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Las promesas del Sagrado Corazón de Jesús - 10º Parte


P. Manuel Mosquero Martin S.J. †
Décima Promesa del Sagrado Corazón de Jesús
"Daré a los sacerdotes la gracia de convertir los corazones más endurecidos"



DILES: Vivo Yo, dice el Señor Dios: no quiero la muerte del impío, sino que se convierta y viva” (Ez. 33,10).
Una sola alma es diócesis suficientemente vasta, para ocupar la actividad de un Obispo. (S. Carlos Borromeo). Y el cardenal Federico Borromeo dirigía esta exhortación vibrante a su clero: “Salid con amor al encuentro de la peste como al encuentro de la vida, como al encuentro de un galardón, siempre que haya allí un alma, que ganar para Cristo”.   
“Traspasar el océano, salvar un alma y… morir”, exclamaba emocionado el apóstol de la China, Padre  Chicard”.
Y, sí así sentían los santos, iluminados por la fe, decidme: ¿Qué sentirá el Corazón de Jesús, Creador y Redentor de esa alma que le costo la vida?
Nada, pues tiene de extraño esta promesa tan consoladora, tanto para los que se dedican a la salvación de las almas como para esas almas envejecidas en el pecado.
Dos cosas vamos a estudiar en esta promesa.
1. ¿A quiénes está hecha?
2. ¿Qué es lo que promete?
A. ¿A quiénes está hecha?

A todos los que trabajan por la salvación de las almas.
Mi divino maestro me ha dado a conocer que todos aquellos que trabajan por la salvación de las almas, lo harán con éxito y sabrán el arte de tocar los corazones más endurecidos, si están ellos poseídos de una tierna devoción a su Corazón y trabajan por inspirarla y difundirla en todas partes” ( S. Margarita María, Epistolario, Carta a su Director).
1. En primer lugar los sacerdotes ( y por eso la fórmula esquemática popular dice: Daré a los sacerdotes”). El sacerdote es por oficio “el salvador”. Esta es su función oficial y permanente. Esa su grande y única ambición, el único ideal, las almas.
2. Las almas del claustro. Las religiosas y los religiosos, aunque no sean sacerdotes.
3. Los simples fieles. En el bautismo todo cristiano ha recibido un regio y espiritual sacerdocio (I S. Pedro,  11,  9). Cada día vemos la gran colaboración prestada por los fieles comprometidos de todas clases.
Dos condiciones
1. Que ellos mismos estén penetrados de una tierna devoción al Sagrado Corazón.
2. Que trabajen por inspirarla y establecerla en todas partes.

B. ¿Que es lo que promete?
En general, un éxito extraordinario en la vida de apostolado; y en particular, la conversión de los pecadores más endurecidos.
Promesa magnífica, que llena todas las aspiraciones de un apóstol, que alcanza hasta los últimos y más irreductibles baluartes de los dominios del pecado. Tocar, convertir los corazones endurecidos es la victoria más espléndida, que se puede soñar. Ni el oro, ni la espada, ni la palabra del hombre. Y lo consigue en un instante de gracia de Dios, por medio de las almas poseídas de una tierna devoción al Corazón de Jesús. 
La vida de los grandes apóstoles del Corazón de Jesús es una confirmación.
Los sacerdotes hagamos un serio examen del fruto de nuestro apostolado. Y, si vemos que los pecadores todavía se resisten; que hay parroquias irreductibles a todos los métodos del apostolado antiguo y moderno, pensemos sino será, porque nosotros no estamos penetrados de una tierna devoción al Corazón de Jesús, ni trabajamos por inculcarlas en las almas.
No le demos vueltas: ni nosotros sabemos más Pastoral que Jesucristo, ni tenemos más amor a las almas. Y, pues, El dice que la devoción a su Sagrado Corazón es el medio número uno, para salvarlas, creámoslo con fe ciega y lancémonos a propagarla con el mayor entusiasmo.
Tenemos un ejemplo, en que miramos para reproducirlo. Es San Juan María Vianney.  El Santo Cura de Ars. Cuando se resistía un pecador a la conversión, buscaba la solución en arreciar con la oración y penitencia. Le decía al Señor con infantil confianza: 

“Ahora ni comeré ni dormiré, mientras no se convierta esta alma”  

