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La Iglesia - 38º Parte: La Universal vocación a la Santidad en la Iglesia - La misión laical y la familia

P. Ignacio Garro, S.J.

SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA




30.4. DIFERENCIAS ENTRE EL SACERDOCIO COMÚN DE LOS FIELES Y EL SACERDOCIO MINISTERIAL


Una vez recibido el bautismo, son dos los modos de participar en el único sacerdocio de Cristo. Cristo, sumo sacerdote y único mediador, ha hecho de la Iglesia «un Reino de sacerdotes para su Dios y Padre» (Apocalipsis 1, 6). Toda la comunidad de los creyentes es, como tal, comunidad sacerdotal. Los fieles ejercen su sacerdocio bautismal, o también llamado “sacerdocio común” a través de su participación, cada uno según su vocación propia, en la misión de Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey. Por los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación los fieles son «consagrados para ser... un sacerdocio santo».

El sacerdocio ministerial o jerárquico de los obispos y de los presbíteros, y el sacerdocio común de todos los fieles, «aunque su diferencia es esencial y no sólo en grado, están ordenados el uno al otro; ambos, en efecto, participan, cada uno a su manera, del único sacerdocio de Cristo». ¿En qué sentido? Mientras el sacerdocio común de los fieles se realiza en el desarrollo de la gracia bautismal (vida de fe, de esperanza y de caridad, vida según el Espíritu), el sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio común, en orden al desarrollo de la gracia bautismal de todos los cristianos. Es sacerdocio ministerial porque participa de la gracia capital de Cristo Cabeza, de su Cuerpo Místico, que es la Iglesia. Es uno de los medios por los cuales Cristo no cesa de construir y de conducir a su Iglesia. Por esto es transmitido mediante un sacramento propio, el sacramento del Orden.

Así, pues, en el único sacerdocio de Cristo se puede participar de dos modos. En virtud del sacramento del Bautismo y de la Confirmación todo bautizado está unido al sacerdocio único de Cristo, es la participación en el sacerdocio real, que es el sacerdocio común de los fieles, en el que cada bautizado según su vocación participa, a su manera, del sacerdocio único de Cristo. Los bautizados pueden ofrecer sus sacrificios y sus vidas por Cristo y con El y en El,  al Padre.
        
Pero además de esta participación del único sacerdocio de Cristo de todos los bautizados, se da también el sacerdocio ministerial, o jerárquico, que es un sacramento que consagra al que lo recibe, configurándolo de un modo particular con Jesucristo Sumo Sacerdote para actuar en la misma persona de Cristo, Cabeza del Cuerpo Místico de la Iglesia.
        
El sacramento del Orden imprime en el alma un carácter espiritual indeleble, distinto del Bautismo y al de la Confirmación, en virtud del cual el que lo recibe queda marcado para siempre. Este sacramento del sacerdocio ministerial es una vocación especial a la que uno se siente llamado por el mismo Cristo y que el Obispo con prudencia y discernimiento verá si el candidato tiene las condiciones requeridas para ser ordenado.
        
El Concilio Vaticano II en L.G. nº 10, dice: "El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, aunque diferentes esencialmente y no solo de grado, se ordenan sin embargo el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único Sacerdocio de Cristo. El sacerdocio ministerial por la potestad sagrada de que goza, forma y dirige el pueblo sacerdotal, confecciona el sacrificio eucarístico en la persona de Cristo y lo ofrece en nombre de todo el pueblo a Dios. Los fieles, (laicos), en cambio, en virtud de su sacerdocio regio, concurren a la ofrenda de la Eucaristía y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias, mediante el testimonio de una vida santa, en la abnegación y en la caridad operante". L. G. Nº 10. 



