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La Iglesia - 37º Parte: La Universal vocación a la Santidad en la Iglesia - La vocación y misión laical

P. Ignacio Garro, S.J.

SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA



30.2.2. La Vocación Laical
      
El Concilio Vaticano II, en Lumen Gentium, Nº 31, dice acerca de los laicos: “Con el nombre de laicos se designan aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la Iglesia. Es decir, los fieles, que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos  les corresponde”.
         
El carácter peculiar del laico es  vivir y trabajar en medio del mundo secular y dice en L.G. nº 31: "Viven en el siglo, es decir, en todas y cada una de las actividades y profesiones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su existencia está entretejida. Allí están llamados por Dios para que, cumpliendo su propio cometido, guia­dos por el espíritu evangélico, contribuyan desde dentro a la santifi­cación del mundo a manera de fermento, y de este modo manifiesten a Cristo a los demás, brillando ante todo con el testimonio de su vida, de su fe, esperanza y caridad".    
         
Laico viene del griego: "Laos" que designa al pueblo, a la masa del pue­blo, en oposición a la clase dirigente. Es un término desconocido en la Biblia. Clemente Romano es el primer escritor eclesiástico en el que aparece en este sentido: "Al gran sacerdote han sido conferidas funciones especiales; a los presbíteros se les han asignado lugares particulares; los laicos están ligados por preceptos propios de los laicos". l Clemente 40,5.
         
En el S. III es corriente el uso de los términos clero, laico para sig­nificar la diferencia jerárquica dentro de la Iglesia. El laico es aquel miembro del Pueblo de Dios que no participa de los poderes jerárquicos. La historia de los términos de laico justifica la definición dada por la Constitución Lumen Gentium. El laico se define por­:
         
  • Por el sacerdocio común, por ser un miembro de la Iglesia, del Pueblo de Dios.
  • Por su misión específica dentro de este pueblo de Dios. Como miembro del pueblo de Dios, tiene la misión común a todo el Cuerpo Místico de Cristo en orden a su propia santificación y en or­den al testimonio cristianos ante las gentes. Como miembro laico tiene la misión específica de realizar esa misión en contacto con el mundo y en relación directa con lo profano.
  • Esta misión particular, dentro de lo común, le di­ferencia tanto del clero, cuya misión directa y específica es la trans­misión de la palabra de Dios, y de la vida sacramental, como del religioso, cuya misión particular es dar testimonio de la trascendencia por medio de la oblación y renuncia al mundo.



30.2.3. La misión del  Laico en el mundo
         
Acerca de la misión de los laicos en la misión de la Iglesia, L.G. nº 33 dice: “Ahora bien, el apostolado de los laicos es participación en la misma misión salvífica de la Iglesia, apostolado al que todos están destinados por el Señor mismo, en virtud del bautismo y de la confirmación”. “Los laicos están especialmente llamados a hacer presente y operante a la Iglesia en aquellos lugares y circunstancias en que sólo puede llegar a ser sal de la tierra a través de ellos. Así, todo laico, en virtud de los dones que le han sido otorgados, se convierte en testigo y simultáneamente en vivo instrumento de la misión de la misma Iglesia en la medida del don de Cristo”.
         
Lo propio y específico del laico es la secularidad, que el Concilio considera desde tres ángulos distintos, pero complementarios­.
         
  • a. La acción en los asuntos temporales.
  • b. La convivencia con el mundo.
  • c. La acción de fermento para la santidad del mundo desde dentro.

        
30.2.3.1. La acción en los asuntos temporales
         
Estamos asistiendo a una progresiva y total desacralización del mundo. Pero, bien entendida esa desacralización, ello no significa otra cosa sino que la civili­zación tiende a emanciparse, tiende a su madurez y a recuperar su propia autonomía. Porque lo profano, en oposición a lo sagrado, no significa otra cosa sino que conserva la realidad concreta de sus fines propios y la consistencia de su naturaleza, sin ser apartado, segregado o consagrado para fines religiosos. Así, el mundo, las realidades terrestres, el bien social de los pueblos, el desarrollo eco­nómico, cultural, científico tienen su propio fin inmanente. También, sin duda, un fin sometido al fin supremo y sobrenatural del hombre, pero tienen en sí un valor de fin intramundano y no solamente de me­dio. Cualquier civilización humana, por muy impregnada que esté de ­principios cristianos, permanecerá autónoma en su orden, porque la gracia no ha venido a suprimir la naturaleza, sino a perfeccionarla.
         
