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«Creo en la Iglesia, una, santa, católica...»


PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro

Miércoles 9 de octubre de 2013



Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Se ve que hoy, con este mal día, vosotros habéis sido valientes: ¡felicidades!

«Creo en la Iglesia, una, santa, católica...». Hoy nos detenemos a reflexionar sobre esta nota de la Iglesia: decimos católica, es el Año de la catolicidad. Ante todo: ¿qué significa católico? Deriva del griego «kath'olòn» que quiere decir «según el todo», la totalidad. ¿En qué sentido esta totalidad se aplica a la Iglesia? ¿En qué sentido nosotros decimos que la Iglesia es católica? Diría en tres significados fundamentales.

1. El primero. La Iglesia es católica porque es el espacio, la casa en la que se nos anuncia toda entera la fe, en la que la salvación que nos ha traído Cristo se ofrece a todos. La Iglesia nos hace encontrar la misericordia de Dios que nos transforma porque en ella está presente Jesucristo, que le da la verdadera confesión de fe, la plenitud de la vida sacramental, la autenticidad del ministerio ordenado. En la Iglesia cada uno de nosotros encuentra cuanto es necesario para creer, para vivir como cristianos, para llegar a ser santos, para caminar en cada lugar y en cada época.

Por poner un ejemplo, podemos decir que es como en la vida de familia; en familia a cada uno de nosotros se nos da todo lo que nos permite crecer, madurar, vivir. No se puede crecer solos, no se puede caminar solos, aislándose, sino que se camina y se crece en una comunidad, en una familia. ¡Y así es en la Iglesia! En la Iglesia podemos escuchar la Palabra de Dios, seguros de que es el mensaje que el Señor nos ha dado; en la Iglesia podemos encontrar al Señor en los Sacramentos, que son las ventanas abiertas a través de las cuales se nos da la luz de Dios, los arroyos de los que tomamos la vida misma de Dios; en la Iglesia aprendemos a vivir la comunión, el amor que viene de Dios. Cada uno de nosotros puede preguntarse hoy: ¿cómo vivo yo en la Iglesia? Cuando voy a la iglesia, ¿es como si fuera al estadio, a un partido de fútbol? ¿Es como si fuera al cine? No, es otra cosa. ¿Cómo voy yo a la iglesia? ¿Cómo acojo los dones que la Iglesia me ofrece, para crecer, para madurar como cristiano? ¿Participo en la vida de comunidad o voy a la iglesia y me cierro en mis problemas aislándome del otro? En este primer sentido la Iglesia es católica, porque es la casa de todos. Todos son hijos de la Iglesia y todos están en aquella casa.

2. Un segundo significado: la Iglesia es católica porque es universal, está difundida en todas las partes del mundo y anuncia el Evangelio a cada hombre y a cada mujer. La Iglesia no es un grupo de élite, no se refiere sólo a algunos. La Iglesia no tiene cierres, es enviada a la totalidad de las personas, a la totalidad del género humano. Y la única Iglesia está presente también en las más pequeñas partes de ella. Cada uno puede decir: en mi parroquia está presente la Iglesia católica, porque también ella es parte de la Iglesia universal, también ella tiene la plenitud de los dones de Cristo, la fe, los Sacramentos, el ministerio; está en comunión con el obispo, con el Papa y está abierta a todos, sin distinciones. La Iglesia no está sólo a la sombra de nuestro campanario, sino que abraza una vastedad de gentes, de pueblos que profesan la misma fe, se alimentan de la misma Eucaristía, son servidos por los mismos pastores. ¡Sentirnos en comunión con todas las Iglesias, con todas las comunidades católicas pequeñas o grandes en el mundo! ¡Es bello esto! Y después sentir que todos estamos en misión, pequeñas o grandes comunidades, todos debemos abrir nuestras puertas y salir por el Evangelio. Preguntémonos entonces: ¿qué hago yo para comunicar a los demás la alegría de encontrar al Señor, la alegría de pertenecer a la Iglesia? ¡Anunciar y testimoniar la fe no es un asunto de pocos, se refiere también a mí, a ti, a cada uno de nosotros!

3. Un tercer y último pensamiento: la Iglesia es católica porque es la «Casa de la armonía» donde unidad y diversidadsaben conjugarse juntas para ser riqueza. Pensemos en la imagen de la sinfonía, que quiere decir acorde, y armonía, diversos instrumentos suenan juntos; cada uno mantiene su timbre inconfundible y sus características de sonido armonizan sobre algo en común. Además está quien guía, el director, y en la sinfonía que se interpreta todos tocan juntos en «armonía», pero no se suprime el timbre de cada instrumento; la peculiaridad de cada uno, más todavía, se valoriza al máximo.

Es una bella imagen que nos dice que la Iglesia es como una gran orquesta en la que existe variedad. No somos todos iguales ni debemos ser todos iguales. Todos somos distintos, diferentes, cada uno con las propias cualidades. Y esto es lo bello de la Iglesia: cada uno trae lo suyo, lo que Dios le ha dado, para enriquecer a los demás. Y entre los componentes existe esta diversidad, pero es una diversidad que no entra en conflicto, no se contrapone; es una variedad que se deja fundir en armonía por el Espíritu Santo; es Él el verdadero «Maestro», Él mismo es armonía. Y aquí preguntémonos: ¿en nuestras comunidades vivimos la armonía o peleamos entre nosotros? En mi comunidad parroquial, en mi movimiento, donde yo formo parte de la Iglesia, ¿hay habladurías? Si hay habladurías no existe armonía, sino lucha. Y ésta no es la Iglesia. La Iglesia es la armonía de todos: jamás parlotear uno contra otro, ¡jamás pelear! ¿Aceptamos al otro, aceptamos que exista una justa variedad, que éste sea diferente, que éste piense de un modo u otro —en la misma fe se puede pensar de modo diverso— o tendemos a uniformar todo? Pero la uniformidad mata la vida. La vida de la Iglesia es variedad, y cuando queremos poner esta uniformidad sobre todos matamos los dones del Espíritu Santo. Oremos al Espíritu Santo, que es precisamente el autor de esta unidad en la variedad, de esta armonía, para que nos haga cada vez más «católicos», o sea, en esta Iglesia que es católica y universal. Gracias.


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Tomado de:

www.vatican.va

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