30.5.  EL LAICO, PARTÍCIPE DE LA FUNCIÓN PROFÉTICA Y EVANGELIZADORA: (FUNCIÓN PROFÉTICA)

        
Según L. G. los laicos participan también de la función profética de Cristo. (N°12; 31; 35). En el N T, se nos dice que tenemos un solo y eterno Sacerdote, un solo Pontífice y Mediador. Cristo que es Sacerdote para siempre. Por el bautismo los laicos están llamados a ser testigos de Cristo, junto con la jerarquía, he aquí algunos ejemplos:


  • "(los laicos) han de ser testimonio de Cristo en todo lugar, y a quien se lo pidiera han de dar también razón de la esperanza que tienen en la vida eterna". Nº 10
  • "Deben de dar testimonio de una vida santa". Nº 10.
  • "Por el Bautismo, deben de confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia", Nº 11
  • "Por la confirmación, se enriquecen con una fortaleza especial del Espíritu Santo, y de esta forma se obligan de una manera más estrecha a difundir y defender la fe con sus palabras y sus obras". Nº 11.
  • "Los laicos se muestran como hijos de la promesa, cuando fuertes en la fe y en la esperanza, aprovechan el tiempo presente y esperan con paciencia la gloria futura", Nº 35
  • "Los laicos se hacen valiosos pregoneros de la fe y de las cosas que esperamos, si asocian sin desmayo, a la vida de fe la profesión de la fe. Esta evangelización, es decir, el mensaje de Cristo pregonado con el testimonio de la vida y de la palabra, adquiere una nota específica y una peculiar eficacia por el hecho que de que se realiza dentro de las comunes condiciones de la vida en el mundo". Nº 35.
        
Y una vez más, es sobre todo en la vida matrimonial y familiar donde este tipo de apostolado es ejercido por los laicos.  L. G, Nº 35, dice:  "En esta tarea (de evangelización) resalta el gran valor de aquel estado de vida santificado por un especial sacramento, a saber, la vida matrimonial y familiar. En ella el apostolado de los laicos halla una ocasión de ejercicio y una escuela preclara si la religión cristiana penetra toda la organización de la vida y la transforma más cada día. Aquí los cónyuges tienen su propia vocación : el ser mutuamente y para sus hijos testigos de la fe y del amor de Cristo. La familia cristiana proclama en voz muy alta tanto las presentes virtudes del Reino de Dios como la esperanza de una vida bienaventurada. De tal manera, con su ejemplo y su testimonio, arguye al mundo de pecado e ilumina a los que buscan la verdad".
        
Cristo ha dado a los laicos también la gracia de la palabra, siempre con el fin de hacerlos más aptos partícipes de su misión profética, Nº 35. Así pues la gracia de la palabra con la que Cristo adornó a los laicos para que participaran más fácilmente de su misión profética y para que la fuerza del Evangelio brillara más en la vida cotidiana, familiar y social, Nº 35; es un don especial del Espíritu Santo, que no ha de faltar a quien se dedique sinceramente al apostolado de la evangelización.



30.6. EL LAICO, MIEMBRO DEL PUEBLO REAL Y SU APOSTOLADO DE ANIMACIÓN

        
Cristo es nuestro eterno Sumo Sacerdote único Mediador y sumo Pontífice y en El dan sido incorporados todos los bautizados, que se hicieron así el Pueblo Sacerdotal de Dios. Cristo es nuestro gran Profeta y Maestro y en El los bautizados han sido incorporados para participar también de su misión de Rey, Pastor, y Señor del nuevo y universal pueblo de los hijos de Dios. L G Nº 13.
        
L. G. en el Nº 36 : "El Señor quiere dilatar su Reino también por medio de los fieles laicos, un reino de verdad y de vida, un reino de santidad y de gracia, un reino de justicia, de paz y de amor, en el cual la misma creatura quedará libre de la servidumbre de la corrupción para pasar a participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios". Sin embargo, la cooperación en este servicio real supone una concepción cristiana de la vida y del mundo, un conocimiento profundo de toda la creación y su valor eternos. Por esto el concilio continúa : "Deben, pues, los fieles, conocer la naturaleza íntima de las cosas, su valor y su ordenación a Dios". Una vez imbuidos de esta concepción cristiana del mundo, podrán los laicos comenzar su apostolado más específico: el de animación, esfuerzo de informar con el espíritu cristiano la mente y las costumbres, las leyes y las instituciones sociales o comunitarias.

Este es el apostolado de la restauración del orden temporal. Este orden incluye los bienes de la vida y de la familia la cultura, la economía, las artes, las profesiones, la política nacional que debe mirar al mayor bien común, y en fin a todo progreso. De ahí la necesidad del apostolado de animación y de restauración del orden temporal, a los laicos les corresponde iluminar y organizar todos los asuntos temporales a que se realicen según el espíritu de Cristo".  L. G. N.º 31.