Y el Señor no tardaba en dar respuesta con una gracia extraordinaria, por la que el pecador se rendía al sacerdote bueno. La esencia  de la devoción al Corazón de Jesús está en las virtudes: humildad, caridad, reparación, confianza y apostolado. ¿No descubrimos todas estas virtudes en la conducta del Santo cura, apóstol y patrono de apóstoles…?
Y ahora dejemos hablar aun pecador convertido:
“La víspera de mi primera comunión prometí solemnemente a Jesús amarle siempre… Más ¡ay! Fui víctima de esas plagas terribles, que a tantos hacen perder en nuestros días la virtud y el honor: las malas compañías y las lecturas peligrosas.
A los veinte años era el primer libertino de mi ciudad. Treinta años seguidos añadí heridas sobre heridas.
Por acaso acerté a pasar por Paray-Le-Monial. La ciudad estaba de fiesta. Sorprendido, me acerqué a una mujercita y le pregunté: 
¿Qué es lo que pasa?
¿Cómo? ¿no lo sabe Ud.? Pues es la gran peregrinación.
¿Para qué?
Para honrar al Corazón de Jesús.
¿El Corazón de Jesús? ¿Dónde está? ¿Se puede ver?
No se le puede ver; pero este Sagrado Corazón se manifestó a una religiosa de la Visitación, a Santa Margarita María, y le recomendó que trabajase, para que fuese honrado por todos los hombres.
¿Dónde está la Visitación? Y, siguiendo las indicaciones de aquella buena mujer, me dirigí hacia aquel célebre santuario. Llegué a la Visitación, quise entrar en la capilla, pero estaba repleta de gente. Esperando a que la muchedumbre se dispersase, miraba en torno mío. ¿En qué pensaba? Yo mismo no lo sé. Mis miradas se fijaron con curiosidad en unas franjas de tela blanca, sobre las cuales resplandecían en rojo unas inscripciones. Leí: “Promesas de Ntro. Señor a Santa Margarita María”.
Fui recorriendo, una por una, todas las inscripciones; muchas frases me parecían faltas de sentido; eran para mí un enigma aquellas palabras: “Gracia…, favor…, misericordia…, tibieza…, perfección…; Mas una línea hirió de pronto mi corazón: “Daré a los sacerdotes el poder de conmover los corazones más empedernidos”.
Revolvióse en el acto toda impiedad, que bullía en mi alma. Conmover los corazones más endurecidos… ¡Así está escrito… Pues bien: veremos si es verdad. ¿Por qué no hacer la prueba? Voy a cogerles en sus mismas palabras.
Llamaré a un sacerdote. ¿Qué palabras dirá tan inspiradas, que puedan conmover a un corazón como el mío? Y me mofaba tocándome el pecho.
En aquel momento pasó junto a mi una religiosa, y volviéndome a ella bruscamente, le dije: “Querría hablar con un sacerdote de Paray-LeMonial”. Ella me introdujo en una pequeña habitación. De pronto entró un sacerdote. Nos encontramos frente a frente. Pasaron algunos segundos… El me miraba, esperando que le hablase. Yo no tenía en mi alma más que impiedad y sarcasmo, y, con todo, experimentaba un estremecimiento pasajero. El sacerdote salió a mi encuentro: “Y bien, ¿qué es lo que desea, amigo mío?
¡Amigo suyo! ¡Ah!, usted no me conoce. Yo no tengo fe. Yo no creo una palabra de todo cuanto ustedes dicen y escriben. Llámeme usted excomulgado, impío, infiel, lo que quiera; pero amigo… eso a otro.
Así continué hablando un rato. La frase, que leí sobre la blanca tela, estaba clavada en mi mente con esta irónica pregunta: “¿Qué me dirá?”.
El sacerdote estaba pálido. Con todo, ningún gesto de indignación se le escapó. Yo me reía… El lo veía bien, pero no entendía las señales de cabeza, que acogían todas sus preguntas y que querían decir: “Y a mí, ¿qué?”.
Era vencedor… Triunfaba… Estaba a punto de estallar en una carcajada y confesarle llanamente toda la verdad, cuando de pronto ¡ah!, tiemblo al recordarlo.
Amigo mío – me dice – ¿vive su madre de Ud.?
¡Qué emoción tan intensa la que sufrí en aquel momento! Aquí me esperaba el Sagrado Corazón. Algunas lágrimas brotaron de mis ojos; estaba temblando. ¡Mi madre! ¡Las palabras de mi madre! ¡Oh, sí!, ¡es verdad! ¡El Sagrado Corazón de Jesús! Quisiera tener delante de aquella imagen ante la cual me arrodillaba con mi madre, de niño. Volver a leer aquellas líneas, que me escribió con mano temblorosa, y a las cuales ¡desgraciado de mí!, jamás había prestado atención: “Hijo mío, te escribo desde mi lecho de agonía. Muero de los disgustos, que me has causado; pero no te maldigo, porque he esperado siempre que el Corazón de Jesús te convierta”.
Entré en el Santuario del Sagrado Corazón para arrodillarme ante un confesionario… Pocos días después me acerqué a la Sagrada Mesa.
Sacerdotes, amad al Sagrado Corazón y convertiréis muchas almas, Madres de familia, que lloráis los extravíos de vuestros hijos, rogad por ellos al Sagrado Corazón de Jesús.

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