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Jesús, purifica nuestro templo

P. Adolfo Franco, S.J.

Reflexión del Evangelio del Domingo III de Cuaresma

Juan 2, 13-25

El evangelio nos habla de purificar el templo de Dios. Y el templo de Dios somos nosotros.


Al comienzo de la predicación de Jesús, sitúa el evangelista San Juan el episodio de la expulsión de los mercaderes del templo. Sorprende este hecho, violento, muy violento, en Jesús que se definía a sí mismo, como manso y humilde de corazón. Y hay que analizar con la luz del Espíritu Santo este hecho, porque no podemos reducirlo solamente a la voluntad de Jesús de poner orden en el caos comercial que rodeaba el templo de Jerusalén. Hay más que descubrir.

El Templo debía estar rodeado de una cantidad de servicios necesarios para la realización de las ceremonias y sacrificios. Debía tener una serie de puestos de venta, donde se vendía de todo lo necesario: animales para los sacrificios, puestos de monedas para el cambio por la moneda oficial del templo; y se fueron añadiendo otras muchas cosas, pues los comerciantes aprovechaban la multitud, que siempre había alrededor del templo, para ofrecerles recuerdos y toda suerte de baratijas. Estos puestos habían llegado a invadir el primero de los atrios del templo. Algo parecido a la aglomeración de ambulantes que vemos en muchas calles populares, con el agravante de que, en este caso, invadían terreno sagrado.

Cuando Jesús arrebatado por la honra de Dios, toma la iniciativa de expulsar a estos mercaderes, para preservar la pureza del templo, lo que quiere hacer entender es que todo el concepto mismo de Dios, templo y religión debían ser purificados. La religión misma que planteaban especialmente los fariseos era una religión de intercambio, una religión comercial. Algo así como: yo voy cumpliendo puntualmente todas las prescripciones de la ley, los diezmos, los ayunos, las purificaciones, y compro así un bono de reconocimiento que me da el derecho a la salvación. Por eso, cuando a Jesús le piden cuentas de lo que ha hecho, dice esa frase “destruyan este templo y yo lo reharé en tres días”. Y es que con su muerte y resurrección iba a quedar destruido el templo y todo lo que él significaba: El iba a reconstruir el culto de Dios desde la raíz.

El tema del templo y de su renovación será repetido de alguna forma, en el mismo evangelista San Juan, cuando él narre el encuentro de Jesús con la samaritana. Ella quiere comenzar una discusión sobre la legitimidad del templo de Jerusalén, en contraposición del que tenían los samaritanos; Jesús no acepta la discusión, que ahora ya es inútil, porque a Dios habrá que darle culto sobre todo en el corazón del hombre.

Así que esta purificación del templo, lo que quiere significar es la purificación de todo el culto a Dios, el nuevo culto que quería establecer Jesús. Y que supone lo siguiente: es fundamental que a Dios se entregue la persona entera; no basta con ofrecerle sacrificios rituales. El único verdadero sacrificio que es agradable a Dios es la totalidad de la entrega de una persona, que lo ama, y se decide por Dios hasta llamarlo Padre, y pedirle que en todo se haga su voluntad. Así la entrega a Dios no está reglamentada por ritos y menudencias legales, sino que es una entrega sin límites, que busca la totalidad.

Este nuevo culto supone que se mira al prójimo, a todo prójimo como a un hermano. Ya no hay límites territoriales ni étnicos, para ver quién es mi prójimo. Ni tengo que comerciar con mis dones; de modo que sea generoso con todos y no sólo con quienes me pueden retribuir. No puedo establecer entre los hombres con quienes me relacione, dos categorías: la de los amigos y la de los enemigos. No puedo tener la venganza, como justicia que me tomo por mi cuenta. El amor al prójimo, y el perdón no tienen límites: más de setenta veces siete. El que pretende ser mayor, debe ser el servidor de todos.

Todos los profetas, todos los líderes antiguos: Moisés, Elías, Abrahán, han quedado sustituidos por el Hijo del Hombre, que existía antes de Abrahán. El es el único guía de la humanidad, porque es el camino, la verdad y la vida, y nadie llega al Padre, sino por Jesús.

Estas y otras cosas son las que Jesús quiere que nos queden claras. Es lo que significa la purificación del templo. Jesús quiere purificar toda la religión que entonces practicaban en Israel y que, a veces, hoy seguimos practicando. Jesús debería entrar en el templo de nuestro propio corazón, para expulsar todos los mercaderes que llevamos dentro.




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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

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