes. Durante este período, el hijo y sucesor de Jeroboam I, Nadab, fue asesinado por Basá, después de haber reinado menos de dos años. El hijo y sucesor de este último, Elá, fue a su vez asesinado por Zimrí, que terminó suicidándose ante la victoriosa sublevación del ejército acaudillado por Omrí. La guerra civil entre Asá de Judá (913-873) y Basá de Israel (900-877), se resolvió cuando Asá hizo un tratado de ayuda  mutua con Ben-Hadad de Damasco.

Omrí fue un extraordinario monarca israelita pero en la Biblia apenas se le presta atención, dedicándole tan sólo unos pocos versículos, debido a los intereses particulares del redactor deuteronomista. Su huella en la historia sería tan profunda como para hallar eco incluso entre los asirios de tiempos de Sargón II, que designaban el país israelita como la: "La tierra y la casa de Omri". Sus relaciones con los arameos no terminaron bien para él, 1 Reyes 20, 34, pero en cambio tuvo éxito con Moab, al que sometió a tributo. Mantuvo una política de paz con Judá. Estableció su nueva capital en Samaria.

7.8.1.3. Ajab (869-850)
La mayor parte del reinado de Ajab, hijo de Omrí, estuvo ocupada por las guerras contra los arameos de Damasco. Pero en el año 853,  ambos reinos se unieron en una liga para hacer frente a los ejércitos asirios de Salmanasar III en la batalla de Carcar. La inscripción del rey asirio especifica que Ajab aportó a la lucha 2.000 carros y 10.000 hombres de a pie.

La política religiosa de Ajab queda bien ejemplarizada en los relatos del ciclo de Elías, 1 Reyes 17, 19-21. Ajab aparece como un yahvista indiferente, muy influido por su esposa Jezabel, que se mostraba atenta sobre todo a implantar el culto de Baal. La seria amenaza que esto suponía para el yahvismo queda muy de relieve en el dramático incidente del Monte Carmelo, en el que Elías hubo de enfrentarse a 450 profetas de Baal y 400 de Toserá, 1 Reyes 13, 19.

La victoria de Elías salvó la religión tradicional en un momento muy difícil, por lo que hubo de sufrir las iras de la reina Jezabel. Ajab halló la muerte en lucha contra los arameos en la batalla de Ramot de Galaad.

El breve reinado en Israel del hijo y sucesor de Ajab, Ocozías, 850-849, es la época en que finaliza el ministerio de Elías; los relatos del ciclo de Eliseo, 2 Reyes 2 al 9, se sitúan casi todos en el reinado de Joram, (849-842), otro hijo de Ajab. En esta época los moabitas lograron por fin su independencia, mientras que los cananeos de Siria intensificaban sus incursiones.

7.8.1.4. Jehú. (842-815)
Dentro de los profetas extáticos y en el mismo reino de Israel alentaron la revolución que se produjo cuando uno de ellos ungió a Jehú como rey. El tal Jehú no era hijo de rey, sino general del ejército.
La sublevación de Jehú, trajo consigo una sangrienta purga; eliminó al rey Joram, convaleciente de las heridas que había recibido en una batalla contra el sirio Jazael en Ramot de Galaad, y mató también a Ocozías de Judá, que había ido a visitar al rey de Israel. También cae muerta la reina Jezael. Jehú exigió las cabezas de los setenta hijos de Ajab que estaban en Samaria y exterminó también a cuarenta y dos notables de la corte de Jerusalén, gobernada por parientes de Ocozías. El toque final fue la degollación de los profetas y devotos del dios Baal en Samaria, cuyo templo destruyó. Este rey inmisericorde aseguró de este modo el triunfo de Yahvé sobre Baal; su brutalidad fue condenada por el profeta Oseas, Os 1, 4,s.s.¡Error! Marcador no definido.

El hijo de Jehú, Joacaz de Israel (815-801), tuvo que soportar el peso de  las guerras arameas, 2 Reyes 13, 6, pero su sucesor Joás (801-786) pudo recuperar las anteriores pérdidas a expensas del sucesor de Jazael, Ben Hadad.

