6. «Es
propio de Dios usar misericordia y especialmente en esto se manifiesta su
omnipotencia». [5] Las palabras de santo Tomás de Aquino muestran cuánto la
misericordia divina no sea en absoluto un signo de debilidad, sino más bien la
cualidad de la omnipotencia de Dios. Es por esto que la liturgia, en una de las
colectas más antiguas, invita a orar diciendo: « Oh Dios que revelas tu
omnipotencia sobre todo en la misericordia y el perdón ». [6] Dios será siempre
para la humanidad como Aquel que está presente, cercano, providente, santo y
misericordioso.
“Paciente
y misericordioso” es el binomio que a menudo aparece en el Antiguo Testamento
para describir la naturaleza de Dios. Su ser misericordioso se constata
concretamente en tantas acciones de la historia de la salvación donde su bondad
prevalece por encima del castigo y la destrucción. Los Salmos, en modo
particular, destacan esta grandeza del proceder divino: « Él perdona todas tus
culpas, y cura todas tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona de
gracia y de misericordia » (103,3-4). De una manera aún más explícita, otro
Salmo testimonia los signos concretos de su misericordia: «Él Señor libera a
los cautivos, abre los ojos de los ciegos y levanta al caído; el Señor protege
a los extranjeros y sustenta al huérfano y a la viuda; el Señor ama a los
justos y entorpece el camino de los malvados» (146,7-9). Por último, he aquí
otras expresiones del salmista: «El Señor sana los corazones afligidos y les
venda sus heridas. […] El Señor sostiene a los humildes y humilla a los
malvados hasta el polvo» (147,3.6). Así pues, la misericordia de Dios no es una
idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que
es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus
entrañas por el propio hijo. Vale decir que se trata realmente de un amor
“visceral”. Proviene desde lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural,
hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón.
Expresada su gran confianza de un
Jubileo de la Misericordia que será un diluvio de gracia y perdón en la Iglesia
y en la humanidad, el Papa pasa a fundamentar, digamos que teológicamente, el
valor primordial de la Misericordia de Dios en su relación con nosotros.
Forzosamente lo hace de forma muy resumida; fácilmente se pueden encontrar
desarrollos más amplios en obras teológicas, v.g. en el “Vocabulario de
Teología Bíblica” de X.L. Dufour, Herder 1966, voz “Misericordia”.
El Papa empieza con una afirmación de
Santo Tomás. Sin exagerar se puede afirmar que, después de Santo Tomás, no se
puede hacer teología sería sin contar con Santo Tomás. Pues bien Santo Tomás
viene a concluir en resumen sobre el actuar de Dios que “es propio de Dios usar
misericordia y especialmente en esto se manifiesta su omnipotencia” (S.T.
II-II, 30,4). Es cita al pie de la letra. La misericordia de Dios, pues, pertenece
y está siempre presente en todo actuar de Dios para con el hombre. Dios siempre
procede con misericordia y esto aun en los castigos más duros. Cuando castiga,
no lo hace como prueba de poder, sino para provocar el arrepentimiento y así
tener un motivo para perdonar; su poder actúa perdonando y de esto podemos
decir que presume: “Mi corazón se revuelve por dentro, a la vez que mis
entrañas se estremecen. No ejecutaré el ardor de mi cólera, no volveré a
destruir a Efraím, porque soy Dios, no hombre” (Os 11,8-9).
Otra prueba teológica de lo mismo se
basa en la aplicación del principio teológico es el “lex orandi, lex credendi”.
El adagio expresa que la Iglesia ora conforme a su fe. En su oración la Iglesia
se dirige a Dios según el conocimiento y confianza que tiene de Dios, es decir
según sea su fe en Dios. Su oración no puede manifestar una idea de Dios
diferente. “Ley para orar, ley para creer”, se ora según se cree. Y así la
Iglesia expresa lo que es parte de su fe cuando en la oración de la misa del domingo
26 ordinario dice: “Oh Dios que revelas tu omnipotencia sobre todo en la
misericordia y el perdón“. Y por fin concluye el Papa que este concepto de Dios
incluye en su relación con nosotros cercanía, providencia, santidad y
misericordia. Es lo mismo que decir que tanto más y mejor creemos en Dios
cuanto la vivencia de Él sea de un Ser “presente, cercano, providente, santo y
misericordioso”.
A continuación Francisco confirma y
prueba lo dicho con el testimonio de la Escritura. Primero a partir del Antiguo
Testamento. No pudiendo hacer un estudio completo, se limita a unos textos
escogidos de los salmos. La verdad, su abundancia es enorme y sería muy fácil
añadir otros muchos de los salmos, de los profetas y también de los otros
libros. Aquí citaré solo el salmo 51 de David en respuesta a la reprensión del
profeta Natán por sus gravísimos pecados; su elección del castigo que Dios le
propone por el profeta Gad por su soberbia: “Estoy en grande angustia. Pero
caigamos en manos de Yahvéh pues es grande su misericordia. No caiga yo en
manos de los hombres” (2S 24,14); el pulso de Abraham con Yahvéh haciéndole
rebajar hasta 10 el número de justos exigidos para evitar la destrucción por el
fuego de Sodoma y Gomorra (Gen 18); la preciosa historieta de Jonás quien se
lamenta de su “fracaso”, que ya lo había temido y por eso no había querido ir a
Nínive, pues Dios no había cumplido el castigo, que les anunciara, por su
arrepentimiento (Jon).
El Papa concluye su reflexión sobre la
misericordia de Dios en el Antiguo Testamento subrayando que esa misericordia
no es un mero principio teórico de la acción de Dios, sino que es como una
vivencia de Dios, un modo de ser siempre presente y actuante. Es decir, la obra
de Dios siempre está dirigida y actúa con misericordia, buscando el bien de la
criatura; una acción sin misericordia no es de Dios.
P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.
Director del Blog.
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