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La Misa: 1° Parte - La Cena Pascual Judía

P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón, S.J.


1. LA CENA PASCUAL JUDÍA

La Misa Católica tiene una larga historia, tan larga como la existencia d la Iglesia. Más aún, nuestra celebración de la Eucaristía hunde sus raíces en la Cena Pascual del pueblo judío. Por eso podemos hablar con razón de la prehistoria de nuestra Misa, pero de una prehistoria popular, porque lo más interesante en la Cena Pascual de los judíos es la vivencia popular que ella ha sabido despertar a lo largo de los siglos en el corazón de los fieles.

Vamos a recordar cómo fue la Cena Pascual en tiempos de Jesús y cuál era su espiritualidad.


1.1.   El rito de la Cena Pascual Judía

La Cena Pascual en los tiempos de Jesús tenía dos elementos litúrgicos cuyo lazo de unión era el cordero pascual.

El primer elemento del rito era realizado en el templo, allí se sacrificaron los corderos. Según Flavio Josefo en su tiempo se venían a inmolar unos 250000 (Bellum iudaicum VI 9,3) A esta hecatombe se le llamaba la víctima; durante el sacrificio se entonaba el himno Hallel acompañado por la música de varios instrumentos.

El cordero era inmolado por el padre de familia, por el jefe  del grupo o por algún delega suyo.  La sangre de animal era llevada y derramada junto al altar por los sacerdotes en cubos de plata. La cola, el sebo, pulmones, riñones e hígado de los corderos eran quemados como sacrificios en honor de Yavé en el altar y el resto del animal envuelto en la pial era llevado a casa, en donde se asaba a fuego lento y de este modo quedaba listo para la cena.

Los evangelios nos presentan a unos discípulos preparando todo lo necesario para la cena del grupo encabezado por Jesús (Lc. 22,7-13).

El segundo aspecto del rito pascual se realizaba en familia y tenía cuatro partes llamadas seder, correspondientes a las cuatro copas de vino que se bebían durante la cena.

El primer seder era un rito de preparación para la ceremonia religiosa, el padre de familia alaba a dios por el vino diciendo:

“Seas bendito, Eterno, nuestro Dios, Rey del universo que as creado el fruto de la vida".
“Seas bendito, Eterno, nuestro Dios, Rey del universo, que nos ha elegido entre todas las naciones y nos has santificado por tus mandamientos. En tu amor por nosotros, ¡Oh Eterno, Dios nuestro, tú nos has dado las fiestas, las solemnidades y los tiempos sagrados para nuestra alegría y gozo y también nos diste estas fiestas de los ácimos, aniversario de nuestra liberación, convocación santa, recuerdo de la salida de Egipto!"
“Seas bendito, Eterno, nuestro Dios, Rey del universo que nos has dado la vida, nos mantienes con salud y nos has permitido llegar a este tiempo sagrado" (Haggadah, 13-14).

Terminada la bendición bebían todos los presentes de la copa. Sin duda alguna, a esta primera copa alude el evangelista Lucas, cuando nos dice:

“Llegada la hora se puso a la mesa con los apóstoles; y les dijo: Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer...Y tomando una copa, dadas las gracias, dijo: Tomad esto y repartidlo  entre vosotros; porque os digo que a partir de este momento, beberé del fruto de la vida hasta que llegue el Reino de Dios” (Lc. 22,14-18).

A continuación todos se lavaban las manos y el padre de familia o jefe del grupo repartía a los presentes las hierbas amargas mojadas en vinagre. Antes de comerlas se decía la siguiente bendición: 

”Seas bendito, Eterno, nuestro Dios, Rey del universo que creas el fruto de la tierra”.

Se partía después el pan ázimo y el presidente lo mostraba a los comensales diciendo:                                                              

“He aquí el pan de la miseria que nuestros padres comieron en el país de Egipto. Cualquiera que tenga hambre venga a comer con nosotros, que todos los necesitados vengan a celebrar la Pascua con nosotros" (Haggadah, p. 17).

El segundo seder comenzaba, cuando se llenaba de nuevo la copa con el vino y el más joven del grupo hacía la pregunta ritual:

“¿En qué se distingue esta noche de las otras noches?¿Por qué en las otras noches comemos pan ázimo y fermentado y esta noche comemos sólo pan ácimo?¿Por qué las otras noches nosotros comemos toda clase de hierbas y esta noche solo comemos hierbas amargas?¿Por qué en las otras noches comemos sentados o echados y esta noche sólo echados?” (Haggadah, p.17-18).