7.8.1.5. Joroboam II. (786-746)
Con la subida de Joroboam II al trono de Israel empieza una nueva era. Logró restaurar los dominios israelitas: "desde la entrada de Jamat hasta el mar de Arabá", 2 Reyes 1, 25; las excavaciones han sacado a luz, restos de fortificaciones que levantó en Samaria. Su largo y próspero reinado produjo la situación económica y social que provocó la denuncia social de los profetas Amós y Oseas.  Estos profetas condenaban los abusos sociales y económicos, el lujo, la inmoralidad, el culto insincero a Yahvé y la idolatría descarada, sin perdonar ni al rey, ni al pueblo. No eran innovadores sino reformadores que juzgaban el panorama israelita contemporáneo a la luz de las antiguas tradiciones. El efímero esplendor logrado por Israel tocaba a su fin por las razones ideológicas que señalaron estos dos profetas y por la razón política de que el monarca asirio Teglatfalasar III había convocado entonces sus campañas en el oeste.

A pesar de éxito político que constituyó el largo reinado de Jeroboam II, la caída del reino septentrional (Reino del Norte), fue rápida. Una causa de la desaparición la hemos nombrado anteriormente con la aparición del rey asirio Teglatfalasar III (745-727), y otra razón de ese rápido eclipse fue la anarquía política que cundió por todo Israel durante la década que siguió a la muerte de Jeroboam II Os 7, 3-16. El hijo de éste, Zacarías, fue asesinado por Sallum, después de un reinado de seis meses; al mes siguiente Sallum, era asesinado por Menajem (745-738).

Durante su reinado Menajem hubo de pagar un pesado tributo a Teglatfalasar III. El hijo y sucesor de Menajem fue, Pecajías (738-737), que fue asesinado por Pecaj (737-732), un usurpador a  todas luces.  Este golpe de estado representaba un intento de sacudir el dominio de Asiria, pues Pecaj se unió a Rasón de Damasco para formar una coalición contra Teglatfalasar III; éste organizó una campaña, destruyó Damasco y despojó a Israel de una buena porción de su territorio Israel convertido en pequeño estado vasallo de Asiria, fue puesto bajo el mandato de Oseas (732-72'4).

7.8.1.6. Destierro a Nínive (721). FIN DEL REINO DEL NORTE
Cuando murió el monarca asirio, Oseas se pasó a Egipto y envió embajadores a la corte de Sais.  Con ello provocó la ira del nuevo rey asirio, Salmanasar VI, que al parecer puso en prisión al israelita. El fin de Oseas se pasa por alto en el relato bíblico.  Comenzó el cerco de Samaria (724-721), y la ciudad, capital del Reino del Norte, cayó luego en manos de un nuevo monarca asirio, Sargón II, que menciona esta batalla en sus anales y dice: "'Yo puse sitio y conquisté Samaria y saqué como botín 27.290 habitantes de ella". Y fueron deportados a Nínive. Fue el fin del Reino del Norte.

Una vez tomada la ciudad de Samaria, se siguió la acostumbrada política de deportar a la población e instalarla en otras tierras; los restos del pueblo que permanecieron en el país fueron absorbidos por nuevos grupos traídos del otro extremo del Imperio Creciente y la zona pasó a convertirse en provincia del Imperio Asirio, con su gobernador correspondiente.  De esta manera acaba la existencia del Reino del Norte. Este Reino del Norte nunca más fue recuperado. Esta zona como monarquía israelita, siempre fue zona de ocupación y asimilada a diversos reyes vecinos.


7.8.2. Historia del Reino del Sur (Judá) (922-587)

La historia del reino de Judá es paralela a la del Reino del Norte en cuanto a ambientación y circunstancias históricas. Sin embargo, la tradición bíblica es más benévola al enjuiciar la trayectoria del Reino del Sur, Judá. Fundamentalmente porque permaneció en la línea ortodoxa engarzando así con las tradiciones más ancestrales, tratando de descubrir la presencia de Yahvé en la trayectoria del pueblo, demostrando cómo sólo Judá era el verdadero reino de Yahvé. Este reino del sur, era más pequeño que el del norte y tenía una ventaja material indiscutible: tenía la ciudad santa y en ella el Templo.  Gloria de Yahvé.

