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Los Evangelios Sinópticos

P. Fernando Martínez Galdeano, S.J.



Jesús no dejó nada escrito


Nos consta sin lugar a dudas que Jesús sabía escribir, pues en el bello episodio de la mujer adúltera, “Jesús se inclinó y se puso a escribir con el dedo en el suelo” (Jn 8,6). Pero Él no nos ha dejado nada escrito, que pudiera servirnos para encontrar su verdad en un libro de su puño y letra. A pesar de esto, hoy en nuestra Biblia, nos hallamos ante unos escritos que se refieren a Jesús de forma directa, que recogen sus “dichos y hechos”, y que éstos han sido redactados por gente que recogió el testimonio de los apóstoles. Y esta tradición incluso escrita comenzó y se desarrolló en las comunidades cristianas, antes de las primeras cartas de Pablo (a. 50 – 65).

Esta y no otra ha sido la razón de que nosotros hayamos iniciado nuestro acercamiento a la Biblia, y más en particular al Nuevo Testamento a partir del seguimiento a Jesucristo desde la fe en su persona misma. Los “evangelios” fueron escritos desde la fe “común” a un Jesucristo resucitado, y con el fin de que tales escritos iluminaran y acrecentaran esa misma fe, es decir, la vida de las comunidades cristianas. Pero ellos fueron redactados en su forma definitiva, pasado un cierto tiempo, entre los años 65 – 90.


¿Por qué se llaman "Evangelios"?

La palabra “evangelio” procede de la lengua griega, y tiene el significado de “buena nueva”. A partir de Pentecostés, los apóstoles se sintieron impulsados por el Espíritu a anunciar a todo el mundo que el Jesús que había sido crucificado, ése mismo Jesús había resucitado por la fuerza del mismo Dios. Esto era una “buena noticia” para todos. Y ante esta predicación, algunos la acogen y responden de forma positiva. Empiezan en Judea y en todo el territorio de Palestina. Y más allá, en Antioquía de Siria donde los creyentes fueron ya considerados como cristianos con su propia identidad, y no como una secta del judaísmo. El “evangelio” consistía entonces, en la proclamación de la muerte y resurrección del Señor. San Pablo utiliza esta palabra, prácticamente en todas sus cartas, y en algunas de ellas de forma repetida.

Pero, pronto se vio la necesidad en las comunidades cristianas de recordar los dichos y hechos del Señor, con el fin de hallar en ellos, luz y energía para conducirse como verdaderos cristianos en la vida de cada día. Este es el punto de arranque de los cuatro evangelios que hoy leemos y meditamos. Por eso, para su buena interpretación conviene tener en cuenta el contexto social e histórico de aquellas comunidades.


Su origen "apostólico"

Se presenta casi como evidente que las comunidades evangelizadas por los apóstoles y discípulos que habían conocido y tratado personalmente a Jesús no sólo transmitían lo que había acontecido en su pasión y después de su resurrección, sino también mucho de lo que habían visto y oído durante su intensa vida junto a él. Sus recuerdos avivaban su misión.
Por otra parte, las situaciones diversas de la comunidad y los problemas que surgían servían para estimular estos recuerdos aún no lejanos. Los primeros cristianos alimentaban ya su vida de fe cristiana con lo que contaban acerca de Jesús, sus propios testigos oculares. Este era su catecismo de base. Y desde la fe, su actitud era diferente al mero recordar e imitar, porque el Señor era “un viviente” que estaba junto a ellos en comunión por medio de su Espíritu. Y ese mismo Espíritu les ayudaba a escuchar el pasado de aquel Jesús histórico y a escudriñar en todo ello lo que podría querer decirles en su vida presente actual.

Los evangelios, tal como ellos se recogen hoy en día, no son sino el resultado de un período de reflexión, de oración y de enseñanzas recibidas, que las primeras comunidades cristianas creyentes experimentaron en su seno bajo el aliento de los apóstoles y sus más inmediatos seguidores, y siempre bajo la presencia de Dios, conscientes de haber sido bautizados con su Espíritu de fuego, protector e iluminador.


Vaticano II

“La santa madre Iglesia ha defendido en todo momento y en todas partes, con gran firmeza y máxima constancia, que los cuatro evangelios mencionados, cuya historicidad afirma sin dudar, narran ellos fielmente lo que Jesús, el Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la eterna salvación de los mismos hasta el día de la ascensión. Después de este día, los apóstoles comunicaron a sus oyentes esos dichos y hechos con la mayor comprensión que les daban la resurrección gloriosa de Cristo y la enseñanza del Espíritu de la verdad.
Los autores sagrados compusieron los cuatro evangelios escogiendo datos de la tradición oral o escrita, reduciéndolos  a síntesis, adaptándolos a la situación de las diversas iglesias, conservando el estilo de la proclamación: así nos transmitieron siempre datos auténticos y genuinos acerca de Jesús. Sacándolo de su memoria o del testimonio de los que asistieron desde el principio y fueron ministros de la Palabra, lo escribieron para que conozcamos la verdad de lo que nos enseñaban.” (DV n19)


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Agradecemos al P. Fernando Martínez, S.J. por su colaboración.
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