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La Iglesia - 44º Parte: La Virgen María en el misterio de la Iglesia

P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA


33. LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA, MADRE DE DIOS, EN EL MISTERIO DE CRISTO Y DE LA IGLESIA

      

Este es el último capítulo de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia: "Lumen Gentium", no podía faltar en  la reflexión sobre la Iglesia, la figura de la Virgen María. Es un hecho conocido que el Conc. Vat. II quiso incluir a María en la constitución de la Iglesia, contrapesando así la perspectiva exclusivamente cristológica con la que frecuentemente se había presentado su exposición. Se ganaba así una perspectiva que favorecía tanto a la mariología como a la eclesiología.
         
El misterio de la Iglesia, en efecto, no es una abstracción conceptual, sino la fuente de la vida espiritual del cristiano. La Iglesia es madre del cristiano, porque lo engendra en Cristo por el bautismo (LG, 64)y también es virgen, porque mantiene pura e íntegra su fe y su fidelidad al esposo, Cristo. Entonces, ¿cómo no comparar la función de la Iglesia con la de María, madre de todos nosotros y virgen fiel, que se consagró por la fe y la obediencia a la voluntad de su Hijo?
         
Más aún, María, aun siendo madre de la Iglesia, no deja de ser miembro de ella no deja de ser nuestra hermana en la fe. Es justamente la persona la persona en la Iglesia que ya ha llegado a la perfección (LG, 65), aquella en la que se dan de forma eminente todas las perfecciones que la Iglesia quiere infundir en sus hijos. Por ello, la Iglesia ve en María con una avanzada y mira en ella el camino que ha de seguir. En la conciencia de la Iglesia, María es el espejo en el que se mira la Iglesia, es el arquetipo y el modelo conforme al cual Dios ha plasmado a al Iglesia y es, a la vez, el esplendor acabado de perfección al que la Iglesia tiende.


33.1. MARÍA, HIJA DE SIÓN
         
“Hija de Sión” es un título que el Concilio reconoce en María: “con ella, excelsa hija de Sión, tras larga espera de la promesa, se cumple la plenitud de los tiempos y se inaugura la nueva economía, cuando el Hijo de Dios asumió de ella la naturaleza humana para librar al hombre del pecado mediante los misterios de su carne”, LG, nº 55.
         
“Hija de Sión”, éste es el título que los profetas usaban para designar a Israel en los oráculos del Antiguo Testamento, Sof 3, 14-17; Joel 2, 21-27; Zac ), 9,s.s.; Miq 4, 10; Jer 2, 31; y en los que Yahveh promete a su pueblo la salvación. Por ello la Iglesia ha visto en el saludo del Angel a María el eco de estos oráculos de salvación que, dirigidos a Israel, se concentran posteriormente en el “resto de Israel”, para llegar, finalmente, a María, que es el resto de Israel en este momento y la que da el sí de Israel al plan salvífico de Dios. María es Israel diciendo sí a Dios y representa por ello, sin duda, lo mejor de Israel.
         
María resume las mejores figuras de su pueblo y realiza los anhelos y la expectación del mismo. La figura de María se vislumbra en la sombra de las mujeres más importantes del Antiguo Testamento: Eva, Judit, Esther, Rebeca, Betsabé, etc, y en las realidades como el arca de la alianza, o el tabernáculo, etc, María, como realidad de los últimos tiempos, es el arquetipo que responde a los anhelos, la expectación, que a lo largo de la historia salvífica, van diseñando la figura de la Madre del Mesías. Pero, a su vez, al recoger en sí misma la Virgen todas esas luces dispersas que hacían presentir en ella la aurora del gran día, ella misma convierte en figura y tipo, la más perfecta de todas  de la obra maravillosa de Cristo, la Iglesia.
         
María, diciendo el sí de Israel, no hace de ello una reivindicación nacional o política, sino que expresa la esperanza de la salvación espiritual de su pueblo por parte de Dios. En tiempos de Cristo ser había desarrollado a fondo la expectativa del Mesías como rey político y nacional. Se trataba de un Mesías humano, de la estirpe de David, y cuyo reino sería tan glorioso que se extendería a todos los pueblos, y tan santo, que Yahveh reinaría en toda la tierra por medio de Israel. A este Mesías se le denomina también “Hijo de David” y “Rey de Israel”. Ésta era la expectativa más común tanto en el pueblo y en los fariseos como en los discípulos de Jesús, que se disputan el primer puesto de este reino, Mc 9, 33-37. Esto es, también, lo que pretenden los hijos de Zebedeo Mc 10, 35-41.
         