7.8.2.1. Roboam (922-915)
Roboam era hijo de Salomón, y por lo tanto se sentía el legítimo heredero del imperio salomónico.  Como explicamos en el capítulo anterior, a causa de su imprudencia en la cuestión de los impuestos en el norte de su reino perdió en esa área su influencia y fue Jeroboam I quien le arrebató el reinado. Roboam refugiado en Jerusalén convirtió la parte Sur de su territorio en el Reino de Judá. Quedando así como auténtico sucesor de la dinastía davídica, puso interés en centrar toda la actividad religiosa alrededor del Templo afianzando así la desintegración de su minúsculo reino.

Centró toda su actividad alrededor de Jerusalén optando por proteger su pequeño reino por medio de un sistema de fortalezas, o ciudades fortaleza, 2 Cron 11, 5-10. Tuvo que defenderse de los filisteos que reclamaban su propia autonomía. A los nueve años de su reinado el Faraón Sosaq  I, emprendió una expedición militar hacia Siria y quiso intentar una invasión a Judá, pero Roboam saliendo al paso le ofreció un sustancioso tributo a base de los tesoros del Templo, 1 Reyes, 14, 25-26. Ello supuso una gran pérdida económica para su débil economía pero consiguió la no invasión. Durante su reinado permitió el sincretismo religioso, dando facilidades para el culto a los falsos dioses, amenazando a la ortodoxia yahvista. El corto gobierno de Roboam fue bastante triste sobre todo si se le compara con el esplendor y fortaleza de su padre Salomón.

7.8.2.2. Abía (915-913)
Era hijo de Roboam, permaneció tres años en el trono y durante su efímero reinado tuvo que hacer frente a las escaramuzas que venían del reino del norte. Así Abía logró arrebatar a Jeroboam I el santuario de Betel con algunas ciudades anexas, 2 Cron 15, 3. Apenas se interesó por los asuntos religiosos manteniéndose en la línea de su padre Roboam.

7.8.2.3. Asá (913-873)
Hijo de Abía, su largo reinado dio cierta estabilidad al país. Luchó contra el culto idolátrico, suprimió la prostitución sagrada, aceptada por sus dos antecesores, 1 Reyes 15, 11-13. Este prudente rey supo afianzar sus fronteras, dotando al país de una relativa prosperidad económica.

7.8.2.4. Josafat (873-849) 
Su reinado duró veintitrés años, fue un reinado próspero y pacífico. Prosiguió la política religiosa de su padre erradicando la idolatría expulsando del país a los hieródulos. Todo esto le hizo albergar la esperanza de poder recuperar el esplendor y grandeza de su antecesor Salomón. La tradición bíblica remarca con alegría el progreso y esplendor de este rey debido a que supo mantenerse fiel a las exigencias de Yahvé.

7.8.2.5. Jorám (849-842) 
Fue un rey mediocre y sin personalidad.  Estuvo dominado por su esposa Atalía y permitió de nuevo la idolatría. Admitió de nuevo la prostitución sagrada, dejando estériles todos los esfuerzos que hicieron sus antecesores por luchar contra el mal de la idolatría. Los reyes vecinos, árabes, filisteos, edomitas, pusieron en peligro su trono; en una de sus incursiones le destruyeron el palacio real, llevándose como rehenes a algunas de sus mujeres e hijos del monarca, 2 Cron, 21, 6-7. Murió víctima de una enfermedad intestinal que le mantuvo postrado durante los dos últimos años.

7.8.2.6. Ocozías (842)
Sucedió a su padre Jorám, pero apenas tuvo tiempo de estrenar su gobierno murió a los pocos meses.

7.8.2.7. Atalía (842-837)
Madre de Ocozías, a la muerte de su hijo el trono pasó a sus manos, para afianzar su estrategia asesinó a todos los miembros de la familia real.  Sólo logró salvarse su nieto Joás, quien años más tarde le sucederían en el trono. Restauró el culto a los "baalim", siguiendo el ejemplo de su madre Jezabel, esto fue un duro golpe para la pureza de la religión yahvista, por eso Atalía fue cada vez más odiada por el pueblo hasta que el sacerdote Yoyadá movió a los hijos de Judá para que asesinaran a la reina dentro de su palacio,  2 Reyes, 11, 4-16.