El jefe del grupo descubría los panes ázimos y decía:

“Nosotros fuimos esclavos del faraón en Egipto y el Eterno, nuestro Dios, nos hizo salir de Egipto a nuestros padres, nosotros, nuestros hijos y nietos, seríamos todavía esclavos de Egipto. Por eso, aunque todos fuéramos sabios, hombres superdotados y ancianos llenos de experiencia  e instruidos en la ley, sería nuestro deber contar la salida de Egipto”(Haggadah, p.19)

Seguidamente el padre de familia o el presidente del grupo levantaban la copa llena de vino, símbolo de la liberación prometida, y decía:

“Esta promesa es la que nos ha sostenido a nosotros y a nuestros  padres.
Porque no ha sido sólo un enemigo el que se ha levantado contra nosotros para exterminarnos, y el Santo, sea bendito, nos ha salvado de sus manos” (Haggadah, p. 28).

Dejada la copa sobre la mesa, el presidente tomaba la palabra para explicar en forma de homilía la salida de Egipto comentando el texto del Deuteronomio (26,5-8), en cumplimiento del mandato bíblico: 

”En aquel día harás saber a tus hijos: Esto es con motivo de lo que hizo conmigo Yavé cuando salí de Egipto”(Éxodo 13,8).

Una vez terminada la homilía el grupo recitaba el símbolo de la fe judía recordando las maravillas obradas por Dios a favor de su pueblo:

“¡Cómo son grandes y numerosos los beneficios hechos por Dios en nuestro favor! El nos ha hecho salir de Egipto. El ha pronunciado un juicio contra los egipcios y contra sus dioses. El golpeó a sus primogénitos. El nos ha dado sus bienes. El ha dividido para nosotros las aguas del mar. El nos ha hecho pasar por el pasar por él con los pies secos. El ahogó allí a nuestros enemigos. El ha provisto a nuestras necesidades en el desierto durante cuarenta años. El nos ha alimentado con el maná. El nos condujo hasta el monte Sinaí. El nos ha dado la ley.El nos ha hecho entrar en el país de Israel. El nos ha construido la casa de elección, en donde encontramos perdón de nuestros pecados“ (Haggadah , p. 43-45).

En seguida el padre de familia explicaba el simbolismo del cordero, del pan ázimo y de las hierbas amargas:


  • El cordero sacrificado recordaba la liberación de los primogénitos judíos y de la muerte de los primogénitos egipcios.
  • El pan ázimo venía a recordar la salida precipitada de los judíos, pues tuvieron que hacer galletas porque la masa no tuvo tiempo para fermentar. Las hierbas amargas recordaban la vida dura y áspera de los judíos en la esclavitud de Egipto. (Haggadah, p. 45-49).

Terminada la parte catequética, el presidente hacía la siguiente monición:

“En todos los siglos cada uno de nosotros tiene el deber  de considerarse a sí mismo, como si el hubiera salido de Egipto. Porque no solo nuestros padres son a quienes el Santo, sea él bendito, ha liberado; a nosotros también nos ha liberado con ellos”.

Y tomando la copa en la mano proseguía:

“Por eso nosotros tenemos el deber de dar gracias, de cantar, de alabar, de glorificar, de exaltar, de celebrar, de bendecir, de magnificar y de honrar a Aquel que ha hecho por nuestros antepasados y por todos nosotros estos milagros. El nos ha conducido de la esclavitud a la libertad,  de la tristeza a la alegría, del duelo a la fiesta, de las tinieblas a la luz, de la servidumbre a la liberación. Cantemos en su honor un cántico nuevo. ¡Aleluya!" (Haggadah, p. 51).