No es temerario afirmar que en los medios pietistas en los que la vida interior se había enraizado más, se esperaba un ideal de Mesías que asegurara la paz del pueblo, estableciera la justicia y la santidad, haciendo de Israel una comunidad, fundamentalmente, religiosa. Hay signos de la esperanza religiosa en la renovación de Israel según la figura del Mesías profético, Lc 1, 67-69, Simeón y Ana, Lc 2, 35-38, aunque esto no significaría que hubiesen superado plenamente la interpretación del rey mesiánico y  nacional. María, pues, dice sí a los planes de Dios y representa, en este momento, lo mejor de la fe de Israel, el cual se abandona, por medio de ella, a los verdaderos planes del Señor.


33.2. LA SANTÍSIMA VIRGEN EN EL MISTERIO DE CRISTO
         
Este capítulo nos da una visión llena de sentido salvífico. Esta exposición mariológica dentro del sentido de la Iglesia nos coloca de golpe bajo el signo de la historia de la salvación. Dios, lleno de benevolencia y sapientísimo, ha querido realizar la redención del género humano enviando a su Hijo y haciéndolo nacer de una mujer, cuando llegó la plenitud de los tiempos, Gal 4,4. En L G, Nº 52, dice:
         
"Queriendo Dios, infinitamente sabio y  misericordioso, llevar a cabo la redención del mundo, al llegar la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo nacido de mujer ... para que recibiésemos la adopción de hijos. El cual por nosotros los hombres y por nuestra salvación, descendió de los cielos, y por obra del Espíritu Santo se encarnó en la Virgen María. Este misterio divino de la salvación nos es revelado y se continúa en la Iglesia, que fue fundada por el Señor como cuerpo suyo, y en la que los fieles, unidos a Cristo Cabeza y en comunión con todos sus santos deben de venerar también la memoria en primer lugar de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo".


33.2. LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA MADRE DE LA IGLESIA
         
María no es solamente Israel que dice sí, sino el primer y principal, miembro de la Iglesia. Es miembro de la Iglesia, salvada por Cristo de una forma eminente, hermana nuestra en la fe, y al mismo tiempo nuestra madre.
         
Llamar a María “nuestra Madre”, ¿es una metáfora o una realidad en el espíritu? La Iglesia ha visto en las palabras de Cristo en la cruz a su discípulo Juan: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” Jn 19, 26, la proclamación de maternidad espiritual de María, la nueva Eva, con respecto a a los creyentes representados en el discípulo amado.
         
María es nuestra madre por ser madre de Cristo, cabeza de su cuerpo místico. Siendo madre de Cristo, es madre de sus miembros, de los que están  incorporados a El por la gracia de justificación. “Como la maternidad divina es el fundamento de la especial relación de María con Cristo y de su presencia en el plan de salvación obrado por Jesucristo, así también constituye el fundamento principal de las relaciones de María con la Iglesia, por ser la madre de aquel que estuvo desde el primer instante de la encarnación en su seno virginal y unió así como Cabeza a su cuerpo místico, que es la Iglesia. María, pues, por ser la madre de Cristo, es también la madre de todos los fieles y los pastores, es decir, de la Iglesia”, Pablo VI.
         
María es nuestra madre porque ha cooperado decisivamente para nuestro nacimiento a la gracia (de la encarnación viene  la gracia), pero sobre todo porque, en la medida en que el Espíritu Santo nos inserta en Cristo, hermanándonos con él, María nos ama en Cristo como miembros que somos de su cuerpo. María no puede dejar de amar con amor maternal a los que  están hermanados con su Hijo por la gracia.
         
Si Cristo tenía dos sentimientos  filiales: respecto de su Padre celestial y respecto de su madre terrena, d nosotros debemos tener los mismos sentimientos de Cristo: respecto de Dios Padre y respecto de María, que ha posible la paternidad de Dios en nosotros.  Así pues, la maternidad de María no viene a oscurecer en nada la paternidad de Dios, sino que, más bien, llega a confirmarla, en la medida en que suscita en nosotros una confianza filial, clave para ser engendrados por Dios. Ella, con su delicadeza y su providencia maternal, prepara el camino de la mejor manera posible. La maternidad de María es así para nosotros un puro regalo de Dios. El concilio destacó la mediación de María en  el sentido antes señalado sin pretender oscurecer en nada el carácter central de la mediación única de Cristo.
         
