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El libro del Apocalipsis - 1° Parte: Orígenes y contexto

P. Fernando Martínez Galdeano, S.J.



Nos encontramos ante el libro que aparece en el último lugar en las ediciones de la Biblia. Es un libro muy difícil de leer, pero es también uno de esos libros que vale la pena leer, incluso de forma esforzada, porque su visión acerca del sufrimiento de los cristianos acaba por desembocar en un futuro digno de Dios y de los hombres.

La palabra "apocalipsis" es la transcripción de un término griego que se traduce por "desvelar lo oculto", en su significado de "prever el futuro". En consecuencia, el género literario "apocalíptico" aplicado a la Sagrada Escritura expresa en forma de visiones lo que su autor sagrado percibe, inspirado desde lo más alto. Lo importante aquí, no son tanto las palabras sino las imágenes, es decir, los símbolos, lo que éstos encierran y tratan de decirnos. Cuando el vidente nos describe una visión, traduce en símbolos el mensaje que Dios le sugiere y desvela lo que sólo él parece saber.

El autor del Apocalipsis se ampara en la autoridad del apóstol Juan, pero éste no es su verdadero autor. Sería, más bien, un discípulo suyo, sabedor de su teología y con gran conocimiento del Antiguo Testamento, que participa de las tribulaciones que estaban padeciendo los creyentes cristianos. La fecha de su composición se fija y establece hacia el año 95, "en los terminales días del tiránico Domiciano" (81-96 d.C.) conforme a los datos de san Ireneo.

¡MIRADLE CÓMO VIENE ENTRE LAS NUBES!
TODOS LE VERÁN, INCLUSO LOS QUE LE TRASPASARON
Y TODAS LAS NACIONES DE LA TIERRA
PRORRUMPIRÁN EN LLANTO POR SU CAUSA. SÍ. AMÉN.
"YO SOY EL ALFA Y LA OMEGA", DICE EL SEÑOR DIOS,
EL QUE ES, EL QUE ERA Y QUE ESTÁ PARA LLEGAR,
EL SEÑOR DE TODO.
Ap 1,7-8


Las dos edades

El Apocalpisis forma parte de una literatura de origen judío que estuvo muy en boga entre los siglos IV (a.C.) y II (d.C.)

Los judíos no podían olvidar en modo alguno que eran el pueblo elegido de Dios. Esto venía a significar que ellos legarían a tener la preeminencia por encima de todas las naciones del mundo. Sin embargo, la historia de Israel desmentía una y otra vez sus esperanzas. Como reacción a esta terca frustración fue surgiendo la teoría de que la historia se dividiría en dos edades (eras): la era presente, que era mala y sin esperanza alguna; y la era futura, la que habría de venir, que sería justa y santa y que pertenecía a Dios. En esta segunda, el pueblo elegido estaría en su lugar,en el que le correspondía por predilección de Yahvé.


LOS SIETE MENSAJES
A LA IGLESIA DE EFESO: "¡VUELVE AL AMOR PRIMERO!"
A LA IGLESIA DE ESMIRNA: "¡PERMANECE FIEL EN LA PRUEBA!"
A LA IGLESIA DE PÉRGAMO: "¡HAZ FRENTE AL ERROR!"
A LA IGLESIA DE TIATIRA: "¡CONSERVA INTACTA MI ENSEÑANZA!"
A LA IGLESIA DE SARDES: "¡CAMBIA DE CONDUCTA!"
A LA IGLESIA DE FILADELFIA : "¡SIGUE MANTENIÉNDOTE FIEL!"
A LA IGLESIA DE LAODICEA: "¡SAL DE TU TIBIEZA!"


¿Cómo sucedería ésto? Ellos confiaban en una intervención directa del poder de Dios. El día esperad de la manifestación de su poder se llamaba "el Día del Señor" (el "Gran Día" de Yahvé). La nueva y futura era nacería de modo terrible, como si fuera un parto acompañado de su dolor. Pero el cambio a mejor iba a ser total.

La literatura apocalíptica judía se estructuraba, por tanto, bajo la influencia de este esquema. Describe el pecado y maldad de la edad presente, luego una transición colmada de catástrofes pavorosas, y al final la paz y amistad del tiempo nuevo. Todo ello se narra en forma de sueños y visiones, particularmente cuando las imágenes y símbolos señalan hacia ese futuro nuevo.

El libro que comentamos es un apocalipsis cristiano. Pero a su vez también fue redactado conforme al esquema judío de estas dos edades: nuestra era presente va camino de su auto-aniquilación, dominada por las fuerzas del mal; y será reemplazada de forma absoluta por otra era, la de unos cielos nuevos y la de una tierra nueva, cuando Dios haya transfigurado todas las cosas. El "Gran Día" será el de la venida de Cristo en fuerza y poder desde lo alto.


