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La Iglesia - 18º Parte: La naturaleza de la Iglesia - El Espíritu Santo alma de la Iglesia


P. Ignacio Garro, S.J.

SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA



22. El Espíritu Santo alma de la Iglesia
            
El Conc. Vat. II en la Constitución Dogmática “Lumen Gentium, Nº 7 dice: “Para que nos renováramos incesantemente en Él, Efes 4, 23, nos concedió participar de su Espíritu, quien, siendo uno solo en la cabeza y en los miembros, de tal modo vivifica todo el cuerpo, lo unifica y lo mueve, que su oficio pudo ser comparado por los santos padres con la función que ejerce el principio de vida o el alma en el cuerpo humano”.      

22.1. Sagrada Escritura

Rom 8, 14-17: “Porque todos los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, éstos son hijos suyos ... Recibisteis un espíritu que os hace hijos adoptivos, en virtud del cual clamamos “Abba” Padre”.
Efes 2, 18: “Porque por medio de él los unos y los otros (los dos pueblos: judío y gentil) tenemos acceso, en un solo Espíritu, al Padre”.
Jn 7, 39: “Se refería al espíritu que habían de recibir los que creyeran en él”.
            
Estos textos no afirman literalmente que el Espíritu Santo sea “el alma de la Iglesia”, pero implican la idea de que el principio de nuestra incorporación a Cristo es el propio Espíritu Santo.

22.2. La unción del Espíritu Santo en la Iglesia. La función Trinitaria del Espíritu

Todo el misterio hunde sus raíces en la Trinidad. Ya en el seno mismo de la Trinidad, el Espíritu Santo es vínculo de unión entre el Padre y el Hijo. El Espíritu es aquel en cuya unidad el Hijo vive con el Padre y el Padre con el Hijo; o sea, es aquel en quien el Hijo realiza verdaderamente su misterio filial, que es  esencialmente un misterio de relación con el Padre.

22.3. El Espíritu de Cristo

El Espíritu Santo actuó en la vida Cristo, fue “concebido por obra y gracia del Espíritu Santo”, Lc 1, 35; y en Lc 4, 18: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la los pobres la Buena Nueva”. Por esta consagración inicial, la humanidad de Cristo es realmente la humanidad del Hijo de Dios, es el instrumento divino de comunicación de Dios a los hombres.
A los largo de todo su ministerio, Jesús se nos muestra obrando en y por el Espíritu: “entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo”, Mt 4, 1; y prometiéndolo a los suyos: “y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre”, Jn 14, 6.
La función e influencia del Espíritu Santo se manifiestan plenamente en ocasión de la Resurrección, pues no sólo el Espíritu Santo ha resucitado a Cristo de entre los muertos: “Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros. Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros”. Rom 8, 11.

22.4. El Espíritu Santo alma del Cuerpo Místico de Cristo

En el plano de la salvación Cristo debe ser : “el primogénito entre muchos hermanos”, Rom, 8, 29. De ahí el sentido y la función del misterio de Pentecostés. Tan pronto como Cristo asciende a su Padre, y toma posesión del “Espíritu Santo, objeto de la promesa”, Hech 2, 33, lo comunica a los suyos, es decir, a su Iglesia, Jn 15, 26, para que participando de su Pascua, se convierta efectivamente en su propio cuerpo, 1 Cor, 12, 13.
            
El Espíritu Santo es el principio de nuestra divinización. Se llama al Espíritu Santo  alma del cuerpo, en primer lugar porque en él y por él nos comunica Cristo su vida y hace de nosotros por el Bautismo hijos adoptivos de Dios, Efes 2, 18; Rom 8, 14. Es el Espíritu que nos conforma o configura a la imagen del Hijo único: Cristo.
            
S. Pablo maneja estos términos para darnos a entender la realidad del poder del Espíritu Santo en nosotros: 1 Cor 12, 3: “ ... nadie puede decir “Jesús es Señor” sino movido por el Espíritu Santo”; El Espíritu Santo infunde en nosotros la caridad fraterna: “ ... porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones  por el Espíritu Santo que se nos ha sido dado”, Rom, 5,5.
            