Pero si el mundo se ha desacralizado, la actividad terrena del hombre cristiano no deja de ser profana. Pues bien, en esa actividad profa­na es donde el seglar cristiano, el laico, encuentra su actividad es­pecífica de su quehacer "temporal".'
         
Cristo ha venido a recapitular todas las cosas en El y a salvar al hombre todo entero en su concreta existencia humana. Para ello ha instituido a su Iglesia, compuesta por hombres, ciudadanos de la ciu­dad terrestre. Dentro de esta Iglesia hay hombres liberados, testigos de Cristo y ministros de sus misterios, que prestan a la humanidad el gran servicio de transmitir la palabra y el mensaje de Cristo. Estos hombres son la jerarquía de la Iglesia en su triple grado y en su triple dimensión de enseñar, santificar y gobernar al pueblo de Dios.     
         
El seglar en cambio, no tendrá necesidad alguna de abandonar su puesto ni su actividad profana en la construcción de un mundo más justo y más humano para realizarse plenamente como cristiano. Pues por el hecho del bautismo, el cristiano no renuncia a su  puesto en el mundo, ni siquiera modifica su posición en el mundo; pues el bautismo no influ­ye estructuralmente en esta posición, sino entitativa y significativa­mente. Entitativamente, porque recibe el ser de la gracia, y permane­ciendo un hombre, es hecho hijo de Dios. Significativamente, porque su trabajo adquiere un nuevo sentido, como trabajo realizado por un miem­bro del Cuerpo Místico de Cristo.
         
El Conc. Vat. II en L. G. Nº 36  asume que a los laicos compete la tarea secular, trabajar en el mundo, entendido en el sentido de la creación buena y bella querida por Dios, ése es el campo específico del laico: intervenir en todo lo que se refiere al bien común y a la extensión del Reino de Dios,  implicados en las realidades terrenas como son: la política, la familia, la profesión, la ciencia, los medios de comunicación. Laico es el que vive con Cristo en medio del mundo a ellos les toca ordenar todas las cosas de este mundo según Cristo y buscar su santificación en medio del mundo
         
Así, el cristiano laico que, sin dejar su puesto en el mundo, trabaja por la justicia por la paz, por el progre­so económico, social o científico, realiza al mismo tiempo los planes del Creador y devuelve al mundo a su unidad primitiva, sometiéndolo al imperio del Dios hombre, constituido Señor del universo: "porque tam­bién la creación será liberada de la servidumbre de la corrupción, pa­ra participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios",  Rom 8, 20-21.
         
Por la actividad del laico en el mundo profano es por lo que sin per­der su autonomía pudiera decirse que todo lo profano se consagra en su verdadera dimensión profunda, como obra del Creador: "Todo es vues­tro, y vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios", l Cor 3, 22-23.


30.2.3.2. La convivencia en el mundo
         
El laico tiene que vivir directamente con las realidades del mundo. El mundo no puede concebirse como algo malo. No hablamos de "mundo" en el sentido que nos habla S. Juan para el que "mundo" es lo que proviene del Malo, del príncipe de las Tinieblas, es el mundo del pecado, de las actitudes pecaminosas. Nosotros tomamos "mundo" en el sentido material, físico, de la palabra, a saber, aquellas realidades que se dan en la existencia temporal y que tienen su autonomía propia, hablamos del "mundo del tra­bajo", del "mundo de la ciencia", etc, etc.
         
Este mundo tiene un sentido positivo en la realización del plan divino, y no es apartándose de él como se conseguirá la acción terrena se someta a las leyes divinas, sino actuando desde dentro, como fermento de la divinidad. Así, el Concilio Vaticano II,  en el decreto sobre el Apostolado Seglar Nº 2, b: "Dios llama a los laicos a que con el fervor del espíritu cristiano ejerzan su apostola­do en el mundo a manera de fermento". En L. G. Nº 31, b: "Allí, (en el mundo, los laicos) están llamados por Dios para que, desempañando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento".
         
En G. et   S, Nº 43, d : "Los laicos, que desempeñan parte activa en toda la vida de la Iglesia, no solamente están obligados a cristianizar el mundo, sino, que además, su vocación se extiende a ser testigos de Cris­to en todo, momento en medio de la sociedad humana". En el decreto sobre la Actividad Misionera, Nº 15, g : "Es propio de los laicos, repletos del Espíritu Santo, el animar desde dentro, a modo de fermento, las realidades temporales y el ordenarlas de forma que se ha­gan continuamente según Cristo".