7.8.2.8. Joás (837-800)
Este rey pasó su infancia en casa del sacerdote Yoyadá, cuya esposa le ocultó, educándole en el servicio del Templo, hasta que a los siete años fue proclamado rey de Judá. Los primeros años de su reinado se dedicó a restaurar el Templo de Salomón. Muerto el sacerdote Yoyadá permitió  algunas costumbres paganas y la idolatría, cayendo en desgracia al pueblo. Murió asesinado por algunos de sus cortesanos,  2 Reyes, 12, 18-22.

7.8.2.9. Amasías (800-783)
Durante su reinado tuvo muchos conflictos con sus vecinos venciendo a los edomitas en una sangrienta batalla arrebatándoles la fortaleza de Sela, 2 Cron 25, 12. Tuvo conflictos con el reino del norte hasta el punto que Joás, rey de Israel, humilló a Ariastas hasta el punto de conquistar Jerusalén y saquear los tesoros del Templo y los de su palacio. Murió asesinado por unos conspiradores.

7.8.2.10. Ozías (783-742) 
Durante el largo reinado de este rey se le alaba el haber luchado contra los cultos idolátricos y fomentar la religión auténtica, la yahvista. Sus campañas militares fueron exitosas venciendo a los filisteos y devastando su país. Asimismo venció a los ammonitas, árabes y meunítas. La prosperidad de su reinado se vio enturbiada al contraer Ozías la terrible enfermedad de la lepra, enfermedad tenida en aquel tiempo por ignominiosa y denigrante.

7.8.2.11. Jotam (742-735)
La tradición habla poco de él. Refiere tan sólo cómo construyó la puerta superior del Templo de Jerusalén, 2 Reyes, 15 35. Logró una importante victoria contra el rey de los ammonitas, obligándole a pagar un considerable tributo, 2 Cron 27 5-6. Mostró a través de su reinado un gran interés por conservar y promover la pureza de la religión yahvista.

7.8.2.12. Ajaz (735-715) 
Este rey presenció la caída del reino del norte. Su reinado es todo lo contrario a los dos anteriores. Ajaz fomentó de nuevo el culto pagano y la idolatría. El colmo de esta permisividad fue cuando el rey Ajaz sacrificó a su propio hijo en honor del dios Moloc, 2 Reyes 16, 3, haciendo caso omiso de los vaticinios del profeta Isaías, Is 7, 1-25, y del cinismo con que reaccionó ante Isaías.  Tanto Miqueas como Isaías ofrecen vivas descripciones de las injusticias sociales cometidas durante su reinado, Is 3, 13-15. Ajaz, acabó siendo vasallo del monarca asirio quien le exigió a cambio un cuantioso tributo.

7.8.2.13. Ezequías (715-637)
Cuando este rey subió al trono la situación era muy delicada y tensa. Asiría alcanzó el máximo de su poderío, sin embargo, se desencadenaron una serie de acontecimientos que obligaron al rey asirio Sargón II a centrar su atención en Oriente. Ezequías deseaba sacudirse el yugo asirio pero era consciente de que no podía hacer frente a tan poderoso enemigo a menos de que buscase alianza militar con algún monarca poderoso.  Intentó aliarse con Egipto, pero no llegó a culminar el propósito ya que las opiniones eran contrarías. Así el profeta Isaías expresó su opinión al rey invitándole a mantener una política pro-asiria en vez de aliarse con los egipcios, ya que estos jamás habían hecho nada en favor del pueblo judío.

Pero donde destacó más el rey Ezequías fue en la restauración religiosa que llevó a cabo en Judá. Las implicaciones de esta reforma iniciada con tanto celo por el mismo rey es difícil de valorar. Cierto que la tradición bíblica es bastante explícita en esto, 2 Reyes 18, 3-6; 2 Cron 29 al 31. El rey fue eliminando todo culto idolátrico que habla en su región y así conservar en su pureza el culto yahvista. Para mejor lograr sus objetivos, centraliza el culto sagrado en torno al Templo de Jerusalén. Ello supuso la destrucción inmediata de los santuarios locales. Todo esto lo consiguió con gran esfuerzo y con muchas dificultades. Esta purificación del culto idolátrico suscitó un gran entusiasmo espiritual y la reforma religiosa fue acompañada de un despertar del sentimiento nacionalista. Se demostraba una vez más que la unidad de culto en el gran Templo reforzaba la unidad social y política.

