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¿Qué es el Año Litúrgico? 8° Parte

P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón, S.J.



B. LA FIESTA DE NAVIDAD


El 24 de diciembre por la mañana termina el tiempo de Adviento. En la Misa la liturgia nos hace pedir a Jesucristo:

“Ven, Señor Jesús, y no tardes, para que tu venida consuele y fortalezca a los que esperan todo de tu amor”.

Parece como si la liturgia católica, al pasar la frontera del tiempo de la espera, nos quisiera hacer vivir y experimentar el anhelo de salvación religiosa de miles y millones de seres humanos resumido bellamente por el profeta Isaías:
“¡Ah, si rompieras los cielos y descendieras!” (64,1)

Por eso la Iglesia nos presenta en el evangelio a Zacarías, padre del Bautista, figura de todo el pueblo de Israel, exultando por la emoción religiosa y por la alegría mesiánica y alabando a Dios con un himno que rebosa ternura, piedad y hondura teológica:

“Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David… Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos en el camino de la paz” (Lc. 1,67-79)

Así, pues, este himno es la frontera entre la expectativa del Mesías y su presencia, entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, entre el Adviento y la Fiesta de Navidad. El Redentor esperado en el tiempo de Adviento se hace presente al mundo con su Nacimiento en Belén.

La Fiesta del Nacimiento del Señor comienza con la liturgia del día 24 de diciembre por la tarde. La lectura evangélica de la misa vespertina de este día 24 hace desfilar ante nuestros ojos a los antepasados humanos de Jesús. Es emocionante leer en estos momentos la genealogía humana del niño, cuyo nacimiento se va a recordar, pues ese niño es verdaderamente un miembro de la raza humana, es hijo de David (Mt. 1,1-25). Pero para evitar equívocos el mismo texto evangélico nos recuerda el sueño de José, por el cual somos advertidos que el niño esperado tendrá por nombre Emmanuel, que significa “Dios con nosotros” (Mt. 1,23). Por ello la antífona del Magnificat en el oficio divino nos anuncia con alegría:

“Cuando haya salido el sol, veréis al Rey de los reyes saliendo del padre, como el esposo de su tálamo”.

La presencia de un Niño-Dios provoca el choque de los sentimientos religiosos del temor y de la confianza, de ahí que en la oración de la misa y de vísperas se pida:

“Señor y Dios nuestro, que cada año nos alegras con la esperanza de nuestra redención; así como ahora acogemos gozosos a tu Hijo como Redentor, concédenos recibirlo también confiados, cuando venga como Juez. Por el mismo Jesucristo… “

Lo más característico en el aspecto litúrgico del día de navidad son las tres misas propias. La primera se celebra a media noche, la segunda en la aurora y la tercera durante el día.

Antes de la misa de media noche se recomienda recitar con toda solemnidad el oficio de lecturas. Este oficio, con las reflexiones teológicas de San León Magno, prepara a los fieles de modo admirable a sentir la hondura del misterio de la Navidad del Señor en la misa. Las frases de San León van cayendo con suavidad sobre los corazones de los presentes y los abren a la gracia luminosa del Señor:
“Nuestro Salvador, queridos hermanos, ha nacido hoy, alegrémonos. No puede haber sitio para la tristeza, cuando se celebra el nacimiento de la vida… Nadie puede ser apartado de esta alegría… Que se alegre el santo, porque se acerca a la palma. Que se alegre el pecador, porque es invitado al perdón… Pues el Hijo de dios… tomó la naturaleza humana para reconciliarla con su Creador. Por eso abandonemos al hombre viejo con sus actos y hechos partícipes de la generación de Cristo renunciemos a las obras de la carne.

Reconoce, oh cristiano, tu dignidad, y hecho partícipe de la naturaleza divina, no vuelvas ala vileza antigua. Acuérdate de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro. Recuerda, que sacado de las tinieblas, has sido llevado a la luz y al reino de Dios” (PL 54, 190-193).

