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Homilía de la Fiesta de la Natividad de San Juan Bautista. Domingo 24 de Junio del 2012

Todo sucede para bien de los que le aman


P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.


Lecturas: Is 49, 1-6; S 138; Hch 13, 22-26; Lc 1, 57-66. 80



La persona de Juan el Bautista desempeña un papel importante en la revelación. Cierra el Antiguo Testamento, abre el Nuevo y une ambos. Es propuesto por el mismo Cristo en no pocas ocasiones como mensajero muy importante en la realización de los planes de Dios acerca del Reino de Dios. Según el testimonio de Jesús es más que un profeta (Lc 7,26), es el mensajero que le precede (Lc 1,76; Mal 3,1), el nuevo Elías (Mt 11,14; Lc 1,16s), da comienzo a la era del Evangelio (Hch 1,22; Mc 1,1-4), es testigo suyo (Jn 1,6s), ya en el seno de su madre es lleno del Espíritu Santo y reconoce a Jesús como Dios y Mesías (Lc 1,7.15). El tiene la misión de sacudir al pueblo de Israel, convocarle al arrepentimiento de sus pecados, preparar los corazones y orientarlos para escuchar y acoger a Jesús. Una vez cumplida esta misión desaparece en paz, alegre, como el novio del esposo, por la aparición y éxito  triunfal de Jesús. Porque “no era la luz, sino el testigo de la luz” y “había venido para dar testimonio de la luz, para que todos creyesen en Jesús gracias a él” (Jn 1,7s). 

Los santos, además de intercesores ante Dios, son para nosotros estímulo y ejemplo de respuesta a las gracias de Dios y manifestación del poder de la gracia para llevarnos a nosotros a la santidad. Me voy a detener en este aspecto tal como Dios lo manifiesta en San Juan Bautista.

Su misión, preparar a los hombres para recibir la venida del Hijo de Dios hecho hombre, moviéndoles al arrepentimiento de sus pecados y atrayendo mentes y corazones para creer en un Mesías tan diverso del que esperaba el pueblo judío, que sería crucificado y resucitaría, era claramente imposible para un hombre con sus solas posibilidades. Pudo hacerlo porque Dios le dio su gracia. Fue ya lleno del Espíritu Santo en el seno de su madre Isabel, cuando María la visitó. Entonces se cumplieron las palabras del profeta, que hemos escuchado: “Atiendan, pueblos lejanos: Estaba yo en el vientre y el Señor me llamó; en las entrañas maternas y pronunció mi nombre…Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”.

Ocurre que Dios más normalmente da sus gracias sin hacer demasiado ruido y sólo las personas con sentido de lo espiritual las perciben. Durante mucho tiempo los padres de Juan estuvieron pidiendo un hijo. Su oración fue escuchada. Ningún matrimonio ha tenido un hijo tan privilegiado por Dios como Juan el Bautista. Pidió Zacarías una señal de que su oración había sido escuchada, y la señal se dio, pero fue dolorosa, aunque le confirmaba. Quedó mudo. Señales sencillas fueron el mismo nombre de Juan, de significado “Dios tiene misericordia”, el final de la mudez y la cascada de alabanzas al Señor. Todas eran señales que daban a conocer a aquellas gentes piadosas y temerosas de Dios que Dios estaba obrando, que “la mano de Dios estaba con aquel niño”. Las personas que oran, las cercanas a Dios, caen bien pronto en la cuenta de que les habla. Y porque saben escuchar, Dios les habla con más frecuencia.

En la explicación que San Pablo hace de la vida del Espíritu, que Dios nos da en el bautismo, dice así: “Por lo demás sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio” (Ro 8,28). Grande fue la misión de Juan, grandes fueron las gracias y las intervenciones de Dios en su vida desde el principio. Grandes también y más que suficientes son y serán las gracias que Dios les dé a ustedes y nos dará a cada uno para cumplir con lo que quiere de nosotros.

Nos es muy necesario insistir, esforzarnos y pedir al Señor la gracia de tener confianza en Él. Dios quiere que nos salvemos y quiere darnos las gracias necesarias para ello. Y esto a pesar de que hayamos pecado mucho en el pasado, de que hayamos perdido mucho el tiempo, de que nuestros pecados pasados estén pesando ahora sobre nosotros. Estoy pensando en personas separadas por culpas suyas, madres solteras, personas que por sus pecados se encuentran en situaciones dolorosas y difíciles. Es un grave error pensar que Dios ahora quiere castigarles. Al revés, Dios ha querido siempre, y lo quiere ahora, salvarles, llevarles al cielo, liberarles del pecado y de la desesperación, darles la alegría de la liberación interior, purificarles de todo pecado, hacerles saber que les ama. Por pecador que hayas sido, Dios, quien tiene una enorme alegría cuando el hijo pródigo regresa a casa, quiere darte toda la gracia que necesites para hacerte santo. ¿No aseguró al buen ladrón su salvación y la Iglesia, que conoce bien el corazón de Cristo, no lo venera como santo? Sea cual sea la historia de nuestro pasado, todos debemos confiar en el Amor. Mirando hacia adelante, no hacia atrás, pongamos todo el esfuerzo que podamos en alcanzar la santidad desde el punto en que ahora estamos sin desconfiar de la misericordia de Dios. El pecado de Judas fue el de no confiar en la misericordia de Dios. 

Por eso es tan necesaria la oración. El que confía, espera; el que espera, ora; al que ora, Dios le escucha y le da su gracia; y gracia abundante. La misa de cada semana, junto al pueblo con el que unidos en la fe y en el esfuerzo nos renueva. “Gracias porque me has escogido portentosamente”; “porque la mano de Dios está con nosotros”. María, como al Bautista, tráenos a Jesús. 


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