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P. Adolfo Franco, jesuita.
Lucas 2, 1-14
Jesús nace en Belén
Por aquellos días salió un decreto del emperador Augusto, por el que se debía proceder a un censo en todo el imperio. Éste fue llamado “el primer censo”, siendo Quirino gobernador de Siria.
Todos, pues, empezaron a moverse para ser registrados cada uno en su ciudad natal. José también, que estaba en Galilea, en la ciudad de Nazaret, subió a Judea, a la ciudad de David, llamada Belén, porque era descendiente de David; allí se inscribió con María, su esposa, que estaba embarazada.
Mientras estaban en Belén, llegó para María el momento del parto y dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, pues no había lugar para ellos en la sala principal de la casa.
En la región había pastores que vivían en el campo y que por la noche se turnaban para cuidar sus rebaños. Se les apareció un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de claridad. Y quedaron muy asustados.
Pero el ángel les dijo: «No tengan miedo, pues yo vengo a comunicarles una buena noticia, que será motivo de mucha alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, ha nacido para ustedes un Salvador, que es el Mesías y el Señor. Miren cómo lo reconocerán: hallarán a un niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre.»
De pronto una multitud de seres celestiales aparecieron junto al ángel, y alababan a Dios con estas palabras: «Gloria a Dios en lo más alto del cielo y en la tierra paz a los hombres: ésta es la hora de su gracia.»
Palabra del Señor
La contemplación es la
forma de acercarse al misterio del Niño que nace para nuestra salvación y,
aunque la salvación Él la realizará con toda su vida y especialmente cuando
viva la entrega total de su Misterio Pascual, ya desde ahora me está salvando
de tantas actitudes y comportamientos de mi vida.
Cuando lo contemplo a Él
miro primero el entorno en que está colocado, el pobre portal de Belén no tiene
muchos adornos, no tiene ninguno, está reducido a la máxima desnudez: no hay
ninguna guirnalda, ningún mueble para la comodidad, ni siquiera una silla
¿habría acaso una lámpara? Ciertamente no, a lo más alguna antorcha improvisada
por San José. Y cuando después miro a mi entorno, cuántas cosas considero
necesarias para tener un ambiente confortable, aunque sea con pocas cosas. La
desnudez total me parecería antihumana e insoportable. Después de esta
comparación me doy cuenta de cuántas cosas inútiles e innecesarias me rodean.
Pero lo que más me
importa es contemplar al Niño recién nacido; así que ahora fijo mi atención en
Él. No sé si me verá porque sus ojos de recién nacido difícilmente se abren a la luz. Y al contemplarlo así
reducido a la impotencia, pienso en cómo compaginar esta situación del niño
indefenso con la infinitud de Dios que habita en Él, porque este Niño es a la
vez el Dios Omnipotente y tengo que hace un acto de fe para asumir que esa
criaturita es a la vez la Persona del Hijo de Dios. Y con esto me está diciendo
lo importante que es para su misión pasar por esta etapa de la infancia en su
total realidad; su infancia es entonces enseñanza. Más adelante dirá que hay
que hacerse como niños y también que hay que nacer de nuevo.
Yo adulto, que considero
mi etapa actual como una conquista importante, porque he adquirido experiencia,
conocimiento, personalidad, seguridad en mí mismo, ¿es que debo volver a
mecerme en una cuna? Pero medito en esa pequeñez del niño y Él me enseña cuáles
son los rasgos del niño que debo intentar recuperar. Y pienso en cómo recuperar
la pureza de la inocencia inicial, esa inocencia y pureza que me fue concedida
al nacer y que se ha ido oscureciendo a través de los años. Miro una vez más al
Niño y se me quita la importancia de mi adultez.
El Niño, del que no puedo
quitar los ojos, está moviendo sus brazos hacia la Virgen, algo está
necesitando; en realidad Él no tiene vergüenza de necesitarlo todo. Así es el
Niño y corrige mis actitudes de autosuficiencia, del que se basta a sí mismo y
que no necesita de nadie; corrige mi actitud orgullosa de rechazar las ayudas
que otros me ofrecen.
Pero lo que más me enseña
este pequeño recién nacido es una nueva imagen de Dios, para que corrija la que
me he ido fabricando con mis lecturas, con mis estudios y con mis reflexiones personales.
Nunca imaginé un Dios necesitado de abrazos y de cuidado ¿cómo iba a pensar que
el rasgo más central de Dios es su ternura y su bondad? Nunca pensé en que Dios
pudiera estar tan a mi alcance y que incluso tuviera que necesitar algo de mí,
pues el que todo lo tiene porque todo lo ha hecho y todo lo ha creado ha
querido hacerse Niño y quiere necesitar de mi afecto, de mi acogida, que lo que
más le importa, por encima de todas las superestructuras incluso religiosas, es
que le diga que le amo y que se lo diga con mi vida entera. Realmente el Dios
que es Jesús corrige tantas imágenes equivocadas que me fragüé y se convierte
en un Dios que me atrae con amor y que quiere que lo estreche contra mi pecho.
Tanto me enseña este Niño
que no debo nunca dejar de contemplarlo incluso después de Navidad.
Voz de audio: José Alberto Torres Jiménez.
Ministerio de Liturgia de la Parroquia San Pedro, Lima.
Agradecemos a José Alberto por su colaboración.
...
Agradecemos al P. Adolfo por su colaboración.
Para otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.
Gracias al Padre Adolfo por llevarnos a la reflexión, a interiorizar y ver más allá de lo que el mundo nos propone para alcázar la ansiada felicidad. Jesús en esta imagen de niño nos invita a trascender de lo material a lo espiritual, a contemplar en nuestra fragilidad humana la grandeza de un Dios que comprende esas debilidades y que se acerca más a ellas. En él está todo lo que necesitamos para alcanzar la plenitud.
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