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Comentario sobre la Bula Misericordiae vultus - Punto 11




11. No podemos olvidar la gran enseñanza que san Juan Pablo II ofreció en su segunda encíclica Dives in misericordia, que en su momento llegó sin ser esperada y tomó a muchos por sorpresa en razón del tema que afrontaba. Dos pasajes en particular quiero recordar. Ante todo, el santo Papa hacía notar el olvido del tema de la misericordia en la cultura presente: «La mentalidad contemporánea, quizás en mayor medida que la del hombre del pasado, parece oponerse al Dios de la misericordia y tiende además a orillar de la vida y arrancar del corazón humano la idea misma de la misericordia. La palabra y el concepto de misericordia parecen producir una cierta desazón en el hombre, quien, gracias a los adelantos tan enormes de la ciencia y de la técnica, como nunca fueron conocidos antes en la historia, se ha hecho dueño y ha dominado la tierra mucho más que en el pasado (cfr Gn 1,28). Tal dominio sobre la tierra, entendido tal vez unilateral y superficialmente, parece no dejar espacio a la misericordia … Debido a esto, en la situación actual de la Iglesia y del mundo, muchos hombres y muchos ambientes guiados por un vivo sentido de fe se dirigen, yo diría casi espontáneamente, a la misericordia de Dios».[9]

Además, san Juan Pablo II motivaba con estas palabras la urgencia de anunciar y testimoniar la misericordia en el mundo contemporáneo: «Ella está dictada por el amor al hombre, a todo lo que es humano y que, según la intuición de gran parte de los contemporáneos, está amenazado por un peligro inmenso. El misterio de Cristo ... me obliga al mismo tiempo a proclamar la misericordia como amor compasivo de Dios, revelado en el mismo misterio de Cristo. Ello me obliga también a recurrir a tal misericordia y a implorarla en esta difícil, crítica fase de la historia de la Iglesia y del mundo». [10] Esta enseñanza es hoy más que nunca actual y merece ser retomada en este Año Santo. Acojamos nuevamente sus palabras: «La Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia – el atributo más estupendo del Creador y del Redentor – y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador, de las que es depositaria y dispensadora».[11]



Con lo dicho está dicho todo y con claridad y acento urgente e imperioso. Sin embargo añade unas consideraciones que le reafirman en su idea. Dan la impresión de tener miedo a que, aun en la misma en la Iglesia católica, no demos a la Misericordia el valor fundamental que tiene. Francisco parece llevar una espina clavada. No era todavía obispo cuando el Papa Juan Pablo II publicó el 30 de noviembre de 1980 la encíclica “Dives in Misericordia”. Era su segunda encíclica y debió ser para Francisco como una luz maravillosa que iba a aportar a la Iglesia una magnífica gracia renovadora: la Iglesia patentizando, aportando y acercando a los hombres todos la Misericordia de Dios, como primer don salvador de todos ellos. Tal vez ya vivía entonces su importancia y la carta papal le confirmara y le llevara a la esperanza de que provocaría un gran movimiento eclesial que colocara a la misericordia al culmen de la fe y como primer objetivo de la acción de la Iglesia. Tal vez lo descubría entonces. Cuando más tarde fue promovido a obispo, eligió como lema el de “miserando atque eligendo”, expresión que había leído en San Beda el Venerable y de la que confiesa en el n.8 que “siempre le ha cautivado…tanto que quiso hacerla su propio nombre”. Francisco esperaba en este sentido una gran transformación en la Iglesia. Pero sin embargo no ha sido así. El Papa expresa su frustración y, para evitar que ocurra de nuevo, dedica los tres números siguientes (11-13).

Francisco cita amplia y al mismo tiempo sumariamente tres números de la “Dives in Misericordia”. No copiaré aquí su texto, porque están en el de Francisco y allí los encuentra el lector. Igual que Juan Pablo II el Papa Francisco señala que la innata soberbia humana de alguna manera ya se siente mal cuando oye hablar de la misericordia; y esto está más acentuado en la cultura de hoy. Siempre fue así, pero el hombre de hoy quiere con especial fuerza “ser igual a Dios”, encararse con Dios, no depender de nadie, ni de Dios, hablarle parado. Por eso no esperaba, ni espera, que la Iglesia le hable de la necesidad de la misericordia ni de la de Dios para con él, ni de la de él para con los demás: que se respete el derecho y basta. Esta cultura, social y políticamente “correcta”, rechaza lo que no sea derecho y aun se siente mal con sólo oír hablar de misericordia; el progreso, la mejora del género humano no consiste sino en seguir usando mejor y más útilmente el mundo material, como lo estamos haciendo ya y de manera imparable; quien no puede hacerlo, está de sobra; es la cultura del “descarte”, lo que no es útil, sobra. Y para esto la misericordia estorba.

Pero con todo tanto San Juan Pablo II como Francisco detectan que son también muchos los que ya están reaccionando críticamente. Su fe cristiana, que viven a fondo, les está llevando espontáneamente a la Misericordia de Dios. Dando un salto en la lectura de la encíclica de su predecesor, recoge de su final lo que viene a ser como un grito fuerte, angustioso y urgente. Porque tanto el amor verdadero al hombre como Cristo con su mensaje y su obrar le obligan  “a recurrir a esa misericordia y a implorarla en esta difícil y crítica fase de la historia de la Iglesia y del mundo”. Francisco hace suyo este pensamiento y lo refuerza con otra cita de la misma encíclica. Invito al lector a que lo relea despacito y no deje perderse ni una gota. La vida de verdad de la Iglesia, y del cristiano, pide la conciencia y la proclamación de la Misericordia de Dios, tanto como Creador como Redentor, su atributo más estupendo. Fijémonos en la expresión. Y además en la idea que cierra el párrafo: La Iglesia vive de verdad lo que es cuando me lleva a sentir que Dios ha sido y es misericordioso “conmigo”; es lo mismo que decir que no vivo con toda verdad mi fe si la misericordia de Dios y de Jesús para conmigo no es lo primero.


La palabra final de la cita es para pensarla: que precisamente nuestra Iglesia es “la depositaria y dispensadora de las fuentes de esa misericordia”. Ya lo dijo también el Señor en la carta a los hebreos, con palabras que “no pasarán”: “Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia (Cristo resucitado, presente y vida de su cuerpo, la Iglesia), a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia  para ser socorridos en el tiempo oportuno”. Confiemos, Dios nos quiere dar a todos esta gracia en el Año jubilar de la Misericordia.



P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.
Director del Blog.

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