Cuando murió el rey asirio Sargón II, le sucedió en el trono el rey Sanaquerib.  Este invadió Judá y se apoderó de cuarenta y seis ciudades del Reino de Judá y encerró a Ezequías en Jerusalén "como un pájaro en su jaula". Los sucesivos acontecimientos son consignados dramáticamente en 1 Reyes 18, 13-19,  Is 36 al 37. Resulta triste ver cómo este rey que tuvo tan buenas intenciones en su reinado acabara tan mal, pues después de la invasión asiria tuvo que aceptar que las divinidades asirias recibían culto y trato especial allí donde él mismo había querido erradicarlas.  Su muerte marcó el fin de un reinado que atisbaba algún rayo de esperanza para su pueblo.

7.8.2.14. Manasés (687-642)
La ascensión al trono de Manasés dio un viraje radical a la política del reino. Viendo que resultaba inútil oponerse a los asirios, optó por convertirse en un vasallo fiel. Durante su reinado dio muestras de un vigor excepcional, dedicándose a la reorganización de su país. Sin embargo, en el terreno religioso volvió a permitir el culto a los ídolos para granjearse la confianza de los asirios.  Levantó en el Templo de Jerusalén altares en honor de las divinidades siderales asirias. Esto permitió que volvieran los cultos y ritos paganizantes, tanto nativos como extranjeros, cuya práctica quedó oficialmente tolerada, 2 Reyes 23, 4-7. Especial cultivo tuvieron los ritos relacionados con la fertilidad y la prostitución sagrada. La situación no cambió durante el reinado de su hijo Amón (642-640), cuyo asesinato dio paso a Josías, niño de ocho años cuando subió al trono.

7.8.2.15. Josías (640-609)
Josías comenzó a reinar en vísperas de un venturoso cambio en los acontecimientos. Asiria empezaba a decaer, mientras iban ganando fuerza los y los babilonios. Al declinar Asiria, Josías ve la oportunidad de conseguir la independencia política y religiosa. Para ello llevó a cabo una reforma completa en lo religioso, conocida como "reforma deuteronomista", ya que siguió el programa del Deuteronomio. Parece ser que esta reforma la inició en el año dieciocho de su reinado (622), cuando  con motivo de unas reparaciones en el Templo de Jerusalén, se halló una copia del famoso "Libro de la Ley", donde la crítica moderna ve una manera de presentar al pueblo el libro del Deuteronomio. Tal hallazgo causó un gran impacto en el rey y con esto comenzó dicha reforma religiosa. Así, pues, Josías comenzó a eliminar las divinidades paganizantes, que tanta fuerza quitaban a la religión auténtica y oficial del yahvismo. Suprimió los santuarios locales y afianzó una vez más el centralismo cúltico en torno al Templo de Jerusalén. Sin embargo, Josías era realista y sabía que la infiltración de los cultos asirios bloqueaba todo intento de independencia nacional.

Para conseguirla era preciso cimentar la religiosidad sobre las bases del yahvismo depurado.  Sólo  así podría recobrar Judá su verdadera autonomía. Políticamente consiguió independizarse Asiria y su reforma infundió al país una relativa serenidad. Durante su reinado surgieron muchos profetas con el consiguiente auge de la reflexión teológica. El noble afán de Josías por afianzar el cumplimiento de la ley deuteronomista dio óptimos resultados pues él sabía que la única manera  de conservar la autonomía y la independencia era manteniendo la unidad del pueblo bajo el cumplimiento exacto de la Ley. Josías murió en la batalla de Megiddo, tras un intento fallido en frenar al faraón Nekao II.