Todos los presentes entonaban los salmos 113 y 114, es decir la primera parte del Hallel. Y el que presidía, volviendo a tomar en sus manos la copa llamada de la “liberación”, oraba así:

“Seas bendito, Eterno, nuestro Dios, Rey del universo, que has liberado de la opresión de Egipto a nuestros padres y nos has permitido a nosotros llegar a esta noche y comer el cordero,  el pan ázimo y las hierbas amargas… Nosotros te damos gracias con un cántico nuevo por nuestra libertad y por nuestra liberación. Seas bendito, Eterno, que has liberado a Israel” (Haggadah, p. 53)

Bebían  todos los comensales de la segunda copa y todos se lavaban las manos. En este momento del rito debemos colocar la escena del lavatorio de los pies a los discípulos narrado por el evangelista San Juan (13,1-16)

El que presidía la cena continuaba diciendo:

“Seas bendito, Eterno, nuestro Dios, Rey del universo que haces salir el pan de la tierra”.

A continuación rompía el pan, comía un trozo y daba a cada uno de los asistentes un pedazo del pan roto. Fue en este momento cuando Jesús dijo a sus discípulos: 

“Este es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío” (Lc. 22,19)

Comido el pan ázimo, se consumían las hierbas amargas y la carne del cordero pascual. A continuación se servía la cena que duraba un largo tiempo. Durante ella los comensales conversaban del sentido religioso de la Pascua, el evangelista Juan nos ha trasmitido las conversaciones de Jesús con sus discípulos en su última cena (Jn 13.18-17,26)

Una vez terminada la cena comenzaba el tercer seder, llenando la copa, llamada de las bendiciones, porque ante ella se recitaba la Gran Bendición Pascual. En efecto el presidente de la ceremonia invitaba a los comensales a dar gracias a Yavé ante la copa llena de vino, símbolo de los favores divinos.
San Lucas nos habla expresamente de este rito realizado por Jesús:

“Igualmente después de cenar, (tomó) el cáliz diciendo: Este cáliz es la Nueva Alianza en mi Sangre que va a ser derramada por vosotros” (Lc. 22,20)

Veamos ahora cómo se desarrollaría en la cena Jesús este rito solemne de la gran alabanza.

Presidente: Bendigamos a nuestro Dios.

Grupo: Bendito el nombre del Señor desde ahora por siempre.

Presidente: Con el asentimiento de los presentes vamos a bendecir a Aquel de cuya magnificencia hemos participado.

Grupo: Bendito Aquel de cuya magnificencia hemos participado y de cuya bondad vivimos.

El Presidente sigue cantando solo así:

“Te alabamos Yavé, Dios nuestro, que has dado a nuestros padres una tierra grande, buena y querida y los sacaste de Egipto y los liberaste de la casa de la esclavitud. Te alabamos por la alianza que has sellado en nuestra carne, por tu ley que nos has enseñado, por tus mandamiento que nos manifiestas, por la vida, la gracia y la misericordia que nos has dado, por el aliento que nos otorgas…
Bendito Yavé, Dios nuestro, Rey del universo, Dios de nuestros padres, Rey nuestro, Creador, Redentor, Santo, Fuerte, Pastor nuestro, Pastor de Israel, Rey lleno de bondad, Benefactor de todo, Tú que diariamente nos prodigas nuevos favores, la prosperidad, la bendición, la ayuda, el consuelo, el alimento, la misericordia, la salud, la paz, la dicha completa… Que el Dios de la misericordia nos envíe al profeta Elías para anunciarnos un feliz mensaje, el auxilio y el consuelo…
Que el Dios de la misericordia nos haga dignos del tiempo del Mesías y de la vida del mundo futuro…” (Haggadah, p. 59-68)

Cuando el presidente terminaba de cantar esta gran alabanza, todos los asistentes bebían con piedad de la copa de las bendiciones y fue en este momento cuando Jesús dio a sus discípulos el cáliz diciéndoles:

“Bebed todos de él, porque ésta es mi Sangre de la Alianza” (Mt 26,27-28)

Se llenaba por cuarta vez la copa con vino para dar comienzo al cuarto seder  y todos los presentes entonaban la segunda parte del Hallel (Salmos 115-118) y el Gran Hallel (Salmo 136)

Con esta emotiva acción de gracias comunitaria, después de beber la cuarta copa, terminaba la cena pascual judía. A ello aluden los evangelistas, cuando dicen: “Cantados los himnos, salieron hacia el monte de los olivos” (Mt 26,30; Mc 14,26)



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Referencia bibliográfica: P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón, S.J. "La Misa en la religión del pueblo", Lima, 1983.
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