30.7. LA FAMILIA LUGAR IDEAL PARA LA VIVENCIA Y PRÁCTICA DE LA VIDA CRISTIANA

El Concilio Vaticano II en el decreto sobre el Apostolado Seglar en el Nº  11, d, dice: "Esta misión de ser la cédula primera y vital de la sociedad, la familia la ha recibido directamente de Dios. Cumplirá esta misión si, por la mutua piedad de sus miembros y la oración co­mún dirigida a Dios, se ofrece como santuario doméstico de la Igle­sia; si la familia entera se incorpora al culto litúrgico de la Igle­sia; si, finalmente, la familia practica el ejercicio de la hospita­lidad y promueve la justicia y demás obras buenas al servicio de to­dos los hermanos que padecen necesidad".
         
En la familia cristiana tiene el amor de Dios creador y redentor u­na expresión visible en el amor conyugal y en el amor de los hijos, que, juntamente con todos los goces naturales que supone la vida fa­miliar, va regado con la sangre de la cruz y constituye una fuente de santificación inapreciable amor a los padres enfermos y ancia­nos, a quienes hay que cuidar: "Aprendan a practicar primero la pie­dad filial con su propia familia y a recompensar a sus progenitores, porque esto es agradable a Dios", l Tim 5, 4.  Los hijos pues tienen contraída con sus progenitores una obligación de piedad y de respeto, que, además, es de justicia porque han recibido mucho de sus pa­dres y tienen hacia ellos un deber estricto de retorno, 1 Cor 7, 3. Así el cariño, el respeto, la paciencia, son parte de lo que los hijos han de dar en retorno a sus  padres, juntamente con la asistencia material.
         
En la familia está el amor conyugal, con todo lo que tiene de dona­ción personal mutua. Y si es verdadera la entrega, a semejanza de la de Cristo a su Iglesia, Efes 5, 21-33, ello lleva entrañado el sacri­ficio y la renuncia continua, el dominio de sí mismo, la paternidad responsable. Finalmente en la familia se ejercita el sentido del de­ber y la obligación con el oficio, trabajo profesional u otro traba­jo que realice uno o ambos cónyuges. El trabajo material, con la monotonía, exigencias y responsabilidades es un terreno ideal para desarrollar el campo del apostolado del laico. Todo esto es una as­cesis laical, constante, difícil y ardua y requiere gran espíritu cris­tiano para llevarlo a cabo. Es aquí donde el laico siente su deber de dar testimonio de Cristo para que el Reino de Dios se instaure en medio de las realidades terrenas.
         
El decreto "Apostolicam Actuositatem" del Concilio Vaticano II sobre el apostolado de los seglares enumera en 6 capítulos en ser y la misión del laico:
1.- Expone la vocación de los laicos en la Iglesia. Capítulo 1º
2.- Los fines que hay que conseguir. Capítulo 2º
3.- Los diversos campos de apostolado. Capítulo 3º
4.- Los modos diversos de apostolado. Capítulo 4º
5.- Las disposiciones que hay que tener presente. Capítulo 5º 
6.- La formación necesaria para el apostolado. Capítulo 6º
         
Finalmente tomamos del mismo decreto el Nº 2 en el que habla de la par­ticipación de los seglares en la misión salvífica de la Iglesia: "En la Iglesia hay diversidad de ministerios, pero unidad de misión. Los Apóstoles y sus sucesores recibieron de Cristo el encargo de enseñar, santificar y regir en su nombre y con su autoridad. Pero los seglares cumplen en la Iglesia y en el mundo la parte que les corresponde en la misión de todo el Pueblo de Dios, al haber sido hechos partícipes en el ministerio sacerdotal, profético y real de Cristo.
         
Ejercen realmente el apostolado con su trabajo por evangelizar y san­tificar a los hombres y por perfeccionar y saturar el orden temporal del espíritu evangélico; de tal forma que su actividad en este terre­no dé un claro testimonio de Cristo y sirva para la salvación de los hombres".



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Agradecemos al P. Ignacio Garro S.J. por su colaboración.


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