DOMICIANO (81-96): Sucede al emperador Tito (79-81) al mando del imperio romano y ha pasado a la historia como un tirano cruel y sanguinario, a causa de su ambición y su carácter autoritario. Acabó exigiendo el apelativo de "dominus et deus" (señor y dios) e impuso que le fueran tributados honores divinos. De esta manera surge la segunda persecución contra los cristianos, particularmente en Asia Menor, donde se practicaba el rito del culto al emperador. Por su rechazo, los miembros de las comunidades cristianas se exponían a ser perseguidos y torturados. El libro del Apocalipsis está dirigido sobre todo a quienes tuvieran que enfrentarse a un posible y probable martirio.


El culto al emperador
Busto del Emperador Domiciano


En los años en los que se escribió el libro del Apocalipsis, el culto al emperador de Roma se había implantado de forma obligatoria para todos. Una vez al año los habitantes residentes a lo largo y ancho del vasto imperio romano debían comparecer ante sus autoridades para quemar un poco de incienso ante un busto del emperador, afirmando al mismo tiempo que "el César es mi Señor". Esto era algo que los cristianos rechazaban hacer, y por ello empezaron a ser considerados como ciudadanos desleales y no dignos de la confianza y del aprecio de las autoridades responsables.

La razón de este "culto al emperador" era en su fondo de características más políticas que religiosas. El poderoso imperio romano estaba constituido por comarcas y regiones diversas, con lenguas, razas y costumbres diferentes. ¿Cómo vincular a estos pueblos bajo un símbolo unificador y pacífico? La administración romana había sido siempre tolerante con las demás regiones conocidas. Según ellos, el "culto al emperador" aceptaba de hecho todo tipo de creencias con tal de que ellas no contradijeran la decencia y buenas costumbres. Sin embargo, para un creyente cristiano se consideraba inaceptable e incluso idólatra el otorgar el título de "Señor" a cualquier otro que no fuera Jesucristo. Sólo él era el Señor, aquí en este mundo y más allá.

Este "culto al emperador", en realidad respondía a una iniciativa de las mismas provincias que integraban el gran imperio. Aquellas regiones expresaban su gratitud a Roma, pues en su mayoría se sentían liberadas de la arbitraria "justicia" de sus anteriores gobernantes. Bajo su amparo y protección se sentían más seguros y defendidos de piratas y salteadores. En definitiva la "pax romana" imponía un orden de tranquilidad desconocido hasta entonces.Era ésto un avance palmario.


YO SOY JUAN, VUESTRO HERMANO; UNIDO A JESÚS, PARTICIPO CON VOSOTROS
EN EL SUFRIMIENTO Y EN LA ESPERA PACIENTE DEL REINO.
ME HALLABA DESTERRADO EN LA ISLA DE PATMOS POR HABER PROCLAMADO
LA PALABRA DE DIOS Y POR HABER DADO TESTIMONIO DE JESÚS,
CUANDO HE AQUÍ QUE UN DOMINGO CAÍ EN ÉXTASIS,
Y OÍ A MI ESPALDA UNA VOZ PODEROSA, COMO DE TROMPETA, QUE CLAMABA: "ESCRIBE EN UN LIBRO TODO LO QUE VEAS Y ENVÍALO A ESTAS SIETE IGLESIAS:
EFESO, ESMIRNA, PÉRGAMO, TIATIRA, SARDES, FILADELFIA Y LAODICEA"
Ap 1,9-11

El espíritu con mayúscula del imperio fue enaltecido como algo que pertenecía a los dioses. Y la gran ciudad de Roma lo representaba por medio de algunas de sus instituciones las más fuertes y básicas. Más aún, este espíritu del imperio "se encarnaba" en el emperador. De esta forma, su figura era endiosada y ya en el año 29 a.C. se empiezan a conceder permisos para que en las ciudades del Asia Menor se levanten templos consagrados al emperador. Poco a poco se pasó a considerar que este culto personal formaba una amalgama religioso-política que podía resultar muy eficaz para ayudar a mantener la unidad del imperio y la autoridad indiscutida del César.

¿Qué podían hacer en conciencia aquellos cristianos en tan confusa situación? Estaban a merced de los hipócritas delatores de turno y de las autoridades complacientes en la resolución de tan celosas acusaciones. Bajo Domiciano (a. 81-96) se recrudecieron los ataques contra ellos. El libro del Apocalipsis fue escrito para alimentar la fe y la esperanza de los cristianos en aquellas circunstancias. Con frecuencia éstos eran considerados como sujetos al margen de la ley, y como tales fueron perseguidos. Al autor del Apocalipsis le tocó  ver cosas terribles y crueles, pero también "veía" que aquellos que por amor a Cristo se resistían a dar ese culto al César serían bienaventurados y simiente de una nueva era, de unas generaciones diferentes, de un futuro sin lágrimas. Serán poseedores de una tierra nueva y de unos cielos nuevos.



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Agradecemos al P. Fernando Martínez, S.J. por su colaboración.
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