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Homilía del Domingo 21º T.O. (C), 25 de agosto del 2013

Estamos invitados. Entremos al banquete.

P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.

Lecturas: Is 66,18-21; S 116; Hb 12,5-7.11-13; Lc 13,22-30


No queda ya a Jesús tanto tiempo y, al compás del acercarse paulatino a Judea y Jerusalén, va completando sus enseñanzas, insistiendo en los puntos que considera más importantes. Y he aquí que un tipo le pregunta: “Señor, ¿serán pocos los que se salven?”. Era “uno”. No un discípulo. Parece uno de esos tantos curiosos, interesados en escuchar, en saber de todo, pero que no se deciden a convertirse ni a comprometerse en serio con la verdad.
“¿Serán pocos los que se salven?”. Parece curiosidad normal. Se discutía en las escuelas rabínicas. Pero ¿no descubre falta de interés por lo que es fundamental, el qué hay que hacer para salvarse? ¿No es la fe lo primero? El interlocutor no se ha dejado agarrar por la seriedad dramática que supone el mensaje de Cristo. De hecho Cristo no responde a la pregunta. Como tampoco respondió en otra ocasión sobre el día y la hora del fin del mundo.
Cristo plantea una decisión grave. Está en juego la vida eterna. Jesús insiste en que se lo tomen muy en serio. De otro modo no entrarán en el Reino y Cristo les dirá “No sé quiénes son ustedes”. No vale haberle escuchado, haber visto sus milagros. Los echará violentamente de su presencia, hasta los llama “malvados”: “Aléjense de mí, malvados”.  
“Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando vean a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras ustedes habrán sido echados fuera. Y vendrán de Oriente y Occidente del Norte y del Sur y se sentaran a la mesa en el Reino de Dios”. Esta idea, que aparece también en Mateo con motivo del milagro de la curación del siervo del centurión romano, es muy de San Pablo. No olvidemos que Lucas acompaña a Pablo en su ministerio. Pablo tiene siempre muy presente que ha sido elegido por Dios “instrumento para llevar el nombre de Jesús ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel” (Hch 9,15).
Los judíos del tiempo de Jesús esperaban un mesías temporal y político para solo el pueblo judío. Estaban cerrados para entender profecías como la de Isaías, hoy leída, que prometen un mesías para todos los hombres y menos un mesías crucificado. Pablo en cambio (y esto explica la intransigencia de Pablo en estos puntos) no acepta ni la circuncisión, ni los sacrificios del templo. La salvación se realiza por la conversión en la fe a Cristo crucificado por nuestros pecados y quien por el bautismo nos otorga el perdón y la vida del Espíritu que nos hace hijos de Dios.    
  A veces se oye decir que en los sinópticos no se afirma la divinidad de Jesús. Aquí tenemos un texto, entre otros, de suficiente claridad: Jesús, con el que ahora comen y beben y escuchan en sus plazas y calles cuando enseña en sus plazas, actúa en el banquete como “el amo de la casa”, el que dice quién entra y se queda fuera, el que tiene el poder en el Reino, el Dios Señor del Reino.
Llaman también la atención, tanto en esta perícopa como en su contexto, las muchas expresiones de apremio, darse prisa, no demorarse más. Jesús llama a aquella gente “hipócritas” porque no distinguen el momento histórico que viven (12,56), exhorta a la penitencia ya (13,5), habla de la higuera estéril (13,6), del grano de mostaza y de la levadura que obran sin ruido pero sin detenerse (13,19.21), les amenaza con la exclusión del banquete definitivo (13,28) y la sustitución por otros invitados (13,29s), terminará con aquella amonestación: “¡Jerusalén, Jerusalén!, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados”(13,34).
Nosotros somos los que hemos sustituido a aquellos contemporáneos de Jesús, que no le creyeron. Y no queremos hacer lo que ellos hicieron. Por eso estamos aquí cada domingo. Porque además nosotros tenemos muchos más y más claros signos de los tiempos. Ahora nos resulta mucho más claro que el Reino de Dios ha llegado con la Iglesia constituída, los sacramentos, la facilidad con que podemos acceder a la verdad, la continua predicación de palabra y escrita, las comunidades cristianas que están dispuestas a acoger y ayudar a cualquiera.
No dejemos pasar el tiempo negligentemente. Este evangelio viene a coincidir en el fondo con el del domingo pasado: “He venido a prender fuego sobre la tierra”. Cierto que mantener este espíritu, mantener el fuego del amor a Dios y al prójimo encendido de forma permanente es costoso. Por eso requiere el auxilio de Dios, por eso la oración es tan necesaria. La Eucaristía del domingo nos anuncia el banquete definitivo en el Reino. Esta semana conmemoramos a Santa Rosa de Lima: Penitente, orante, caritativa en extremo. No nos faltan maestros ni maestras. Aprendamos de ella. Estamos invitados al banquete. Entremos cada día con la oración, el sacrificio, el ejercicio del amor a Dios y al prójimo.
“Miren: hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos”. Palabra de Jesús estimulante. No somos de los últimos. Hemos recibido ya grandes gracias de perdón, de conocimiento cristiano del contenido de la fe, de ejemplos de personas piadosas y aun santas, tenemos a nuestra disposición la Palabra de Dios, los sacramentos, la eucaristía, la seguridad de la verdad en la Iglesia, el estímulo constante a los actos de caridad por tantas necesidades, ¿cómo podemos llevar una vida la que nos sintamos continuamente tironeados a practicar la caridad con Dios y con el prójimo, a orar y dar gracias a Dios, a esforzarnos contra nuestros pecados y defectos, a hacer de nosotros y de nuestra Iglesia antorchas brillantes que lleguen hasta muy lejos?.

Que la Virgen María, que Santa Rosa de Lima a la que recordaremos esta semana, intercedan para que el Señor nos conceda estad gracias.


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