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Homilía del 26º Domingo TO (B), 30 de Septiembre del 2012

¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta!

P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.

Lecturas: Nm 11,25-29; S 18; St 5,1-6; Mc 9,38-43.45.47-48






Este texto, inmediato al del domingo pasado, causa cierta extrañeza. Parece desordenado. Primero lo del exorcista, luego lo de escandalizar a los niños, luego lo del escándalo de mi mano, pie u ojo. Parece falto de orden lógico. Sucede en Cafarnaúm en casa de Pedro. No olvidemos que el evangelio de Marcos tiene como origen la catequesis de Pedro en Roma. Esto nos puede ayudar a comprender esta perícopa o fragmento.
Es normal que en una conversación un tema, una palabra, un detalle suscite otro diferente. De alguna manera la situación incómoda de la llamada a la humildad, con que concluía el evangelio del pasado domingo, pudo haber provocado en los discípulos la búsqueda de un cambio de tema; o bien haber provocado la pregunta sobre la prepotencia con el exorcista, que no era sino una persona de buena voluntad. Pero luego vienen unas sentencias concatenadas de modo que una idea o una palabra recuerde la siguiente con un ritmo que favorece la memoria; por ejemplo: “el que no está contra nosotros está a nuestro favor” (en griego: “por nosotros está”).
Retoma luego Jesús el asunto de los niños (no olvidemos que tiene un niño abrazado), que tiene mucho interés en completar en orden al futuro apostolado de los Doce. Es evidente aquí el uso de medios memorizadores hebreos, más claros en el texto original griego y más todavía en arameo: “El que escandalice a uno de estos pequeños… Y si tú mano te hace caer (el griego repite “te escandaliza… más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al infierno… Y si tu pie…más vale entrar cojo… Y si tu ojo…más vale entrar tuerto”.
Como en una conversación entre amigos, pasa Jesús de un tema a otro, para puntualizar así algunas cosas: Si una persona nos ayuda a divulgar el Evangelio, hay que agradecerlo, aunque no estemos de acuerdo en todo. Pero miren –continúa Jesús– a estos niños, no los menosprecien en su apostolado; su fe tiene un valor extraordinario; atentar contra ella es un crimen. Porque nada importa tanto como la salvación eterna; por ella merece la pena dejarse arrancar una mano, un ojo, lo que sea, por importante y valioso que parezca.
En cuanto a su comprensión fuera de la primera norma –la del exorcista– las demás no ofrecen mayor dificultad, son obvias. El resto parece ser parte de la catequesis cristiana general. El mundo pagano de entonces, y más Roma, donde se genera el evangelio de Marcos de la catequesis de Pedro, es de una podredumbre gigantesca. De ahí el acento de muchos pasajes del Nuevo Testamento. El uso inmoral hasta de niños, especialmente hijos de esclavas, tenía que soliviantar la conciencia cristiana. Esto explica la dureza de las afirmaciones. Desgraciadamente se pueden trasladar en buena parte a nuestros días.
Aquel exorcista, que no era discípulo, pero que expulsaba demonios invocando el nombre de Jesús, demuestra que la gracia de Dios y el atractivo de Cristo, actuaba y actúa fuera de los límites de los discípulos y de los bautizados. Dios quiere que todos los hombres se salven y para ello es necesaria la gracia de Dios. Dios claro que da su gracia y dones a los sacerdotes y a los religiosos y religiosas. Pero no sólo a ellos; Dios actúa en todos, en los niños, pero también en todos ustedes, los laicos, a veces con poca formación intelectual. Todos pueden y Dios quiere que sean más santos de lo que son, y quiere darles gracias y dones del Espíritu muy abundantes para que expulsen al Demonio. Lo que hace falta es que Ustedes crean y se dejen llevar por el viento del Espíritu. ¿Están ustedes contra Cristo o a favor de Cristo? Entonces ¿qué impide el que Dios haga con ustedes lo que hacía con el exorcista? Una vez más: “El justo vive de la fe”. “Si crees todo es posible al que cree”.
Oren, pues, por la conversión de los pecadores, por la Iglesia, el Papa y los obispos, la santidad de los sacerdotes, por la paz, por la curación de los enfermos; por sus hijos, sus familias, sus alumnos, sus vecinos; pidan a Dios incluso milagros; ofrezcan sacrificios y penitencias, lean la Biblia y los libros santos, instrúyanse para dar razón de su esperanza a personas de buena voluntad que se cruzan en su camino. Nadie les puede prohibir el que hagan el bien en nombre de Cristo y Dios acompañará con su gracia.
Es posible que no pocos de ustedes se codeen con personas de otras religiones y aun ateos. Trátenles con bondad. Fíjense en aquello en que coinciden y denles la razón en ello. Sobre todo procuren llevar sus cruces con paciencia y aun alegría. Procuren, eso sí, dar razón de su esperanza, y para ello infórmense y pregunten. Y dejen a Dios que siga obrando.
En cuanto al escándalo de los “pequeños que creen”, llama la atención la extraordinaria severidad del castigo. Habla el Dios misericordioso. Del castigo tan duro se deduce el valor del bien. Preciosa es para Dios la fe de un niño. Padres, maestros, catequistas, los niños sintonizan fácil con Dios. Háblenles de Él. Piensen, padres y madres, en sus hijos; los maestros y educadores en sus alumnos; piensen en ese intervalo del paso de la adolescencia. No abdiquen de su responsabilidad.
Con humildad de niños pidamos al Señor nos dé su gracia y a María que interceda por nosotros en nuestro diario caminar. 


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