30.2.3.3. Fermento en el mundo
         
Hemos dicho anteriormente que el laico cris­tiano: "Debe de actuar como fermento en el mundo para santificarlo des­de dentro". L G, Nº 31. Porque no es lo mismo santificar que "sacralizar". El mundo no debe de perder su consistencia y su relativa independencia y autonomía, es decir, su profanidad. Pero el cristiano que actúa en él desde dentro debe de saber ordenar según Dios todos los asuntos tem­porales y dotar del verdadero espíritu cristiano a todas las activida­des terrenas. Así, la construcción de la ciudad terrena sirve al cris­tiano de medio de santificación al par que le convierte en instrumento de glorificación de Dios.
         
Esta misión del laico en la Iglesia es insustituible, pues sólo por la in­serción en el mundo podrá realizar la santificación del mundo y la re­capitulación de todas las cosas en Cristo, desde el interior de las mis­mas estructuras. Así, la Iglesia, por medio de sus miembros laicos, lle­va a cabo su misión de : "reconciliar todas las cosas, lo que hay en la tierra y en los cielos", Col 1, 18-20, para que : "por medio de la Igle­sia, sea manifestada la multiforme sabiduría de Dios", Efes 3, 10.
         
De este modo, todas las cosas creadas, que, por la ruptura del pecado, se habían encerrado sobre sí mismas y no daban gloria a Dios, que obje­tivamente le estaban destinadas a dar, se abren de nuevo al plan de Dios y, mediante el hombre redimido, glorifican a Dios en el servicio del hombre y en la conciencia humana.


30.3. LA MISIÓN DEL LAICO DENTRO DE LA IGLESIA
         
Además de la acción específica del laico en el mundo, le competen una serie de derechos y obliga­ciones emanadas de su cualidad de miembro vivo del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Los laicos como lo subraya la Constitución Lumen Gentium, tienen de común con la jerarquía y con los religiosos la dignidad ema­nada del bautismo, la gracia de filiación de Hijos de Dios, la vocación a la santidad, la esperanza de la misma salvación, la misma fe y cari­dad. De esta unidad intrínseca entre los miembros de la Iglesia se pue­den colegir algunas consecuencias:
         
  • El laico al ser bautizado participa del Sacerdocio real de Jesucris­to y esto bajo la triple faceta de Cristo Sacerdote, Profeta y Pastor.
  • El laico, perteneciente al pueblo sacerdotal de Dios y su apostolado de santificación (Función santificadora).

         
En efecto, por la regeneración y la unción del Espíritu Santo, los bautizados son consagrados como templos del Espíritu y poseen el Sacerdocio real, así lo enseña  L. G, Nº 10. Y en el N°34 hablando directamente de los laicos, el Concilio explica que el Sumo y Eterno Sacerdote, uniendo a los laicos íntimamente a su vida y su misión, les concede parte de su función sacerdotal en el ejercicio del culto espiritual, a fin de que Dios sea glorificado y los hombres se salven.
         
Nunca ningún documento del Magisterio eclesiástico había  hablado de ma­nera tan positiva y explícitamente de este sacerdocio común, o sa­cerdocio real, (en distinción del sacerdocio ministerial). Por lo tanto se puede hablar de "pueblo sacerdotal", Nº 10. O de la "comuni­dad sacerdotal". Nº 11. El documento explica la acción propiamente sa­cerdotal de los laicos, se habla del sacerdocio real :
  • "Para que por medio de todas las obras del cristiano ofrezcan sacrificios espirituales", Nº 10 
  • "Para que anuncien las maravillas de Quien los llamó de las ti­nieblas a su luz admirable". Nº 10
  • "Para perseverar en la oración y todos alaben a Dios". Nº 10
  • "Para ofrecerse a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios". Nº 10
  • "Para participar en la oblación de la Eucaristía". Nº 11
  • "En la recepción de los sacramentos". Nº 11.
  • "En la oración, en la acción de gracias, por el testimonio de una vida santa, por la abne­gación y por la caridad activa". Nº 10.



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Agradecemos al P. Ignacio Garro S.J. por su colaboración.



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