Nos hace renacer y nos induce a hacer de toda nuestra vida una vida de auténticos hijos de Dios: “Y vosotros no habéis recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, habéis recibido  un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar ¡Abbá! Padre. El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y si hijos, herederos de Dios, coherederos de Cristo, si compartimos sus sufrimientos, para ser también con él glorificados”. Rom 8, 15-17.

22.5. El Espíritu Santo principio de unidad de todo el cuerpo
            
Hemos dicho que el Espíritu es principio de vida y de unidad en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, y precisamente por ser el principio de la comunión con Cristo, el Espíritu Santo es asimismo el principio de unidad de su Cuerpo.
            
El Conc. Vat. II en Lumen Gentium, Nº 7 y 4,  nos recuerda: “El mismo Espíritu produce y urge la caridad entre los fieles, unificando el cuerpo por sí y por su virtud y con la conexión interna de los miembros.  Por consiguiente: “si un miembro sufre en algo, con él sufren todos los demás; o si un miembro es honrado, gozan conjuntamente los demás miembros”, 1 Cor 12, 26.

22.6. El Espíritu Santo y la Iglesia: La asistencia del Espíritu Santo. La Indefectibilidad

La “Iglesia es indefectible” en el cumplimiento de su misión salvífica. Esta tesis es de fe, en el sentido que ahora vamos a explicar:
  • La Iglesia, en el cumplimiento de su misión salvífica, en el tiempo de su existencia terrena, no perecerá.
  • La Iglesia no desfallecerá
  • La Iglesia subsistirá hasta el final tal como Cristo lo ha querido y fundado, sin experimentar cambios fundamentales y  que pudieran equivaler a su desaparición.          

            
Son contrarios a la indefectibilidad de la Iglesia:
  • Las sectas espirituales de la antigüedad (montanistas, donatistas,) y de la Edad Media (discípulos de Joaquin de Fiore, espirituales franciscanos: fraticcelli), a cuyo juicio la Iglesia había consumado ya su tiempo, por lo que la etapa definitiva, la del Espíritu Santo, iba a acaecer.
  • Los Reformadores protestantes del S. XVI, con su acusación de que la Iglesia se había apartado del camino trazado por Cristo.
  • Los Jansenistas, quienes reprochaban asimismo determinadas desviaciones disciplinares externas e incluso doctrinales.
  • Los Modernistas, Protestantes reformados S. XIX, que, contrariamente  a los anteriores, admitían una evolución en la Iglesia en las cosas substanciales.


22.7. Sentido de la Indefectibilidad
            
Hemos afirmado anteriormente que el Espíritu Santo, enviado por el Hijo Glorificado y el Padre, asiste continuamente a la Iglesia en su ser y en su existir a través del tiempo y el espacio que es la Historia humana. Cristo, les había prometido a los Apóstoles que les había de dar el "Espíritu de verdad, que os guiará hacia la verdad completa", Jn 16, 13, y "que permanecerá con vosotros para siempre", Jn  14, 16. Hay por lo tanto una relación estrecha, continua y definitiva entre Cristo y su Iglesia, por medio de la efusión continua del Espí­ritu Santo, que trabaja siempre, sin descanso, sin desmayo, es el Espíritu Santo que da vida a la Iglesia.
            
La "indefectibilidad" en la Iglesia significa, en el fondo, la fidelidad de Cristo a su Iglesia, fidelidad que explica y funda por sí sola esa indefectibilidad por medio de su Palabra y de la efusión de su Espíritu Santo que la asistirá con su poder y su presencia hasta el final de los siglos. La Iglesia tiene carácter imperecedero, es decir, que durará hasta el fin de los tiempos, (Parusía), e igualmente que no sufrirá ningún cambio sustancial en su doctrina, en su constitución y en su culto.
            
El Magisterio de la Iglesia dice: "La Iglesia es indefectible, es decir, permanecerá hasta el fin del mundo como la institución fundada por Cristo para lograr la salvación de todo el Género humano".
            
