Es una verdad evangélica que las vocaciones sacerdotales
tienen que ser pedidas con la oración. Jesús lo subraya en el Evangelio cuando dice:
“¡La mies es abundante, pero los obreros son pocos!
¡Rogad, pues, al Dueño de la mies que mande obreros!” (Mt 9,37-38).
Nos ofrece al respecto un ejemplo particularmente significativo, la inglesa Eliza Vaughan, madre de familia y mujer dotada de espíritu sacerdotal, que rezó mucho por las vocaciones.
Eliza provenía de una familia
protestante, la de los Rolls, que fundó sucesivamente la famosa industria
automovilística Rolls-Royce, pero desde joven, durante su permanencia y
educación en Francia, quedó muy impresionada por el ejemplar compromiso de la
Iglesia católica con los pobres.
En el verano del 1830, después
de su matrimonio con el coronel John Francis Vaughan, Eliza, a pesar de la
fuerte resistencia por parte de sus parientes, se convirtió al catolicismo.
Había tomado esta decisión con convicción y no sólo porque había entrado a
formar parte de una conocida familia inglesa de tradición católica. Los antepasados
Vaughan, durante la persecución de los católicos ingleses bajo el reino de
Isabel I (1558-1603), habían aceptado la expropiación de los bienes y la cárcel
en lugar de renunciar a su fe.
Courtfield, la residencia originaria de la familia
del esposo, durante las décadas del terror, se volvió un centro de refugio para
sacerdotes perseguidos, un lugar donde en secreto se celebraba la Santa Misa.
Desde entonces pasaron casi tres siglos, pero nada cambió en el espíritu
católico de la familia.
Foto: Convencida de la potencia de
la oración silenciosa y fiel, Eliza Vaughan dedicaba cada día una hora a la
adoración en la capilla doméstica, rezando por las vocaciones en su familia.
Volviéndose madre de seis sacerdotes y cuatro religiosas, fue escuchada abundantemente.
Muerta en 1853, Mamá Vaughan fue enterrada en Courtfield, en la propiedad de
familia tanto amada por ella. Hoy Courtfield es un centro para ejercicios
espirituales de la diócesis inglesa de Cardiff. Inspirándose en la santa vida
de Eliza, en 1954, la capilla doméstica fue consagrada por el obispo como “Santuario de Nuestra Señora de las
vocaciones”, título que fue confirmado en el 2000.
Demos nuestros hijos a Dios
Convertida en lo profundo del corazón, llena de celo, Eliza propuso al
marido dar sus hijos a Dios. Esta mujer de elevadas virtudes rezaba cada día
durante una hora delante del Santísimo Sacramento en la capilla de la
residencia de Courtfield, pidiéndole a Dios una familia numerosa y muchas
vocaciones religiosas entre sus hijos. ¡Fue atendida! Tuvo 14 hijos y murió
poco después del nacimiento del último hijo en 1853. De los 13 hijos que
vivieron, entre los cuales ocho varones, seis se ordenaron sacerdotes: dos en
órdenes religiosas, un sacerdote diocesano, uno obispo, un arzobispo y un
cardenal. De las cinco hijas, cuatro fueron consagradas religiosas. ¡Qué
bendición para la familia y cuáles efectos para toda Inglaterra!
Todos los hijos de la familia
Vaughan tuvieron una infancia feliz, porque en la educación su santa madre
poseía la capacidad de unir de manera natural la vida espiritual y las
obligaciones religiosas con las diversiones y la alegría. Por voluntad de la
madre, formaban parte de la vida cotidiana la oración y la Santa Misa en la
capilla doméstica, como también la música, el deporte, el teatro no
profesional, la equitación y los juegos. Los hijos no se aburrían cuando la
madre les contaba la vida de los santos, que lentamente se volvieron para ellos
íntimos amigos. Eliza se hacía también acompañar por los hijos durante las
visitas a los vecinos enfermos y a los que sufrían, para que pudieran en estas
ocasiones aprender a ser generosos, a realizar sacrificios, a donar a los pobres
sus ahorros o los juguetes.
Ella murió poco después del
nacimiento del decimocuarto hijo, John. Dos meses después de su muerte, el
coronel Vaughan, convencido que ella había sido un don de la Providencia,
escribió en una carta: “Hoy,
durante la adoración, agradecí al Señor, porque pude devolverle mi amada
esposa. Le abrí mi corazón con gratitud por haberme donado Eliza como modelo y
guía; a ella me une todavía un vínculo espiritual inseparable. ¡Qué consuelo
maravilloso y cuánta gracia me transmite! Todavía la veo como siempre la vi
delante de Santísimo, con su pura y humana gentileza, que le iluminaba el
rostro durante la oración”.
Obreros en la Viña del Señor
Las numerosas vocaciones en el
matrimonio Vaughan son realmente una insólita herencia en la historia de Gran
Bretaña y una bendición que provenía sobre todo de la madre Eliza.
Cuando Herbert, el hijo mayor, a
dieciséis años anunció a sus padres de quería ser sacerdote, las reacciones
fueron diferentes. La madre, que había rezado mucho por esto, sonrió y dijo: “Hijo
mío, lo sabía desde hace tiempo”. El padre en cambio necesitó un poco de
tiempo para aceptar el anuncio, porque justamente sobre el hijo mayor, el
heredero de la casa, había repuesto muchas esperanzas y había pensado para él
una brillante carrera militar. ¿Cómo hubiera podido imaginar que Herbert un día
habría llegado a ser arzobispo de Westminster, fundador de los Misioneros de
Millhill y luego cardenal? Pero también el padre se convenció pronto y escribió
a un amigo: “Si Dios quiere a Herbert para sí, puede tener también a todos
los otros”. Pero Reginaldo se casó, como también Francis Baynham, que
heredó la propiedad de familia. Dios llamó también a otros nueve hijos de los
Vaughan. Roger, el segundo, fue nombrado prior de los Benedictinos y más tarde
el muy querido arzobispo de Sydney, en Australia, donde hizo construir la catedral.
Kenelm se consagró como cisterciense y más tarde sacerdote diocesano. Giuseppe,
el cuarto hijo de los Vaughan, fue benedictino como su hermano Roger y fundador
de una nueva abadía.
Bernardo, quizás el más vivaz de
todos, que amaba mucho la danza y el deporte y que tomaba parte en todas las
diversiones, se hizo jesuita. Se dice que el día anterior a su ingreso en la
orden, participó en un baile y le dijo a su pareja: “Esto que hago con usted
es mi último baile porque me convertiré en jesuita!”. Sorprendida, la joven
exclamó: “¡Pero por favor! Justo usted que ama tanto el mundo y baila
maravillosamente quiere convertirse en jesuita?”. La respuesta, si bien
interpretable de varios modos, es muy bonita: “Justamente por esto me
entrego a Dios!”.
John, el más joven, fue ordenado
sacerdote por el hermano Herbert y más tarde fue obispo de Salford en
Inglaterra. De las cinco hijas de la familia, cuatro se consagraron religiosas.
Gladis entró en la orden de la Visitación, Teresa fue religiosa de la Misericordia,
Claire religiosa clarisa y Mary priora de las Agustinas. También Margareta, la
quinta hija de los Vaughan, hubiera querido ser una religiosa, pero no le fue
posible por la frágil salud. Sin embargo ella vivió en casa como consagrada y transcurrió los últimos años de su vida en
un monasterio.
...
Tomado de Congregatio Pro Clericis
www.clerus.org
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