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Homilía dedicada a la fiesta de la Sagrada Familia, domingo 30 de diciembre del 2012

Crecer en gracia
ante Dios y los hombres


P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.

Lecturas: Eclesiástico 3,3-7.14-17; Salmo 127; Colosenses 3,12-21; Lucas 2,41-52


Las fiestas de la Navidad de Jesús tienen la virtud de reactivar el amor y la unión en las familias cristianas. La familia goza en la Biblia de una cierta sacralidad desde el principio: “Y creó Dios al hombre a imagen suya; macho y hembra los creó. Y los bendijo Dios” (Ge 1,27s).

La Iglesia en su magisterio pastoral recuerda constantemente el tema y estimula a los fieles a no descuidar la atención y sacrificios necesarios para que la familia recupere su buena salud y la mantenga. En concreto está entre los temas más tratados por el magisterio actual del Papa y los Obispos.

A él dedica la liturgia este domingo. Porque Jesús formó parte de una familia. Es un misterio en sentido teológico. Porque contiene oculto y al mismo tiempo revela algo que forma parte de la obra de salvación llevada a cabo por Jesús a favor nuestro.

El 90% del tiempo de la vida de Jesús en este mundo fue en su familia. Ya esto nos indica que Dios da a la familia una importancia extraordinaria para la salvación de los hombres. Y es que en la familia se conforman las actitudes básicas de la personalidad y se aceptan y rechazan como fundamentales valores y contravalores, que influyen y sostienen después toda la vida.

Y son muchos los textos de la Escritura que destacan el valor extraordinario que para Dios tiene la familia. Hoy hemos escuchado algunos. “Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre sus hijos” –dice el libro del Eclesiástico–. Son advertencias muy sensatas de la Escritura. El padre que por sus virtudes se gana en la comunidad el respeto de los demás hace partícipes de él a los miembros de su familia; pero aunque haya también un influjo en sentido inverso, no es en la misma proporción. Y acertadísima también la observación sobre la autoridad de la madre: “Dios afirma la autoridad de la madre sobre sus hijos”. Por eso la madre, aunque se ayude de otras personas, no debe nunca dejar en otras manos la responsabilidad de advertir, inculcar y corregir lo que vea ser necesario para la educación de sus hijos. Debe, como María, seguir de cerca el crecimiento de sus hijos: “Su madre conservaba todo en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres”.

“El que honra a su padre –sigue el texto leído– alcanza el perdón de sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros. El que honra a su padre recibirá alegría de sus hijos y, cuando rece, su oración será escuchada; al que honra a su madre el Señor le escucha”. No lo debemos olvidar. La oración es clave en nuestra vida. Quien no ora ¿qué clase de fe tiene? A veces se lamenta de no ser escuchado en la oración. ¿Estará la causa en la falta de respeto a los padres? Tal vez encuentres aquí la solución a tus problemas.

 “Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas; aunque inteligencia se debilite, sé comprensivo con él, no lo desprecies mientras vivas. La piedad para con tu padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados”. Y añade más el texto bíblico: “y si un día sufres, se acordará Dios de ti y se desharán tus pecados como la escarcha bajo el calor” (Ecco 3,15). Piensa bien en esto cuando te preparas para el sacramento de la penitencia; cuando simplemente pides perdón de tus pecados al acabar el día o en cualquier otra ocasión: “la piedad con tu padre (y lo mismo con tu madre) será tenida en cuenta para pagar tus pecados”. Piensa a esta luz si tus pecados no se deshacen como la escarcha bajo el calor, pese a que los confieses tantas veces.   

Fuente de oración preciosa y de principios de conducta familiar maravillosos son los que propone Pablo a la Iglesia de Colosas y que la misma Iglesia nos traspasa hoy como materia de reflexión en nuestra conducta familiar, pues no olvidemos que la familia es la Iglesia doméstica:

“Como elegidos de Dios, santos y amados”: Es así; todas las familias cristianas han nacido de la acción sacramental de los padres en su matrimonio.

“Revístanse de sentimientos de misericordia entrañable”,  es decir vuestro modo normal de relacionarse esté impregnado de misericordia, “de bondad, humildad, dulzura, comprensión; sopórtense mutuamente y perdónense, cuando alguno tenga quejas contra otro” –en lugar de estar interiormente acusándole y justificándose–. El Señor los ha perdonado, hagan ustedes lo mismo”. Cuántas actitudes y palabras agresivas desaparecerán si todos en las familias se esfuerzan por aplicar estos consejos.

Y Pablo enumera un grupo de virtudes cuyo sólo nombre nos estimula a practicarlas en la familia: El amor, la paz de Cristo, el agradecimiento, la oración en familia, la presencia de Dios en todos los detalles, el respeto, la delicadeza, la obediencia de los hijos, la moderación de los padres al mandar.  
El evangelio nos narra uno de los momentos más duros para aquella familia. También hubo otros como el necesario viaje a Belén cuando María culminaba su embarazo, el alumbramiento en las duras condiciones de la gruta, la huída precipitada a Egipto. La vida de toda familia tiene momentos duros, momentos de cruz. Misterio, pero no hay duda de que en el caso de la sagrada familia fue así porque ésta era la voluntad de Dios Padre. Y Dios lo quiere así no por castigo. Es simplemente que no hay otra vía para alcanzar la santidad.

“El niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que lo supieran sus padres”. El evangelista no insinúa la menor explicación. Quiere que toda la atención se centre en la respuesta de Jesús, que va conocerse enseguida. “¿No sabían que yo debía estar en la casa de mi Padre?”. Esta es la traducción del texto litúrgico; otros traducen “en las cosas de mi Padre” (Bibl. Jerusalén). En cualquier caso va expresada la relación de especial filiación de Jesús respecto de Dios Padre y el valor absoluto y supremo de la voluntad de Dios por encima de cualquier otra autoridad, aunque fuese la de su propia madre y de su padre legal. Es, pues, esta respuesta una más entre otras que testimonian en boca de Jesús que su Padre es Dios, el único Dios vivo, el Dios creador y salvador de Israel.  

 “El niño crecía y se desarrollaba pleno de sensatez y la gracia de Dios estaba en él” (Lc 2,40). Así resume Lucas los años de Nazaret. Que todos conserven en su corazón estas lecturas, como lo hacía María, para que día a día crezcan en el amor a Dios, que reina en sus familias.



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