7.8.2.16. Joacaz II (609) 
Este rey apenas tuvo ocasión de inaugurar su reinado. A los tres meses, fue llamado por el faraón Nekao II, asentado en su cuartel general de Riblá; tras deponerlo, le deportó a Egipto  2 Reyes 23, 31-35. Así consiguió el faraón hacer de Judá un feudo egipcio. Colocó en el trono a Eliaquín, que era hermano de Joacaz II, a quien cambió su nombre por el de Yoyaquín.

7.8.2.17. Yoyaquín (609-598)
Fue un rey tirano y despreciaba al pueblo bueno y sencillo. Servidor incondicional de los egipcios fue traidor a todas las tradiciones de su pueblo. Jeremías lanzó sus más duras palabras contra él, y sumió al pueblo y a la nación en un caótico desconcierto.  Permitió la instauración de los cultos paganos,  Jer 7, 16-18, e implantó el régimen de auténtico terror. Su adhesión a la causa egipcia le deparó graves consecuencias. En efecto al final de su reinado surge el imperio babilonio con fuerza, impulsados por su rey Nabucodonosor (601), que emprendió sus campañas contra Egipto.  Yoyaquín murió asesinado en una conspiración.

7.8.2.18. Joaquín. (589-597)
Tenía sólo 13 años cuando ocupó el trono. A los tres meses de inaugurado su reinado sufrió el ataque de los babilonios. Jerusalén se rindió, los judíos no pudieron hacer frente a Nabucodonosor, que reunió a toda la familia real, deportándola a Babilonia.

7.8.2.19. Sedecías. (597-587) 
Este rey tuvo la valentía de hacer frente a Nabucodonosor y prefirió luchar por la autonomía de Judá. La situación de Sedecías fue muy delicada, pues un sector del pueblo defendía los derechos del rey anterior Joaquín, a quien Nabucodonosor había depuesto unos años antes, ante estas circunstancias Sedecías, hombre de carácter débil y poco decidido, se originaron una serie de intrigas que acabaron con romper la débil unidad nacional.

Nabucodonosor intervino rápidamente y en 588 puso sitio a la ciudad de Jerusalén. Esto minó la moral de todos aquellos que suspiraban por la independencia y la autonomía nacional, 2 Reyes, 25, 1, pero cuando todo parecía perdido, los ejércitos babilónicos levantaron el campo de batalla, amenazados por la presencia y ayuda de los egipcios. Mas esto no duró mucho tiempo, de nuevo los babilonios sitiaron a Jerusalén y Sedecías se mostró favorable a la rendición, Jer 38, 14-23, en efecto, los babilonios abrieron brecha en la ciudad y Sedecías huyó hacia el Jordán, 2 Reyes, 25, 3-6. Alcanzándole sus enemigos, ejecutaron a los miembros de la familia real, siendo Sedecías deportado a Babilonia, no sin antes haberle sacado los ojos.

Un mes después Jerusalén cayó en poder de los babilonios, que se llevaron cautivos a los ciudadanos más importantes de  Judá.  Fue el fin del Reino de Judá. De esta manera acaba la descripción de los reinos de la monarquía davídica.

Destruida, e incendiada Jerusalén, los babilonios pretendieron convertir a Judá en una provincia más de su imperio nombrando gobernador de Judá a Godolías, que había sido ministro de Sedecías.  Este a los pocos meses murió asesinado.

7.8.2.20. El Destierro en Babilonia (587-538). FIN DEL REINO DEL SUR
Anteriormente hemos afirmado que el pueblo de Israel, tras largos esfuerzos y luchas, tenía tres elementos en el que hallaba su seguridad e identidad: habían conquistado la Tierra Prometida; Yahvé les había concedido un rey humano que les guiaba y tenía la bendición de Dios y finalmente el Templo en Jerusalén, construido como casa de oración y lugar de culto a Yahvé por el gran rey Salomón; estas tres realidades: Tierra, Rey y Templo, daban identidad, razón de ser, al pueblo de Israel. Pues bien, en el destierro, esos tres elementos desaparecen. Ya no están en la Tierra Prometida sino en el destierro, en tierra extraña, ya no tienen rey, están sometidos a un rey extranjero, ya no tienen el Templo para orar y dar culto a Yahvé, el Templo ha sido destruido en Jerusalén. Esta situación de desapropiación, abandono y desamparo, es el hilo conductor que guía, principal y primeramente, la experiencia humana religiosa y espiritual en el destierro de Babilonia.