Y así la misa de media noche está toda ella dominada por el tema de la Luz:
“Oh Dios, que has iluminado esta noche santa con el nacimiento de Cristo, Luz verdadera…” (Colecta)

“El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz;
Habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló…
Porque un niño nos ha nacido, … y se llamará: Consejero-Admirable, Dios-Poderoso, Príncipe de la Paz”. (1º Lectura)

“Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el Ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz…” (Evangelio)

Como se ve la liturgia de esta misa juega continuamente con el símbolo de la noche oscura iluminada por una luz clara, que es el Niño nacido en Belén. El nacimiento del niño-Luz introduce en el mundo dominado por las tinieblas un modo y un estilo nuevo de vida entre los hombres, como lo testifica el Apóstol en la segunda lectura:

“Ha aparecido la gracia de Dios… enseñándonos a renunciar a la vida sin religión, y a los deseos mundanos, y a llevar una vida ya desde ahora sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo” (Tito 2,11-14)

Pues la Luz de Dios genera luz en los discípulos del Señor, según él mismo lo afirmó:

“Vosotros sois la luz del mundo… Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt. 5,14-16)

La misa de la aurora y el oficio de Laudes mantienen el tema de la luz y añaden además el tema de la alegría mesiánica, como puede meditarse en los textos siguientes:

“Los pastores se volvieron dando gloria a Dios y alabanzas, por lo que habían visto y oído” (Evangelio)

“Salta de alegría, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira, ya llega el rey, el Santo, el Salvador del mundo” (Comunión)

“A los que hemos celebrado con cristiana alegría el nacimiento de tu Hijo, concédenos, Señor, penetrar con fe profunda en este misterio y amarlo cada vez con amor más entrañable” (Postcomunión)

Y la misa del día nos introduce en la hondura más profunda del Niño nacido en Belén, pues según el Evangelio de San Juan ese Niño es el Verbo Eterno de Dios, que “se hizo carne y acampó entre nosotros”. Y por ello el prefacio primero de las misas navideñas alaba a Dios, pues en este Niño el rostro de Dios es visto por los hombres de una manera nueva y también singular.
Con emoción religiosa resume esta oración litúrgica todos los temas de la celebración navideña, de la manera siguiente:

“En verdad es justo y necesario es nuestro deber y salvación darte gracias…
Porque gracias al misterio de la Palabra hecha carne, la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos con nuevo resplandor, para que conociendo a Dios visiblemente él nos lleve al amor de lo invisible”.

En este día del Nacimiento del Señor en carne humana la contemplación iluminada por la fe hace sentir a los fieles “el maravillosos intercambio”: Dios se hace hombre para que el hombre pueda elevarse al mundo divino. Así, pues, la liturgia, gran maestra de la fe, nos presenta al Niño de Belén como el Hijo de Dios encarnado, y de esta manera nos hace ver en Jesús, ya desde su nacimiento, no un hombre extraordinario ni un dios con apariencia humana, sino la unión real y misteriosa de Dios con un hombre verdadero llamado Jesús de Nazaret. Pero además, con gran ternura y emoción religiosa, la liturgia navideña hace descubrir a los fieles en ese “niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” al Salvador, al Mesías y al Señor. Por eso la fiesta de navidad es una fecha iluminada por la alegría nacida de la fe contemplativa del pueblo cristiano.

Esta contemplación popular cristiana en torno al misterio de la Navidad se expresó a partir de San Francisco de Asís en la reproducción de la escena del nacimiento de Jesús por medio de imágenes en los templos y en las casas. Estos “Nacimientos” son sencillamente escenificaciones de los textos evangélicos, es decir, son la continuidad hasta hoy de la “Biblia de los Pobres” de la Edad Media. Como es sabido, las representaciones pintadas o esculpidas de los pasajes bíblicos recibían este nombre, pues con ellas se pretendía instruir y catequizar a la gente ruda y analfabeta. Pero lo curioso es que hoy sigue siendo un medio de instrucción y de contemplación para los hombres de la época de la televisión, que han perdido el gusto por la lectura.

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Bibliografía: P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón S.J. Año Litúrgico y Piedad Popular Católica. Lima, 1982