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Domingo 2° de Cuaresma - Comentario de las lecturas

P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.

DOMINGO 2° CUARESMA (A)
“ESTE ES MI HIJO. ESCÚCHENLE”


Hoy la Iglesia lleva nuestra reflexión al centro esencial de nuestra salvación: Jesucristo. Para salvarse es necesario creer en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, Dios verdadero y hombre verdadero, que fue muerto en la cruz para el perdón de nuestros pecados, resucitó al tercer día, fundó la Iglesia Católica, subió al Cielo, envía el Espíritu Santo por el que recibimos la salvación y nos juzgará un día a todos.

No hay salvación sin creer en Jesucristo. No hay salvación sin amar a Jesucristo. No hay salvación sin la gracia de Dios que nos viene por Jesucristo y de Jesucristo.

Son la fe y el amor a Jesucristo el camino necesario de salvación. La voz de Dios, que escucharon Pedro, Santiago y Juan en el monte Tabor, la consignan tanto Mateo como Marcos y Lucas porque está dicha para todos los discípulos, para todos nosotros: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escúchenle”.
Jesús es “el camino, la verdad y la vida; nadie puede llegar a Dios Padre sino por Él”. Palabras como éstas las encontramos constantemente en la Escritura. Pero el camino puede hacerse más o menos deprisa, la verdad puede verse más o menos claramente, la vida puede ser más o menos vigorosa. La Iglesia, tratando de vigorizar nuestra fe, nos lo recuerda muchas veces y desde luego todos los años en la Cuaresma.

La vida para un creyente en Cristo, como lo somos nosotros, ha de ser un proceso en el que Cristo vaya siendo lo más importante. Conociendo y amando más y más a Cristo nos vamos haciendo más y más hijos de Dios, que es nuestro fin último y felicidad completa, y participamos más y más de la presencia del Espíritu Santo que nos une al Padre y a Jesús.

Cierto que todo esto es un misterio, el misterio del Dios Trino y Uno y los misterios en primer lugar hay que creerlos, pero sobre todo hay que vivirlos. Y a esto nos anima la Iglesia en la Cuaresma: a tomar conciencia de que somos hijos de Dios, a vivir de Cristo y a llenarnos de los dones, luz y fuerza del Espíritu con la oración, la purificación de los pecados y la cruz y sacrificios necesarios para ello. Tiempo de gracia, que culminará resucitando con Cristo y recibiendo con abundancia de la plenitud del Espíritu con toda la Iglesia en Pentecostés.
Todos los dones que Dios nos ha dado, nos da y nos dará se concentran en Jesucristo. De Él nos habla el Antiguo Testamento. Abrahán, saliendo de su casa y la promesa de Dios de hacerle padre de un gran pueblo, es figura de Jesús, saliendo del seno del Padre para hacerse hombre en este mundo y ser el origen de un pueblo nuevo; con su nombre se bendecirán y son bendecidas todos los hombres, formando una sola familia, la Iglesia. Por medio de Él nos ha dado y nos da su gracia el Padre. Él es el predilecto del Padre y nuestra salvación es escucharle y seguirle.

Los grandes misterios de nuestra salvación son misterios de Cristo. Vivir la fe es vivir de Cristo. Todo en la Iglesia nos habla de Cristo. Hemos sido bautizados en Cristo y así hechos con Él hijos de Dios. Venimos a misa a encontrarnos con Cristo, imploramos su misericordia, nos alimentamos con su palabra, recordamos y nos incorporamos a su sacrificio por nosotros, nos alimentamos de su cuerpo, de Él recibimos el Espíritu Santo, Él es quien sentenciará el valor de nuestra vida terrena, siguiéndole a Él esperamos entrar en la gloria eterna, todo lo pedimos al Padre por medio de Cristo.

No lo olvidemos: en Jesús encontramos toda la verdad y toda la gracia que necesitamos para nuestra salvación. Él está vivo, ha resucitado, nos ama y nos acompaña en la vida. Vivamos de esta fe: “El justo vive de la fe”. Si nos parece que no está cerca, la culpa no es de Él, sino nuestra.

Gran medio para vivir esta verdad es la devoción al Sagrado Corazón, medio dado por Él a la Iglesia y que ha renovado en la devoción al Señor de los Milagros.

¡Qué maravilla es amar a Jesucristo! ¡Qué fantástico es tener fe!




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