A raíz de la destrucción del Templo Jerusalén (537), Judá atravesó un período de total desconcierto. El asesinato de Godolías a manos de Ismael, se situó el país al borde del caos. Cierto que la oportuna intervención de Yojanán frustró los planes desatinados de Ismael, Jer 41, 11-17. Pero el miedo a la reacción babilónica aconsejó huir a los países vecinos en tanto se apaciguaran los ánimos. Gran contingente de judíos se dirigió a Egipto, llevándose al profeta Jeremías, Jer 42, 1-8. A partir de este momento la tradición bíblica ignora lo ocurrido en Judá hasta el regreso de los exiliados.

Acaso por este motivo la crítica histórica siempre supuso que el antiguo Reino del Sur, Judá, había quedado totalmente arrasado. Pero este encuadre tropieza con varias dificultades, así lo constata la crítica bíblica observando cómo los israelitas continuaron, tras su desconcierto inicial, acrisolaron la conciencia de pueblo elegido. El vaticinio profético de Isaías: "Yo dije: ¿Hasta cuándo, Señor? Dijo: "Hasta que se vacíen las ciudades y queden sin habitantes, las casas sin hombres, la campiña desolada...", Is 6, 11-13), esto les hizo evocar el destierro de forma gráfica como tierra devastada.
No obstante Jerusalén siguió en activo. Su Templo, aunque arrasado por las tropas babilónicas e incendiado, continuaba polarizando el interés religioso del pueblo. Por otra parte sabemos que sólo una minoría muy cualificada de judíos fue deportada a Babilonia, así lo sugiere la tradición bíblica, Jer 52, 28-30, confirmándolo a su vez las crónicas babilónicas.

Resulta fácil imaginar la consternación de los judíos al verse privados de sus líderes. Si a ello se añade el duro correctivo impuesto por Nabucodonosor, se comprenderá que el país fuese en cierto modo a la deriva. Judá herido en su orgullo nacionalista tuvo que aceptar la derrota y la humillación extranjera. Gran parte de su territorio quedó anexionado a la provincia de Samaría, mientras la zona sur se vio acosada por los antiguos enemigos edomitas.

Así el pueblo judío acosado por todos los flancos, careció de energía para reaccionar quedando sumido en el letargo y en la humillación de la derrota. El pueblo falto de estímulo para seguir alimentando ilusiones triunfalistas y nacionalistas fue decayendo hasta quedar totalmente pasivo y desarticulado. Y un pueblo sin ilusión acaba mostrando su amargura. Ello explica que la tradición bíblica deje de interesarse por la andadura de su pueblo durante este período del destierro.
Aun cuando la mayoría del pueblo permaneció en su país, fueron exiliados los más cualificados y estos activaron en el destierro la reflexión teológica y aun siendo minoría, eran la elite del pueblo. Sin embargo, la historia demuestra cómo en el destierro se cumplió una función providencial, pues gracias a ello se logró avivar la llama de la esperanza y  de la bendición  salvadora previa conversión y purificación de su desvío principal: la idolatría, es decir, el pueblo judío aprendió a ser fiel a Dios, creció en el espíritu, todo ello en medio de la adversidad, es decir, en el destierro, en tierra extraña.
Las condiciones de vida de los deportados no parecen haber sido extremadamente duras o difíciles. No se les puede considerar como prisioneros de guerra, aunque tampoco tenían la condición de ciudadanos libres. Incluso parece que se respetaron las costumbres judías y hasta se les permitió de alguna manera practicar su vida religiosa, Ez 8,1. Poco a poco, con el transcurso del tiempo, las condiciones de vida se van haciendo más benignas, algunos se dedican al comercio y hay quienes llegan a desempeñar altos cargos en la corte de los reyes babilonios.

Dado que entre los exiliados judíos figuraba la elite política, religiosa e intelectual de los judíos, se comprende que pudieran integrarse en la vida social babilónica sin ninguna dificultad. Es falso creer que debían  dedicarse a  trabajos propios de esclavos, más bien se puede suponer que vivieron con cierta holgura.

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Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.

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