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Homilía del Domingo 11º del TO (C), 16 de junio del 2013

Se perdonó mucho a quien amó mucho

P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.

Lecturas: 2Sa 12,7-10.13; S 31; Ga 2,16.19-21; Lc 7,36-8,3



La perícopa o fragmento evangélico de hoy es de sobra conocido por la importancia que encierra. Tiene como características que está narrada exclusivamente por San Lucas y además señala dos elementos que San Lucas subraya con más fuerza que los otros evangelistas. Uno es el de la misericordia de Jesús con los pecadores. Es famoso su capítulo 15, literariamente muy cuidado, dedicado todo él a las parábolas de la misericordia. El otro detalle es el de la presencia protagónica en este hecho de una mujer y la nota que añade de la ayuda a Jesús del grupo de mujeres. Repetidas veces y con más insistencia que en los otros evangelios aparecen en San Lucas las mujeres apoyando la obra de Jesús. También en los Hechos aparecen las mujeres destacando en la obra evangelizadora de Pablo.
Una vez más les advierto del peligro que tenemos los hombres de hoy de hacer preguntas periodísticas a los evangelios, que sus autores no se hicieron. A San Lucas no le interesa dar información sobre aquella mujer ni sobre quien invitó a Jesús: el nombre de la ciudad, el de la mujer, quién más estaba a la mesa, si el fariseo era de una categoría especial…A Lucas le interesa sólo exponer lo grande que es la misericordia de Jesús, la primacía del amor a Él y su poder para perdonar los pecados, como parte de su misión.
Por la actitud del fariseo y los pensamientos que cruzan por su mente mientras la mujer unge los pies de Jesús, la omisión de gestos bastante normales entre los orientales cuando invitaban y los comentarios de los demás fariseos amigos, da la impresión de que aquel fariseo le había invitado porque, viendo en Jesús cosas muy notables, desconfiaba y quería observarle más de cerca; no se fiaba. Y la conducta de Jesús le confirmó en su desconfianza: Jesús no era un profeta; se dejaba tocar por una prostituta y no decía nada; ¿no había caído en la cuenta? De profeta nada.
De la mujer no se dice el nombre. De ella sólo dice el texto que era “una pecadora” y esto era conocido por todos los invitados, que cayeron en la cuenta apenas entró. Da la impresión de que era una mujer de la vida. Jesús le explicará a Simón (éste era el nombre del fariseo) que toda la actitud de la mujer, desde que entró en la sala, demostraba que su corazón había cambiado de forma total: lloraba intensamente, sus lágrimas regaban los pies de Jesús, con un perfume muy caro y sus propios cabellos ungía y secaba los pies de Jesús.
Aquello no significaba nada para el fariseo. Para Jesús en cambio era todo, era fruto y signo de la fe, de la conversión, del amor. De ninguna de las tres creía necesitar Simón. Por eso Jesús intenta explicarle su error.
No dice el texto cuándo y cómo fue la conversión de la mujer. Sin duda que vio actuar y oyó a Jesús en alguno de los días anteriores. Aquel hombre y sus palabras le conmovieron profundamente; Dios se hacía presente en ellas y era un Dios que la amaba profundamente. Sintió la necesidad de manifestárselo y decirlo a Dios por medio de Él. Por eso compró el perfume, tal vez el de más precio, y se saltó cualquier norma para decírselo a aquel hombre de Dios.
Jesús lo entendió, pero Simón no. El creía que con la Torá bastaba. Cumplir la norma. Del amor no comprendía demasiado. Por eso despreciaba y se alejaba de todo pecador. Y eso es lo que esperaba del Mesías: que condujese a los israelitas fieles y les consiguiese la libertad, la prosperidad material, el poder sobre los paganos; y que a los pecadores los condenase. Simón no entendía nada.
Por eso Jesús tuvo la bondad de explicárselo. Lo hace con una parábola, pedagogía muy hebrea. Jesús hace ver que si alguien recibe la condonación de una deuda quedará tanto más agradecido cuanto más grande sea la deuda. Además el agradecimiento nacía en el deudor tras la condonación. Esto es lógica humana, pero aquí no fue así. Surgió primero el amor del pecador y Jesús conmovido perdonó. Recordemos el proceso penitencial del “hijo pródigo”. Primero pecó, huyendo de su padre y malbaratando su plata con el vicio. Caído en la miseria reflexiona, reconoce el amor de su padre y regresa confiando en su perdón, para estar con Él como un jornalero más. Este es el proceso de la conversión del pecador. Sólo hay que incluir el importante detalle de la parábola del “buen pastor”: el Buen Pastor va en busca de la oveja perdida hasta que la encuentra; sin la iniciativa de esa búsqueda la oveja no regresaría.
Este fue el proceso en lo íntimo de la pecadora. Dios da siempre el primer paso. Y Jesús lo dio. Y la mujer vio y escuchó a Jesús. Sin duda que le impresionó profundamente y le sacudió el corazón. Era un profeta, un hombre de Dios, y ella estaba podrida en sus pecados. Pero Jesús transparentaba la bondad, misericordia y amor de Dios de forma tan absorbente que no pudo sino arrepentirse, responder con su amor a aquel amor e incluso manifestar su cambio con el mejor homenaje que pudiera. Cuando entraba en la sala del banquete, la mujer ya había llorado sus pecados, la pecadora no era pecadora, porque amaba, amaba a Dios, que estaba en aquel hombre. ¿Creía que era Dios? El texto no lo dice; pero cierto que insinúa que aceptaría fácilmente si así se lo dijese. Y cierto que creyó cuando le oyó que sus pecados estaban perdonados. Y cierto que para Lucas, para quien desde el comienzo del texto Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre, el hecho manifiesta la conciencia que Jesús tiene de su divinidad y la muestra.

Pero el hecho manifiesta esta verdad: que en nuestra relación con Dios el amor es con mucho más importante que la limpieza de los pecados. A veces quisiéramos borrar los pecados pasados de forma que no hayan existido. Eso es imposible y en el fondo es un error. La memoria de los pecados pasados ha de estimular el amor más intenso de nuestra respuesta al amor de Dios, que salió a nuestro encuentro. Pidamos a Dios esa gracia de amarle más, porque sin ella no nos será posible. Y procuremos hacer de nuestra vida un conjunto de actos de amor a Dios, un amor que, claro, incluye siempre el amor a los demás. Que la Virgen María nos alcance esta gracia, que se haga en nosotros la palabra del Señor. 


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