Tener a María como madre significa, además, que podemos contar con su intercesión en el cielo. Desde la Encarnación hasta hoy día es en todo tiempo intercesora de todo el cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia. Así en LG nº 62 leemos: “Por su amor maternal cuida de los hermanos de su Hijo que peregrinan y se debaten entre peligros y angustian y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz. Por eso la bienaventurada Virgen María en la Iglesia  es invocada con los títulos de abogada, auxiliadora, socorro, mediadora”.
        

33.3. FUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN EN LA ECONOMÍA DE LA SALVACIÓN

En L G, Nº 55, se nos describe a María como la Madre del Mesías anunciado en el A T.  Después la colaboración de la Virgen María en la obra de la Redención.
         
"Los Libros del A T, y del N T, y la Tradición venerable manifiestan de un modo cada vez más en claro la función de la Madre del salvador en la economía de la salvación, y vienen como a ponerla delante de los ojos. Bajo esta luz aparece ya proféticamente bosquejada en la promesa de la victoria sobre la serpiente, hecha a los primeros padres caídos en pecado Gen 3, 15. Así mismo ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo, que se llamará Emmanuel, Is 7, 14.
         
En el Nº 56, habla sobre la Anunciación del ángel a María:
         
"Enriquecida desde el primer instante de su concepción con el resplandor de su santidad enteramente singular, la Virgen Nazarena, por orden de Dios, es saludada por el ángel de la Anunciación como llena de gracia, Lc 1, 28, ... así María hija de Adán, al aceptar el mensaje divino, se convirtió en Madre de Jesús, y al abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con El y bajo El, con la gracia de Dios omnipotente".
         
En el Nº 57, se describe la relación profunda entre María y el Niño Jesús:
         
"Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción hasta su muerte. En primer lugar, cuando María visita a Isabel, siendo proclamada bienaventurada a causa de su fe; en el nacimiento cuando la Madre llena de gozo, presentó a los pastores y a los Magos a su Hijo primogénito; cuando en el Templo oyó profetizar a Simeón que el Hijo sería signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de la Madre. Después de haber perdido al Niño Jesús y haberlo buscado con angustia, sus padres lo encontraron en el Templo, ocupado en las cosas de su Padre y no entendieron la respuesta del Hijo. Pero su Madre conservaba todo esto en su corazón para meditarlo, Lc 2, 41-51".
         
En el Nº 58, habla sobre la relación de la Virgen María y el ministerio público de Jesús:
         
"En la vida pública de Jesús aparece reveladoramente su Madre ya desde el principio, cuando las bodas de Caná de Galilea. A lo largo de su predicación acogió las palabras con que su Hijo, proclamó bienaventurados a los que escuchan y guardan la palabra de Dios, como ella lo hacía fielmente. Así avanzó también la santísima Virgen en la peregrinación de la fe y se mantuvo fielmente en unión con su Hijo hasta la cruz".
         
En el Nº 59 de la Virgen María después de la Ascensión
         
"Vemos que los Apóstoles, antes del día de Pentecostés, perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la Madre de Jesús y con los hermanos de éste, Hech 1, 14. Y que también María imploraba con sus oraciones el don del Espíritu.".


33.4. LA SANTÍSIMA VIRGEN MODELO DE LA IGLESIA
         
La Virgen María es como el arquetipo de la Iglesia, y en este Nº 53 de L G, se nos presenta la relación de María con Dios Padre, Hijo, y el Espíritu Santo. Se nos muestra a María como de la raza de Adán y unida a todo el género humano que está necesitado de Redención.
         
"Efectivamente, la Virgen María, que al anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su alma y en su cuerpo y dio la Vida al mundo, es reconocida y venerada como verdadera Madre de Dios y del Redentor. redimida de modo eminente, en previsión de los méritos de su Hijo, unida a El con un vínculo estrecho indisoluble, está enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser la Madre de Dios Hijo, y por eso hija predilecta del Padre y sagrario del Espíritu Santo; con el don de una gracia tan extraordinaria aventaja con creces a todas las criaturas, celestiales y terrenas. Pero a la vez está unida a la estirpe de Adán, con todos los hombres que necesitan de la salvación; y no solo eso, "sino que es verdadera madre de los miembros (de Cristo) ... por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles que son miembros de aquella Cabeza. Por este emotivo es también proclamada como miembro excelentísimo y enteramente singular de la Iglesia, y como tipo y ejemplar acabadísimo de la misma en la fe y en la caridad, y a quien la Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, venera, como a madre amantísima, con afecto de piedad filial".
         
De los números 60 al 65 se nos habla de María y su relación con la Iglesia.
         
