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Encuentro con los reclusos



ENCUENTRO CON LOS RECLUSOS

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO


Centro penitenciario (Isernia)
Sábado 5 de julio de 2014


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenas tardes!

Os doy las gracias por vuestra acogida. Y os agradezco por el testimonio de esperanza, que he escuchado de las palabras de vuestro representante. También en el saludo de la directora me ha impresionado esta palabra: esperanza. Este es el desafío,como dije hace dos semanas en el centro penitenciario de Castrovillari: el desafío de la reinserción social. Y para esto se necesita un itinerario, un camino, tanto en lo externo, en la cárcel, en la sociedad, como en el interior, en la conciencia y en el corazón. Realizar el camino de reinserción, que todos debemos hacer. Todos. Todos cometemos errores en la vida. Y todos debemos pedir perdón por estos errores y hacer un camino de reinserción, para no cometerlos más. Algunos hacen este camino en la propia casa, en el propio trabajo; otros, como vosotros, en un centro penitenciario. Pero todos, todos... Quien dice que no tiene necesidad de hacer un camino de reinserción es un mentiroso. Todos nos equivocamos en la vida y también, todos, somos pecadores. Y cuando vamos a pedir perdón al Señor de nuestros pecados, de nuestros errores, Él nos perdona siempre, no se cansa nunca de perdonar. Nos dice: «desanda este camino, porque no te hará bien ir por aquí». Y nos ayuda. Esta es la reinserción, el camino que todos debemos hacer.

Lo importante es no estar inerte. Todos sabemos que cuando el agua se estanca se pudre. Hay un dicho en español que dice: «El agua estancada es la primera en corromperse». No permanecer estancados. Debemos caminar, dar un paso cada día, con la ayuda del Señor. Dios es Padre, es misericordia, nos ama siempre. Si nosotros lo buscamos, Él nos acoge y nos perdona. Como dije, no se cansa de perdonar. Es el lema de esta visita: «Dios no se cansa de perdonar». Nos hace levantar de nuevo y nos restituye plenamente nuestra dignidad. Dios tiene memoria, no es un desmemoriado. Dios no se olvida de nosotros, se acuerda siempre. Hay un pasaje de la Biblia, del profeta Isaías, que dice: Si incluso una madre se olvidara de su hijo —y es imposible— yo no te olvidaré jamás (cf. Is 49, 15). Y esto es verdad: Dios piensa en mí, Dios se acuerda de mí. Yo estoy en la memoria de Dios.

Y con esta confianza se puede caminar, día tras día. Y con este amor fiel que nos acompaña, la esperanza no defrauda. Con este amor la esperanza no defrauda jamás: un amor fiel para ir adelante con el Señor. Algunos piensan que hacen un camino de castigo, de errores, de pecados y que sólo es sufrir, sufrir, sufrir... Es verdad, es verdad, se sufre. Como dijo vuestro compañero, aquí se sufre. Se sufre dentro y se sufre también fuera, cuando uno ve que la propia conciencia no es pura, está sucia, y quiere cambiarla. Ese sufrimiento que purifica, ese fuego que purifica el oro, es un sufrimiento con esperanza. Hay algo hermoso, cuando el Señor nos perdona no dice: «Yo te perdono, ¡arréglatelas!». No, Él nos perdona, nos toma de la mano y nos ayuda a seguir adelante en este camino de la reinserción, en la propia vida personal y también en la vida social. Esto lo hace con todos nosotros. Pensar que el orden interior de una persona se corrija solamente «a bastonazos» —no sé si se dice así—, que se corrija solamente con el castigo, esto no es de Dios, esto es un error. Algunos piensan: «No, no, se debe castigar más, más años, de más». Esto no resuelve nada, ¡nada! Enjaular a la gente porque —disculpad la palabra— por el solo hecho de que si está dentro estamos seguros, esto no sirve, no nos ayuda. La cosa más importante es lo que hace Dios con nosotros: nos toma de la mano y nos ayuda a seguir adelante. ¡Y esto se llama esperanza! Y con esta esperanza, con esta confianza se puede caminar día tras día. Y con este amor fiel, que nos acompaña, la esperanza verdaderamente no defrauda.

Os doy las gracias por la acogida. Y quisiera... me viene ahora decirlo, porque siempre lo siento, también cuando cada quince días hablo por teléfono a una cárcel de Buenos Aires, donde hay jóvenes y hablamos un poco por teléfono. Os hago una confidencia. Cuando me encuentro con uno de vosotros, que está en un centro penitenciario, que está caminando hacia la reinserción, pero que está detenido, sinceramente me hago esta pregunta: ¿por qué él y no yo? Lo siento así. Es un misterio. Pero partiendo de este sentimiento, de este sentir yo os acompaño.
Podemos rezar juntos a la Virgen, nuestra Madre, para que nos ayude, nos acompañe. Es Madre. Avemaría...

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Tomado de:
www.vatican.va
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