La afirmación de la indefectibilidad de la Iglesia expresa en el len­guaje teológico una triple certeza sobre la propia Iglesia.
  • La Iglesia subsistirá hasta el final de los tiempos como la quiso Jesucristo, sin sufrir cambios sustanciales que equivaldrían práctica­mente a su desaparición.
  • La Iglesia no perecerá (no desaparecerá), en el curso de la historia.
  • La Iglesia no abandonará su misión

            
Por tanto, la tesis de la indefectibilidad de la Iglesia no afirma ­únicamente el hecho de su duración en el tiempo, sino también la nece­sidad de esta permanencia en virtud de la fidelidad y de la promesa divina. Queda excluida por tanto una mutación sustancial de la Iglesia. La indefectibilidad de la Iglesia significa, por tanto, la permanencia de la Iglesia, como comunidad escatológica de salvación en la verdad de Cristo. Por eso, la Iglesia camina en la historia y vive en la pro­mesa y fidelidad de Dios que garantizan que el pueblo de la Nueva Alianza no perderá la identidad de su fe y de su misión salvífica.
            
Los fundamentos bíblicos de la indefectibilidad de la Iglesia han de buscarse en la promesa de Cristo, que es la Verdad, Jn 14, 6, de perma­necer siempre con la Iglesia, Mt 28, 20, para defenderla contra todos los asaltos del mal, Mt 16, 18. El evangelista S. Juan recoge en varias ocasiones la promesa de Cristo sobre la asistencia del Espíritu de la verdad Jn 14, 16, s.s; 15 26; 16, 13, es el Espíritu que conducirá a los Apóstoles a toda la verdad, permanece­rá con ellos para siempre, asegurará su permanencia en la verdad y en la palabra, Jn 8, 32; 14, 17; 17, 17.
            
También deben de considerarse como textos en favor de la indefectibili­dad de la Iglesia aquellos en que Cristo confía la misión autorizada de anunciar el evangelio de cuya aceptación depende la salvación de los hombres, Lc 10, 16; Mc 16, 15; Mt 28, 19. En S. Pablo, el tema de la indefectibilidad puede recogerse de una ma­nera indirecta en su concepto del "evangelio" que, por ser palabra y fuerza salvadora de Dios en favor de los creyentes, Rom 1, 16; 2 Cor 6, 7, no debe de falsearse, 2 Cor 11, 4; Gal 1, 6.
            
La indefectibilidad de la Iglesia se reduce en último análisis a la fi­delidad que Dios guarda a su Iglesia. La Sagrada Escritura afirma repe­tidas veces que Dios es fiel a su palabra y no reniega de sus promesas, Deut 7, 8-10; Is 61, 8; 1Cor l, 9; Rom 3, 3-4. Según S. Juan y Hecho de los Apóstoles el Espíritu Santo prosigue en la Iglesia la obra de Cristo, por lo que sería un error manifiesto postu­lar o suponer un divorcio entre el Espíritu Santo y la Iglesia.

            

El hecho de Pentecostés no es un hecho aislado en la historia de la Iglesia, sino un hecho real continuado para que la Iglesia de Cristo sea fiel a la ta­rea que su fundador le ha encomendado. Si esto no se cumpliera, la Igle­sia se deformaría en su ser y en su existir, en su misión apostólica y salvífica y significaría el triunfo del mundo de las tinieblas y de Satanás frente a la Iglesia de Cristo, y esto es un imposible teológico.
            
Significaría la capitulación de Dios frente al aparente  poder de Satanás y del mundo y supon­dría que todos los méritos de Cristo conseguidos en su vida mortal quedarán anulados y confiscados. Ahora bien, no hay que confundir indefectibilidad de la Iglesia con triunfalismo eclesiástico simplista, es decir, una visión triunfalista y de éxito humano y apostólico en todos los terrenos de la Iglesia.
            
S. Juan subraya con especial intensi­dad una relación indestructible entre el Espíritu y la Iglesia y afirma que el combate se ha iniciado entre Cristo y Satanás, Jn 7, 7; 13, 2; 14, 30 y que continuará en el tiempo que dure la Iglesia, Jn 15, 18-21; 1Jn 3, 12-13.

            
El Apocalipsis aplica al plano de los acontecimientos concretos las afirmacio­nes del cuarto evangelio, pero asegura también la certeza de la victo­ria final, Apoc 21, 22. La indefectibilidad de la Iglesia sólo puede captarse en la profundidad de la fe.



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Agradecemos al P. Ignacio Garro S.J. por su colaboración.



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