En el Nº 60,  esclava del Señor, en la obra de la Redención y de la santificación
         
"Sin embargo, la misión maternal de María para con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien sirve para demostrar su poder. Pues, todo el influjo salvífico de la Santísima Virgen sobre los hombres no dimana de una necesidad ineludible, sino del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo."
         
En el Nº 61, La maternidad espiritual de María 
         
"La Santísima Virgen, predestinada desde toda la eternidad como Madre de Dios juntamente con la encarnación del Verbo, por disposición de la divina Providencia, fue en la tierra la Madre excelsa del divino Redentor. Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó de forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad".
         
En el Nº 62, Vemos a María como Mediadora (o, medianera) en la economía de la salvación
         
"Con su amor maternal se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinos se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada. Por este motivo, la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora. Lo cual ha de entenderse de tal manera que no reste ni añada nada a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador".
         
En el Nº 63, habla de la María como Virgen y Madre, tipo de la Iglesia
         
"La Virgen Santísima, por el don y la prerrogativa de la maternidad divina, que la une con el Hijo Redentor, y por sus gracias y sus dones singulares, está también íntimamente unida con la Iglesia. Creyendo y obedeciendo, engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, y sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo, como una nueva Eva".
         
En el Nº 64, describe la fecundidad de la Virgen y de la Iglesia
         
"La Iglesia, contemplando su profunda santidad e imitando su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, se hace también madre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad, pues por la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios. Y es igualmente Virgen, que guarda pura e íntegramente la fe prometida al Esposo, y a imitación de la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu Santo, conserva virginalmente una fe íntegra, una esperanza sólida, y una caridad sincera".
         
En el Nº 65, las virtudes de María que debe imitar la Iglesia
         
"La Iglesia meditando piadosamente en ella y contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, llena de reverencia entra más a fondo en el misterio de la encarnación. Por eso la Iglesia en su labor apostólica, se fija con razón en aquella que engendró a Cristo, concebido del Espíritu Santo y nacido de la Virgen, para que también nazca y crezca por medio de la Iglesia en las almas de los fieles".

33.5. EL CULTO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA EN LA IGLESIA
         
La Virgen es la verdadera Madre de Dios, y también verdadera madre nuestra. Merece el culto litúrgico de "hiperdulía".

En el Nº 66, nos habla de la naturaleza y el fundamento de este culto mariano.

"María, ensalzada por gracia de Dios, después de su Hijo, por encima de todos los ángeles y de todos los hombres, por ser Madre santísima de Dios, que tomó parte en los misterios de Cristo, es justamente honrada por la Iglesia con un culto especial. Este culto, tal como existió siempre en la Iglesia, a pesar de ser enteramente singular, se distingue esencialmente del culto de adoración tributado al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo".

En el Nº 67, del espíritu de la predicación y el culto a la Virgen María

"El santo Concilio enseña de propósito esta doctrina católica, y amonesta a la vez a todos los hijos de la Iglesia que fomenten con generosidad el culto a la Santísima Virgen, particularmente el litúrgico, y que estimen en mucho las prácticas y los ejercicios de piedad hacia ella recomendados por el Magisterio en el curso de los siglos y que observen escrupulosamente cuanto en los tiempos pasados fue decretado acerca de culto a las imágenes de Cristo y de la Santísima Virgen y de los santos".

33.6. MARÍA SIGNO Y ESPERANZA CIERTA PARA EL PUEBLO PEREGRINANTE DE DIOS

En el Nº 68, la figura real de María antecede con su luz al pueblo de Dios

"Mientras tanto, la Madre de Jesús, de la misma manera que, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es imagen y principio de la Iglesia que habrá de tener su cumplimiento en la vida futura, así en la tierra precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo, hasta que llegue el día del Señor". 

En el Nº 69, le pide la Iglesia que nos alcance formar un solo pueblo bajo un solo Pastor


"Es motivo de gran gozo y consuelo para este santo Concilio el que también entre los hermanos separados no falten quienes tributan el debido honor a la Madre del señor y Salvador, especialmente entre los Orientales, que concurren con impulso ferviente y ánimo devoto al culto de la siempre Virgen Madre de Dios. Ofrezcan todos los fieles súplicas apremiantes a la Madre de Dios y Madre de los hombres, para que ella, que ayudó con sus oraciones a la Iglesia naciente, también ahora, ensalzada en el cielo por encima de todos los ángeles y bienaventurados, interceda en la comunión de  todos los santos ante su Hijo, lleguen a reunirse felizmente en paz y concordia, en su Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e indivisible Trinidad".




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Agradecemos al P. Ignacio Garro S.J. por su colaboración.



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