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Homilía del Domingo 19º T.O. (C), 11 de Agosto del 2013

Orando con el Evangelio

P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.

Lecturas: Sab. 18,6-9; S. 32; Heb 11,1-2.8-19; Lc 12,32-48



La lectura del evangelio de hoy en el contexto del evangelio de San Lucas da la impresión de que para el evangelista se trata de asuntos de especial importancia en la moral cristiana. La exhortación a la confianza en Dios y a la limosna culmina una preciosa reflexión sobre el tema de la avaricia.
Yerra el que amontona bienes materiales, ya que ningún bien de este mundo va a llevar nadie al otro. De aquí se pasa a la vigilancia y preparación para el momento de la muerte, que nadie conoce con precisión. Lo que todos necesitamos para entonces son las  buenas obras, las hechas desde el amor.
En domingos pasados se nos proponía y por ello hablamos de la oración, que, como todo lo humano, puede mejorarse. El Papa nos recuerda en la encíclica sobre la fe que hasta la fe crece y tiene un proceso de maduración. Hoy voy a aprovechar para dar alguna pista sobre el modo de usar los evangelios para orar; pienso que el evangelio de hoy ofrece la oportunidad y  que algunos de ustedes lo agradecerán.
“No teman ustedes, pequeño rebaño, porque su Padre ha tenido a bien darles el reino”. La expresión es de cariño. Es muy importante que, cuando entran en oración, tomen conciencia de que Jesús está cerca y de que Jesús les ama y les va a hablar y escuchar desde el amor. Es posible que a veces se sorprendan distraídos. Entonces no peleen a gritos ni patadas con las distracciones; retornen simplemente al camino y sigan andando. No hace falta sentir nada en especial. Basta con darse cuenta de que Cristo está aquí, me habla en la palabra del evangelio y me escuchará si algo le comento o le respondo.
“No temas, pequeño rebaño”. Las palabras expresan cariño, protección, seguridad. Tomémoslas en cuenta; demos gracias; si sientes miedo, confiésaselo y pide que te lo quite; si te acuerdas de alguna vez en que te ayudó en un peligro, dale gracias y renueva tu fe.
“Porque su Padre ha tenido a bien darles el Reino”. Cuántas cosas te ha dado y te da Dios: la vida, la salud y tantas cosas buenas que ahora tienes y dale gracias por ellas; y sobre todo por su “Reino”: ser hijo de Dios de verdad, haber recibido la vida divina de Jesús y estar unido a Él por la gracia, ser templo del Espíritu Santo y de la Trinidad, su perdón tantas veces, la eucaristía, la Iglesia con todas las garantías para tu salvación eterna, tu destino futuro en el Cielo… Dale gracias, muchas gracias. Y pide ayuda para que no las hayas recibido en vano.
“Vendan sus bienes y den limosna”. El mandato es incondicional y exigente. Incluso manda vender los propios bienes para obtener esa plata que otros necesitan. ¿Lo hago? ¿podría dar más? La limosna es “un tesoro inagotable en el cielo, donde no hay ladrones ni polilla”. No hay mejor inversión. Da una felicidad plena y por toda la eternidad. No hay mejor negocio que la limosna. ¿Cuánto doy? ¿Cuánto tengo ahorrado allí?
“Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón”. Además de pobres en dinero hay pobres en salud, en conocimientos, en otros muchos bienes de este mundo. Si mi corazón estuviera en Dios, como Dios está en el prójimo y es al prójimo a quien vemos, tener mi tesoro en Dios es tenerlo en el prójimo. ¿Busco en mi vida ayudar al prójimo en sus necesidades? Al prójimo encuentro en mi familia, mis compañeros de estudio y trabajo, en el necesitado que me encuentro en muchos sitios y podría ayudar. ¿Dónde tengo puesto el corazón? ¿Podría aumentar más mi tesoro? Señor, ayúdame a verlo y a hacerlo.
Y viene luego la parábola de los siervos y del administrador, que guardan la casa en ausencia de su señor. La secuencia de la vigilancia con la limosna, parece decir que, si no doy limosna no vigilo. Es claro que yo soy el siervo y el administrador. ¿Vigilo? Porque no soy un siervo cualquiera. ¿Estoy preparado para cuando llegue mi Señor? Hay muchos que no tienen mis responsabilidades. Han recibido menos instrucción religiosa, incluso apenas o nada han oído hablar de Jesús, tampoco tienen los bienes de este mundo que yo tengo. “A quien se le dio mucho, se le exigirá mucho; y a quien se le confió mucho, se le pedirá mucho más”. ¿Me parezco en algo al administrador aquel que “empieza a pegarles a los criados y a las criadas, y se pone a comer y beber y a emborracharse”?. Porque “el criado que conoce la voluntad de su señor, pero no está preparado o no hace lo que Él quiere, recibirá un castigo muy severo”. ¿Me siento yo obligado a ser vigilar mejor?
La vigilancia de que aquí habla el evangelio incluye todos los deberes y obligaciones que cada uno tenemos para con Dios y con el prójimo. Estamos en camino. No hemos llegado a la meta todavía. Cada domingo venimos a encontrarnos con Cristo en la Eucaristía para renovarnos en la fe, esperanza y caridad que necesitamos para seguir marchando sin descanso y aun mejorando posiciones. ¿Es así? Porque de otra forma no estamos vigilantes. 

Dar limosna es una muestra de que estamos vigilantes. La limosna activa nuestra fe; nos recuerda que hay que amar. Dios ama a todos; el prójimo es mi hermano; lo más importante no es la plata sino Dios y el amor a Dios y al prójimo; el primero y segundo mandamientos, que resumen toda la moral, son amar a Dios y al prójimo; de Dios lo hemos recibido y recibimos todo; tendremos que dar cuenta a Dios de la administración. Todo esto nos recuerda la limosna. ¡Cuántos bienes, hermanos, contiene la limosna!

En esa gotita de agua, que el sacerdote mezcla con el vino y que se transformará en la sangre de Cristo, representa nuestras buenas obras, entre las que están nuestras limosnas. Cada domingo al sacrificio lleguemos acompañados de alguna limosna que dimos al Señor necesitado. “A quien el amo, al llegar, lo encuentre portándose así, les aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes”. Que María, Madre de todos, nos ayude a guardar sus palabras en el corazón.


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